viernes, 22 de marzo de 2013

Alfredo Jorge Maxit




















Estética posmoderna

sustantivas andan
las palabras
no tienen lugar
los accidentes

mujeres
sin perfumes
ni carteras

evas
sin adán

sin paraíso

Fuente: Entreluces, Alfredo Jorge Maxit, UCALP, La Plata, 1996.


Llamado

Llama alguien
a la puerta
a la ventana
algo
alga
el mar
la noche.
Con la primera luz
las abejas están
sobre el cáliz
de la flor
callada
toda
a

Fuente: De Lengua y literatura y Poemas de aquí y ahora, Alfredo Jorge Maxit, La Luna Que, Buenos Aires, 2001.


Finitud

Finalmente, ahí están
–como en foto–
las ganadoras.

Faltan las salidas
de los márgenes,
las que también tuvieron
presente de página.

Bailarinas
de resignados mutis.

Multitud de voces
inconsultas
entre sombras callan
formas infinitas
del infinito poema.

Fuente: Con las palabras, Alfredo Jorge Maxit, La Luna Que, Buenos Aires, 2005.


Auxilio

Con una molestia de cinco centavos,
una pensión de gracia que no alcanza
para vivir, el ciego
transita el vagón de la noche.

Cualquier moneda sirve
de fósforo.

Fuente: Sombras de luz, Alfredo Jorge Maxit, La Luna Que, Buenos Aires, 2007.


Del pozo

La infancia tenía un pozo
y no faltaba un balde
que bajara a buscarla.

Hados sucesivos fueron
tapando la boca fresca.

Calló la roldana
la arrojada costumbre
de otro viaje.

Fuente: Sombras de luz, Alfredo Jorge Maxit, La Luna Que, Buenos Aires, 2007.


Parábola

Pedía subir al monte de las promesas,
alcanzar la gracia de presentir el Reino.
No advirtió la luz tras las persianas,
el repartido pan de cada día.

Fuente: En tránsito, Alfredo Jorge Maxit, La Luna Que, Buenos Aires, 2008.


Del ser

Copa infinita de árbol
que no devuelve el río.
La Nada tampoco
habita los espejos.

Pretensión de mortales
extenderse en los nombres.

Fuente: Cada luz, Alfredo Jorge Maxit, La Luna Que, Buenos Aires, 2011.

Alfredo Jorge Maxit nació en Colón, Provincia de Entre Ríos, en 1942. Es Profesor en Letras. En 1966 se trasladó a Buenos Aires y en esta ciudad vivió hasta 2008, año en el cual, tras jubilarse, regresó a Colón. Entre 1990 y 2008  trabajó, asimismo, en la Dirección del Departamento de Formación Cultural y Creatividad de la Universidad Católica de La Plata, lo que le permitió vincularse con numerosos poetas y escritores platenses, algunos de los cuales dieron pie a sus trabajos críticos y ensayísticos. Su obra poética publicada incluye los siguientes libros: Entreluces (1996), De Lengua y Literatura y Poemas de aquí y ahora (2001), Con las palabras (2005), Des/habitaciones (2006), Sombras de luz (2007), En tránsito (2008), La poesía desde los poemas (2009) y Cada luz (2011). De su obra en prosa cabe destacar: Cuentos de vida y nada (narrativa), Del transeúnte imaginario (narrativa), Y cierro los ojos (narrativa), Cuento sonámbulo (narrativa), El curioso impertinente (teatro), Los milagros de Nuestra Señora y la vecindad humana de Gonzalo de Berceo (ensayo), Los hilos de oro de las coronas líricas de Fray Luis de Tejeda y Guzmán (ensayo), Agua del buen manantial. Homenaje a Antonio Machado (ensayo), La razón doliente y los signos del jardín. Una lectura de la obra poética de César Cantoni (ensayo), El antiguo valle de Roberto Themis Speroni, un fragmento de eternidad (ensayo), Anotaciones de Horacio Castillo a su poesía y otras notas amigas (ensayo y recopilación de textos) y La cartera del padre Lantelme (ensayo hitórico-literario). Para Rafael Felipe Oteriño, “...Alfredo Maxit es un poeta del pensamiento y de la reposada meditación –también lo es de su otra cara: la del dramatismo interior–, queriendo decir con esto que se vale del verso como instrumento para ir más hondo y más lejos. Su capacidad para poner al descubierto la condición reveladora de la palabra poética lo muestra como un laborioso explorador de lo indecible. Cada vocablo tiene cabida en el poema por su sonoridad, pero rápidamente se convierte en el haz de luz que busca indagar la huella de lo indeterminado”.

 Foto: Alfredo Jorge Maxit, Fuente: Gentileza de Alfredo Jorge Maxit.

viernes, 15 de marzo de 2013

María Cecilia Font





















La madre de mi madre

Yo sé que vendrán días
de una triste espesura
porque has comenzado
a ser una
lenta
deshilvanada lluvia. Cuando
te veo, andariega aún,
con tu canto de manso cascabel
pienso
que el olvido guardará su semilla desteñida
para otra vez. Por eso
cómo duele
algunas tardes verte allí
sentada
esperando como una niña buena
que el viento deje de girar
el trágico molino.

Ahora que siente cansancio tu trineo
y la mano abierta
nervada de tiempo
está echando a volar tu última paloma.

Fuente: Cilanco, María Cecilia Font, Editorial Rodolfo Alonso, Buenos Aires, 1981.


Elegía blanca

Después
–también lo he pensado–
es necesario sitiar
la sombra de los pinos.
Descenderles la altura
y remolcarlos.
Uno a uno.
En silencio,
como si estuvieran enfermas las abejas.
Tenderlos a la sombra de otro árbol.
Convocar a las hormigas
y esperar que la tierra
se arraigue en la madera.

A los nidos
encontrarles el lugar
de una comarca nueva,
de un contorno inmóvil
parecido a la siesta del verano.

Y todas las tardes,
a la hora del paseo acostumbrado,
hilvanar con los ojos
sombra a sombra
el primitivo lugar
donde se alzaban,
puras,
las voces de la madre y los hermanos.

Fuente: Cilanco, María Cecilia Font, Editorial Rodolfo Alonso, Buenos Aires, 1981.


La huida

Muere solo el elefante
recordando sus vidas anteriores.
Muere solo el hombre
con el ansia cargada de mañana.
Y en la huida
pareciera ser
la vida
un presente
que equilibra.

Fuente: A Dios, que recuerde, María Cecilia Font, Editorial Rodolfo Alonso, Buenos Aires, 1994.


Buen día

Abrir la persiana
hacia la órbita
donde el mundo
detiene su marcha
en una imagen:
la escoba que barre
la vereda.
Hojas que fueron testimonio
del árbol de la vida.
Árbol que semilló en la puerta.
Puerta que se abrió a los comensales
del otoño.
Hojas.
Hojas.
En el living. En el comedor.
En la jaula del canario.
En la agenda
donde reza
“comprar escobas”
para barrer
la pátina dorada de los sueños
hechos de nervadura de tiempo
guardados
en el herbario de la memoria
del único habitante
cuando digamos simplemente
buen día
Dios.

Fuente: A Dios, que recuerde, María Cecilia Font, Editorial Rodolfo Alonso, Buenos Aires, 1994.


Extensión del cuerpo

Adentro del cráneo
acurrucado en la almohada
de los sesos
duerme el ángel.
Afuera
el desorden.
Un rayo enciende el polen ya sin flores
y la abeja huye
de los cabellos al viento.
No hay paciencia
y la mirada
es lenta
en el presagio.
La mano derecha
frota a la izquierda
como si nueva alquimia
pudiera disparar
un orden nuevo.
Se descascaran las columnas
como escultura
a medio construir.
El agua
se bebe a sí misma
y es cántaro que muere de sed.
Las rodillas
crujen en el ruego
echadas a rodar.
La garganta se pliega
y los ojos
despabilan
la memoria del cielo
una constelación
la ráfaga del lucero
mientras aplastas con el pie derecho
el día
y empujas con el talón
la noche.

Fuente: Sigilo de arco, María Cecilia Font, De los Cuatro Vientos, Buenos Aires, 2004.


María Cecilia Font nació en La Plata el 20 de noviembre de 1945. Es egresada de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Ejerció la docencia en dicha Facultad y en el Colegio Nacional “Rafael Hernández”. Publicó los siguientes libros: Impresionismo y expresionismo en “Raucho”, de Ricardo Güiraldes (ensayo, 1972), La libertad y el crepúsculo (poesía, 1972), Cilanco (poesía, 1981), Mito y realidad en Alejo Carpentier. Aproximaciones a “Viaje a la semilla” (ensayo, 1984), La espada más aguda (poesía, 1987), Forma del aire (poesía, 1991), A Dios, que recuerde (poesía, 1994), Sigilo de arco (poesía, 2004) y La gracia, los días (poesía, 2009). Sus poemas la hicieron acreedora de numerosas distinciones y fueron incluidos en diversas recopilaciones poéticas. A propósito de Sigilo de arco, señaló el diario El Día, de La Plata, en su edición del domingo 15 de agosto de 2004: “...la obra de María Cecilia Font es sin duda una de las más expresivas y singulares, revelando hondura y estricta sencillez en el lenguaje que ilumina lo cotidiano, precisión para descubrir las huellas del tiempo en lo anímico, y una enorme variedad de matices a fin de recrear la textura de paisajes interiores que la palabra evoca. Hay reminiscencias clásicas en la obra de esta autora y una capacidad de síntesis indudablemente elocuente, valiosa”.

Foto: María Cecilia Font. Fuente: www.mariaceciliafont.com

jueves, 7 de marzo de 2013

Horacio Preler





















XIII

Los ojos de la verdad se pierden en la niebla
y el canto rodado de la noche
interroga el recodo del camino.
El junco envejecido
llama a la puerta del viento
y el silencio cicatriza el pequeño milagro de la voz.
Un bosque iluminado
busca la luz amarga del olvido.


XIV

El árbol de la verde claridad
araña por un instante el corazón del agua
y la sombra del pino se transforma en rumor,
se pierde en claro desconcierto
y entra en la maleza del otoño.
Su sombra se agranda cada día
confundida con los antiguos muertos
que fraternizan en el silencio de la lápida,
tratados con dureza por el mito,
extraña debilidad de la leyenda
cercada por incrédulas memorias,
separadas del tiempo por una lengua corrompida.


XXIII

He comenzado a ver la historia
como un muerto indeseable.
Regresamos a la casa donde se encuentra la simiente
y la reja del arado derriba la caverna oscura del ayer.
El tiempo determina la fatiga de los árboles
y los días lastiman el corazón del alma solitaria.
El hombre se desplaza entre imágenes
y busca el ritual de la noche,
pero nuestra morada está en el luto,
mesas vacías,
ventanas devastadas
que sólo ven la muerte y el exilio.
Nuestra vida se esfuma sin retorno,
sin gloria,
la misma sombra frente a nuestros ojos,
el mismo pan amargo.


XXV

Los ángeles se pudren
en el ala quebrada de la espera.
Ellos vigilan atentos
a cualquier visión esperanzada,
a cualquier rencor que pueda superarlos.
Los ojos regresan al pasado
y sienten el dolor que puebla las espinas.
Las grises arañas de la melancolía
oyen el susurro de la niebla,
principio y fin de la palabra
que aquieta las heridas.
Un ángel reza y su voz se levanta,
ociosa, seductora,
sobre el frío de los sentimientos.


XXVI

El ritual de los hombres es azuzar al viento
y abandonar su propia mansedumbre.
El sol refleja las palabras vacuas
y la lluvia comparte la soledad de las espinas.
Los sueños se precipitan al vacío
y un trago de veneno nos invade
mintiendo a la fidelidad de los sentidos
como una lágrima en el ojo de la noche.
La memoria es un perro
que mastica las cuerdas del ayer
y acumulamos rencores que el tiempo
despojó de sus miserias.
Todo lo que avizoramos
es la tumba de un dios abandonado
regresando de una región que apenas conocemos.

Fuente: Pájaros oscuros, Horacio Preler, Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 2013.

Horacio Preler nació en La Plata en 1929. Es abogado. Publicó los siguientes libros de poesía: Institución de la tristeza (1966), Lo abstracto y lo concreto (1973), La Razón migratoria (1977), El ojo y la piedra (1981), Lo real, nuestra casa (1991), Oscura memoria (1992), Zona de entendimiento (1999), Silencio de hierba (2001), Casa vacía (2003), Aquello que uno ama (2006) y La vida se interroga (2012). Poemas suyos fueron incluidos en diversas antologías poéticas y publicados en numerosos medios gráficos y electrónicos, como así también traducidos al portugués y al italiano. Obtuvo, entre otras distinciones, la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1981), el Premio Consagración de la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires (1996) y el Premio de Poesía (trienio 2001/2003) de la Academia Argentina de Letras por Silencio de hierba. Según un comentario publicado en el diario Los Andes de Mendoza el 22 de noviembre de 1981, la poesía de Preler expresa “una verdad que surge del enfrentamiento de la conciencia lúcida del autor con su mundo circundante. Si nada tiene que ver esta poesía con  la orientada por las pautas del realismo histórico y, mucho menos, con lo que ha dado en denominarse ‘poesía social’, es evidente que asume la gran circunstancia de espacio y tiempo en que le ha tocado vivir al poeta.  Su voz denuncia, de modo tácito, la sombría desolación, la indigencia y la pesadumbre que vive el hombre de este ‘aquí y ahora’, proyectando sus amargas reflexiones hacia un orbe metafísico”.

Foto: Horacio Preler. Fuente: C. C.