I
Tras las rejas del tiempo
los años han creado un reloj
que marca la región inalcanzable
del poema.
El cuerpo dirige su mano
multiforme
hacia el fatalismo de la verdad
que abre la puerta secreta de la
melancolía.
Con el corazón desarraigado,
un antiguo habitante de la noche
recorre la infinita tristeza de
las piedras.
IX
Horizontal como la niebla
un dios muerto resucita cada día
el efímero goce del amor.
En un lugar de su mundo
los insectos trabajan con la
piedra
y cavan galerías
que dan al otro lado de la
angustia.
Es el milagro de la vida,
la búsqueda de extrañas
aberturas
para instalar un mito.
Sorprendido en su buena fe
un espejo espera encontrar
la imagen de la verdad.
Entonces sueña como un pájaro
abandonado
en el páramo de lo desconocido.
XIV
Dejamos la casa.
Los cimientos no nos pertenecen,
la tierra tampoco.
Las plantas, las flores, los
pájaros,
la dulce primavera
y el cruel invierno,
la soledad más estricta,
todo lo hemos heredado.
Soledad
El invierno llega
para instalarse en la mueca de
los días.
La impaciencia del olvido
se arrastrará por la memoria
y el corazón de un viejo, herido
de muerte,
llama a las puertas de las casas
vacías.
Un escarabajo destruye
el regocijo del amanecer
y las raíces de los árboles
sienten el dolor del parque
abandonado.
Las baldosas sueltas de la calle
miden el paso de los que se
detuvieron sin llamar.
El frío nos cala hasta los
huesos,
entonces, la soledad se dispersa
en el viento
como el celo de una mariposa.
El árbol del Paraíso
No es una planta de naranja lima
ni el árbol del Paraíso,
es un naranjo común bajo la luz
del sol.
En él se detiene la tarde
mientras un pájaro arrebata el
horizonte
y se fusiona con la noche.
Es un lugar común
como la melancolía de los
sentidos.
Bajo la sombra del naranjo pasan
los días
y se presiente el fin del
verano.
El corazón conoce
la altura de los sueños
que tiene un nombre original.
La lluvia hiere indiferente
la tierra que redime.
Bajo la ingenua mirada del
naranjo
toda la vida es un devenir de
sombras
que se parece al Paraíso.
Fuente: La vida se interroga, Horacio
Preler, Ediciones Al Margen, La Plata, 2012.
Horacio Preler nació en La Plata en 1929. Es abogado. Publicó los
siguientes libros de poesía: Institución
de la tristeza (1966), Lo abstracto
y lo concreto (1973), La Razón migratoria
(1977), El ojo y la piedra (1981), Lo real, nuestra casa (1991), Oscura memoria (1992), Zona de entendimiento (1999), Silencio
de hierba (2001), Casa vacía
(2003) y Aquello que uno ama (2006).
Obtuvo, entre otras distinciones, la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de
Escritores (1981), el Premio Consagración de la Honorable Cámara de Diputados
de la Provincia de Buenos Aires (1996) y el Premio de Poesía (trienio
2001/2003) de la Academia Argentina de Letras por Silencio de hierba.
Foto: Horacio Preler. Fuente: Poesía
argentina contemporánea, Fundación Argentina para la Poesía, Buenos Aires, 2001.
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