lunes, 14 de diciembre de 2015

Gustavo García Saraví


Memorandum

Ayer cumplí fielmente con mis obligaciones
sin olvidarme –creo– de ninguna.
Pagué las cuotas del televisor,
la heladera y el banco,
el amoroso banco donde opero, que tiene
música funcional e ikebanas. Le puse
aceite al auto,
le di propina al gran rufián que cuida
(y descuida) mi planta baja "A",
compré un billete
de lotería
(que no me engañará, seguramente), me hice
varios análisis clínicos (todos bien)
para llegar
a los 200 años, puse al día mis cartas
y comencé a pensar en la paella
del domingo.

Claro que me olvidé de ir a la misa
que le rezaban a mi madre
(sería conveniente que nadie se enterara)
al cumplirse el primer inolvidable,
inolvidable,
inolvidable,
inolvidable
aniversario de su muerte.


Domingo

Los padres separados
y las joviales divorciadas
pasean los domingos con sus hijos.
(Y algunas fiestas de guardar).
Van a Palermo, a parques
de diversiones poco divertidos,
a cines suburbanos donde exhiben películas
obscenas para niños o al Zoológico,
en el que mueren diariamente
las últimas jirafas y osos panda del mundo.
A veces llevan a sus cocker
(que podrían, llegado el caso, reemplazar
económicamente al muy dudoso
amor filial), novelas, máquinas fotográficas
y barriletes.
Sin embargo,
no parecen felices, como si el día fuera
más largo que los otros, o estuviesen nerviosos
esperando su whisky nocturno o los horribles
chiquillos engendrados
por un horrible cónyuge anterior
en un horrible matrimonio
de su actual mujercita o maridito.
También las criaturas apuran el regreso
para ver un programa especial de T.V.
y a una especie de hermano, hijo de la madrastra
y su penúltimo
esposo o un hermanastro que trajo la cigüeña,
hijo del padre
y una excelente amiga de mamá.
Todos se aburren a montones,
sufren porque la vida es cruel con ellos,
se arrepienten un poco
por lo que hicieron
y por lo que no hicieron,
meditan en los autos chocadores
y piensan que los lunes son profundos, iguales
a verdaderas madres
o abuelos comprensivos y pacíficos.


Recomendaciones para robar en los supermercados

Hay un segundo,
menos aún, una fracción de brisa,
una guiñada del Señor,
un átomo de vidrio, lo que duran
la sístole y la diástole de los bichos de luz,
en el que la mirada de los dueños
de los supermercados se detiene
como con garfios
en las computadoras, y los ojos
de sus fieles gerentes doblan hacia la izquierda,
y a los fornidos detectives
(disfrazados de bolsas de arroz o bordalesas)
les sale una lagaña salvadora.
Hasta los contadores,
subcontadores,                                             
vendedoras y suaves cajeros se distraen,
piensan en la piedad
o van al baño unos minutos,
una evidente imperfección
del organismo que la ciencia
remediará bien pronto.

Entonces hay que estar atentos,
cerca del pan,
el pan nuestro,
el pan oscuro de cada día
dádnoslo hoy, perdónanos
nuestras deudas, cerquita del maíz,
la botella de aceite o vino para alzarse
en el momento exacto con la cuota
de salud, de justicia, de pulmones
que os es debida
y que, por lo común, no consta en los balances.

Atentos, muy atentos os digo porque pueden
aparecer los perros policía,
los policías perro,
las sirenas y alarmas, las cámaras de gas,
los lanzallamas, los terribles misiles
que os dejarían
al descubierto como ladrones, ladronzuelos,
ladridos, latrocinios, ladronísimos,
un estigma inventado
por el obispo Lue y algunos comerciantes
en billeteras.
Os repito:
¡un pestañeo y zas!
sentiréis que el buen Dios ha dado un brinco
hasta vuestro bolsillo
y que es verdad la historia del camello,
la cerradura, el paraíso
y, sobre todo,
la manteca, los huevos, el dulce de membrillo
que deseabais desde la primera
comunión. (Ah! cuidado,
sin embargo, con ciertos orificios
de las paredes
por dónde espían los traidores
y con los pobres
que creen que la miseria es una gracia,
algo así como
la cruz de Hierro o la legión de Honor
vistas del otro lado.)

Cuando llegue el instante, pues,
desde la propaganda de la leche,
desde el último roce
que tendrá con vosotros la esperanza,
desde vuestro apetito de pedradas
y culetazos,
en que dudéis un solo miligramo,
sin llanto, sin vergüenza,
sin curas de la infancia, sin rubor,
sin temblor en los dedos, sin imágenes
de púlpitos o rosas,
sin miedo a los patrones o al infierno,
sin madres que interfieran en la gloria
en la que os iniciáis,
sin mandamientos de la Company
Company and Company,
introducíos
una lata en el saco,
un trozo de comida, una gaseosa,
un poco de maná que no figure como oferta.

Ese día, os reitero, os salvaréis
para siempre y ya para siempre
seréis honestos e inocentes.


La decadencia de las familias

Igual que una humedad, un gusano, una caries,
la decadencia empieza en una célula
íntima y misteriosa del cuerpo, un lugar no
determinado y azaroso: el bazo,
los molares, la tibia,
el legendario timo, las meninges.

Tampoco se conoce exactamente
el momento elegido
por la destrucción para iniciar la tarea,
poner en movimiento microscópicas picas,
tornos, excavadoras, aparatos feroces
para correr cimientos, dignidades, soberbias,
títulos de doctores.

Se sabe, sí,
que aparecen de pronto aunque insensiblemente
y enseguida comienzan
a echar abajo
las limpiezas y honores de la gente.
Es un trabajo lento e incesante
que a veces dura siglos y se hereda de padres
a hijos, sin remedio, igual que aquellas
enfermedades cuyo nombre
no debía decirse frente a las criaturas.

Los síntomas son claros:
una pobreza apenas perceptible
invade las persianas, las comidas,
los trajes de etiqueta, el orgulloso número
de cocineras y lebreles.
Durante un tiempo
nadie percibe
que falta un pobre o sobra algún remiendo
en el tapado de las niñas.
Sigue llegando
dinero desde el campo, desde
las vacas, desde los arrieros, desde
los radiantes trigales.

Después se rompen una
preciosa fuente
de porcelana, una consola,
unos botines de charol
que no se pueden reemplazar,
se descuelgan arañas o tapices
y los sillones
se vuelven amarillos o ruidosos.

Son circunstancias
inesperadas pero fáciles
de remediar, detalles, telas que hay que cambiar
por otras, la sequía,
los chacareros que no pagan,
un mal año que no durará toda
la vida, por supuesto, la Sociedad Rural
manejada por tontos y dipsómanos.

Pero los infartados, las paredes rajadas,
los almohadones continúan cada
día peor,
más cascarudos y gomosos
tal como lo anunciaron las divinas
adivinas: lechuzas en todas partes, cráteres,
Bastillas, pergaminos, vis a vis, incunables
pisoteados
y confundidos.
Ahora existe como un encono de criadas,
de futbolistas, de aparceros
que hasta ayer eran
una montura, un truco,
una larga mateada. Algo sucede,
es innegable, fechorías
del diablo, peronismos, maldiciones,
pereza de los nietos, los turcos, los judíos,
la mala calidad de las cosas de Harrods.

Hasta que ya
en el final, se precipitan
la caspa, los derrumbes,
las borracheras,
los apellidos
que nadie sabe
de donde mierda vienen, las nenitas roñosas.
Es imposible
volver atrás, a Sobremonte,
a las diez mil leguas de pampa,
a la Primera Junta, al coronel Zutano,
glorioso vencedor de los indios desnudos
y sin armas.
Se caen irremediablemente
los cielo-rasos
los guardapelos, los modales,
la honestidad, los libros en francés
y se comprende entonces, no sin cierta tristeza,
que también el país
se cae un poco, se oscurece
igual que cuando se descubre
con vergüenza que nuestros pobres padres
hacían el amor (probablemente mal)
y que nos engañaron y que tenían faltas
de ortografía y, sobre todo
que no eran hermosos o felices.


Primera carta

Como dos islas,
como dos animales de distinta especie,
como una margarita con un sable,
como un trozo de ónix con un álamo,
nunca podremos
reproducirnos,
tener un hijo, una semilla,
algo en común y perdurable, parecido
a lo de todo el mundo: fotografías,
un día semanal para ir al cine,
ciertas costumbres,
modos insustituibles
de hacer (y deshacer) el amor, un espejo.

Existen fuerzas,
circunstancias, océanos, imanes de crueldad
que nos separan
irremediablemente, anclas, cadenas,
emigraciones
de golondrinas
que nos hacen perversos, diferentes,
mutuos devoradores,
especialistas
en vidrios rotos y poemas,
malas palabras y sollozos.

Y sin embargo, cuánta penuria en comprender
que también somos
dos dársenas vacías, dos pedazos de luna,
dos péndulos rabiosos,
oh, mi amada, blancura inolvidable,
última pertenencia,
mi destructora,
mi adorable destruida, mis cenizas.


Decimoquinta carta

Cómo me gustaría echarte encima
–como un tapado de punzones
o una planta carnívora–
todas las culpas
del mundo, las sevicias, los tremendos
pecados, las maldades de la gente,
cargarte igual que a una pequeña
yegua, una llama, un coya silencioso.

Tú serías entonces la única
propietaria del miedo,
las eminentes e inminentes muertes,
la soledad, los duros atavismos
y hasta podrías
asumir tu exclusiva responsabilidad
por los niños espásticos, la extinción de las rosas,
las dos Guerras Mundiales, los gomeros
que no terminan
de florecer, la decisión
de los suicidas, las torcazas
y codornices
yacentes en el campo.
Pero, principalmente, pienso que gozaría
porque he dejado a cargo
de tus espaldas
los instrumentos
de los torturadores, y además
mi niñez, mis sesiones
de psicoanálisis,
mis alcancías rotas
y, sobre todo,
el amor que te tengo.


Última voluntad

...y pido únicamente
que cuando se abra
mi testamento
(hecho en papel de estraza, por supuesto)
y yo me escape de las cosas
y se quiten las tapas de las ollas
y afloren las verdades como
murciélagos tardíos,
mis hijos sepan que no he vivido sólo
para escribir poemas (de confites,
como sostienen
mis buenos enemigos) sino que he trabajado
con rabia a la mañana y a la noche
y al alba y al crepúsculo, a la siesta
y al mediodía, entre papeles
sellados y deudores, jueves y secretarios
y mentiras, coimeros y colegas con faltas
de ortografía
y enanos escondidos
en el sombrero, contratados
para soplarles latinazgos.

Ruego que entiendan que no es fácil
vivir de esta manera, y que a veces costaba
pagar el pan
y pagar un poema
con un domingo.

Y ya que estoy
redactando mis lúcidas últimas voluntades
dejo a Mercedes
mi biblioteca, a Amparo el júbilo que tuve,
a Eleonora mi total
asentimiento para
que junte aplazos
bellos como duraznos
y compañeras que se rían
de los señores profesores
y la Ley de Coulomb.
A Gusty mi estupenda colección
de ilusiones, y a Paula mi legado especial
para que compre
trescientas bicicletas.
Y a mi mujer, la parte que ella elija de mi alma.
Además, finalmente, y tal como se estila
ahora, dono
mi córnea izquierda para un ciego
y la derecha para el primer lince
que aparezca en mi tumba.

Fuente: Obras completas, Gustavo García Saraví (Edición de Sara M. Parkinson de Saz), Empeño 14, Madrid, 1981.

Gustavo García Saraví nació en La Plata el 29 de diciembre de 1920 y murió en Buenos Aires el 19 de mayo de 1994. Durante varios años vivió en Posadas, Provincia de Misiones, ciudad que lo declaró Huésped de Honor en 1992. Fue poeta, escritor y abogado. Publicó, entre otros, los siguientes libros de poesía: Tres poemas para la libertad (1955), Monografía para mi muerte y otras soledades (1956), Los sonetos, (1958), Los viajes (1960), Sonetos de amor (1963), Con la patria adentro (1964), Del amor y los otros desconsuelos (Prólogo de Jorge Luis Borges, 1968), Libro de quejas (1972), Cuentas pendientes (1975), Cuadernos del Ecuador (1976), Segundas intenciones (1976), Salón para familias (1977), Última instancia (1979), Ensayo general (1980), Escalera de incendio (1981) y Puerta de embarque (1986). Como reconocimiento a su labor poética, la editorial madrileña Empeño 14 dio a conocer en 1981 sus Obras completas. Recibió, asimismo, numerosas e importantes distinciones, entre ellas: Primer Premio de Literatura de la Provincia de Buenos Aires (1952), Premio Internacional de Poesía del diario La Nación (1963), Premio Regional y Nacional de Poesía (1974 y 1977), Premio Internacional de Poesía Leopoldo Panero (1981), Premio José Luis Núñez (1981) y Diploma al Mérito de la Fundación Konex (1984). En 1990, la Municipalidad de La Plata lo designó ciudadano ilustre. De espíritu escéptico, García Saraví cultivó el soneto y el verso libre por igual. Su pluma abordó los temas más diversos, como el amor, la familia, la soledad, el tiempo, la vejez, la muerte, la patria, los héroes, la injusticia social, y lo hizo, unas veces, con dolorido acento y, otras, con ironía impiadosa. Perteneció a la generación neorromántica del 40.

Foto: Gustavo García Saraví. Fuente: Fundación Konex.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Gustavo García Saraví


Con alguna frecuencia

Con alguna frecuencia me encamino
hacia mi corazón e intento darme
caza o, al menos, verme, confirmarme,
sentir que soy mi propio peregrino.

A veces doy conmigo, un desatino
absoluto, un bastón, un conformarme
sólo con adjetivos, un llorarme
con excesiva lástima, un camino

en caracol, desierto, inconducente.
Otras veces, no encuentro la manera
de encontrarme, mirarme, de repente,

en lo que creo ser, una persona
común, puro no ser, linfa, madera,
cal, duda, enfermedad que se amontona.


A Roberto Themis Speroni

Adiós poeta, sauce, compañero,
aviador de las sílabas, navío,
adiós laurel, faisán, amigo mío,
inventor de la seda, panadero.

Adiós balcón, atardecer, madero
y redención de la palabra, estío,
honor de la cordura, desvarío,
adiós huemul, ramaje, jazminero,

fundador de las letras, voladura
de la realidad y el mundo, buzo,
niña, rubí, relámpago, blandura

de la dureza. Adiós, única suerte
del hombre, adiós fragilidad, abuso,
poema, llanto, lujo de la muerte.


Habla el último indio

No sé por qué ni cómo sobrevivo
ni cuál es la razón que me sostiene,
ni de dónde proviene y me mantiene
la parte de tristeza que recibo.

Tengo la libertad y soy cautivo,
el corazón me tiene y no me tiene,
vengo desde los dioses y no viene
ningún dios a decirme que estoy vivo.

Apenas si perduro, si comprendo
el triste oficio de seguir latiendo
en mitad del silencio y el despojo.

Dadme al menos un agua y una arena,
una ilusión, una verdad, un ojo.
Quiero mirarme adentro de mi pena.


El soldado de la Independencia

Anduve, desde chico, dando vueltas
por los cuatro costados del coraje
y el miedo, levantando viaje a viaje
derrotas juntas y victorias sueltas.

Desde entonces anduve en las revueltas
de la patria empujada y el gauchaje,
y entre malones y malones, traje
hijos difuntos, lágrimas disueltas,

mi caballo partido en matadura
-un luto galopando- y esta dura
costumbre de aguantarme sin quejido.

Que nadie llegue hasta mi rancho abierto.
Vivo junto a los golpes y al olvido.
Además, hace leguas que estoy muerto.


Malambo

Como un potro de furias, como un viento
óseo y desesperado, como un duro
verano vertical, hosco, inmaduro,
golpea, golpetea el sufrimiento
de la llanura, el cruel advenimiento
del hombre mineral, polen oscuro,
héroe de los caballos y el futuro,
tristemente agobiado y somnoliento.

Pero él golpea el suelo, golpetea
la fría piel del mapa, y danza, crea
su propio sexo, su pasión, su savia,

viola su sombra, estupra su espejismo.
Su mujer, sus amores son él mismo.
Y baila, baila, baila con su rabia.


Van Gogh

Aunque estoy a menudo en la miseria...
                                            Van Gogh

Tal como corresponde a su locura,
trabaja y piensa. Piensa en algo grave,
sin duda, terrorífico: en un ave
que se engulle pintores, o en la impura

elementalidad de la pintura,
de una silla de paja, un blanco, un suave
autorretrato, un amarillo (sabe
Dios con cuál de ellos hizo su impostura

de limoneros, sol, ducados de oro,
insólitos maizales, un tesoro
enterrado en la luz, un cruel taladro

de bondad). Traza trazos, llora. Dice
incongruencias congruentes. Se desdice.
Impreca, sufre. Nunca vendió un cuadro.


Soneto para las iniciales grabadas en un árbol

¿Qué dedos, qué suspiros, qué mensaje,
qué silencio con lilas, qué limpieza,
qué rosado mal gusto, que simpleza
son esta savia dura, este tatuaje?

¿Qué buscados crepúsculo y follaje
con nubes o palabras, qué promesa
de corazón nacido en la corteza,
qué boca y juramento, qué homenaje

son estas cicatrices, esta muerte
de vanas consonantes, esta suerte
definitivamente abandonada?

Letras que el tiempo roe como a un hueso,
máscara vegetal, gastado beso,
endurecida fe, última amada.


Las putas

Como algas lentísimas y fieles,
como ríos de pan, como pedazos
de golondrinas, suben por los brazos
de la melancolía y los paneles,

trepan por el murmullo con sus mieles
feroces y sus pálidos ocasos,
con sus temblores y los cielo-rasos
de la cursilería y los hoteles,

ascienden por los besos, se abandonan
a las monedas del amor, perdonan
nuestra insaciable sed, nuestras impuras

maneras de quererlas, oh! lejanas
y próximas, oh! dulces hermosuras,
oh! silenciosas, húmedas campanas.

Fuente: Obras completas, Gustavo García Saraví (Edición de Sara M. Parkinson de Saz), Empeño 14, Madrid, 1981.

Gustavo García Saraví nació en La Plata el 29 de diciembre de 1920 y murió en Buenos Aires el 19 de mayo de 1994. Durante varios años vivió en Posadas, Provincia de Misiones, ciudad que lo declaró Huésped de Honor en 1992. Fue poeta, escritor y abogado. Publicó, entre otros, los siguientes libros de poesía: Tres poemas para la libertad (1955), Monografía para mi muerte y otras soledades (1956), Los sonetos, (1958), Los viajes (1960), Sonetos de amor (1963), Con la patria adentro (1964), Del amor y los otros desconsuelos (Prólogo de Jorge Luis Borges, 1968), Libro de quejas (1972), Cuentas pendientes (1975), Cuadernos del Ecuador (1976), Segundas intenciones (1976), Salón para familias (1977), Última instancia (1979), Ensayo general (1980), Escalera de incendio (1981) y Puerta de embarque (1986). Como reconocimiento a su labor poética, la editorial madrileña Empeño 14 dio a conocer en 1981 sus Obras completas. Recibió, asimismo, numerosas e importantes distinciones, entre ellas: Primer Premio de Literatura de la Provincia de Buenos Aires (1952), Premio Internacional de Poesía del diario La Nación (1963), Premio Regional y Nacional de Poesía (1974 y 1977), Premio Internacional de Poesía Leopoldo Panero (1981), Premio José Luis Núñez (1981) y Diploma al Mérito de la Fundación Konex (1984). En 1990, la Municipalidad de La Plata lo designó ciudadano ilustre. De espíritu escéptico, García Saraví cultivó el soneto y el verso libre por igual. Su pluma abordó los temas más diversos, como el amor, la familia, la soledad, el tiempo, la vejez, la muerte, la patria, los héroes, la injusticia social, y lo hizo, unas veces, con dolorido acento y, otras, con ironía impiadosa. Perteneció a la generación neorromántica del 40.

Foto: Gustavo García Saraví. Fuente: Letras N° 8, revista de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, 1997.

martes, 17 de noviembre de 2015

Andrés Szychowski


Ocupa

Dijo que le buscara psicólogo
porque ignoraba dónde había puesto
sus últimas muertes.
Solté, como para salir del paso,
que si no se le daba
lugar a una muerte, ésta podría usurpar
el espacio de otra. Seguramente
por eso, agregó, deseaba, de un tiempo
a esta parte, ocupar un terreno.


Novela familiar

Mi madre tuvo un perro.
Rabioso. A tal punto
que a los días de parirlo
me tragó sin miramientos.

Luego de la incomodidad inicial
comencé a ensayar leves traslaciones
me distraje explorando cavidades
y asocié los nuevos torrentes
con las aguas de un estero.

Encontré a mis hermanos
chapoteando en la vejiga
dijeron que nuestro padre
emigró a los pulmones
buscando qué fumar.

Íbamos a buscarlo pero el hambre
quiso que probáramos alguna
víscera por aquí
una membrana por allá
y tal fue la concentración

en la faena
que una luz creciente
nos devolvió a las sobras
del convite familiar.

No sabemos qué paso
con nuestro padre, madre
hay una sola.


Generación

Arribaron sin grandes
estridencias. Corvos.
La piel veteada. Se vincularon
con la gente de la zona
y con la de otras
zonas luego de ahorrar
y subirse a un barco.
Tuvieron hijos. Tantos
que comenzaron a festejar
cada vez que alguno
se caía a un pozo.
El descubrimiento
del Gran Cráter
pasó a confundirse
con la boca de un dios. La
generación siguiente
se trasladó a la montaña
con las dificultades del caso.
Quien alcance
el pico más
alto expiará todos
los asuntos pendientes.


Sondeo

El poeta toma una piedra.
La observa la huele le pasa
la lengua. Raya un auto, dos.
Sabe que no es un poema
pero la guarda por las dudas.

Fuente: Poezja, Andrés Szychowski, Zindo& Gafuri, Buenos Aires, 2015.

Andrés Szychowski nació en La Plata en 1976. Es poeta y Licenciado en Psicología. Ejerce la investigación y la docencia en la Universidad Nacional de La Plata. Publicó tres libros de poesía: 17 discos de música africana (La Terminal Gráfica, 2009), La redundancia (La Terminal Gráfica, 2011) y Poezja (Zindo & Gafuri, 2015). Fue incluido, además, en la antología de jóvenes poetas argentinos Si Hamlet duda le daremos muerte (De la talita dorada, colección Los detectives salvajes, 2010). En el texto escrito especialmente para la presentación de Poezja, señala Daniel Krupa: “Lo que hace a un poeta (e incluyo en esto a algunos pocos prosistas) es la insistencia. La absurda, improductiva, melancólica y caprichosa insistencia. Desde esta perspectiva, Sísifo es todo un poeta. Y Andrés, claro, también. Además –como si ya no fuera suficiente la persistencia–, también pueden mencionarse el vínculo de Andrés con el Mundo de la Poesía, por un lado, y el vínculo de Andrés con el Mundo a Secas, por el otro. ¿Qué tiene que ver la poesía con el Mundo de la Poesía? Bueno, es cierto, no tienen nada que ver. Pero para mí es un dato. O un “síntoma”, como diría el mismo autor si estuviera trabajando… Es que Andrés mira e interactúa con el Mundo de la Poesía de la mejor manera posible, la más saludable… Esto es: de costado, ¡y a prudencial distancia! No digo con recelo, sino con cierta sabia incredulidad (…) Y con el Mundo a Secas, bueno… ocurre algo similar. Incluso en los peores momentos, íntimos o colectivos, públicos o privados, Andrés recurre a la poesía para abordar lo indescifrable y lo ominoso. Lo insensato. Lo injusto. Lo indigerible, que es mucho. Pero también lo maravilloso. Es como si se preguntara: ¿y qué hago, por dios, con todo esto? Bueno, ahí aparece la poesía de Andrés”.

Imagen: Tapa de Poezja, Andrés Szychowski, Zindo& Gafuri, Buenos Aires, 2015. Fuente: C. C.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Matías Fittipaldi


Penumbras

Intentando adivinar
tus sueños

se apaga la luz
en la ciudad

el fin de semana
sincera
penumbras


Fábrica del día

hay nubes
¿presagian tormentas?

estoy caminando
tras un destino

busco en la fábrica del día
piezas sueltas

un encuentro


Vacaciones

mientras Agustín corre un rally
con sus autos de juguete

la brisa
entra por la ventana
y engorda de molicie
las cortinas

en el fondo
el televisor nos envuelve
con sus fantasmas


Patio

día tras día despierto
en el fondo de una casa

en un patio sin fin

allí acampo
junto a una ciénaga

intento pescar

no el pez del silencio
no el pez del hastío


Pájaros como palabras

en el abismo
de tu boca

al final del renglón

matabas pájaros
como palabras


Rock and roll

en la esquina un rock and roll

dos autos encontrados
en la porfía de querer pasar

vi de tu amor acechante
el colmillo

procuro no ser
otra vez
quien levante el pie

Fuente: Pájaros como palabras, Matías Fittipaldi, Ediciones Axolotl, La Plata, 2014.

Matías Fittipaldi nació en Mar del Plata en 1977. Vivió en Ayacucho. Desde 1995 reside en La Plata. Es Licenciado en Psicología y trabaja en el Área de Salud Mental de PAMI La Plata. Pájaros como palabras (2014) es su primer libro de poesía.

Foto: Matías Fittipaldi. Fuente: Facebook.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Oscar Tiberio


V

Tendida en los escaños de la plaza,
Bajo el frescor tardío de la fronda,
Promiscua serie de hombres se solaza,
Mientras alguna hembra cruza oronda.

Éste, a través de su ilusión la abraza;
Aquél, la insulta con su boca hedionda;
Y otro, desecho de una noble raza,
Sin verla apenas en sí mismo ahonda.

Los más, arriba el pensamiento vuelven.
Muertos de hambre o muertos de pereza,
Allá en el infinito se revuelven.

Para caer después desde la altura,
Soñando siempre: aquél, con la riqueza;
Y éste, con el cajón de la basura.


XXII

¿Quién es esa mujer desconocida
Que en medio de la turba he tropezado,
Y que así como yo la he contemplado
Me ha visto ella también, estremecida?

¿Quién es esa mujer que me ha mirado
Desde el fondo insondable de su vida,
Y que luego, sonámbula y perdida,
Detrás del compañero se ha marchado?

¡Ya sé quién es! ¡Esa mujer pasea
Por lo inmenso del mundo su idealismo,
Como un dolor, como una cruel presea!

¡Y al presentir mi trágico lirismo,
Habrá entrevisto el alma que desea,
Y habrá retrocedido ante el abismo...!

Fuente: Cantos de mi camino, Oscar Tiberio, Buenos Aires, Edición de la Revista Nosotros, 1919.

Oscar Tiberio (seudónimo de Jacinto Bordenave) nació en Dolores, Provincia de Buenos Aires, en 1871. Llegó a La Plata en plena juventud y, al poco tiempo, se incorporó al cuerpo de redactores del diario El Día. Publicó dos libros de poemas: Palingenesia, con prólogo de Julio Herrera y Reissig (1912) y Cantos de mi camino (1919). El primero –según Lázaro Seigel– da cuenta “de una inspiración voluptuosa, de una complexión aristocrática. Resalta el brillo y la suntuosidad dinámica de la palabra, la elaboración plástica del cuerpo verbal, la esplendidez señoril del verso”. En cuanto al segundo –agrega Seigel– “se advierte, a través de la totalidad de sus composiciones, la evolución del poeta. El estilo es más apacible y llano. La sencillez desplaza al enjoyado policromo de Palingenesia, la mesura léxica a la ebriedad preciosista, la moderación de la estructura verbal –fruto ya de la madurez poética– a la obsesiva opulencia anterior. Una discreta expresión lógica enseñorea al verso. Lo mece un aliento de íntima terneza, lo puebla de hondas sugestiones, le confiere un tono de melancolía...” Tiberio estuvo relacionado con importantes figuras de su época, como Lugones, Almafuerte y el ya citado Herrera y Reissig, y fue un apasionado lector de Lamartine, Musset, Hugo, Baudelaire, Verlaine y Darío. Su nombre se inscribe en el nutrido grupo de poetas que dieron origen a la llamada “generación del 17” o “primera generación platense”. Murió en La Plata el 23 de marzo de 1943.

Imagen: Retrato de Oscar Tiberio. Fuente: Palingenesia, Oscar Tiberio, La Plata, Casa Editorial de José María González, 1912.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Mariana Finochietto


*

Cada mañana
cumplo
el rito.

Frente al espejo
pronuncio
tu nombre.
La soledad
se esfuma
tras la niebla.

Dibujo
sobre el vidrio
el signo urgente.
Y nace el día.

Fuente: Facebook, 10.02.15.


*

Sucede
que a veces,
me fastidian
la medida
prolijidad del césped,
las cortinas
vigilando las ventanas,
los peines
de trenzar las tardes.

A veces,
me gustaría
ser
esa mujer,
descarada y algo ruin,
que me espera
cada noche
detrás de las puertas
mientras apago,
una a una,
las luces de la casa.

 Fuente: Facebook,  01.03.15.


*

Una
y otra vez,
nombro
a las cosas
para darles
alma.

Las sillas,
las ventanas,
la sombra
difusa del sauce
son
porque las digo.

A veces,
las cosas
se resisten
a entrar
en el juego.

Y me quedo
como un dios
confuso
a solas
con un puñado
de palabras.

Fuente: Facebook, 02.05.15.


*

Llueve
desde
hace siglos
sobre el mundo.

Llueven
mares de cansada
inmensidad
marina.

El patio
se deja estar
hastiado
bajo el diluvio.

Ella
construye
barcos
para salvar
lo que quede
del día.

Fuente: Facebook, 28.06.15.


*

Algunas veces,
quisiera haber nacido
con el don
del equilibrio.

Extenderme
coherente
como un alambre
de pensamiento
a pensamiento.

Ser
razón
en tensión.
Clara.
Impoluta.

Pero
suelen arrastrarme
las pasiones,
me distraen
los pájaros,
el viento,
la soledad
de la hoja
que desprende
un roble.

Me pierdo
cada tanto en la tristeza.
Y me río
de mí
cuando vuelvo
a encontrarme
en los espejos.

Fuente: Facebook, 10.07.15.


*

Ha dejado de llover.
El patio
atravesado por la luz
es una imagen
en sepia,
como los paisajes
donde se
durmió la infancia,
que sólo
resplandecen
alumbrados
por el recuerdo.

Una imagen
hecha de memoria
y fragilidad,
apenas
lo que puede
dejar sobre las cosas
la mirada
del hombre.

Fuente: Facebook, 02.08.15.


*

A cierta edad
las mujeres
caminamos
a la orilla
del sarcasmo
con equilibrio
natural.

Con la tajante
sabiduría
del lenguaje
mantenemos
la distancia
exacta,
imprescindible.

Ya lo sabemos.
Hay que proteger
al corazón
y sólo tenemos
esta sólida
pared
hecha de lágrima
y palabra.

Fuente: Facebook, 04.08.15.


*

Vengo
de una tierra
dominada
por el agua,
donde
el hombre
aún
le teme al viento.

Aún
late en nosotros
el corazón
asustado
del ser
en la caverna
deslumbrado
por el rayo.

Amamos
con sordo temor
al río,
como los hijos
aman,
inevitablemente,
a los padres
implacables.

Fuente: Facebook, 13.08.15.

Mariana Finochietto nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires, el 24 de enero de 1971. Desde hace 15 años vive en City Bell, Partido de La Plata. Tiene cuatro hijos. Estudió Letras y luego derivó hacia la bibliotecología y la filosofía. Según confiesa, pasó su primera infancia rodeada de animales, árboles y libros. Dice también que ama las playas solas y los libros usados, todo lo cual se refleja claramente en su poesía, que no necesita apelar a recursos complejos para seducir y conmover. El año pasado publicó su primer poemario: Cuadernos de la breve ceguera.

Foto: Mariana Finochietto. Fuente: Facebook.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Diego Roel


El que Es Sin defecto y Grande, ha tocado justo ahora
una pequeña morada para que se vea un milagro y
pueda formar letras desconocidas, y pronunciar una
lengua ignota y también que pueda tocar por sí misma
multiformes y armoniosas melodías.

                                                                                                                              Hildegard von Bingen
                                                                                                                       Carta al Papa Anastasio IV

Via Lucis

El que Es Sin defecto y Grande
me habló a mí, que soy pequeña y triste,
para que pueda formar en mi mente letras desconocidas,
para que de mi boca salga un verbo nuevo,
una expresión más leve, una palabra que atraviese
los mares y las islas,
que resuene en los últimos términos de la tierra.

Sí, yo siempre estuve callada y guardé silencio.

Pero ahora Tu Voz en mí se expande y multiplica
como voces de mujer que está de parto,
como voces de mujer que está muriendo.

Ahora Tu Voz en mí se expande.

Cuando pase a través de las aguas del gran Río
no me anegarán sus corrientes.
Cuando salte en medio de las llamas
no me quemaré.

El que Es Sin defecto y Grande
me habló a mí, que soy pequeña y triste.


Libro de las causas

Somos una forma que se alza del barro,
una ligadura del hálito de vida,
el peso corpóreo de la luz.

Somos los habitantes de los valles y montes del cielo,
los emisarios del esplendor, una olla
puesta a fuego intenso
que bulle y rezuma la espuma.

Somos el ojo del trueno,
el polvo de la tierra que se esparce,
los vientos del último día.


Infancia

Desde niña escucho Tu Voz.

En el vientre de mi madre escuchaba los aullidos de los ángeles:
aullidos de mi voz que eran mi voz de nuevo aullando.

Nunca se ha cortado ese cordón umbilical.


Gnosis

En el año 1141 después de la Encarnación de Jesucristo
el cielo abrió su boca
y una luz ígnea descendió como una llama en mi cerebro.
Era caliente como los rayos del sol y se desparramó
en todo mi corazón y en todo mi pecho.

De pronto comprendí
todo lo que una pobre criatura puede comprender.


Alfabeto

Compongo palabras nuevas para nombrar
un collar, una pulsera,
el último anillo del cielo.

Digo pez, madera, árbol,
describo un mundo sublunar.

Hablo del bendito vientre de las cosas.

Digo ángel, santo, salvador.


La Cruz

En un aire puro me muevo y sueño.

Un niño vuelca en mi pecho
las secretas urnas del alma.

Abro mis piernas para que Dios habite
el lugar del rayo y la caída.


Patmos

A la edad de cuarenta y dos años y siete meses
una llama blanca descendió del cielo abierto
y sacudió todas mis vísceras:
fui tocada por la santa divinidad.

El eterno resplandor me dijo:
habla y escribe lo que ves y escuchas.

Entonces la Luz Viviente abrió mis ojos
y vi las columnas que sostienen el planeta.
Vi al leopardo, al oso y al león,
un círculo de aire tenue, una rueda perfecta.

Sí, vi una mano que ata y desata al mismo tiempo.

Estas palabras son verdaderas y dignas de crédito.


Patmos

Aquél que cuando cierra abre
me visitó una noche y me anunció
un mundo nuevo.

Vi entonces tres círculos de tres colores
y una circunferencia que giraba.
También vi una luz brillante alrededor
y una miríada de palabras que danzaban
formando extrañas constelaciones,
imágenes sin cuerpo.

Aquél que cuando abre cierra
me visitó una noche.


Physica

Hablo de lo que no tiene altura ni peso ni forma ni color.

La Palabra descendió al útero de la virgen
y se hizo carne.

Cuando Tú abres, Padre, nadie puede cerrar.
Cuando Tú cierras, Madre, nadie puede abrir.

Yo soy pequeña y triste.


Historia natural         

Dios imprimió estas visiones en mi alma.

Soy una mendiga,
mis manos sujetan
la última espiga del verano.

Oh alma fugitiva, se fuerte  
y vístete con la armadura de la luz.

Hildegard von Bingen
Ordo virtutum


NOTA DEL AUTOR

Hildegard von Bingen, la sibila del Rhin

Hildegard von Bingen nació en una familia noble alemana el 16 de septiembre de 1098 en Bermesheim. Al cumplir ocho años sus padres la entregaron como diezmo a la Iglesia. Polifacética, fue abadesa, líder monacal, mística, médica, compositora y poeta. Tuvo visiones desde niña.
En el año 1141 un acontecimiento único irrumpió en su vida. Un gran esplendor del que surgió una voz venida del cielo le dijo: Oh frágil ser humano, ceniza de cenizas y podredumbre de podredumbre: habla y escribe lo que ves y escuchas.
Semejante visión afectó profundamente al núcleo de su ser. En su experiencia el gran esplendor no sólo es visible, también se oye. Como los grandes profetas visionarios, como Jesús, Hildegard von Bingen fue llevada a revelar aquello que permanece oculto, eso que el resto no conoce.
Murió el 17 de septiembre de 1179.

Fuente: Via Lucis, libro de próxima aparición. Gentileza de Diego Roel.

Diego Roel nació en Temperley, Provincia de Buenos Aires, en 1980. Desde hace varios años vive en La Plata. Publicó seis libros de poesía: Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación (Libros de Tierra Firme, 2004, reeditado por Ediciones El Mono Armado en 2013), Diario del insomnio (Libros de Tierra Firme, 2005, reeditado por detodoslosmares en 2013), Cuaderno del desierto (Libros de Tierra Firme, 2007), Las variaciones del mundo (Ediciones El Mono Armado, 2010, reeditado por detodoslosmares en 2014), Los Jardines del Aire (Ediciones El Mono Armado, 2012), y Dice Jonás (Ediciones El Mono Armado, 2015). Actualmente, tiene en imprenta Via Lucis, libro que saldrá con el sello de Ediciones del Dock.

Foto: Diego Roel. Fuente: gentileza de Diego Roel.

martes, 1 de septiembre de 2015

Vladimir Jantus Castelli


Venérea

Venérea huele a rojo de invierno
resplandeciente
a sutiles surcos de hierbas
hundidos en el bosque
se esconde entre las sombras
dejando pequeños indicios púrpura
que marcan su presencia
en el espacio

tiene una voz muy dulce
tan dulce que cuando habla
parece que cantara dentro de ti
una canción de cuna

son canciones de soledades
y ecos del tiempo

afiebrada
se recuesta y observa
desde la ventana
la encrucijada del viento
su refugio

II

Venérea cobija sustancias que provienen del fuego
las oculta en su pecho
las mantiene secretas
a sangre
saben sus labios
el trance se palpa en su piel
sus besos son el veneno de las víboras
rojas y chispeantes
en sus ojos se reflejan
las hogueras de la noche
las toxinas que incendian las ciudades y sus muros
que envilecen a los vagabundos
que la veneran

ellos veneran a Venérea

III

Venérea posee los hechizos
el secreto de las brujas
la magia negra que ocultan los profetas
ella
los seduce y embriaga
con drogas oscuras
los domina
ellos permanecen callados
observándola
sumisos

a veces
su palidez ha calcinado espejos
ese concierto de imágenes
que componen su cínica sonrisa
pero
siempre ha buscado lo inalcanzable
las bestias hambrientas han seguido su rastro
en mapas de huesos brillantes
siempre han intentado seguirla
aunque sus huellas se pierdan
en la inmensidad del tiempo

ellos veneran a Venérea

IV

Venérea habla en lenguas
que parecen llegar del mas allá
conjuros de sortilegios antiguos
leídos por un druida ante la multitud
trafica sacrificios
niños que le entregan como ofrenda
tiene dientes de oro colgando de su cuello
regalos que le han dado los espíritus viejos
los brujos de las tribus perdidas del norte

a la muerte ha sentado en sus rodillas
ha hamacado a la desgracia.
desnudado a la locura.
dormido al Miedo

ellos veneran a Venérea

V

Venérea ha intentado morir varias veces
ha intentado suicidarse
pero no ha podido ser su víctima
no ha sabido
sobornar a sus verdugos
igual
continúa sus huidas
con pupilas ardientes
se mueve como un Pueblo Gitano
en el desierto
busca con apetito feroz
el tiempo de las mareas
las playas ocultas
el instante final de todas las cosas

ellos veneran a Venérea

VI

siendo niña asesino a las Ninfas.
y nadó desnuda sobre el Lago de Flujo
donde dormían las Vírgenes.
se masturbó con flores ígneas
hasta estallar en lavas

tocándose despacio
con dedos cortantes
fue excitando sus caderas
poco a poco
fue llamando al orgasmo del clítoris danzante
de hermandades orgiásticas
allí hizo su templo
entre músicos enloquecidos
con sangrantes melodías
que apagaron la sed de todas las criaturas

allí descansó
luego de una interminable
peregrinación de ausencias

ellas veneran a Venérea

VII

a sus amantes
ha perdonado cien vidas
los ha cobijado de su acero
los ha protegido de sí misma
ha guardado los secretos
más oscuros
por los amantes
ella ha sangrado siglos
aun así la traicionaron

ella igual los ha salvado
ellos veneran a Venérea

VIII

inundó todo con su furia
bebió el vino de los muertos
para apagar sus espantos
se vistió de Noche
y salió a cazar vampiros
regresó
a los senderos que la habían visto nacer
hace ya muchos
muchos siglos.

Fuente: Venérea, Vladimir Jantus Castelli, Malisia Editorial, La Plata, 2015.

Vladimir Jantus Castelli nació en La Plata el 26 de septiembre de 1975. Es poeta, escritor y periodista.  Tiene cuatro libros de poemas publicados: Poesía para beber (1997), El grito (1999), En el borde (2005) y Venérea (2015). Este último incluye el poema homónimo con el que obtuvo en 2014 el primer premio del Concurso Internacional de Poesía organizado por la revista Guka, que edita la Biblioteca Nacional. A propósito de Venérea, señala Alejandra Varela en la contratapa del libro: “Una voz extraña, como de otro tiempo precipita al lector de Venérea a un estado abismal, como si el fin del mundo tuviera lugar ante nuestros ojos. La muerte parece hablarnos directamente, convertida en palabra poética, encarnando a un dios fantástico. La letra es la herida de esa muerte, la que adquiere formas criminales porque la dimensión poética que tiene lugar está sostenida en acciones que trazan locuras en el texto, como un albatros que planea tragándose a los vivos. La poesía se construye en un lugar que se aleja del realismo, de la enumeración de lo inmediato para pensarse como imágenes que cruzan temporalidades mientras un agente descomunal de un orden lejano nos dicta un mensaje secreto”.

Foto: Vladimir Jantus Castelli. Fuente: Facebook.