lunes, 11 de junio de 2012

Ana Emilia Lahitte



Aprendizajes

Comienzo
a perder instantes.

A perderme.

Una décima de segundo.
Un milésimo de silencio.

Nada me despoja.
Todo me desnuda.

Es lo infinito que regresa.

Aprendo
a habitar el esplendor
de la sombra.


Los chicos de la calle
   
                                                             Oh, niños asesinos, oh, salvajes antorchas.
                                                                                                                             Julio Cortázar

Ragazzi di vita
los llamó Pasolini
con su piedad adversa
desollada.

Y nos los deja así
sin otra identidad que la mugre
y la llaga.

Debajo
del abrigo de su costra de escaras
–cristos breves–
los chicos de la calle
no saben todavía que su sombra atrapada
crece
para la historia de la infamia.

El dolor
nunca es niño.
Y en ellos ni siquiera es dolor.

Es una humillación
de la esperanza.


El suéter de Fedorio

En los bordes raídos del suéter
de Fedorio
se arremansan la vida y sus historias.

Jamás
me atrevería a proponerle restañar
esos hilos desgastados
reavivar los colores
las zonas percudidas como un abecedario
para ciegos.

Quitárselo
sería desollarlo.

El suéter de Fedorio
es una hogaza
un libro de bitácora un sol un campanario
alguna melodía que se canta
sin que nadie la escuche.

Su intemperie
anuda cuanto ha sido algo más
que un adiós
menos que un llanto
algo que sólo cabe en el hueco secreto
de la mano.

Si otra piel respira
debajo del mandala de su suéter gastado
será sólo el sudario
que busca convertirse en el revés cereal
de esa coraza
hilada por los pájaros.


Liberación

Las manos.

Sometida extremadura
de la avidez y de la servidumbre.

Si pudiera
las dejaría partir
desarraigadas
sabiamente inexpertas
como el tacto feliz de los amantes
buscándose en la oscuridad.


Los dioses callan todavía

Prefiero
ser un número en la noche
y no una estrella entre mis huesos.

Celebro
haberme nombrado
antes de que mi nombre pronunciara
silencios.

Tengo la certeza
–un resplandor     una herida–
de ser lo que aún ignoro
y ya sabe mi muerte.

Vivo el temor
de que la soledad no esté desnuda
y exista el tiempo más allá de la hierba.

Los dioses callan
todavía.

Fuente: Insurrecciones, Ana Emilia Lahitte, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 2003.

Ana Emilia Lahitte nació el 19 de diciembre de 1921 en La Plata, ciudad donde reside. Su labor creadora abarca la poesía, la narrativa, el ensayo, el teatro y el periodismo. Como poeta publicó, entre otros libros: Sueño sin eco (1947), El muro de cristal (1952), La noche y otros poemas (1959), Madero y transparencia (1962), Al sur de marzo (1969), Los abismos (1979), Los dioses oscuros (1980), El tiempo, ese desierto demasiado extendido (1993), Summa de poemas, 1947-1997 (antología, 2001), Insurrecciones (2000), El padre muere (2006) y Gironsiglos (2006). Entre sus ensayos y compilaciones poéticas figuran: Veinte poetas platenses contemporáneos (1962), María de Villarino (1966), Roberto Themis Speroni (1975) y Cinco poetas capitales (1995). Obtuvo, asimismo, numerosas distinciones, algunas de las cuales son: Pluma de Plata del PEN Club Internacional, Centro Argentino (1980), Puma de Oro de la Fundación Argentina para la Poesía (1982 y 2001), Primer Premio Nacional de Poesía, Región Buenos Aires (1983), Premio Konex (1994) y Premio de Poesía “Esteban Etcheverría”, de Gente de Letras (1999). Creó y dirigió por más de 20 años uno de los primeros talleres de poesía de la Argentina, llegando a superar con el sello Hojas y Cuadernos de Sudestada las 300 publicaciones. Su obra fue recogida en varias antologías y traducida al inglés, francés, alemán, italiano y portugués. En 2001, la Municipalidad de La Plata la designó Ciudadana Ilustre.

Foto: Ana Emilia Lahitte. Fuente: Fundación Konex.

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