martes, 13 de diciembre de 2016

Jotaele Andrade


Mosca sobre mi padre muerto

yo te hubiera preferido deslumbrante
hermoso mío
–y mantengamos en secreto esta tristeza

hubiera deseado que una luz enorme te tragara
que hubieras combustionado de pronto
y desaparecieras en un revuelo de cenizas
brillantísimas

pero estabas hundiéndote despacio
en medio de las cosas quebradas

tan despacio te hundías
como despacio crecen los árboles y los niños

lento en tu quieta carne
estabas
y nosotros alrededor

la mosca y yo

que no me atrevía a tocarte

¿qué diferencia hay entre esta mosca
que ahora revolotea en este aire
y aquella que se posó sobre el cadáver de mi padre?

aquella que no atiné a espantar
ni a matar

quizás porque la desmesura mortuoria de tu cadáver era todo cuanto
podía resistir el mundo

no lo sé

nada sé todavía

sólo decirme en una media lengua que eras un lugar apacible
para esa mosca
que posó
sus patas

y no que empezabas a heder como una fruta derrumbada bajo un sol implacable


Todo lo que vuela me da pena

me da pena
la viva estadía de los insectos en la telaraña
la pena roja de la sangre
que borbota de la herida

y qué es la pena
además del balido triste en la intemperie

además de esta inmensa soledad
donde el dolor atruena
con millones de puños
golpeando

qué es sino los signos
que dibujan en el polvo
nuestros dedos
donde indicamos lo más hondo
la increíble y disparatada maravilla
de haber estado
y haber gemido y amado
y dormido entre los días

pena me da el agua y lo inasible
y el color definitivo de la muerte

pena
pena azul del color azul
la pena aterida del agua dentro de la nieve
la pena negra de los colores que se abisman en el negro

y todo lo que vuela me da pena

el pájaro
el papel arrastrado por el viento
la niña que sueña
con corceles
sangrantes
en los ijares

los insectos y su insistencia de roer la luz
hasta caer fulminados
el papalote y la nube y los aviones
y las hojas arremolinadas

todo
todo lo que vuela me da pena

porque no dura el éxtasis de pisar el aire
en la rosa orgiástica de los días


Comienzo a pensar que debería hacer algo con mi vida

sobre la mesada
una marea de hormigas
se afanaba
en los restos de comida

amarronaban los cuchillos
el paño
que había sido utilizado
para recoger las migas

cruzaban por el vidrio del plato

algunas chocaban entre sí
y se detenían
moviendo las patas y las antenas

tal vez  preguntaran sobre cosas que desconoceré
por siempre

tal vez se disculpaban
o de un modo amoroso
se saludaban como viejas vecinas

tomé de esos venenos que vienen envasados
y presioné
con culpa
por toda la muerte
que sobre ellas
habría de acontecer

fue instantáneo
un soplo frío las hizo encogerse
y luego
fueron puntos congelados
sobre la mesada
y los desperdicios

ahora que me dispongo a recogerlas
para tirarlas en los residuos
me descubro mirando
fugazmente
por encima de mi hombro


Una fruta anómala

quizás nos conmueva
el amor
porque todo amor
es la emoción tonta
de caminar sobre una soga tensada sobre un abismo

o porque el mundo
adelanta su pie
doloroso

y el deseo
instala
su mano enguantada

y acaso
este pequeño amor
no es otra cosa
que un puñado de arena
contra el viento
entre todas las historias de amor
que han sido
en este mundo

y tal vez
por eso nos conmueve
en el fuego
la agonía de cuanto se revuelve
y crepita
hasta ser
arrojado a sus cenizas

y el niño
que entierra su inocencia
con el gato
o el avechucho

y el mármol
que ennegrece
en lápidas
y estatuas

digo que hay una terrible
correspondencia

una íntima simetría
entre aquello
que llega a su fondo
o muda
violentamente
con tu mano y la mía
entrelazadas

este puño que pende de nosotros
como una fruta anómala


Entre la luna y yo cruzó un pájaro

acaso
seguro
estaba triste
y llevara los ijares del caballo
que porta
en las alforjas
funestas noticias
seguro
acaso
preguntara
¿para qué
dios mío
para qué el mundo?

¿para qué dios y el metal del odio?

y es verdad
tal vez
que en mi costado
consintiera a la herida
preguntando
si no ofendí al acero con lo frágil de mi carne
–incluso a la mano
o si accedí al deseo como quien se marca el lugar donde ha
de ser herido

o pensara
acaso
y para qué lo que corre
si escapa de sí mismo

tal vez
seguro me pesara el amor
el pavor de las criaturas ante el trueno
el desorden gozoso de la vida

y buscara en redondo
los huesos de lo perdido

quiero decir
seguro
tal vez yo preguntara
por qué siempre pregunto
por qué este grano de sal bajo la súplica
y la rabia de estar muriéndome
y la rabia de vivir
y perdón
perdón
por la alegría
todos ustedes que conmigo mueren

fue entonces cuando entre la luna y yo cruzó un pájaro
porque ya era la noche
y la luna temblaba
hermosa y brillante
como una madre inalcanzable
o ajena

fue una saeta
un borrón

algo fugaz
como yo mismo

como todo el agobio
de interrogar
a la eternidad con un instante


La rosa orgiástica

yo parí a mi madre y retuve
entre mis manos
sus huesos de pájaro

y esos pobres huesos
crujen
y tratan de elevarse
porque un hijo no es otra cosa que una piedra o una cuchillada sobre el lomo

nadie debió esperarme más que yo mismo
más que mi sombra escondida
todavía
en la memoria del mundo

y si me abrazó el desierto
si el sol cavó en mi carne
fue porque soy proclive a desgastarme contra las cosas

porque veo reinos que se devastan y se construyen
cada vez que aletea
cualquier insecto

y porque yo inclino mi testuz ante lo instantáneo
pues sé que lo único que perdura entre los días
es el mineral
indivisible
del misterio

y acaso los huesos desperdigados de lo perdido
que buscamos como perros
o huérfanos

yo parí mi propio nacimiento

soy de una edad labrada en el terror del pájaro
apedreado

mi pena es una rosa orgiástica


La soledad es una misma tierra de sepultura

a veces tolero mi muerte del modo en que el perro
sus pulgas

envejece la carne del corazón
y la tarde se ensimisma en su caída

desearía
oh cómo desearía
no aferrarme al tablón en medio del naufragio

decir:
es hora de recoger el hilo de la pesca

o sentarme en medio del escándalo
a morder las frutas
verdes del desprecio

cavo en la carne de mi soledad
me aparto y me hago mío
con el barro reseco de mi existencia

a cada lado
me extiendo
como si abriera mi propia sepultura

y
detrás de mí
alguien golpea con su pala
y usa esa tierra
para cubrir su propia soledad


Esos pequeños crímenes

ese maravilloso pájaro que hemos muerto
de un golpe
una pedrada
levísimo en el sudario de su aire
en el fino polvo que opaca su plumaje
en el imperceptible gusano que horada su vientre
pesa tanto como un astro

o es la memoria de su vuelo
detenido como un árbol en sus raíces
cuanto ahora se desploma sobre la vajilla y los aniversarios

todo ha sido ese pequeño pájaro
una minucia entre los días y los libros
entre el humo de los incendios naturales y las lluvias
entre las hormigas y todas las palabras

ahora se desploma y el mundo cumple
riguroso
horarios
giros
estaciones

y nuestra lengua brilla y hace emerger
la oscura moneda para el salario de amor
que puntualmente paga
estos pequeños crímenes


Madre en el hospital

aturde por blanca
porque el aire vibra
tenso
a punto de cortarse
la sala de hospital donde mi madre ensaya
otra vez con su muerte
dignidades
modos de mirar las cosas por última vez
agonías

antes de entrar
miro las camas
donde yacen
ancianas
con los ojos licuados
en el blanco de sábanas
y paredes

me cuesta reconocer
entre todas ellas
a mi madre

apenas distingo
entre el blanco de las cosas
una fila de cuerpos blandos
sumergidos en un agua
o una sustancia
invisible
y persistente
desde donde emana
el resuello de la vida
como un solo animal
cansado

Fuente: La rosa orgiástica, Jotaele Andrade, Añosluz Editora, Buenos Aires, 2016.

Jotaele Andrade nació en La Plata en 1974. A los 6 años pasó a vivir en Azul, Provincia de Buenos Aires, donde desplegó una intensa labor cultural, coordinando ciclos de poesía, talleres literarios (como el del Refugio Morena Carús) y el Festival Internacional de Literatura y Acampada Poética de dicha ciudad. También en Azul cumplió con el Servicio Militar Obligatorio, acerca del cual escribió una interesante crónica autobiográfica titulada “Recuerdos de colimba” (para leerla pinchar aquí), que revela algunos aspectos de su personalidad y de su vida. Actualmente, reside en Buenos Aires, donde se recibió de psicodramatista en la Escuela de Arte y Psicodrama y donde coordina el taller de literatura de La Coop (librería y cooperativa de editoriales independientes). Publicó los siguientes libros de poesía: El salto de los antílopes (Ediciones El Mono armado, Buenos Aires, 2012); El oleaje del mundo (Editorial Azul, 2013); Elefantes con anteojos (Editorial Morosophos, La Plata, 2013); La mano del verdugo (Ediciones de la Eterna, Tucumán, 2014); Los metales terrestres (Añosluz Editora, Buenos Aires, 2014); Elefantes con anteojos, tomo I (Ediciones de la Eterna, Tucumán, 2015); El psicólogo de dios (Qué diría Víctor Hugo?, Buenos Aires, 2016); La rosa orgiástica (Añosluz Editora, Buenos Aires, 2016). En el prólogo de este último libro, señala Laura García del Castaño: “No estamos ante un poeta operacional sino pulsional. Un poeta que se funde a la música, sabe que en ella radica la voluntad que arrastra los poemas y los conduce al final si él desfalleciera en el intento. Andrade es un poeta del vacío, obsesionado con la despresurización de la materia, con lo residual del mundo, su fragilidad y su misterio, con el trance en que la muerte vive y se extenúa. Andrade perfora ese terreno vedado, roe la luz, y escribe. Pausa como si tuviese un control remoto y narra, con hondura de lente infrarrojo, con tonalidad febril por momentos perturbadora: la agónica cacería de lo irreversible, de lo que siempre está, estuvo y estará perdido. Transita el amor esa soga tensada sobre un abismo, la increíble y disparatada maravilla de haber estado y haber gemido y amado y dormido entre los días. Se irá despojando hasta invisibilizarse, se dejará ir lentamente como un cabello en el lavabo. Escribirá como si mirase por última vez, como si se alejara con cierta compasión, como si se apenara de deshojar la rosa orgiástica de los días. Escribirá como un perro o un huérfano que revuelve lo deshecho. Escribirá hasta recuperar algo que no ha sido cierto”.

Foto: Jotaele Andrade. Fuente: gentileza de Jotaele Andrade.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Romilda Poggio de Mendióroz

¿Primera poeta nacida en La Plata?


Pago las ofensas...

Pago las ofensas con moneda firme:
la moneda de oro de mi convicción
y con el silencio cubro los instantes
en que el alma labra su desilusión.

Moneditas de oro que se van juntando
y que silenciosamente crean soledad.
¡Cómo se hacen humo las ofensas malas
en el fuego puro de saber callar!

Perdonando siempre el alma se afina,
se torna su llama más clara y azul
y una dicha nueva, fresca y peregrina
abre su capullo de liviano tul.

Fuente: Mirra y rosa, Romilda Poggio de Mendióroz, Letras Platenses, tomo II, N° 11, La Plata, 1934.

Romilda Poggio de Mendióroz nació en La Plata en 1896 y murió en la misma ciudad en 1961. Era hija de Antonio Poggio y Ángela Bagnasco, un matrimonio afincado en La Plata desde los años que siguieron a la fundación. En 1919 se casó con el poeta Alberto Mendióroz (1895-1924), de cuya unión nació Hugo Enrique Mendióroz (1920-1994), autor del libro de poemas Resplandor (1959). Romita, como la llamaban familiarmente, fue educadora, poeta, escritora, autora teatral y reconocida conferencista. Se desempeñó, además, como Vicedirectora de la Escuela Graduada Joaquín V. González de la UNLP (Anexa) y, durante un tiempo, tuvo a su cargo una página dedicada a la mujer en el diario platense El Día. Entre sus libros publicados, cabe mencionar: Blancanieves (adaptación escénica en tres actos, 1935), Territorio espiritual (poesía, 1959), Sarmiento niño (teatro infantil, 1961) y Un gran silencio interno (poesía, sin fecha de edición). A estos títulos, debe sumársele el cuadernillo Mirra y rosa (poesía, 1934), editado por Letras Platenses, una publicación semanal que aparecía los lunes. Asimismo, completó la obra Aladino y la lámpara maravillosa, que su esposo dejó inconclusa y que luego sería estrenada en el Teatro Argentino de La Plata. En este mismo ámbito, también subieron a escena algunas de sus obras teatrales para niños. Hoy, sus restos descansan junto a los de su esposo en la necrópolis platense, en un espacio que fue cedido a perpetuidad a sus familiares por Ordenanza Municipal N° 2927 del 26 de octubre de 1962. Al parecer, Romita fue la primera poeta nacida en La Plata. Hasta el presente, no hay noticia de que otra mujer nacida con anterioridad a ella en dicha ciudad haya tenido alguna trascendencia poética. A su voz inicial, le siguieron, poco después, las voces de Sarah Lovisutto, María de Villarino, Tilde Pérez Pieroni y Ana Emilia Lahitte, entre otras.

Foto: Romilda Poggio de Mendióroz. Fuente: Letras N° 8, revista de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, La Plata, 1997.