Camino de poesía
La Plata, concebida
políticamente para ser capital de la Provincia de Buenos Aires, fue fundada por
Dardo Rocha el 19 de noviembre de 1882. Emplazada a pocos kilómetros del río
homónimo, parece estar destinada a seguir, desde su origen mismo, un camino
sembrado de poesía. Como una señal indicadora, en el acto fundacional fue
enterrado con la piedra basal, en la antigua Plaza Mayor –hoy Plaza Moreno,
centro geográfico de la ciudad–, un poema de la poeta entrerriana Josefina
Pelliza de Sagasta, compuesto en honor de la nueva metrópolis. El poema se
titula Hoja de laurel1 y,
si bien tiene más valor testimonial que literario, no deja de ser un símbolo.
Vale la pena transcribirlo, ya que es poco conocido:
La Plata se levanta
ufana y bella,
y destellando luz nace
a la vida;
su solo nombre la
esperanza encierra
donde la fe del
porvenir se anida.
Fija allí la mirada
del que espera,
la realidad le ofrece
en el futuro,
bajo el jirón azul de
la bandera
sobre la entraña de su
suelo puro.
¡Allí está, joven,
virgen, prometiendo
un mundo de misterio y
de grandeza!
Al empíreo sus brazos
va tendiendo,
cubierta con la fe de
sus promesas.
¡Es una hija
argentina! y ha surgido
de la noble intención
de un pensamiento.
Del siglo moribundo
ella ha nacido
como un astro de luz
del firmamento.
¡Salve, virgen
ciudad!, tu nombre bello
se inscribirá sobre la
patria historia,
y el amor de tus hijos
pondrá el sello
al nuevo timbre de
argentina gloria.
La autora de este
poema nació en Concordia el 4 de abril de 1848 y murió en Buenos Aires el 18 de
agosto de 1888. Fue, además de poeta, escritora, periodista y una adelantada en
la lucha por los derechos de la mujer en la Argentina.
Lo cierto es que, tras
la ceremonia inicial de la fundación, no cesaron las resonancias poéticas.
Según relata José Picone en su “Romancero platense”, durante “el banquete de
gala que se realizó por la noche, un joven poeta de apellido Sáenz recitó un
extenso Himno a La Plata”, del cual
se desconoce el texto. Cabe agregar que la novísima ciudad ya era tema de la
poesía oral y escrita mucho antes de ser fundada; incluso, hay registro de coplas
populares de aquella época que la celebran. Resulta
emblemático, asimismo –como señala Roberto Saraví Cisneros en la Primera antología poética platense–, que
su nombre haya sido elegido y propuesto en la Legislatura de la Provincia de
Buenos Aires, en abril de 1882, por el entonces senador José Hernández, autor
de Martín Fierro, que fundó su
posición en consideraciones geográficas, históricas y culturales. Y muchos
serán, con el transcurso de los años, los que reafirmarán estos signos
primigenios, poniendo de relieve la raigambre poética de La Plata, como Ana
Emilia Lahitte2 (1921-2013) cuando escribe, refiriéndose a sus pares
platenses: “Es notoria, en ellos, la conciencia de no ser improvisados, de
estar recibiendo valores que, aunque se transformen en su exterioridad,
reconocen raíces profundas”3.
Por otra parte, el hecho de que La Plata haya
sido fundada en una zona rural semidesértica determinó que sus primeros
funcionarios y actores culturales procedieran de lugares foráneos. Así, entre
los poetas que más tempranamente arribaron a ella cabe citar a Matías Behety4,
un ciudadano uruguayo que se ganó la vida ejerciendo el periodismo. Este
hombre, nacido en Montevideo en 1849 y afincado en Buenos Aires a partir de su
adolescencia, es considerado el primer poeta platense. Sin embargo, su estancia
en la capital bonaerense fue tan efímera –llegó en 1885 y murió ese mismo año–
que no amerita la condición que se le atribuye5. Behety, por otra
parte, no llegó a publicar ningún libro. Su carácter bohemio y su afición al
alcohol le impidieron compilar orgánicamente sus poemas, la mayoría de los
cuales fueron escritos en papeles sueltos cuya suerte se ignora.
Lo que pocos saben es que La Plata ya
hospedaba, desde sus tiempos embrionarios, a un poeta: Carlos Augusto Fajardo6
(1830-1920). Curiosamente, éste también era uruguayo como Behety y había fijado
su residencia en la zona del actual Anfiteatro Martín Fierro dos meses y medio
antes de que Dardo Rocha pusiera la piedra fundamental. Fajardo fue, asimismo,
periodista, notario, político y soldado, roles a través de los cuales se
comprometió activamente con el destino de la sociedad. Si bien hay indicios de
que escribió poesía a lo largo de toda su vida, sólo publicó un volumen de
poemas: Reminiscencias. Este libro,
que firmó con sus iniciales y no parece haber tenido mucha repercusión a la
hora de salir de imprenta, fue dado a conocer por el sello editorial de Jacobo
Peuser en 1893. En lo esencial, los poemas respetan la normativa y los moldes
tradicionales y poseen un fuerte tinte romántico. Los temas abarcados son muy
diversos, pero predominan los que tienen que ver con los afectos familiares,
las mujeres amadas –casi siempre idealizadas– y las causas patrióticas.
Puede decirse, entonces, que es con Fajardo que empieza realmente la historia de la poesía
de La Plata; historia que ha ido enriqueciéndose, generación tras generación,
merced al aporte de incontables y reconocidos poetas –tanto nativos como
residentes–, que han sabido leer con orgullo el legado poético de la ciudad.
NOTAS
1Al cumplirse el centenario de
la fundación de La Plata, la piedra basal de la ciudad fue desenterrada,
comprobándose que el manuscrito de Hoja
de laurel se hallaba ilegible, debido al tiempo transcurrido y las
filtraciones de agua sufridas por el cofre que lo contenía. Según un artículo
publicado en el diario Hoy el 19 de
noviembre de 2006, fue la poeta Aglaé D’Sylva la que dio a conocer el texto del
poema, entregándole “una copia a la investigadora Sara del Carmen Ugazzi, que
lo incluyó en su obra Los poetas que le
cantaron a La Plata”.
2Ver: Ana
Emilia Lahitte
3Ana Emilia Lahitte, Ciudad de los poetas, edición del
Colegio de Escribanos de la Provincia de Buenos Aires, delegación La Plata,
1967.
4
Ver: Matías Behety
5 Al llegar a La Plata, Behety estaba muy deteriorado
en lo físico y en lo anímico, tanto es así que, pocos meses después, murió de
tisis en el hospital de Melchor Romero. En ese momento, la inhumación tuvo
lugar en el cementerio de Tolosa, pero, una vez construida la necrópolis
platense, sus restos fueron trasladados a ésta, dando origen a un curioso
episodio. Se dice que, al ser exhumado, su cadáver se hallaba momificado y
resplandecía (“echaba luces”, en palabras de un vecino), por lo que fue
expuesto públicamente durante varios días. A raíz de este fenómeno, algunos
llegaron a atribuirle poderes misteriosos, generando una especie de mito que
contribuyó en gran medida a preservar su memoria.
6
Ver: Carlos Augusto Fajardo. Ver
también: Carlos Augusto
Fajardo: reminiscencias del primer poeta afincado en La Plata
César Cantoni
La Plata, 3 de mayo de 2015
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