jueves, 28 de noviembre de 2013

Rafael Felipe Oteriño





















Líneas de la mano

Líneas de la mano, líneas de la vida,
puntos cardinales extraviados en la piel,
les ruego que no digan toda la verdad:
si la vida será corta en extremo
afirmen que la mirada miente
y que una lectura más atenta
podría revelar
cuánto recorrerán los pies,
cuánto rogarán los labios todavía.

Fuente: Rara materia, Rafael Felipe Oteriño, Carmina, Buenos Aires, 1980.


Visitante de la noche

Toda la noche hemos estado velando,
los cerrojos están a punto de estallar
de tantas vueltas que hemos dado a las llaves;
la ropa fue recogida y guardada en los cajones
y nada ha quedado afuera, sólo una luz encendida
para aventar sospechas.
Y ahora que amanece,
¿qué forma tendrá aquello que aguardábamos?,
¿quién nos puede decir
que no estuvo la noche entera al pie de nuestro lecho?

Fuente: Rara materia, Rafael Felipe Oteriño, Carmina, Buenos Aires, 1980.


Robinson

I

Me apena verte, Robinson,
me apena ver tu silla de entretejido cordel,
la hidalguía de oír correr las horas y no sentir desvelo por los que están del otro
lado del mar,
pero tampoco urgencia en volver.
Me apena verte ordenar la ración del día: el grano justo, la incisión justa en la
rama del árbol,
la obediencia de Viernes.
Me apena tu sombrilla, tu casco de piel cruda, tu bota salvaje,
porque fueron hechos para eternizarte aquí,
donde eres rey solo en reino solo,
donde dices la ley y la haces cumplir,
y hasta el pico del loco repite tu nombre como una coronación.
Me apena tu entereza para durar: más que fuerza es obstinación,
más que fatalidad, soberbia.

La mañana es bella, es cierto,
las hojas son anchas como para albergar el recuerdo y no dejarlo ir,
el mar es transparente, igual al olvido.
Pero no estás bajo estos árboles ni bajo este cielo sólo por su color,
ni caminas toda la extensión de la playa
por la sola amistad con las olas.

Cada día es nuevo para ti, confiésalo,
porque no es ésta tu prisión: tu prisión eres tú mismo,
tu imposibilidad de compartir el pan con otro,
de dar gracias a otro señor.

Me apena verte sin sueño detrás de una tabla rescatada del mar,
un remo, la ceniza dura de un cabo de vela,
porque son señales de un mundo que se deshace,
y eso no es cierto: las manos construirán otro y otro,
con fuerza irresistible y la misma unción.

Me apena tu voluntad: es demasiado ciega para estar de regreso en una calle de
Londres,
oyendo el repiquetear de yunques ajenos
o la caída de la tarde en un reloj que no sea el tuyo.

Me apena verte en la isla desierta,
porque es tan extraña y sola como extraño y solo es el mundo entero para ti,
y eso no tiene remedio en ninguna comarca de la tierra.

Fuente: El invierno lúcido, Rafael Felipe Oteriño, El Imaginero, Buenos Aires, 1987.


Lengua madre

Lengua madre, ven. Desciende
de la mano de quien más gustes:
de Rimbaud, el ladrón; de Pasternak,
el traidor; de San Juan de la Cruz.
Ellos son mis amigos, me ayudan a ver;
en la oscuridad, me guían.
Me dan señas claras de que existes,
y que un día vendrás –también a mí–
a tomarme de la mano.

Fuente: La colina, Rafael Felipe Oteriño, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 1992.


Las cosas

Estas estrellas no existen: proyectaron
su luz hace más de mil años
y se extinguieron. Este río no llegará
al mar: será un hilo de agua
y, después, tierra seca. Este camino
no lleva a ninguna parte: los que tomaron por él
partieron hace mucho tiempo
y ya no regresan. Estas armas no son
para que las uses: hablan de una lucha anterior
que no es la tuya. El escritorio, los papeles, el lápiz,
están entintados por otras manos
y por otros sueños.
No sabemos
si eligieron nuestra mesa o si son una invención
de Dios para llevarnos más alto
y más lejos. Si yacen o si derivan
de otro cielo, tardamos años
en ponernos de acuerdo. Nos hablan
de la rotación de la Tierra, pero sólo percibimos
el movimiento de las hojas, en otra rotación
casi amiga, que tampoco entendemos.
Lo frío,
lo caliente, el punto
justo en que se derrama el agua, ¿quién lo conoce?
¿Y las mareas? Ah, el mar es algo muy misterioso
y grave, sobre todo, momentos antes
de la tormenta.
¿Están ellas adentro
o afuera de esta cabeza?; ¿Viven en mí
o en sí? Cierro los ojos, y el mundo permanece
en calma. Los abro,
y ya no está más la estrella que miraba.
Nos sobrevivirán.
A grandes zancadas recorren la distancia
entre su obstinación y mi asombro;
sombras de la memoria: no bastan
para calmar la sed.
Incorruptibles, solas
–dientes de león o alas de mariposa–
siguen perteneciéndose a sí mismas:
en su continuo hacerse, en la hermética
sombra, junto a esta vieja lámpara
que se apaga.

Fuente: Lengua madre, Rafael Felipe Oteriño, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1995.


Lo mínimo

Tardamos años en comprender lo mínimo:
el golpe de la piedra en el agua,
la espuma desvaneciéndose en la orilla,
la hoja que se revela al trasluz
y así danza. Su abstracto jardín.
También en ellos está la mano de Dios:
más íntima, menos dolorosa, sin el peso
de guardar el abismo, libre
de su lección moral. Dios sabe por qué.

Fuente: Lengua madre, Rafael Felipe Oteriño, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1995.


Fondamenta degli Incurabili

Hay, en Venecia, un sitio: "Fondamenta degli Incurabili",
al que eran llevados los enfermos de peste para morir:
última estación de los que no tenían cura en Palacio.
Apartados del mundo, los incurables esperaban el mundo
en el que no habría querellas de tiempo ni lugar.

No hay ninguna forma de belleza en todo eso,
pero hoy, "Fondamenta degli Incurabili",
acunado por sus vocales abiertas,
suena tan dulce como decir: "Casa de Descanso".

Hoy, incurables somos nosotros:
prisioneros de una peste que nos separa del mundo,
bajo la excusa de permitirnos ver más claro y más lejos;
buscando abrigo en el oleaje,
canción en el rayo de sol que nos despierta,
la historia de nuestras vidas en la costilla reescrita de Adán.

Fuente: El orden de las olas, Rafael Felipe Oteriño, Ediciones del Copista, Córdoba, 2000.


El orden de las olas

Hemos permanecido muchos años en silencio
sin que el silencio dejara oír su plegaria.
En días iguales, mientras el caballo
balanceaba su cabeza de derecha a izquierda,
y en la sucia calle comenzaba el verano.
En cuartos cerrados, desplegando mapas
para conocer la geografía oculta del mundo,
hasta que el horizonte se abría
sobre la cabellera larga de las palmeras,
insomnes y remotas. ¿Qué portaban?

Porque hemos visto y esperado
todo cuanto un hombre puede ver y esperar,
y sólo vimos que lo más fuerte se adelgazaba
hasta desaparecer; que lo más sólido
se derrumbaba sin estrépito
y era cubierto por una fina luz agonizante;
que la sombra trazaba el arabesco
en el que todos nos extraviábamos,
sin destejer su trama. ¿Qué decían?

La Forma, la forma del mundo,
desintegrada también entre los dedos
apenas pretendíamos apresarla, comulgar con ella,
acercar nuestra súplica para su resurrección.
Una máscara le cubría el rostro,
y era esa máscara lo que veíamos. ¿Qué veíamos?

En la playa,
los cangrejos esperando la caída del sol
para iniciar su cabalgata en la arena y morir;
en la colina, entre las piedras calcinadas
de una ciudad desconocida,
las lagartijas cruzando junto a los pies
como latiguillos, instándonos
para que siguiéramos; allá en casa,
el invisible océano delante,
vestido de pétalo o de araña,
de arena fina o pez. ¿Hacia dónde íbamos?

Fuente: El orden de las olas, Rafael Felipe Oteriño, Ediciones del Copista, Córdoba, 2000.


Visible, invisible

Miraba a través de las ventanas
y nunca era lo mismo:
el paso de los hombres y los ganados,
las nubes por encima de la cabeza:
todo era distinto cuando lo miraba por segunda vez.

Lo que a la mañana era dardo o trigo o bola de billar,
a la noche era fósforo
y permanecía encendido como el mismo sol.
La propia sombra era una figura desconocida,
recortada en el suelo.

También la lluvia era otra, ¿quién podía reconocerla
por sus largos silbidos?,
¿qué la mantenía unida a la infancia?,
¿qué hizo que fuera consuelo y no abrigo?
¿Qué hay, fuera de foco, entre el presente y el pasado?

La vida toma de la vida su insistencia.
Todavía aturdida por la oscuridad,
no cesa de sustituir lo visible por lo invisible,
y de dar a lo invisible
forma de pájaro, de pez, de lirio joven: de rostro.

Fuente: Todas la mañanas, Rafael Felipe Oteriño, Ediciones del Copista, Córdoba, 2010.


Baba del diablo

Un dictum biológico
nos lleva a creer que el mundo
se cierra tras de nosotros, y que no hay nada nuevo
bajo el sol. Mentira,
mentira de viejos que no quieren oír
el crepitar de las llamas
cerca de ellos. Por suerte, el mundo es más joven
e impredecible
que sus huéspedes. Y todo es
una cuestión de perspectiva: lo accesorio
viola la suerte de lo principal,
el accidente  modifica el conjunto,
los meandros son y no son el río,
su espejo depende
de la corriente que pueda haber
aguas abajo. El futuro
es la gran incógnita y no está
en nuestras manos predecirlo. Menos aún
afirmar que no habrá futuro. La pervivencia –si la hay,
porque bien puede ser una baba
del diablo que se enreda en el cabello–
es liviana y ágil como un globo
de gas, en cuya barquilla estamos
solos e indefensos.
Lo que ha aprendido esta cabeza
es a echar lastre
y a no controlar el rumbo.

Fuente: Todas la mañanas, Rafael Felipe Oteriño, Ediciones del Copista, Córdoba, 2010.


Artes

Primero, el arte de ser derrotado;
luego, el arte de conversar a solas;
más tarde, la serena indiferencia;
por último, el arte de no ver nada
aun viéndolo todo.

Cuánto tuvo que aprender esta cabeza
para ser calva, enteramente calva
–por dentro y por fuera–,
en el camino de una nube
que se aproxima despacio.

Fuente: Todas la mañanas, Rafael Felipe Oteriño, Ediciones del Copista, Córdoba, 2010.

Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata en 1945. Publicó once libros de poesía: Altas lluvias (1966), Campo visual (1976), Rara materia (1980), El príncipe de la fiesta (1983), El invierno lúcido (1987), La colina (1992), Lengua madre (1995), El orden de las olas (2000), Cármenes (2003), Ágora (2005) y Todas las mañanas (2010). Su obra fue recogida parcialmente en Antología poética (Fondo Nacional de las Artes, 1997) y En la mesa desnuda (Ediciones al Margen, 2009). Recibió las siguientes distinciones: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966), Faja de Honor de la SADE (1967), Premio Sixto Pondal Ríos de la Fundación Odol (1979), Premio Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias (1983), Primer Premio de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (período 1985-1988), “Premio Konex” de Poesía (período 1989-1993), Premio Consagración de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires (1996) y Premio Esteban Echeverría (2007). Es miembro de la Academia Argentina de Letras. Reside en Mar del Plata, donde fue Magistrado y donde ejerce actualmente la docencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. “Desde sus primeros libros –escribió Guillermo Pilía–, Oteriño ha manifestado una constante vocación hacia la interrogación metafísica. Indagar sobre los hilos que sostienen la arquitectura del mundo y los que apuntalan nuestra existencia es la misma cosa. Ser uno con la flor, con el agua, con la piedra: de ahí que su poesía esté pudorosamente llena de humanidad. Con el tiempo, ese viaje hacia profundidades cada vez más abisales no lo ha apartado –como a otros poetas de su generación– de la transparencia. Al igual que Eneas, que al fin de su viaje al inframundo no encuentra las tinieblas, sino la luz de los Campos Elíseos, así también la más reciente poesía de Oteriño se nos presenta atravesada de claridad: de la dérvica sabiduría de quien ya ha aprendido mucho en este viaje: la derrota, el hablar a solas, la indiferencia; y el arte de no ver nada / aun viéndolo todo”. 

Foto: Rafael Felipe Oteriño. Fuente: Gentileza de Pablo Cipolla.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Mariano García Izquierdo

























Orden del día

En el borde de la luz
un zorzal apaga con su canto
el amargo vacío de la noche.
Desde el teléfono
tu voz hará
mucho más que eso.

Fuente: Del amor invitado y otros amores inventados, Mariano García Izquierdo, Edición C.R.B., La Plata, 1995.


Alegría

Por cruzar
la luz del mediodía
en plena ciudad,
por distraídos
y por buscarnos los ojos,
algún día
nos matará este amor
alegremente.

Fuente: Del amor invitado y otros amores inventados, Mariano García Izquierdo, Edición C.R.B., La Plata, 1995.


4

Agua inmaculada en el ojo de una niña celeste. Sus dedos borran el alambrado que nos separa. Me pide que penetre por el alambre. Sólo la mano. Toco un punto, la tersura del cielo.
Susurro de eslava que todavía oigo en el olvido o en alguna película de Bergman.
Me aprueba el azul de su mirada. Escondo el pulgar y libero cuatro dedos: Pronto cumplo así, le digo.

Fuente: Dulce Babushka, Mariano García Izquierdo, ICLA,  La Plata, 1999.


6

Canoa entre los sauces. Ni la luna podía nadar en un zanjón tan estrecho.
Goterón de ceibos, baño de lúdico cielo desde un mínimo círculo entre las ramas.
Por ese cielo volábamos en el humo de la zarzaparrilla. Fumándola, nos volvíamos íconos del cine, voluptuosos como el amor, la guerra y las cigarras que nos acunaban.

Fuente: Dulce Babushka, Mariano García Izquierdo, ICLA,  La Plata, 1999.


10

Perfumados trocitos de masticables blancos y rosados para las rubias de New York. Amar a Rebeca hasta el olvido que no existe. Jugar a la pelota de trapo a cambio de un primer plano. Sonreír en blanco y negro y gigante. Ver mi nombre en el elenco del afiche. Desnudar a Olga Subarry cortándole al ángel sus alas de nutria. Perfumar al amor en cartas con magnolias. Salvar a Bárbara Stanwick del número equivocado, ser el pequeño vigía lombardo, redoblar el tambor de Tacuarí, columpiarme en los ojos más lindos del mundo bajo el parral de mi patio y susurrar: Lauracha, te amo, antes de que Amelia Bence ruede por el palmar y Libertad Lamarque perversamente me ordene que a dormir llama el cucú. Hechiceras de grises luces, nunca supieron que yo podía escribirles el mejor personaje o besarlas hasta la palabra fin.

Fuente: Dulce Babushka, Mariano García Izquierdo, ICLA,  La Plata, 1999.


13

Dulce Babushka cuelga en su atardecer la canción de Solveigh entre un repasador bordado y la funda del edredón.
Cautivo en la rosa del horizonte el canto cerraba la tarde. Y la nostalgia –lejanísima en la mirada– ablandaría fronteras hasta diluirlas en una lágrima.

Fuente: Dulce Babushka, Mariano García Izquierdo, ICLA,  La Plata, 1999.


La vida o la vida

A Sergio Rigazio

Yo allá o vos acá.
No sé.
Lo que más jode de la muerte
es no poder contarla.
Y debe ser una novela fabulosa.
Una no novela
en un no lugar
en un no tiempo.
Road movie sin destino.
Y uno, solo, ahí
como un boludo;
todo el espacio
y toda la eternidad para mí solo:
Pero todos los muertos están así.
Solos.
Únicos.
No debería quejarme.

Fuente: La vida o la vida, Mariano García Izquierdo, Álgebra y Fuego Ediciones, La Plata, 2006.


Internado

A Iván Wielikosielek

Tres noches sin dormir
sin poder leer ni escribir;
oyendo
obligado
los dislates de la radio nocturna.
Ni la angustia
ni la nostalgia
ni la tristeza creadoras.
Nada.
El vacío absoluto.
Me veía solo
caído en la oscura desesperación
de una noche sin fondo
con los ojos como ofídicas luces.
(Si fue por lo que hice este castigo
más duele pensar
que fue por lo omitido.)

Fuente: La vida o la vida, Mariano García Izquierdo, Álgebra y Fuego Ediciones, La Plata, 2006.

Mariano García Izquierdo nació en La Plata en 1935, pero sus padres eran de Berisso. En esta ciudad vivió hasta su juventud y fue su primer Director de Cultura (cabe recordar que Berisso obtuvo la autonomía municipal en 1957). Allí incursionó en el teatro al lado de figuras como Lito Cruz y Federico Luppi. Luego inició una vida trashumante que lo llevó a residir en varias ciudades, hasta que, en 1973, se afincó de manera estable en City Bell. Fue redactor publicitario y periodista radiofónico. En Montevideo trabajó como libretista de radio y televisión. Escribió poesía, narrativa y teatro. Su obra publicada incluye los siguientes libros: Llegada al viento y otros poemas (poesía, 1958); Del amor invitado y otros amores inventados (poesía, 1995); Dulce Babushka (prosa poética, con ilustraciones fotográficas de Luis Alfredo Guruciaga, 1999); Los padres sin plaza (narrativa, 2005) y La vida o la vida (poesía, 2006). Publicó, además, la plaqueta “Poesía en diagonal” y colaboró con los textos de Berisso, fotomemoria 2 (sin fecha de edición), de Luis Alfredo Guruciaga. Dejó inédita una obra de teatro: Viva Isabel, que obtuvo el 2° premio en el  Concurso EDELAP de Obras Dramáticas en 1997. Algunos de sus poemas fueron incluidos en recopilaciones poéticas y formaron parte de muestras fotográficas y pictóricas. En un marco impregnado por la memoria nostalgiosa de los años vividos en Berisso –y poblado de constantes referencias al cine y el teatro–, la exaltación amorosa y el acoso inquietante de la muerte componen los motivos centrales de su creación poética. García Izquierdo murió en City Bell el 10 de marzo de 2006.

Foto: Mariano García Izquierdo. Fuente: C. C.

jueves, 7 de noviembre de 2013

María Laura Fernández Berro

























Terror de navegantes

Por el canal, un carguero, apenas en lastre, flota alto. En la herrumbre de sus costados puede leerse la vanidad de las derrotas. Un nombre de mujer, chorreado de orines y de grasa, espejea en la popa.
Desde las islas llega un humo acre de ramas salvajes todavía verdes. No se ve el fuego. Se huele. Un condimento excesivo, picante, volcado sobre el olor de vegetales que navega río abajo.
Río por donde todo vino y por dónde todo se va.
Río como un cuero de caballo extendido al sol. A veces zaino, a veces alazán, a veces tordillo, a veces azulejo.
Río a veces potro.
Río que enloqueció las brújulas de los conquistadores.
Río de miles de naufragios, ocultos por barro.
Al filo del viento, olas redondeadas y largas, venidas desde el Atlántico, traen el cansancio y la tristeza de la distancia recorrida.
Olas cortas y abruptas se topan casi de frente contra las olas viejas.
Contienda de agua que va de costado, mi río. Mi río.


Raíz y canto

La canoa ya recorrió el canal y enfila hacia el río. Un tronco volteado sobre el agua. Una garza gris y blanca emprende el vuelo, planea a media altura con una mínima torsión de alas. Es una joya en la luz del poniente, es una música en el aire, es un baile en el agua. Árboles penitentes rezan. Cuando el viento sople del sudeste, las raíces de los que imploran, caerán al río de pecados. Agua que canta, agua que sueña, agua que se revuelve a veces, agua que duele o acaricia, agua que cura, agua que lava, agua que cansa o salta enfurecida.


Color de barro

El cielo es un desierto azul. A lo lejos, una chalana hundida hasta la borda. El motor, carrasposo, apenas puede moverla. Carga troncos, ciruela, junco. En la popa, casi no queda lugar para su timonel: un hombre del color del río, con un cigarro sin filtro entre los dientes. Nomás siente el gorgoteo de esa hélice que distingue entre la de cientos de embarcaciones, la mujer color de barro que vive en la casa de madera y chapas con vocación de naufragio asoma a la barranca y saluda al paso con la mano derecha en alto. El timonel de la lancha se lleva su mano derecha a la visera de la gorra encasquetada hasta las cejas, inclina la cabeza. Cuando la chalana vira en el recodo siguiente, la mujer vuelve a meterse en la casa.


Como un barco viejo, el árbol

El viento y sus singladuras. El viento.
Somos peces de tierra angustiados, aterrados, que desde el exilio escribimos agua.
Y el río al costado del hombre. Chillidos de pájaros. Biguás, garzas.
Madera y carne la tarde hacia el sur.
El viento y sus singladuras. El viento.
En el canal, después de la tormenta, cayó un árbol seco. Volverá a ser tierra, orilla, cobijo. Volverá a ser árbol con otras raíces y con otras ramas y con otras hojas. Volverá a cantar. Se despidió de la tormenta como un barco viejo.


Rumor de arena, más allá

Vienen. Veo venir los juncos, el barco muerto, la palmera rígida, lejos. Vienen hacia mí los pájaros. Todo viene. Se quiebra el agua. Rompo la luz muda sobre el río. Los ladridos son ecos de otro mundo si remo. ¿Por qué un perro? ¿Por qué una orilla si el agua es el mundo? Huellas líquidas los remos dibujan detrás de mí. Cierta música es remar. Frasear el agua. El empeño de las manos. Filo y luz abren la orilla de árboles. Una garza esculpida vive. La sangre empuja, mueve, acerca el paisaje.
Entre los árboles, se alza el esqueleto de lo que fue una casa. Un túmulo de cosas, todas negras, todas verdes, todas en guirnaldas por ramas florecidas. Más allá, y en todas partes, un dulcísimo rumor de arena y agua en el tiempo. Y castañuelas de drizas.
Mi río, cada vez más cielo.


Sobre la arena rota

La orilla, sucia y náufraga, ayer soñó que venía una ola.
Espuma rota, errante. Y la luz.
Fue entonces que el agua se arrugó desde el centro hasta la orilla. Y vio la tierra abierta. Y vio los barcos oxidados sobre la arena.
Río como un animal echado, marrón, enorme.
Un ataúd de barro, el río.


Desde el fondo del río

Una goleta, contra el verde, flota como ave marina.
El tiempo suspendido es otro.
Se mece en el río pardo que es mar, como una mujer bellísima, la nave ensimismada.
Todo en ella atrae a los fantasmas de los que alguna vez vinieron.
Su mascarón de proa es una indígena bella y quieta.
Hace tiempo, naufragó en el fondo oscurecido del río.
Un loco, a oscuras, palpó su cuerpo roto, envejecido de proa a popa, y quiso abrazar la muerte.
Se zambulló en lo blando y fue tanteando la piel amada.
En el agua turbia acarició sus formas estremecidas bajo sus pies; provocativas.
La rescató del fondo.
Le robó al río un cadáver y durmió en su cuerpo rígido.
La miró durante siete días y se escapó con ella.
Un día, se dijo: “Navegar es preciso”.
El viento del sudeste arrancó agujas de luz al agua.
Navegó.


Luna líquida

Ahí está el río recostado, sin comprender.
Silencio hendido de espuma.
Velamen castigado, los árboles.
La luna y su anillo apretado de sangre. Una luna líquida, profunda, sin fin.
Los barcos, tristemente encallados, amarrados a lo oscuro.
Crispar el agua, escribir la vida.

Fuente: Variaciones del río, María Laura Fernández Berro, Babel Editorial, Córdoba, 2013.

María Laura Fernández Berro nació en La Plata. Es Licenciada en Letras, traductora y gestora cultural. Trabajó en el área de evaluación de proyectos y edición de la editorial municipal La Comuna Ediciones y en el área de extensión cultural del Palacio López Merino. Actualmente, su actividad está centrada en el Museo y Archivo Dardo Rocha. También coordina talleres de narrativa para jóvenes y adolescentes. Tradujo a Maupassant y a Le Clézio. Algunos de sus textos fueron traducidos al inglés, al francés y al portugués. Por lo demás, la apasiona el agua y en sus ratos libres se dedica a remar. Publicó una decena de libros; entre ellos: Esteban J. Uriburu, sacerdote y aventurero (ensayo, Emecé, 2000); Ana Mon, la transformación solidaria (ensayo, Ediciones Al Margen, 2002); El camino de las hormigas (novela, Ediciones de la Flor, 2005); Mujer que viene (cuentos, Ediciones Al Margen, 2009); La sangre derramada (novela, Babel Editorial, 2011) y ¡Piú avanti! Vida de Almafuerte (ensayo, La Comuna Ediciones, 2013). Obtuvo el primer premio de novela breve en el Certamen de Narrativa organizado por la diputación de Córdoba, España, en 2003, por El camino de las hormigas, y el primer premio en el Noveno Concurso de Novela Aurora Venturini, en 2010, por La sangre derramada. Este año, Babel Editorial dio a conocer Variaciones del río (poesía y prosa poética, con ilustraciones de Hugo Bastos), que recibió el premio Alberto Burnichon al libro mejor editado en la Feria del Libro de Córdoba. En la contratapa del mismo, destaca Hernán Jaeggi: “Los textos de Fernández Berro no tratan sobre el río aunque nos hagan mirar el río. En todo caso es un río simbólico el que recorremos: el río de nuestras vidas surcado por sueños, sirenas, hojas, barcos, pájaros, peces, cuerpos y voces. El ritmo juega un papel importante en estas Variaciones del río, donde el sonido de las vocales es un cauce, una canoa o un vientre y los rumores de la corriente son ‘vibraciones que resuenan en el agua de luz’. El río es, como dijo Octavio Paz, una ‘larga palabra que no acaba nunca’. Los textos se expanden y contraen al unísono y alternativamente, como las bajantes o crecidas del río ‘por donde todo vino y todo se va’, una paradoja que sirve para sugerir lo que se quiere decir: el mundo es un inmenso torrente y nuestras fuerzas son minúsculas letras a la deriva”.

Foto: María Laura Fernández Berro. Fuente: Gentileza de María Laura Fernández Berro.