domingo, 19 de enero de 2020

Claudia Bernazza


Hungría

Después, viajé a la última fotografía.
A las palabras que nadie pronunciaba.
A la llanura. A la guerra.

Furias galopes tribus caballos alas
una polvareda de montañas
en la mañana de las tierras bajas.

Álmos, padre de Árpád.
Előd, padre de Szabolcs.
Kend, padre de Kurszán.
Ond, padre de Ete.
Tas, padre de Lehel.
Huba.
Töhötöm, padre de Horka.

Ellos guardan en su boca
el nombre de los montes
lo protegen del olvido
del viento en la cara y de este viaje.

Sobreviene
una planicie
una fogata
un cansancio sin bordes.

Se abandona el viento
al costado del camino
se aceptan las rutinas.

Dicen que para ser Europa hay que pedir permiso.
Esteban negocia dioses a orillas del Danubio.

Reyes espadas turcos guerras cuchillos
La furia es un galope
que no cesa.
En el corazón del continente
extranjeros.
Los gitanos los eligen:
esta es nuestra gente.

Inventores de lenguas y palabras
han imaginado un río.
En su orilla
fundan dos ciudades
frente a frente.

Austria los necesita mansos.
Alemania más obedientes.
Rusia más disciplinados.
Estados Unidos más capitalistas.
Ningún bombardeo los detiene.
Detrás de la bruma y la ceniza, crece un puente.

Si les preguntan quiénes son
ellos responden:
Álmos, padre de Árpád.
Előd, padre de Szabolcs.
Kend, padre de Kurszán.
Ond, padre de Ete.
Tas, padre de Lehel.
Huba.
Töhötöm, padre de Horka.

Somos el huracán de esta llanura
somos dos ciudades y sus puentes.
Somos magiares en el sitio equivocado
somos Budapest
galopando eternamente a los Urales.

Budapest, 2013.


Enamorarse en Praga

De los duendes, del puente.
De las pompas de jabón y un chico corriendo a recogerlas.

Del relojero que inventó
el extraño mecanismo
para escuchar durante siglos
la campanada exacta.

Enamorarse.

Del dios de la cruz,
de los checos,
de los celtas,
de una falta de sonrisas que nos dice
que hemos llegado al frío y a lo duro.

Enamorarse.

Del nadir de las bodegas.
De las reclinaciones.
De los nidos cubiertos de nieve, vacíos.

De los bosques,
de las huellas en lo blanco.

De lo negro, de los magos, del agua de las alcantarillas.

De Alicia en sus espejos.

De tus pocas palabras en el puente
traspasando el aire
navegando el agua
amándome en Praga.

Praga, 2013.


Una playa en Cuba

¿Qué playa quieres, bonita?
¿Sobre qué arena despedirás el día?

Puedes elegir la alfombra pedregosa
entre muchachos que recogen peces afilados
para asombrar a sus mujeres.

O la playa que despeinó para siempre
el beso del huracán.

Quizás prefieras la que cuida el colonizador desde el morro
porque la reina de cabellos rojos
ha enviado a sus piratas.

O la playa de arenas finas
y palmeras del paraíso.

¿Vas a atardecer en el cayo
para amanecer con tu cuerpo empapado de ron?

¿Vas a elegir la playa de lluvia tenue
salpicada de revoluciones?

Podrás pedir la que quieras.

Porque en la Isla Mayor
tratándose de mar
todo sucede.

Playa de Siboney, 22 de noviembre de 2013.


Loving

Puedo darte amor en todos los idiomas.
Decirte hermosa en todos los lenguajes.
Alcanzar la cima de todas tus edades.

Dime tu nombre.
Dame tus ojos.
Encontraré a la caribeña que llevas escondida.

A cambio solo pido migajas de tu mundo.
Los billetes chicos, tu limosna.

Los pondrás en mi bolsillo,
en mi sombrero,
en mis cervezas,
sin que yo lo note.
El amor sabrá cruzar esa estúpida frontera.

Santiago amanecerá con tus destellos
olvidando los incómodos detalles.

Santiago de Cuba, 23 de noviembre de 2013.


Réquiem para Olga

El Conurbano siempre es un infierno.

Se murió la Olga.
Vestite, Berazategui, con tus mejores lutos.
Naranjas las banderas
naranja el alma
vamos a llorarla.

Es un partido
como siempre.
Hay que prender las luces a pedradas.
Colgar del aire las guirnaldas
abrir las estaciones
vestir los lunes de trabajo.

La maltería, Rigolleau, Ducilo
que las moles del sur regresen por un rato.
Se murió la Olga
que lo anuncien
los silbatos del vidrio y la cerveza.

Habrá un permiso provisorio para todo
un perfume a marihuana en las esquinas
un desfile de nombres y apellidos
orgullosos de vino.

Un guiño de quinielas
un paciente prostíbulo
para disfrazar de rojo los quejidos
y morir de abandono
resucitando a un sueño
donde somos los afortunados de la tierra.

Vamos a manguear a los tacheros
el pucho de la tarde
fumarlo en su homenaje
para que la Olga
que ya tuvo su infierno
prepare un cielo de quebrados.

Seremos carnaval
pasión de vicios
en la hora solemne del cortejo.

Nos verán
entonces van a vernos
marcharemos prostitutas
pordioseros
la loca de atar
los caballos hambrientos.

Tan pequeña
la pondremos ante dios
o ante los muertos
ellos tendrán que responder
por qué es pecado
amar a la vedette
vestirse de varón
criar dos pibas.

Tendrán que decir
a viva voz
a cielo abierto
por qué la vida es una mierda.

Cargamos un cuerpo
tan liviano.
Se apaga la flor
bajo la tierra.

Se murió la Olga.
Aquí nos ha citado
sin potestad
ni juez
ni parte.

Vivir es este apenas,
nos dice
se despide,
este último segundo
esta alegría.

Vivir es este grito
durando los instantes.

Fuente: Las palabras y los días, Claudia Bernazza, Prueba de Galera Editoras, La Plata, 2019. Libro digital, HTML: http://claudiabernazza.com.ar/laspalabrasylosdias/index.html

Claudia Bernazza nació en La Plata en 1960. Es Ingeniera Agrónoma (UNLP), Maestra Normal Superior (DGCyE), Magister en Ciencias Sociales con orientación en Educación (FLACSO) y Doctora en Ciencias Sociales (FLACSO, Argentina). Se ha especializado en Planificación y Administración Pública y ha publicado libros y artículos de su especialidad en numerosas publicaciones. Cuenta, además, con una vasta trayectoria en el ámbito académico y en la función pública nacional y provincial bonaerense. También participa en congresos, colabora con diarios y revistas y administra el blog Recetas y Política. Como poeta y escritora ha publicado poemas y textos diversos, destacándose sus libros Crónicas de la ciudad perfecta (novela, Ed. Al Margen, 1997) y Permiso para volar en tren (cuentos para niños, Ed. Corregidor, 2001). A fines del año pasado, dio a conocer Las palabras y los días, libro de edición digital en el que eslabona distintos géneros literarios (relato costumbrista, crónica de época, diario de viaje, prosa poética, poesía...), mediante los cuales ofrece un conjunto de hondas y emotivas  historias –algunas, por momentos, risueñas–, desplegadas en sitios con los que tiene vínculos afectivos o conexiones ancestrales. Así, el lector puede viajar imaginariamente por La Plata, Berisso, Ensenada, el Conurbano bonaerense, Cuba y el Este europeo, entre otras geografías. Para seguir la travesía completa del libro pinchar este enlace: http://claudiabernazza.com.ar/laspalabrasylosdias/index.html

Foto: Claudia Bernazza. Fuente: gentileza de Claudia Bernazza.

lunes, 6 de enero de 2020

Rafael Felipe Oteriño


El sueño del paraíso

Levinas fechó en 1941 el año
en que Dios abandonó el mundo.
Yo no había nacido,
mis padres recién se unían
y el mundo era para ellos
–y para el tesoro que cuidaban para mí–
un lugar hospitalario,
de luz cercana y aguas transparentes.

Comenzando a vivir,
la orilla del mar fue mi aliento.
Cavé y cavé, encendí lámparas,
deletreé el alfabeto,
y sin carecer de pan ni de hambre
–creyéndolos dormidos–,
sentí la piedra, el árbol,
el rechinar de sombras en la ciudad.

Por eso, quiero creer
que Dios está entre nosotros:
no para concedernos el paraíso
(son tantas las estrellas
que a diario desaparecen),
sino para que el sueño del paraíso
no acabe, y sepamos,
desde el deseo, continuar su búsqueda.


Lo que llevamos dentro

2

No me cuentes
de París o de Praga,
no me anotes la calle ni el número,
no me recuerdes
el Metro para llegar.

Quiero saber
del perro llamado Argos
que te guio
por la pequeña villa
de Emporio, en Thira.

Y del burro
que se perdió calle abajo
con su montaña
de hinojo
y el cascabel en el bozal.

Valen más
que cien guías de viaje
juntas.

Quiero saber
de aquello
que empapado de adiós
te pertenece.


La palabra que huye

Sólo la palabra que huye es la verdadera,
la que se levanta de la mesa,
la que rompe las filas,
la que corre calle abajo y no se detiene.

Alucinada por el cruce de caminos,
vías férreas, trenes subterráneos,
en el límite de su significado,
como una barca a punto de estallar.

De carbón, de hojalata,
borrada innumerables veces;
regla lesbia entre lo viejo y lo nuevo,
golpea nuestra ceguera con su bastón.

Profética en el interior: ¿qué lengua habla?,
¿cuál es su oración favorita?,
¿qué recuerda de Baudelaire?,
en qué barco ebrio huye trepada?

Para saber lo que dice, interrogo a la luna,
exploro el doble fondo del mar,
me detengo a oír las cuerdas de su lira,
antes de que todo se vuelva más oscuro.


Fin de año

El fin de año
me descubre cumpliendo
una rutina: caminar.

Un pie detrás del otro,
la mirada fija
en una línea borrosa
que se aleja
a la velocidad de los pasos.

No es mucho
lo que podría decir, si hablara,
aunque sospecho
que continuar esa marcha
lo resume todo.

Una travesía
que cambia del pardo al gris,
del ruido al eco,
de los anillos del agua
al liquen y la arena.

Pocas preguntas:
algunas, en extremo
imprecisas;
otras, en atropellado
desorden.

Las señales de tránsito
son mandalas
para adivinar el futuro
donde no hay
más que agua.

A derecha e izquierda,
coches veloces,
faroles encendidos,
el erizo de la mañana
en su mejor trabajo: recomenzar.

A pocos metros
y sin tocar la orilla,
lo mejor es proseguir la marcha,
pensar en la ola
y no alcanzarla.


Domingos

Domingos en los que yo iba descendiendo,
cayendo hacia atrás, doblándome,
y a mis espaldas, como sal en la herida,
la lluvia negra sobre los techos de la ciudad,
la lluvia que aviva la sed, la que no moja.

Y domingos en los que la pluma del viento
llamaba a la puerta hasta despertarme,
y el cuerpo se abría a la dicha como un sol.
Domingos en cuarteles, en patios cerrados,
en la media verdad de lo que nunca se ha ido.

Ansiada perfección, porque al cerrar el álbum
el instante perdura, la invisibilidad decrece.
Debían odiarse y no se odiaban:
velan para que la oscuridad resplandezca,
para que la confianza en la luz no se apague.

Fuente: Y el mundo está ahí, Rafael Felipe Oteriño, Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2019.

Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata en 1945. Publicó doce libros de poesía: Altas lluvias (Cármina,1966), Campo visual (Cármina, 1976), Rara materia (Cármina, 1980), El príncipe de la fiesta (Cármina, 1983), El invierno lúcido (El Imaginero, 1987), La colina (Ediciones del Dock, 1992), Lengua madre (Grupo Editor Latinoamericano, 1995), El orden de las olas (Ediciones del Copista, 2000), Ágora (Ediciones del Copista, 2005), Todas las mañanas (Ediciones del Copista, 2010), Viento extranjero (Ediciones del Dock, 2014), Y el mundo está ahí (Libros del Zorzal, 2019). Su obra fue recogida parcialmente en Antología poética (Fondo Nacional de las Artes, 1997), Cármenes (2003), En la mesa desnuda (Ediciones al Margen, 2009) y Eolo y otros poemas (Editorial Brujas, 2016). Tiene en su haber, además, un libro de ensayos sobre poesía titulado Una conversación infinita (Ediciones del Dock, 2016). Recibió las siguientes distinciones: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966), Faja de Honor de la SADE (1967), Premio Sixto Pondal Ríos de la Fundación Odol (1979), Premio Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias (1983), Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (período 1985-1988), “Premio Konex” de Poesía (período 1989-1993), Premio Consagración de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires (1996), Premio Esteban Echeverría (2007), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009) y Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras y codirige, en Ediciones del Dock, la colección Época de ensayos sobre poesía. Reside en Mar del Plata, donde fue Magistrado y ejerció la docencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Acerca de Y el mundo está ahí, explica el autor en el prólogo del libro:

Este no es un libro confesional, aunque contiene algunas confesiones. Fue motivado por atisbos y visiones más que por certidumbres. Lecturas, una palabra retenida al azar, el devenir de un hecho, algún recuerdo que se negaba a desaparecer, operaron como desencadenantes del verso.
No lo escribí para decir algo que sabía de antemano sino para esclarecer partes (“partes” en el sentido de fragmentos y de mensajes) de lo desconocido que quería explorar. Al cabo, para crear una zona iluminada donde pudiera hacer pie.
Contiene imágenes, ritmos, figuras de luz y sombra –físicas y mentales– con las que busqué poner en acto lo indecible mediante las formas, tiempos y espacios, paisajes y representaciones familiares de lo decible.
Cualquiera de esas alusiones podría haber dado nombre al conjunto, pero, finalmente, ganó lugar la frase que define el título. Con ella quiero destacar el asombro de que todo eso esté ahí, con la interpelación y la oscuridad de su sentido.
Lengua en estado especial, lenguaje dentro del lenguaje, palabra que habla de sí misma, la poesía –y a través de ella el poeta– da cita a una realidad que no existe fuera del orden de las correspondencias y analogías.
Muestra de que un poema nunca se termina de escribir, sumé al conjunto dos piezas de libros anteriores que tenían distinta resolución y que ahora, en renovada faz, se exponen nuevamente al compromiso de la expresión.
Menciono puertas, ventanas, muros y escaleras. Son símbolos que fueron pasajes en el camino de la escritura. Tal es el horizonte de estos poemas. Un universo sujeto a desplazamientos y desgaste, en el que nada muta definitivamente si no es para volver transfigurado.

Foto: Rafael Felipe Oteriño. Fuente: Y el mundo está ahí, Rafael Felipe Oteriño, Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2019.