viernes, 20 de febrero de 2015

José María Pallaoro


Árboles

La zanja hace meses está anegada, una pérdida, algo subterráneo que intenta ser superficie. El palo borracho hace el cuatro perfectamente. Algunos fresnos, abedules, álamos y sauces, aferrados a la soledad acuosa, se deslizan hacia el este de la calle, no tan lejos del ancho río. No hay que descuidar sus raíces, imposible trasplantarlos cuando casi acarician el cielo. Lejanas tierras los esperan, piensan algunos vecinos. Muchos árboles se trasplantan, agregan. Esos árboles ahí nacieron, no hay que descuidar sus raíces. No hay que acumular botellas vacías en la vereda inhóspita.


El idiota

Ser músico. Ése fue el sueño de mi vida. Aunque se quedó en eso, en un sueño. Todos sabemos, decía mi profesor de literatura, que los sueños, sueños son, y que dejan de ser sueños, eso decía mi psicoanalista, cuando ponemos la mayor voluntad en alcanzarlos. De esa manera se convierten en una meta. Y la mía fue ser músico. Pero si pensara esto estaría mintiendo. Y lo que es peor, me estaría mintiendo. Así que nunca tuve la meta de ser músico, sí el sueño. Me veía tocando la guitarra o la batería en una banda de rock. O formando parte de un trío de jazz como el de Bill Evans (por supuesto, sería el pianista) o soplando un saxo a lo John Coltrane. Nunca ocurrió. Los planetas se juntaron, y decidí cambiar de sueño. Y mi sueño fue ser un constructor de sueños, no un simple constructor, quería ser el gran constructor. Por suerte, además del sueño tenía la meta. No había día que no pensara en construir ese gran sueño. Hasta ahora no ocurrió. Y después de tanto tiempo y para ser sincero, ni siquiera tengo ganas de comenzar la carrera.


Estufa

El Primus de Arlt junta polvo en el altillo que está encima del baño. Cuando lo comento, nadie lo cree. De que sea el Primus de Roberto Arlt. Les cuento la historia, y no sé si termino de convencerlos, pero genero una duda razonable. Dura nada, luego de la distracción, la conversación continúa su cauce natural; en mi círculo más íntimo, a nadie le interesa la literatura.


Frutas

Amanece. Pelo una de las naranjas que junté al anochecer. Tiene poca cáscara y es muy jugosa. Riquísima, como fruta del despertar. Un momento feliz, diría, aunque algo incomoda, un zumbido extraño que hiere los oídos, que hiere, lastima, lacera. La radio, imperceptible hace unos instantes, ahora, la siento, encendida de odio, estupideces y mentiras, repitiendo tapas de diarios de infiernos que no vendrán. Carezco de estómago para tanto. Pero nunca hay que olvidarse del enemigo, el verdadero, pienso. ¿Es así? No lo sé. El que sabe es mi estómago. Exprimo un limón. Desenchufo la radio. Pelo la segunda naranja, dispuesto a disfrutar, lo mejor posible, del día.


La comida frugal

Había trenes, no todos los días. Dos de ida y dos de vuelta. No sé qué días. Los pobladores iban a proveerse de diarios y revistas. Además traían en el furgón tomates, papas, batatas, zapallos, formas de felicidad. Un día iba solo a caballo, en el picasso, y yo era un aficionado a la uva. Me compré un cajón de cinco kilos. A un peso veinte el cajón. Yo iba en el picasso, iba al tranco comiendo la uva, hasta que me harté, y el resto del cajón llegó hasta la casa. No sé cuántos kilos de uva comí. Había de dos clases: doradas y negras. Ésta era negra. El picasso al tranco, el cajón en el anca.


Lo único

¿Dónde estoy? ¿Qué hago en este lugar? Un fuerte dolor de cabeza confunde mi percepción de las cosas. ¿Cómo me llamo? ¿Tengo un nombre? ¿Qué vida corresponde a este cuerpo maltrecho, viejo? ¿Cuántos años sucedieron? ¿Veinticinco, cincuenta, una eternidad? ¿Qué hago yo aquí, ahora? El cielo se ve tan claro y oscuro, lo verde y lo seco abundan alrededor. Trato de tapar con mis manos la cara desconocida. Y pienso, en este preciso instante, pienso. Es lo único que puedo agradecer.


Mungo Dorset

En septiembre de 1974 mi padre me lleva por primera vez a Inglaterra. Tenía que hacer un trabajo de un par de meses para una empresa cuya sede se encontraba, curiosamente, en Ashford. Desde 1968 era muy amigo de Ray Jerry, así que no fue nada extraño que paráramos en su casa de Bournemouth. Yo era muy chico y apenas hablaba inglés, pero Ray tuvo la paciencia de contarme las bellas historias de su tiempo en la Buena Tierra. El tipo me caía muy bien, entre otras cosas, porque tenía los dientes separados como yo. Raymond me enseñó a reír en público mostrando los dientes. La gracia de su vieja Fender, en tiempos malos, en tiempos buenos, me acompaña en los veranos.


Música de jazz

Las sillas del jardín inclinadas sobre la mesa. Piedras y arbustos, una maceta caída, vacía. En la pérgola, la parra colmada de racimos de no-amanecer. La lluvia aún no cesó, pero es leve, fina, tan fina que acaricia como música de jazz las chapas del techo. El interior es el exterior de mis cosas. El vidrio, apenas humedecido, mi rostro.


Tatuajes

La pensaba como a una diosa felina. Aunque en realidad era otra cosa, una verdadera zoología quebrada. Una gatita, en todo caso, tatuada en sus tetillas y en su trasero, con demasiados pocos años en su haber, y casi nada que decir. En vez de provocarnos, nos hacía divertir como suelen hacer esas chicas anarco-burguesas que muestran su plasticidad literaria a través de facebook.


Una hermosa vida

Me metí en el sueño de mi perro. Lo vengo haciendo desde antes que los árboles se acolcharan de sombras. Vi bolsas de Eukanuba. Caricias a la mañana y al atardecer. Una pelota de tenis que busca y trae algunos fines de semana. Un gato en zapatillas deportivas que siempre escapa por la medianera de las enamoradas. Inmensas y terrestres siestas al sol con pajaritos a sus anchas y a sus patas. Una hermosa vida de perro. Y no quise salir, pensando que sus sueños eran mejores que los míos.

Fuente: El flautista de City Bell, José María Pallaoro, Libros de la talita dorada, Buenos Aires, 2015.

José María Pallaoro nació en La Plata en 1959. Dirigió la revista de poesía El Espiniyo. Publicó plaquetas, cuadernos y una decena de libros de poemas. Sus últimos títulos editados son: Basuritas (2010), Setenta y 4 (2011), 33 papelitos y una mora horizontal (2012), Una medida adecuada a todo (2012), Son dos los que danzan (primera edición, 2005; reedición ampliada, 2012), Una piedra haciendo patito (2013) y El flautista de City Bell (2015). Son dos los que danzan fue traducido al italiano por Ana Cecilia Prenz Kopusar y al esloveno por la misma traductora en colaboración con Markos Kravos y publicado en edición bilingüe con el título Sono due quelli che danzano / Ples v dvoje (Mediterránea, Centro di Studi Interculturali, Dipartamento di Studi Umanistici, Universitá di Trieste, Italia, 2013). En la actualidad, escribe para medios gráficos y virtuales y administra varios blogs, entre ellos: Poesía La Plata, Aromito y Los ojos. Reside en City Bell, Partido de La Plata, donde coordina el Espacio Cultural La poesía y un taller de escritura. Acerca de El flautista de City Bell, apunta Fernando Alfón en la contratapa del libro: “¿Qué nombre les pondríamos a estos poemas? El de poemas no está mal, pero es tan general para el caso que se pierde lo distintivo. Otros poetas han tramado textos de la misma naturaleza, advertido el mismo problema y bautizado de distintas maneras. Baudelaire los llamó Le spleen de Paris. Ramos Sucre los llamó Trizas de papel. Severo Sarduy dio con un nombre que aludiera al modo en que surgían: epifanías. Esta diversidad, que apenas ventilo, quizá nos hable de sus virtudes. No se ha escrito, aún, un texto que encaje perfectamente en un género. Los géneros son abstracciones, arquetipos ajenos a las obras concretas. Ésta que laboró José María es, además, de las obras que menos se ajustan a alguno de ellos. Llamarlos poesía en prosa, cuentos poéticos, narrativa hiperbreve, revela más un requisito editorial que un menester de lectura”. Para Miriam Cairo, por su parte, “Las imágenes poéticas y la condensación semántica llevan de la emoción a la denuncia, de la denuncia al humor, del humor a la melancolía... es un arcoíris de sensaciones, un recorrido de lectura que se semeja a la navegación sobre aguas serenas. El intertexto dialoga con el cine, con la música, con la literatura, con los medios masivos de comunicación y, además, el ritmo de la vida: de lo trascendente a lo cotidiano, de lo social a lo íntimo, de lo metafísico al estómago”.

Foto: José María Pallaoro. Fuente: Gentileza de José María Pallaoro.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Mariana Finochietto


10

Amar a un hombre bueno
es entregar
el lado más inocente
del corazón.
Los hombres buenos
no son piadosos
en el amor.
No les bastan
las miradas de Gorgona,
las noches desmesuradas,
las palabras
de fuego.

Los hombres buenos
no quieren
otra cosa
que quedarse
con lo más puro
que tenemos.

13

Llegás
como la lluvia
algunas tardes,
con un rumor
suavecito
de agua clara,
y dan ganas
de bailar
descalza y niña
sobre la hierba
fresca y verdecida.

Llegás.
Y yo te espero
detrás
de mi última inocencia.

17

La tarde
se detiene,
suspendida
en los hilos
de luz
que teje
y desteje
el viento
entre las ramas.

En este instante
de pájaros agrestes,
la pureza
y la crueldad
son las únicas
certezas
sobre el mundo.

21

¿Adónde van
estas ganas de reír,
de escapar corriendo
por los montes,
descalza y sin aliento?
¿Adónde va
este salvaje impulso
de vivir,
deslumbrada de sol?
¿Adónde se esconde
el ansia
de ser más
que esta mujer
que cierra las ventanas
cada noche?

33

Las mujeres de mi casa
me enseñaron,
junto al oficio de los fuegos,
a coser prolijamente
en puntadas
simétricas,
exactas.
Punto a punto,
eslabones de una cadena
perdida en el origen
de los tiempos.
Minuciosa,
he bordado cuarenta años
la engañosa trama.
Nadie supo
cuántas noches
a la luz severa de las velas
cosí mis alas
con hilos de agua.
Nadie sabe
que sólo espero
la gracia
de una noche sin luna,
y una brisa propicia.

38

Ya no quiero
escribir sobre el amor
ni sus sórdidos
espejitos de colores,
deslumbrantes baratijas
de algún genio maligno.

Ya no quiero
escribir del desamor,
ni de la loba herida
que desgarra mi carne
cada noche
que el insomnio
me derrota.

Me bebí de un trago
las grandes palabras
y ahora
sólo quiero
sentarme a la orilla de un verso
que me sane.

46

Las manos
despiertan
el día
al abrir las ventanas.

Las manos
peinan hijos,
limpian, lavan,
planchan,
guardan la rutina
en prolijos cajones.

Llegada la noche
cierran las ventanas,
acuestan los niños.
Cuando llega el sueño,
si es que el sueño llega,
al cerrar el libro,
vuelan a tu almohada,
como las gaviotas
dueñas de una playa
desmesuradamente
sola.

Fuente: Cuadernos de la breve ceguera, Mariana Finochietto, La Magdalena Editora, La Plata, 2014.

Mariana Finochietto nació en General Belgrano, Provincia de Buenos Aires, el 24 de enero de 1971. Desde hace 15 años vive en City Bell, Partido de La Plata. Tiene cuatro hijos. Estudió Letras y luego derivó hacia la bibliotecología y la filosofía. Según confiesa, pasó su primera infancia rodeada de animales, árboles y libros. Dice también que ama las playas solas y los libros usados, todo lo cual se refleja claramente en su poesía, que no necesita apelar a “grandes palabras” ni recursos complejos para seducir y conmover. Cuadernos de la breve ceguera (2014) es su primer poemario publicado.

Foto: Mariana Finochietto. Fuente: Gentileza de Mariana Finochietto.

lunes, 2 de febrero de 2015

Raúl O. Artola



Un ajedrez honesto calcula el movimiento de las piezas sin
suponer la derrota de nadie. La belleza preside esa ceremonia.

*

Lo que no se puede explicar no necesita razones. Sólo
resiste la formulación poética, que no siempre se compone
con palabras. También los silencios, el vacío, dan cuenta del
misterio.

*

Acosa menos este día que ya no es el primero. Sin cohetes,
bengalas ni petardos, calmado el estruendo y la vana
algarabía, ando por la casa en penumbras. Ha dejado de
sonar el teléfono –me miento para ocultar las soledades–
y ahora sí puedo sentarme a escribir algunas líneas, las
primeras de este año que comienza.
Nada pasa. A lo sumo aparecen las dudas sobre qué leer,
apilo libro y acomodo los elementos de trabajo. Será una
larga paciencia la espera del motivo.

*

Fuera del tiempo y del barro primal, una escama de oro se
extravió en las aguas de la desmesura. La hybris no puede
cometerse sin que némesis haga su trabajo.

*

La poesía va delante de mí. Como siempre. Nunca la alcanzo.

*

Iluminados a carbón de leña, jodidos de frío, con el corazón
prieto, juntos bajo la única frazada, tomados de las manos,
espantando fantasmas ajenos, hemos rezado en un idioma
extraño, coramina y grial, dulcamara y leviatán.
No teníamos razones. Pero teníamos esperanzas.
De madrugada, los leños florecieron como una zarza ardiente.
Habíamos cambiado el anhídrido carbónico en oxígeno
purísimo.
Salve, dijo el mirlo en la ventana.

*

Estrella me dice que no hay personas desafinadas. Lo demuestra
con los coros en una cancha de fútbol.
Lázaro asegura que es más fácil tocar jazz que no tocarlo.
Vinicius soñaba que la poesía es una prostituta que le regala
sus calzones a quien se atreva a sacárselos.

*

Un maestro me cuenta como averigua quiénes serán sus
discípulos.
pregunta a sus aspirantes: ¿para qué sirve la puerta de tu
casa? ¿Para entrar o para salir?
Los débiles de espíritu dice el maestro se dejan fascinar por
el falso dilema y optan por una de las dos. Los prácticos y
sensatos responden rápido y sin dudar: para las dos cosas.
Hay una clase de inscriptos que se deliran con posibilidades
insólitas:
para esconderse, para saludar a la lluvia, para recibir al
cartero y vulgaridades parecidas.
Una minoría contesta: para pasar.
Ellos son los interesantes, afirma el maestro, con ellos me
gusta trabajar.

*

No tomé sus manos, ella no tomó las mías.
Las cuatro se juntaron convocadas
por el aire de la conversación.

*

El funambulismo es arte de poetas. Caerse de un tobogán o
de un par de palabras es un fracaso estético.
El poeta, como los gatos, hace una pirueta en el aire y
eterniza el instante.

*

Las fuerzas de la naturaleza suceden. Las obras de arte
también, dice Borges que dijo Whistler.
Algunas personas también suceden. Y a su paso hay quienes
se asombran, se santiguan, se indignan, agradecen, se
arrodillan, sonríen y hasta claman por ayuda. O se enamoran
aunque no sepan cómo hacerlo.

*

Quien vive en la pulsión del instante goza como nadie.
Entra y sale, al parecer indemne, sin mácula, de ese abismo.
Otra cosa es resultar impune: la vida cobra segundo a
segundo lo robado a la eternidad.

Fuente: Registros de hora prima, Raúl O. Artola, Ediciones La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2014.

Raúl O. Artola nació en Las Flores, Provincia de Buenos Aires, en 1947. Durante su juventud, vivió, estudió y trabajó en La Plata. Desde 1975 está radicado en Viedma, Provincia de Río Negro. Es periodista, narrador, poeta, docente y editor. Publicó Antes que nada (poesía, Fondo Editorial Rionegrino - EUDEBA, 1987), Aguas de socorro (poesía, Ediciones Último Reino, 1993), Croquis de un tatami (poesía, Asociación Madres de Plaza de Mayo, 2002), El candidato y otros cuentos (narrativa, editado con el auspicio de la Secretaría de Cultura del Chubut, 2006), libro premiado en el XXIII Encuentro de Escritores Patagónicos de Puerto Madryn, [teclados] (poesía, El Suri Porfiado, 2010), La periferia es nuestro centro. Apuntes sobre política, cultura, territorios y experiencias (ensayo, Espacio Hudson, colección El Extremo Sur, 2011) y Registros de hora prima (textos en prosa, Ediciones La Carta de Oliver, 2014). Compiló, además, Poesía / Río Negro - Antología Consultada y Comentada. Volumen I (Fondo Editorial Rionegrino, 2007), que reúne a 23 autores, y dirigió la revista-libro El Camarote – Arte y cultura desde la Patagonia entre 2004 y 2010. Actualmente, administra el sitio web La mojarra desnuda (www.mojarradesnuda.com.ar).

Foto: Raúl O. Artola. Fuente: Facebook de Raúl O. Artola.