lunes, 23 de septiembre de 2019

Carlos Aprea


Pie cortado

a Guillermo Lombardía, poeta (1952-2007)

Porque te había escrito luego de verte,
casi sin darme cuenta, una pobre rima:

“oh almirante, nuestro almirante yermo,
barco varado en cama de hospital,
tu triste figura caballero indolente        
resistirá la cera de Madame Tousaint”

y también, porque circularon por aquí esas versiones
sobre aduladores que esperaban como en Zorba,
un final repentino para saquearte los cajones:

“el mármol argentino o el bronce lapidario
con que algún fisgón advenedizo,
aprendiz de vampiro,
quiera silenciar tus repentinas        
pantagruélicas inconveniencias
bajo la máscara risueña
de la falsa adoración”,

y como esperaba que recibieras mi mensaje
(en la estúpida confianza de las botellas al mar)
te sugería:

“ojala un gesto tuyo y definitivo
avente esa carroña”                           

pero no quería hablarte de cosas tristes
y te cité tal cual, como lo hago ahora:

“porque tampoco quiero hablar de cosas tristes”         

porque te vi y aún te veo:

“…horizontal, como esa pampa
donde un matungo oscuro
llevó maná del cielo por los arrabales”

y sentí como aún siento que:

“tu museo navega con velas desplegadas
entre los detritus del porvenir
aun cuando alguien quiera
cuadrar tu insensatez
silenciar la voz debilitada
de tu preciado oficio”

yo, un grumete, observaba:

“también sos tripulante
de ese barco fantasma
que recorre el mundo
alentando la callada revuelta
la multiplicación de soles
y las altas mareas”

clavado en esa imagen del Policlínico
que no hacía justicia a tu humanidad
pretendía pedirte:

“que no te gane el sueño
todavía
que se demore
y que aún te bañe el agua de las fiestas”

todo muy emotivo, todo inútil.
Y al fin de cuentas ¿con qué derecho?,
te fuiste igual
y uno queda,
frente a tus versos poderosos,
brindando en soledad.


Supongamos Turkestán

a Pablo Odhe, poeta (1970-2012)

Prefiero imaginar tu parada argentina
sobre la proa de un barco ennegrecido,
ese porte ajeno a todo carnet de afiliación
o pertenencia,
salvo ese infinito océano primordial
donde la vida copula y renace cada día.

Tu sonrisa irónica y transoceánica
surcando el mar la mar
la rosa bisexual,
el humo de los fumaderos,
la sal de los monstruos marinos,
lo viviente como una mochila densa:
latidos desenfrenados en un cuerpo lento,
tu altavoz que no cambia el alcohol más preciado
ni la madrugada más bella
por el recuerdo de esa bahía de hembra alucinada.

La mariposa Spinoza 
posada sobre tu hombro,
avizorando desde tu altura la espuma de esos días fáusticos
sobre los acantilados de la Costa Brava,
y murmurándote, como una pasión triste,
la dulce canción final de los desterrados.

Ahora parece que te fuiste
al carajo marinero,
supongamos Turkestán,
a seguir arrastrando
tu voz en la poesía –poesía sobre tu voz–
con las maravillas que no morirán.
Escupiendo versos contra toda servidumbre,
sobre la grisura de un mundo
un poco más miserable y solitario.


La dama en el taller

a Ana Emilia Lahitte (1921-2013)

Horas bordadas, rosas amarillas,
luciérnagas soñando el sol que tal vez
las consuma por completo,
fugacidad de la belleza y turbulencia del ansia.

Mujeres que respiran el tránsito de otoño,
ademán delicado entre tazas de té,
voces agudas,
roces vivaces de las charlas
mecen las sombras frescas y
una tenue luz invade las ventanas
entornadas a las novedades de la calle.

Entre las mujeres, una dama,
tono reconocible, andar delicado.
Fija una imagen que semeja un estilo,
perfuma pasillos interiores,
con el suave calor de verbos
olvidados por los días veloces,
la herrumbre devoradora de nuestro tiempo.

Cordialidad y fervor,
atención y aliento, gracia generosa.
Como quien ha transmutado sus dolores,
hermosos huraños alegres muertos
que la acompañan,
humedades perdidas por los años,
aplacada memoria del llanto y de la ira,
soledades de los nuevos espinos de la desilusión.

Como quien ha transfundido
saberes de las sangres de los otros,
o del gran Otro –esa gran suma– en dones,
ofrendas a la persistencia de la vida,
silenciosa obstinación
de una tarea infinita.


H. P.

a Horacio Preler (1929-2015)

Ese cuerpo que yace no es Horacio.
Este rostro que contemplo extrañado no tiene 
el delicado color de infancia intacta, a resguardo de todo mal,
en el fondo de las pupilas.
Quizás el niño duerma ahora
con todo aquello que amó y aún amaba hasta ayer.
No está el gesto finísimo de una sonrisa sagaz
en las comisuras de esta boca breve y yerma.
Esta frente no tiene aquellas líneas de tensión
que dibujaba su avidez de vida, el asombro
ante el reiterado descubrimiento de la belleza
por parte de los jóvenes poetas
que peregrinaban a su encuentro,
o el dolor silencioso
frente a los gritos destemplados del mundo.
No está frente a nosotros rápido a escuchar
razones devaluadas
con paciencia infinita, con apego,
siempre en la vertical de una serena elegancia.

No es Horacio. Será otro.
Será Hugo Usatorre,
su salvoconducto en esta tierra,
una mera circunstancia ahora
para atravesar
un difícil, improbable adiós.


Minuciosa elegancia

a Jorge Muiña, librero (¿?-2017)

No alcancé a decírtelo: estuve en Cucao.
Me lo habías dicho: ¡no dejes de ir...!
con ese entusiasmo tan tuyo
que era casi una imposición.
Y sí, algo se percibía en las orillas,
algo con lo que vos jugaste siempre
y yo siempre desconfié,
por exceso de reserva o intoxicación racionalista.
Quizá esa violencia de la naturaleza descarnada,
el bosque húmedo que se pierde en la arena
y una nave de locos
que uno intuye anclada lejos
y sin embargo está tan cerca esperando
que de una vez por todas nos lancemos al mar.

Ahora ya no puedo esperar otras noticias tuyas,
y en cierto modo, lo prefiero,
no tengo ningún derecho a reclamarte nada, es cierto,
pero aun menos verte en una jaula inmóvil.
Tu ironía finísima siempre fue para mí
el juego posible de tu libertad,
una forma de elegante distancia
o de peligrosa cercanía.
Para mí y mis pudores, desde ya.
Y ahora que las noticias no son buenas,
y otra vez pienso que llego tarde, siempre llego tarde,
extraño esa elegancia,
esa cuidadosa y elaborada exasperación
desde donde gobernabas tus amores y tus odios.

Todo tiende a alisarse, a perder definición,
esos horizontes enrojecidos que se alejan,
esas playas del norte de Brasil que dibujaste en el aire,
la voz de una radio que se apaga
como una música que se lleva los momentos precisos, preciosos,
cuando nos permitiste
disfrutar tu disfrute por Tanner, Pound, Coltrane,
y tu desprecio por toda forma de domesticación.

Fuente: gentileza de Carlos Aprea.

Carlos Aprea nació en La Plata en 1955. Vive, desde siempre, en el barrio Villa Elvira de dicha ciudad. Cursó estudios en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP. Es Técnico Químico y cofundador de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la UNLP. Comparte su condición de poeta con la de actor, autor y director de teatro. Publicó seis libros de poesía: La intemperie (Ediciones Al Margen, 1999), Abrigo (Ediciones Al Margen, 2006), La camisa hawaiana (Libros de la Talita Dorada, 2010), Pueblos fugaces (Libros de la Talita Dorada, 2012), Villa Elvira (Pixel Editora, 2014) y Escaleno (Pixel Editora, 2017). A ellos deben sumárseles cinco plaquetas dadas a conocer por Libros de la Talita Dorada en 2009: Conociendo gente se viaja, El pájaro de las cinco y media, This is the end, week end, Política líquida y Teatros. Fue incluido en las siguientes antologías: 8 poetas (2° premio del Concurso Edelap de Poesía, 1997), Poesía - 36 autores (La Comuna Ediciones, 1999), Pan, amor y poesía - Culturas alimentarias argentinas (INTA, 2008), La Plata Spoon River (Libros de la Talita Dorada, Colección los Detectives Salvajes, 2013) y Antología Relámpago (Pixel Editora, 2014). Colaboró con las revistas Talita, El Hormiguero, El Espiniyo, Pasajes y Sismo Trapisonda, y con el diario Diagonales, entre otras publicaciones. Condujo programas culturales en diversas radios y dirige, desde hace varios años, el ciclo Poesía en la terraza. Los poemas incluidos en esta página fueron escritos entre 2011 y 2019 y permanecían inéditos.

Foto: Carlos Aprea. Fuente: Facebook.