lunes, 13 de noviembre de 2017

Gustavo Caso Rosendi


***

Pudiste haberme pegado con la parte que barre. Como si barrieras. Y no con la parte del palo. No recuerdo lo que hice mal con apenas once años, pero debió ser algo tremendo.
Claro que te he perdonado. Aunque cada vez que llueve, mis piernas se echan a correr muy lejos tuyo. Siempre lo hicieron, luego de aquel inconveniente. Y eso que les digo y les digo que sólo querías educarme. ¿Llovería esa vez? ¿Volví embarrado? Preguntas que me hago ahora que veo algunas propagandas de jabón para la ropa donde las madres sonríen y abrazan a sus sucios hijos y donde todo luego cuelga blanquísimo, en medio de un sol resplandeciente.
Alguna oportunidad en que te insinué este episodio, me respondiste que estabas orgullosa de la vez que tu padre te marcó la cara de un cinturonazo. Te podría haber pegado con la parte más blandita. No con la parte de la hebilla. Tenías seis años. Esa información también se la doy a mis piernas. Pero a ellas les cuesta entender. Y corren medio chuecas por aquel campito que ya no está y se suben siempre al mismo árbol, que tampoco (para poder odiar sin que nadie pueda verlas).
A pesar de todo esto, me llevan, a veces, a verte. Los días lluviosos me cuesta un poco más arriarlas. Pero van. Creo que pronto se harán amigas de tu carita enrojecida. Al menos tienen un tema de conversación. Algo en común. Algo interesante que contarse.


***

Uno se divertía con Patoruzú. Éramos niños. Si lo hojeáramos ahora, ya un poco menos inocentes, la lectura se haría bastante truculenta: nada peor que un indio domesticado. Un indio ubicado en el poder de la aristocracia, amigo de un coronel reaccionario, padrino de un estúpido playboy. De buen corazón, pura nobleza –en todo su significado. Un indio que ya no es indio sino patrón de estancia. Un indio que sólo tiene memoria de sus ancestros cuando de vez en cuando visita una cueva llena de oro.
No existe la masacre de los pueblos originarios en esta historieta. Se ubica a la víctima en el lugar de su asesino de una manera grotesca, y lo que es mucho peor: muy a propósito.


***

Fue en el cine Rocha.
La abuela Isabel me compró
el disco de Los Aristogatos.
Pero no tenía Wincofón.
Nunca pude escucharlo.
Por las noches, acostado, lo miraba.
Intentaba recordar esa música.
La imaginaba.
Miraba los dibujos de la tapa.
Así escuchaba.
Era feliz, creo.
Bastante triste, creo.
Pero tenía un disco.
Mi único disco.
Y una abuela postiza
con una sonrisa postiza.
Y un cine a catorce kilómetros.
Y una tarde de cine.
Y un trocito de pochoclo,
aún, entre los dientes.


***

Al despertar la cucaracha una mañana, convertida en Gregorio Samsa, se halló echada sobre una cama y, al alzar un poco la cabeza, contempló su vientre de piel blanca. Se irguió en dos patas, tambaleante, y se dirigió hacia el baño apoyándose en cada mueble que encontró a su paso. Luego de sacudirse una tripa que despedía un líquido amarillento, se miró al espejo y comenzó a enjabonarse. Una valija en el rincón de la pieza la esperaba. Tendría que viajar y preocuparse por negocios. La madre apareció por debajo de la puerta y le dijo que eran las siete menos cuarto. –Sí, sí. Gracias, madre –contestó una especie de voz escrita y jamás escuchada.
Luego siguió afeitándose, mientras se preguntaba por qué el destino era tan despiadado.
Bueno –pensó, enjuagándose la cara–, peor hubiera sido haberme transformado en Kafka.


***

Mi otro padre siempre comentaba una de las pocas películas que había visto en su vida: Feos, sucios y malos.
–¿Has visto –decía has visto– Viejos, sucios y feos? Él decía “Viejos, sucios y feos”.
Y yo le decía que no –aunque la verdad era que sí– para que me la cuente.
¡Se sentía tan pleno contándome algo que yo no supiera!
Cada vez que se tomaba una copa de más contaba lo mismo. Y yo lo miraba, me hacía que estaba totalmente absorto por la perogrullada de su análisis. Hasta que llegaba al final y sonreía, mientras yo pensaba lo feliz que les hace el arte a las personas, aunque sea en poquitas dosis.
Ahora, ¿por qué había abandonado todo eso, digo, ese arrebato de haber ido alguna vez al cine? Por qué se había quedado en Feos, sucios y malos no lo sabré nunca. La única certeza es que, poco antes de morir, él estaba viejo, sucio y feo.
No pude verlo muerto, yo me había ido lejos. Tan lejos como antes de irme lejos.
Pero lo imaginé sonriendo, como si acabara de contarla, una vez más.


***

A veces, casi sin querer,
medio de casualidad,
nos asomamos.
Y la luz que nos deja ver
a esa otra luz enjaulada
parece comprendernos.

El tiempo ha pasado.
Y el que sonríe desde ese papel no es
el que se conmueve sosteniéndolo.

Una gran mano acaricia
su propia manito hace ya mucho.


***

Treinta días sin mirar televisión. Nada de diarios. Algo leí, pero poco. No escribí ningún poema. Fui más común que el calafate.
Tuve un zorro que me siguió durante un rato como si fuera un perro. Hablé con el zorro, sin hablar. No me temió porque yo no le temí. Ninguno de los dos era una mascota. Pero alcancé a ser un poco zorro; y él, un poco humano. No nos pusimos ningún nombre.
Pero estoy seguro que mi último día en este mundo, ese zorro volverá a aparecer. Y volverá a seguirme a menos de dos metros. Porque algo que se ha comprendido tanto no puede –de ninguna manera– irse tan lejos.


***

Me vino un olor como a
Mis Ladrillos. Esos rectángulos
de goma que iban encastrándose
unos a otros hasta formar
una vivienda. Y el techito ese,
de cartón verde, para coronar
la construcción. Un hogar
era el fin. Y no el fin
de un hogar.
Pero todas esas casitas
se fueron desarmando
a medida que la gente
se iba. O se iba muriendo
(bueno, de alguna manera
se iban). O antes
de que se vayan.
Era como si ese juego
nos estuviera preparando
para otra cosa. Para el viento;
o para el cuento de Los tres chanchitos
que leeríamos más tarde. Como si
todo se armara y como si todo
de alguna manera se amara
en base al miedo; a alguna
especie de lobo que habitaba
dentro de nosotros.


***

–¿Por qué le tenés miedo
a la oscuridad? No hay nadie ahí
–decías, mientras tu mano
intentaba soltarse de la mía.

Y ahora que estoy
mirando desde adentro,
corroboro tus dichos.
No hay nadie aquí.
Ni siquiera tu mano.

A eso le temía.
A que en la oscuridad
no hubiera nadie.


***

Desde que llegué de la guerra, un sueño me persigue. De vez en cuando aparece.
Estoy en algún sitio, lejos, y no puedo regresar. Los ómnibus no paran. Los taxis siempre están ocupados. Igual, no tengo guita, aunque sí muchas explicaciones como para que alguien me lleve, pero no. No hay caso.
Es de noche, siempre. Y por más que espere y espere nunca llega el día. Espero un tren, pero no pasa ninguno. Ningún barco se arrima al muelle. –Se hace tarde, se hace tarde –me repito.
Y camino y camino sin saber muy bien hacia dónde. A veces llego a una ruina que era una de mis casas cuando chico, pero no hay nadie, ni nada adentro. Esas casas no son a donde quiero llegar. Quiero regresar a mi hogar. Al de ahora. Al único posible.
Y entonces despierto en mi cama. Abrazo a mi mujer que duerme, mientras le susurro –aunque no escuche– que ya estoy, que he regresado.
Y me pongo a llorar.


***

Jugar a la bolita con los bichos
encontrados debajo de una baldosa.
El miedo ovillado entre el pulgar y el meñique.
Eras muy malo para eso.
En la esquina lo perdías todo.
Tu bolsillo estaba liviano.
Siempre hubo otros mucho más vivos que vos.
Y también pasaba que te sentías así: bicho bolita.
Descubierto, frágil, enrollado.
Practicabas en el fondo para que nadie te viera.
Sin apretar demasiado; tratando de que el choque sea
lo mínimo y necesario.
Luego los regresabas a su sitio.
A los bichos y a la baldosa.
Sí, era un juego demasiado solitario.
Pero nadie perdía ni ganaba.
Era un juego.
Un juego de verdad.


***

Escribí la palabra “GRILLO”
y un grillo se posó sobre mi hombro.

Pensé que definitivamente la poesía
había venido a visitarme y me sentí
demasiado responsable.

¿Qué sucedería si atinara a escribir
“elefante”, “dios”, “demonio”
o tu nombre enmohecido?

Ya basta por esta noche.

 Fuente: Todos podemos ser Raymond Carver, Gustavo Caso Rosendi, Pixel Editora, La Plata, 2017.

Gustavo Caso Rosendi nació en Esquel, Provincia del Chubut, en 1962. Reside en La Plata. Es poeta y excombatiente de Malvinas. Publicó los siguientes libros de poesía: elegía común (edición artesanal, 1987), bufón fúnebre (Último Reino, 1995), soldados (Ministerio de Educación de la Nación, 2009, reeditado en 2016 por Último Recurso), Lucía sin luz (Ediciones El Mono Armado, 2016) y Todos podemos ser Raymond Carver (Pixel Editora, 2017). A estos debe sumárseles una selección antológica de su obra publicada este año por Hilos Editora dentro de la colección .55.65. Cabe agregar que la primera edición de soldados incluye un cuadernillo anexo para uso pedagógico en las escuelas como material destinado a la capacitación de docentes en temáticas relacionadas con la memoria crítica de la historia argentina. Poemas suyos figuran en varias antologías, entre ellas: El viento también recuerda (compilación de textos de excombatientes de Malvinas, Último Reino, 1996), 8 poetas regionales (Editorial Vinciguerra, 1997), Poesía 36 autores (La Comuna Ediciones, 1999) y Naranjos de fascinante música (Libros de la Talita Dorada, 2003). En 2000 grabó junto a Martín Raninqueo el CD titulado Poemas. Acerca de Todos podemos ser Raymond Carver, expresa Alejandro Schmidt en la contratapa del libro:

El tema de este libro es el del pasado y el de Lucía sin luz y el de soldados.
Como si no hubiera más que la memoria, sus capas de interpretación, su paraíso equívoco.
Caso Rosendi elude la monotonía (el patetismo) de lo elegíaco con una tensión donde la ironía (y, de a ratos, el humor) detiene la evocación, la vuelve instante... ahora. Intensamente.
El tono coloquial se sublima una y otra vez en el poder narrativo, quiero decir, lo que se cuenta es claro, preciso, puede verse pero, como en toda buena poesía, abunda la sospecha de lo Otro.
A veces, aquí, en libros anteriores, se interrumpe el tono, la voz llega directa, certera, a cada uno de nosotros, sin pretender más que lo necesario. Menos.
Un lenguaje despojado (que signa lo mejor de la poesía argentina contemporánea) y un gran sentido del ritmo.
“–¿Por qué le tenés miedo/ a la oscuridad? No hay nadie ahí/ –decías, mientras tu mano/ intentaba soltarse de la mía.// Y ahora que estoy/ mirando desde adentro,/ corroboro tus dichos./ No hay nadie aquí./ Ni siquiera tu mano.// A eso le temía./ A que en la oscuridad/ no hubiera nadie”.
El tema de este libro (infancia, padres, postales, muertos, anécdotas, amigos, todo el viento) es cómo sacar luz de los desastres.

Foto: Gustavo Caso Rosendi. Fuente: Todos podemos ser Raymond Carver, Gustavo Caso Rosendi, Pixel Editora, La Plata, 2017.

martes, 24 de octubre de 2017

Gustavo García Saraví


Esta mañana descubrí...

a Emilio M. Ogando

Esta mañana descubrí que soy viejo.
Un señor se ha quitado su sombrero
para hablarme
y una vecina ha vuelto
a preguntarme por mis hijos.
(Lo de siempre: la escuela, el crecimiento,
los cumpleaños.)
Además, encanezco lentamente
y ya tengo en las manos mi escritura de compra.
(La propiedad, se sabe,
raíz de la injusticia.) Sin embargo,
lo más triste de todo,
lo más concreto,
es comprender que la esperanza
es un vocablo y que la sangre
–mis viejos ríos de la risa,
de la pasión, del sexo–
apenas constituye una pequeña
marea de memorias.

Fuente: Con la patria adentro, Gustavo García Saraví, Los libros del mirasol, Buenos Aires, 1964.


Condiscípulos

Los condiscípulos
de los buenos colegios celebran con reuniones
y comidas sus fiestas de aniversario. A veces,
inclusive, regalan libros
con el dinero que les sobra,
costosos ejemplares de Ariosto, Tasso o Milton,
para la biblioteca y los alumnos pobres,
los muchachos de ahora
que seguirán alegremente a aquella
generación de triunfadores, nobles
lobeznos, voluntades a prueba de petardos.
Y hasta es posible
que les alcance para comprar un Martín Fierro
encuadernado en vaca, pura vaca,
vaca total, telúrica, madre y señora nuestra,
igual a los que adquieren
los yanqys que nos aman y protegen.

Se reúnen en noches luminosas
(no se sabe por qué nunca les llueve)
y lugares lujosos. Se abrazan, lagrimean,
hablan de su familia y los hijos actuales,
los grandes profesores
o el costo de la vida. Luego,
imperceptiblemente, mencionan automóviles
y salarios de criadas, mientras beben como
demonios y bromean sobre las alopecias
o la fuerza sexual y espían
sus ojales en busca de “Rotarys” o “Leones”.

Algunos pocos, como siempre, faltan
a la celebración: los resentidos
y fracasados,
dos o tres izquierdistas y un difunto.
El resto como fierro. Llegan desde el Oeste,
Puerto Madryn, Ushuaia con sus rostros
de astronautas felices, vencedores
de la horrible pobreza y el destino.

También
conversan, como es lógico, sobre temas profundos
y están en desacuerdo con los curas
tercermundistas
y los que no asistieron a la fiesta. Se trata
de una excelente
bandada de escolares,
Chacabuco, Maipú y Febo asoma.

Después del postre, el escritor famoso
pronuncia su discurso, mojan
en cognac los habanos y vuelven a sus casas
felices del encuentro, del donativo hecho
a la literatura
y de la placa que dejaron
sobre la tumba
del celador que odiaron como a nadie.

Sus amables mujeres soportan su tardanza
en llegar y sus vahos de alcohol o envidia,
y varias piensan
en el buen matrimonio realizado
y el porvenir de Felipito.

Se cree que dos de los fallutos
que faltaron estaban secos y que otro de ellos
–uno de los mejores– se muere en una sombra,
en un secreto, convencido
de que las furias, las violencias
(y tal vez los perdones)
son como rosas jóvenes que caen sobre la dulce
podredumbre del mundo.

Fuente: Libro de quejas, Gustavo García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1972.


Lago Mascardi

He pasado la tarde
tirando piedras, cantos rodados en el agua.
El Mascardi lamía mansamente
sus riberas, y el sol
jugaba como un tonto a dividirse en átomos
de luz sobre la espuma.

A mi lado, Mercedes,
me ha dicho no sé cuántas
cosas intrascendentes acerca de los peces,
las rocas, sus hermanas y los cuentos
infantiles que sabe.
Pero yo, abstraído, he pasado las horas
tirando piedras en el agua, fuera
al fin de mi epidermis habitual,
pensando simplemente en la tranquilidad
de no pensar ni comprender la vida,
ceñido sólo
a la delicia de dejar que pasen
por los ojos confusas, desvaídas imágenes,
o calcular, con cierta imprecisa tristeza,
cuántos cantos rodados
podría aún tirar
en el agua, si nunca me muriera.

Bariloche, 1956

Fuente: Libro de quejas, Gustavo García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1972.


Palabras para Eddie

Mi madre me conduce hacia todas las cosas.
O, mejor dicho,
todas las cosas me aproximan a ella,
a su ferocidad, a sus temibles siestas,
a los platos colgados
de las paredes
del comedor, a los encuentros
de indudable ternura que tuvimos
antes de su agonía,
a la pieza del fondo, a varias
muchachas de servicio, a su dramática
postura frente a la existencia
que, verdaderamente,
la castigó sin pausas ni piedades.

Claro que ahora
debo buscarla en otras superficies
y alegorías, en distintas
concavidades
parecidas a vientres de cuestionable afecto.
(No de balde también la muerte es una trágica
alegoría dada vuelta, la vida boca abajo.)
Y entonces la reclamo de nuevo, como un hijo
recién nacido, apenas un lactante,
en los lugares o personas más
absurdos: una tía, un cumpleaños,
una tristeza repentina
o en los refranes
que repiten sus nietos
–sin darme cuenta de que el tiempo
es un espejo a veces–,
un apellido distinguido
de los que a ella le encantaban,
una de sus amigas
sobrevivientes,
la iglesia San Ponciano.

O en símbolos o seres todavía
más increíbles:
la voz del analista, un racimo de flores,
comidas que ya no comemos,
cómodas de caoba. Y sobre todo tú,
tú, mi inocente, suma
de la paciencia que no tienes nada
que ver con mi angustia y tampoco
sabes acomodarme fetalmente,
ni darme de mamar, ni quitarme los miedos.
Tú, la sin culpa,
la dulce reemplazante que no reemplazas nada,
salvo mis nuevas culpas y traiciones
y soledades y arrepentimientos
y cunas lejanísimas y tristes.

Fuente: Libro de quejas, Gustavo García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1972.


Las mujeres que van a los bulines de los hombres

Las amantes irrumpen
alegremente
en los bulines de los hombres
entran como palomas, como brotes de muérdago
como espejuelos bailarines
sitian sus aposentos, sus balcones
sus pequeñas cocinas y entonces sí, la vida
comienza a ser, de veras
una jovialidad, un desahogo
una respiración
una ciruela que madura
detrás de las orejas.

Se instalan cerca
de las botellas
el tocadiscos
las ventanas, los libros tirados por el suelo
y empiezan a fumar
a reírse, a contarnos sus cosas más profundas
los divertidos cuentos
de los esposos
burlados, de los hijos
de los papeles
que hay que firmar para casarse en Méjico
de las modistas
del amor que nos tienen.

Luego se quitan un zapato
una incitante media, un rictus de temor
una pestaña y cuelgan suavemente
de la cama los aros, las pulseras
los peinetones, las hebillas
las ajorcas de niebla, los anillos
de compromiso
los cinturones
de castidad e inician
la ceremonia, los gemidos
las esperadas nupcias, la ascensión a los Alpes
los apagados
sonidos que provienen
de sus abejas interiores
de sus celdillas ácidas
y colmadas.
Después, el olfato, el oído
el poderoso tacto se pueblan de rumores
crecen mágicamente y los malvones
las perchas, los retratos
son otra cosa: un sueño, una sevicia
de nata y terciopelo, una serpiente
de nácar, amaestrada y hermosa, un veranillo
de San Juan, una
bandera.

Las amantes
cumplen su cometido, danzan alrededor
de los jarrones, del crepúsculo
del humo, vuelan
hasta tocar el techo
y finalmente salen, presurosas
en busca de los niños, de la madre
de una radionovela impostergable
hasta el próximo miércoles
hasta el lunes que viene
hasta el domingo bien temprano.

Fuente: Salón para familias, Gustavo García Saraví, Compañía Impresora Argentina, Buenos Aires, 1977.

Gustavo García Saraví nació en La Plata el 29 de diciembre de 1920 y murió en Buenos Aires el 19 de mayo de 1994. Durante varios años vivió en Posadas, Provincia de Misiones, ciudad que lo declaró Huésped de Honor en 1992. Fue poeta, escritor y abogado. Publicó, entre otros, los siguientes libros de poesía: Tres poemas para la libertad (1955), Monografía para mi muerte y otras soledades (1956), Los sonetos, (1958), Los viajes (1960), Sonetos de amor (1963), Con la patria adentro (1964), Del amor y los otros desconsuelos (Prólogo de Jorge Luis Borges, 1968), Libro de quejas (1972), Cuentas pendientes (1975), Cuadernos del Ecuador (1976), Segundas intenciones (1976), Salón para familias (1977), Última instancia (1979), Ensayo general (1980), Escalera de incendio (1981) y Puerta de embarque (1986). Como reconocimiento a su labor poética, la editorial madrileña Empeño 14 dio a conocer en 1981 sus Obras completas. Recibió, asimismo, numerosas e importantes distinciones, entre ellas: Primer Premio de Literatura de la Provincia de Buenos Aires (1952), Premio Internacional de Poesía del diario La Nación (1963), Premio Regional y Nacional de Poesía (1974 y 1977), Premio Internacional de Poesía Leopoldo Panero (1981), Premio José Luis Núñez (1981) y Diploma al Mérito de la Fundación Konex (1984). En 1990, la Municipalidad de La Plata lo designó ciudadano ilustre. De espíritu escéptico, García Saraví cultivó el soneto y el verso libre por igual. Su pluma abordó los temas más diversos, como el amor, la familia, la soledad, el tiempo, la vejez, la muerte, la patria, los héroes, la injusticia social, y lo hizo, unas veces, con dolorido acento y, otras, con ironía impiadosa. Perteneció a la generación neorromántica del 40.

Foto: Gustavo García Saraví. Gentileza de Cristina Sathicq.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Julián Axat


Un arcoíris en calzoncillos*

Leer poesía ante 3000 personas no es lo mismo que
hacerlo en un salón entre 5 poetas una copa & humo
con 10 espectadores y una editorial pacata de 300 ejemplares
Leer poesía ante 3000 personas en una plaza pública
no te debe inflar el pecho como a un Maiakovski
pues ningún poeta será un rock star con penacho
y pocas veces se repite en estos tiempos
leer poesía ante 3000 personas es un hecho inédito
como un arco iris en calzoncillos
como la voz que viaja en versos
con fuerza de publicidad.

*El título juega con “Una nube en pantalones”, poema de Vladimir Maiakovski.


Despedida menor
(Despedida de la Defensoría 16)

Anoche soñé
con todos los pibes que defendí en estos años
se acercaban a pedirme que no renuncie
que me quede a abrazarlos una vez más
que los asista les explique la causa de su mal
el origen de los golpes que los traían hacia mí
que escribamos el último poema y que vayamos
de la mano ante el juez de los sueños perdidos
a exigir por los próximos años
no creo irme muy lejos les decía
entonces uno de ellos el mensajero
sacaba una hoja y me la extendía
para cuando despiertes me decía y yo leía un símbolo
un símbolo que no recordaba cuando despertaba
y mi hija de 4 años me llamaba a los gritos
desde su habitación.


Off shore

Fugarse
Fugarse de la vida
Fugar a los que no tienen nada
Fugar la riqueza de los que no tienen nada
Fugar la necesidad de otro mundo posible
Fugarse del otro porque le tengo miedo
Fugarse a una isla y alambrar mi perímetro
Fugarse de los miserables de los que nada tienen que perder
Fugar la esperanza y el sueño a un paraíso más parecido al infierno de lo ajeno
Fugarse de la infancia perdida y no recobrada
Fugar el encuentro hacia el desencuentro de unos pocos
Fugar la revolución en los ojos de un burócrata del ajuste
Fugar el propio suicidio en la colonia de la mente
Fugarse del padre y de la madre fugarse de Dios
Armar una cuenta en el paraíso de los muertos
& pedirles a ellos clemencia & fuga cuando todo estalle
Fugar la memoria y la narración
Fugar la mirada y la sensibilidad
Fugar la pasión y las ganas de cambiar el mundo
Fugarse de todo y de todos hasta que
Fugarse sea…
El egoísmo que nos devore


 El Palacio de Justicia

A lxs trabajadorxs de ATAJO

Las villas no tienen palacios de justicia
tienen capillas & centros de información
enviados policías punteros referentes & servicios infiltrados
las villas no tienen palacios de justicia porque
el poder judicial nunca se embarra
te atiende de saco & corbata tras el mostrador de Talcahuano
& los códices comentados en latín
dicen que las villas no deben tener palacios de justicia
sino derribadores de bunkers & allanamientos masivos
resolvedores de problemas desalojos & pibes descalzos mujeres golpeadas
falopa & la mayoría de gente honesta que vive
haciendo cola en un almacén donde también te remarcan
o te cobran canon por estar & tratarte de peligroso
porque la villa no tiene palacios de justicia
& es un sueño que lo tenga
& por el ojo de la cerradura entre algún día el palacio humano
demasiado humano menos palacio más justicia
más camello & menos corbata

 
El día que Maiakovski disparó al cielo con un arma que le dio Lunarchaski*

En 1918 Dios fue sometido a juicio
por sus crímenes contra la humanidad
En el banquillo de los acusados se colocó una Biblia
Los fiscales presentaron numerosas pruebas de culpabilidad
basadas en testimonios históricos sobre la crueldad de Dios
La defensa pidió la absolución por demencia evidente y
por desarreglos psíquicos irreversibles
El tribunal encontró culpable a Dios de todos los cargos
y lo condenó a muerte
En el amanecer del 17 de Enero de 1918
un pelotón de fusilamiento disparó cinco ráfagas de ametralladora
contra el cielo de Moscú y cumplió la sentencia
Tiempos después Lunarchaski, el comisario cultural de la revolución, dijo:
“Dios no existe. Lo fusilamos nosotros allá por 1918”.

*Variación de un poema de Rimbaud en la CGT (2014).


El Estado se retira de la poesía

& vuelven
los versos perfumados con deudas contraídas
a las multinacionales del intimismo y el salón
Los mercaderes de las palabras
el pago a los buitres & no a los albatros
la sangre cartonera
el cualquerismo sin fin
vuelven los museos sin próceres & sin panes
las tertulias con el rey local de Mondadori
& nada de alpargatas
sí de mocasines
& los malos vuelven
los muy malos no los malditos
ahora vienen a tirar balas contra la sombra
de Evaristo Carriego
porque el Estado
el Estado se retira de la poesía
claro que
después de no haber entrado nunca
pero sí anunciarla
con bombos & platillos


Poema nacido al pasar de una frase de García Linera en un discurso
brindado en Argentina en 2016

Ellos son los muertos vivientes
Por donde pisan arrasan y esparcen la peste

Ellos abren la grieta más a fondo y después claman
Por la paz de los cementerios y la reconciliación nacional

Ellos ponen a los verdaderos muertos de esta Historia
Nosotros los lloramos y recordamos con justicia

Ellos son los muertos vivientes

Nosotros / La vida


Noticias cruzadas de la villa

Desalojan el barrio de la toma pacíficamente
Las hilanderas se juntan y arman un taller de derechos

Asesinan a un menor de edad en la puerta de
Se inaugura un centro comunitario para atender casos de

Un grupo de narcotraficantes dispara contra
Homenaje a cura villero desaparecido en la

Son secuestrados 200 kg de cocaína de máxima pureza
Cooperativas desarrollan emprendimiento sanitario

Enfrentamiento entre dos familias y la policía no interviene
Festejan día del niño en la Iglesia de… y entregan juguetes

La mafia de las viviendas avanza dentro del barrio
Ministerio del interior entrega 500 DNI gratis

Policías abaten a dos personas en enfrentamiento por robo piraña
Un juez decomisa casa de presunto narcotraficante y la entrega a las Madres del
Paco

Una mujer es golpeada salvajemente
En la OFICINA DE VIOLENCIA DOMESTICA DE LA CORTE no se deciden a
descentralizar su servicio en las Villas

La basura se amontona en la esquina y hay cada vez más ratas
La cooperativa de basura empadrona nuevos trabajadores

Los extranjeros cometen cada vez más delitos y exigen deportación…
En la ciudad de Buenos Aires los trabajadores provienen en su mayoría de barrios
periféricos

La ambulancia del SAME no ingresó y murió desangrado
En el comedor de… pasan 800 personas por día


Coloquio en Pocitos

Junté pedazos de la infancia gaucha de Lautremont y Laforgue
pinché en el cielo lo que quedaba de las libélulas de Di Giorgio
quise aspirarme todo lo que se metía Escanlar en sus fosas nasales
& deambular entre las sábanas disecadas de Idea y Onetti
en la noche rellené crucigramas y aprendí espiritismo con discípulos de Levrero
antes de que salga el sol hice pis sobre la lápida de Benedetti
& me imaginé bebiendo cicuta con Herrera y Reissig prometiéndole que volvería
Junté pedazos de mí mismo abrí los ojos y retorné a la conferencia de juristas

Fuente: Offshore & otros poemas, Julián Axat, Ediciones Periféricas, Buenos Aires, 2017.

Julián Axat nació en La Plata en 1976. Es abogado y vive en City Bell. Fue Defensor Oficial del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil de La Plata y, actualmente, dirige el Programa de Acceso Comunitario a la Justicia de la Procuración General de la Nación. Publicó los siguientes libros de poemas: Peso formidable (2004), Servarios (2005), Medium (2006), Ylumynarya (2008),  Neo o el equipo forense de sí (2012), Musulmán o biopoética (2013), Rimbaud en la CGT (2014) y Offshore (2016). Una edición aumentada de este último, publicado en Chile, fue impresa recientemente en la Argentina con el título Offshore & otros poemas. Figura en varias antologías poéticas, entre ellas: Resistencia en la tierra (2014), Giovane poesía latinoamericana (2016) y Atlas de la poesía argentina (2017). Algunos de sus poemas fueron traducidos al inglés, francés y portugués. Creó y dirige la colección Los Detectives Salvajes de la editorial Libros de la talita dorada. Editó, además, la antología Si Hamlet duda, le daremos muerte (2010), que reúne a 52 poetas argentinos nacidos a partir de 1970, y La Plata Spoon River (2014), una recopilación de poemas de varios autores que hacen referencia a la trágica inundación que enlutó a los platenses el 2 de abril de 2013. Colabora con diarios y revistas del país y del extranjero. Acerca de Offshore & otros poemas señala Absalón Opazo en el prólogo del libro: “La lectura de los poemas de Offshore tiene que ver con el blanqueo de la injusticia capital que a diario se emite por cadena de radio y televisión, y al cual estamos sometidos por la altisonante magnitud del aparato mediático transnacional. La poesía, en ese sentido, cumple en esta entrega de Julián Axat con su misión de agujerear ese velo nuboso de cotidianeidad manipulada y teledirigida, que nos hace odiar y linchar al pibe que roba un celular o unas zapatillas, y al mismo tiempo votar y elegir a políticos que guardan sus ganancias sin rendir en paraísos fiscales. La impunidad del gran ladrón es una de las grandes tragedias que atraviesa nuestra época, y en ese sentido, Offshore agarra correctamente el pulso de la crítica y propone una re-lectura de los hechos mediante el sentido común que caracteriza la búsqueda de la poesía social, o al menos, de cierta poesía social”.

Foto: Julián Axat. Fuente: Offshore & otros poemas, Julián Axat, Ediciones Periféricas, Buenos Aires, 2017.

jueves, 28 de septiembre de 2017

Roberto Themis Speroni

En el quincuagésimo aniversario de su muerte


Es la verdad. La tarde de aquel día...

Es la verdad. La tarde de aquel día
lo sorprendió clavado en el madero,
como al hijo de un simple carpintero
cuya mujer llamárase María.

Asombróse. La frente le dolía,
los miembros parecíanle de cuero.
Miró a sus pies: el valle... Un agujero
con alguna ciudad, vaga y sombría.

Sintióse con los párpados muy viejos.
Tres mujeres lloraban a lo lejos.
–¿Por qué lo harán...?, se dijo tristemente.

Un centurión dormía sobre el lodo.
Pensó: –¡Qué cosa extraña...! Y de ese modo,
cerró los ojos e inclinó la frente.

Fuente: Tatuaje en el viento, Roberto Themis Speroni, Edición de la Municipalidad de La Plata, 1959.


La tierra que me den cuando me muera...

"Tierra le dieron...”

La tierra que me den cuando me muera
la quiero de llanura, entre colinas;
tierra de labrador, con golondrinas,
con caballos de sol y primavera.

Bajo la Cruz del Sur, si se pudiera,
entre tallos y sombras cristalinas,
en esos sitios claros que imaginas
cuando el alma es igual a la madera.

Quiero habitar mi muerte como el canto
la garganta del aire, como el cielo
la gruta del espacio luminoso.

Y olvidado del párpado y del llanto,
estar allí, dispuesto a todo vuelo,
como un pájaro inmóvil y dichoso.

Fuente: Tatuaje en el viento, Roberto Themis Speroni, Edición de la Municipalidad de La Plata, 1959.


Saldría a dar excusas por ser hosco...

Saldría a dar excusas por ser hosco,
si eso significara
alguna mejoría para el árbol;
si con ello lograra separarme
de los legisladores, de los pulcros
inspectores del ocio. Sí, saldría
con la inocencia del titiritero,
alejado de tóxicos, llevando
una higiénica flor, una estampilla
de carácter azul, algún diploma
de fascinante título y ornato.
Me iría con un perro de diamante,
con un lacustre amigo vagabundo,
y en un mercado o en un templo griego
dejaría mis vendas, mostraría
mi brusquedad de origen argentino.

La gente, a lo mejor, los contratistas,
los empresarios, los patrocinantes
del infortunio, los subastadores
de la piedad, quizá me disputaran,
quizá ofrecieran bolsas de sal gema
por mi disculpa pública, por eso
que justifica a los desventurados
ante los mercaderes y los jueces;
pero sucede que no estoy dispuesto,
sucede que me acuerdo de un enano,
de un caballo ulcerado, de un recorte
mostrando a un desgarrado centinela,
a un niño de alcanfor, a una chalupa
volteada por el mar, y no transijo.

Vuelvo la espalda. Sé que para entonces
sobrarán las excusas y rituales.

Fuente: Padre Final, Roberto Themis Speroni, sin mención de editorial, La Plata 1964.


Vino el amigo, el lúcido gitano...

A Eduardo Squirru

Vino el amigo, el lúcido gitano,
el que tiene guitarra y seis mujeres,
y los dientes azules y la vida
inscripta en un notable crucifijo,
y se quedó a comer, después de abrirse
la frente y el perímetro del pecho.
Eduardo vino desde su sonrisa,
desde su muerte, desde su cigarro,
y habló en mi casa, como los petreles
hablan sobre la nieve y el mar hosco.
Durmió después, donde mis hijos duermen,
y se fue para hallar una esmeralda,
un caballo de pelo silencioso,
o tal vez el nostálgico amuleto
que le robó el invierno, cuando niño.

Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo I, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.


Es natural que dios se comunique...

Es natural que Dios se comunique
con mi melancolía; que comparta
mi pan, mi techo aciago y que me ofrende,
de vez en cuando, un búho, una botella,
una hoja de menta, un libro viejo
escrito sobre un vidrio de colores.

Es natural que llegue sin anuncio,
definido y abierto como un árbol,
y que se instale cerca de la leña
desatada en crujidos ardorosos
sin dirigirme nunca la palabra,
alto y ritual, hermoso como un sable.

Suele irritarme su actitud, la espera
brillante de sus ojos, la implacable
actividad oculta de sus manos
quemadas por dos vírgulas de hierro.
Yo soy un hombre y Él lo sabe. Tengo
arrebatos de hombre, no de insecto,
ni dulzura animal para mis actos
manejados por turbia inteligencia.

Arrojo el vino. Tiro de la mesa
los mendrugos, las moscas, los papeles;
tenso mis antebrazos, crispo el nervio
más hondo y, con rudeza, lo fustigo,
lo invito a que se mida con mi angustia
crecida en los confines de su obra.
No responde. Se ubica acomodando
su codo en la madera y, sin testigos,
pulseamos al igual que dos labriegos
en honesta y tristísima disputa.

Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo II, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.


Elegía C

Otras mujeres vienen a buscarme;
me ofrecen vino, duros girasoles,
vientres de menta, músculos de harina,
bocas de fiebre púrpura. Se acercan
como resortes blancos, como flejes
de acero perfumado. Son hermosas.
Tienen los ojos niquelados. Visten
géneros nuevos; hablan con voz curva
y queman cigarrillos africanos
fundando un ecuador de luz caliente,
haciendo que las cosas resplandezcan
entre vagos vapores y gomeros.
Vienen otras mujeres. Sus corpiños
son de pulpa agresiva. De sus piernas
desciende un bosque medular, compacto;
sus manos se conjugan en el aire;
ocultan en el sexo rojos tigres,
acróbatas de aliento estremecido.
Y ríen ondulando entre mis huesos,
al pie de mi garganta, en las arrugas
que me talló un ciprés, siendo muchacho.
Quieren que me divierta seriamente,
que me acueste detrás de la tristeza,
que me desnude arriba de los muertos;
que me escape de pronto a cualquier parte
despeñándome al lado de sus muslos,
en torno a sus cinturas de magnolia;
que les amarre el oro de la nuca
con mis dientes de lobo encanecido.
Quieren que me separe de tu sombra,
que me vaya de ti; que te destruya
como a un enebro en medio de la zarza.
No pueden concebir mi disciplina;
no entienden mi lugar. Soy el poeta,
el hombre de pupilas forestales,
el cavador de peces, el sombrío
curtidor de crepúsculos, el hosco
cantor de tu memoria. Vienen, vienen
sobre zapatos de metal astuto,
cautelosas de amor. Por sus collares
corren formas eléctricas, sonidos,
compromisos ocultos, reprimidas
escobas de ansiedad. Vienen a verme.
Me tocan con hirvientes abanicos,
hacen pausas de piel, me compran nubes,
pantalones de gin. Me ofrecen viajes
donde la muerte no figura nunca,
donde el espacio y la razón se ignoran,
donde no existen hijos, donde nada
ha sido consignado. Las escucho
a estas mujeres breves. Y las dejo
para quedarme cerca de tu hiedra
que Aldebarán conserva inalterable.

Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo II, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.


Soneto al grillo del poeta

A mis hijos

No es tu grillo, Nalé, tampoco el mío
este grillo que escucho aquí, en mi hueco,
dándole a clavo estéril golpe seco
y a caliente lugar punzón de frío.

Aquel otro, sonoro desvarío,
gota de yunque, cuerda para el eco,
se murió en mi niñez, como un muñeco
que atravesaran balas de rocío.

Igual mi corazón, igual la mano,
la estrella, el ademán. El hombre sabe
que el verde, para abril, será amarillo.

Y, sin embargo, con el gesto cano,
sigo pensando que este grillo en clave
es tu grillo, Nalé, mi eterno grillo.

Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo II, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.

Roberto Themis Speroni nació en La Plata el 29 de septiembre de 1922 y murió en City Bell el 28 de septiembre de 1967. Su obra poética publicada incluye los siguientes libros: Habitante único (1945), Gavilla de tiempo (1948), Tentativa en la luz (1951), Tatuaje en el viento (1959), Paciencia por la muerte (1963) y Padre final (1964). A estos debe sumárseles Un poeta en el hueso del invierno, extenso poema dividido en seis cantos e incluido en Veinte poetas platenses contemporáneos (1963). Speroni dejó, asimismo, una gran cantidad de poemas inéditos que fueron compilados, en parte, por Ana Emilia Lahitte y publicados en dos tomos con el título Roberto Themis Speroni en 1975. La obra contiene un estudio de la autora y fue reeditada en un solo volumen como Speroni. Poesía completa, al cumplirse, en 1982, el centenario de la fundación de la capital bonaerense. (Hay una reedición del primer tomo realizada por la editorial Ciudad Gótica, de Rosario, declarada de interés por la Comisión de Cultura de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, que data de 2005.) Luego de la muerte de Speroni, Sudamericana-Planeta dio a conocer su novela El antiguo valle (1985). Permanecen inéditos tres novelas más, un libro de cuentos y un ensayo sobre la obra poética de Alberto Ponce de León, entre otros textos. Alguna vez, Speroni se refirió a sí mismo con estas palabras: “Nació en La Plata, murió repetidas veces en cualquier lugar, no se arrodilló ante nadie, salvo ante el amor y la tragedia. Fue un dado ciego en un cubilete de hierro, un perro en soledad, una campana orgullosa y ronca...”  Su indignación frente al dolor, su sed de verdad y de justicia, su honesta y valiente rebeldía, dieron a su voz –tierna o estentórea, según el caso– un tinte singular que la hace insoslayable. Speroni fue, sencillamente, un “muchacho puro y hosco”, como lo definió Osvaldo Rossler; jamás mendigó recompensas ni persiguió “el espaldarazo de un imbécil” para ser reconocido; quizá por esta razón no figura en muchas de las indecorosas antologías que pululan en nuestro medio. Más poemas de Speroni pinchando Aquí.

Foto: Roberto Themis Speroni. Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo I, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.

martes, 22 de agosto de 2017

Carlos Aprea


Tregua en la propia casa

Aún hay luz en la calle
y cree que está sobrio,
sin embargo
prueba y
no acierta con la llave,
se pregunta
si es la puerta correcta
si no estará
frente a una casa equivocada
y sobre todo
qué está haciendo aquí
bajo la lluvia.


Como una pena sin fin

La caricia perdida
sigue rodando:
el viajero huye
a favor del viento
la tierra para él es infinita y plana,
un devenir lineal.
No hay nada atrás para reconocer
no hay nada ni nadie
que detenga su andar.


Samurái en la oscuridad

Pelea por nada en particular,
discute con fantasmas,
malgasta su propia economía
en descargas inútiles.
Cada día, sin excepción,
se considera muerto.
En una duermevela febril
llega el amanecer y filtra
un rayo sobre el cuerpo,
sale de la sombra,
ve cómo se despeja
su propia condena.
Se levanta, abre la ventana
y deja que el viento frío le golpee la cara,
afuera lo espera el mismo sol.


Que este poema sea

Que este poema sea
un ave migratoria
viajando miles de kilómetros
y te encuentre, encuentre a cada uno
de los ausentes
y cante
una música sin palabras
que recuerde cuando estuvimos juntos.

Viajando por los años pasados
te encuentre, encuentre a cada uno
de los ausentes,
vuele en derredor y regrese,
y cante su recuerdo para mí.

Viajando por los años por venir
me encuentre y se despida de mí,
y vuele a cada uno de los ausentes,
y los encuentre,
y cante, cante, cante.


Retrato inconcluso en la memoria

a Néstor Mux

Lo que me queda de vos
no alcanza
a dibujar
un pálido identikit,
apenas una luz sombría y el regusto
amargo
de lo incompleto,
lo que no llega a ser
y por eso perturba.

No sé si estás aún
en este mundo,
o te fuiste,
en la guerra impiadosa
de nuestra pálida prehistoria,
sé que estuviste allí
donde ardía una pasión
muy joven,
al borde de una foto
envejecida
de donde te han borrado,
o te he borrado yo,
patético agente
de un poder invisible,
como si fueses un peligro
para alguien
que ha sobrevivido,
como yo,
y debe algunos pagos
no solo al destino.
Ambiguo rostro
de quien, frente al arribo
al puerto
de las maravillas
que esta vida aún sostiene,
persiste en popa,
disimuladamente,
como un testigo
silencioso,
pertinaz,
indestructible,
de la estela que va
quedando
atrás.


Tus ojos

a Ella, que lo sabe o lo sospecha

Si tus ojos,
solo tus ojos,
no me hablaran,
nada me sostendría.

Nada de lo que existe
resistiendo el vacío,
a contrapelo
de la entropía devoradora
del tiempo.
Nada
de ese efímero fluir
al que llamamos vida,
nada
de ese despertar
que suscita la belleza
cuando nos sorprende,
nada
de ese impulso por sembrar
en los desiertos,
nada.
Nada,
salvo tus ojos
y el nítido recuerdo
de esos ojos
cuando ya no estás.


La ardiente impaciencia de los días

a J. M. P.

Nos quedamos a solas
y se cortó la luz.
Hay sombras y un silencio amargo
cuece sus palabras.
La tarde despliega
sus manteles de niebla,
repican las primeras gotas
sobre el zinc y sobre
el comedor sin cielorraso.

Se justifica al elevar la voz,
pero hace rato sus gritos
convocan la borrasca
y ahora está llegando.

Grita,
apura sus razones
y sus palabras se pierden
en los bordes difumados
de las cosas.
Grita y gesticula
mientras preparo un té.
El yin y el yan frente
a una mesa desbordada,
misterio bufo, satori oriental
Frena el monólogo,
con un chirrido
el aire cristaliza
una palabra última, pende
la cordura
en la cuerda del equilibrista.
Pide
que no se pase el agua
y continúa el monólogo.
Afuera
arrecia la tormenta.

Fuente: Escaleno, Carlos Aprea, Pixel Editora, La Plata, 2017.

Carlos Aprea nació en La Plata en 1955. Vive, desde siempre, en el barrio Villa Elvira de dicha ciudad. Cursó estudios en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP. Es Técnico Químico y cofundador de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la UNLP. Comparte su condición de poeta con la de actor, autor y director de teatro. Publicó seis libros de poesía: La intemperie (Ediciones Al Margen, 1999), Abrigo (Ediciones Al Margen, 2006), La camisa hawaiana (Libros de la Talita Dorada, 2010), Pueblos fugaces (Libros de la Talita Dorada, 2012), Villa Elvira (Pixel Editora, 2014) y Escaleno (Pixel Editora, 2017). A ellos deben sumárseles cinco plaquetas dadas a conocer por Libros de la Talita Dorada en 2009: Conociendo gente se viaja, El pájaro de las cinco y media, This is the end, week end, Política líquida y Teatros. Fue incluido en las siguientes antologías: 8 poetas (2° premio del Concurso Edelap de Poesía, 1997), Poesía - 36 autores (La Comuna Ediciones, 1999), Pan, amor y poesía - Culturas alimentarias argentinas (INTA, 2008), La Plata Spoon River (Libros de la Talita Dorada, Colección los Detectives Salvajes, 2013) y Antología Relámpago (Pixel Editora, 2014). Poemas y textos diversos de su autoría aparecieron en las revistas Talita, El Hormiguero, El Espiniyo, Pasajes y Sismo Trapisonda, y en el diario Diagonales, entre otras publicaciones. Actualmente, dirige el ciclo Poesía en la terraza y conduce el programa radial Club Intergaláctico. Acerca de Escaleno, señala Horacio Fiebelkorn en la contratapa del libro:

“Que Muerte rige a Vida; Amor a Muerte”, dijo, hace años, Macedonio Fernández. La vida, el amor y la muerte: las tres heridas de las que habló Miguel Hernández. Nunca se insistirá lo suficiente en que estos tres temas son el sistema nervioso de toda poesía, sin que importe su filiación o su contexto.
Habría que incluir, sin embargo, un cuarto tema, que enlaza a los otros tres y los hace girar en espiral: el paso del tiempo.
A Carlos Aprea le basta con intuirlo para desplegarlo en este libro, como quien –diría Baudelaire– acomoda “de nuevo las tierras inundadas”, al abrigo de las canciones que siguen sonando en nuestro interior.
No hay pliegues o matices que Aprea descuide en este libro, que es un viaje a las emociones, en cuyo transcurso aparecen todas las formas del encuentro y el desencuentro, con su inagotable gama de grises, y con la marcha de la historia como un coro a media voz.
En este punto, eludir lo meramente confesional, y ensayar múltiples tonos, es un desafío del que Aprea sale airoso, sin dejar de silbar aquellas melodías que el viento de otra época sopló dentro de nosotros.

Foto: Carlos Aprea. Fuente: Escaleno, Carlos Aprea, Pixel Editora, La Plata, 2017.