jueves, 28 de septiembre de 2017

Roberto Themis Speroni

En el quincuagésimo aniversario de su muerte


Es la verdad. La tarde de aquel día...

Es la verdad. La tarde de aquel día
lo sorprendió clavado en el madero,
como al hijo de un simple carpintero
cuya mujer llamárase María.

Asombróse. La frente le dolía,
los miembros parecíanle de cuero.
Miró a sus pies: el valle... Un agujero
con alguna ciudad, vaga y sombría.

Sintióse con los párpados muy viejos.
Tres mujeres lloraban a lo lejos.
–¿Por qué lo harán...?, se dijo tristemente.

Un centurión dormía sobre el lodo.
Pensó: –¡Qué cosa extraña...! Y de ese modo,
cerró los ojos e inclinó la frente.

Fuente: Tatuaje en el viento, Roberto Themis Speroni, Edición de la Municipalidad de La Plata, 1959.


La tierra que me den cuando me muera...

"Tierra le dieron...”

La tierra que me den cuando me muera
la quiero de llanura, entre colinas;
tierra de labrador, con golondrinas,
con caballos de sol y primavera.

Bajo la Cruz del Sur, si se pudiera,
entre tallos y sombras cristalinas,
en esos sitios claros que imaginas
cuando el alma es igual a la madera.

Quiero habitar mi muerte como el canto
la garganta del aire, como el cielo
la gruta del espacio luminoso.

Y olvidado del párpado y del llanto,
estar allí, dispuesto a todo vuelo,
como un pájaro inmóvil y dichoso.

Fuente: Tatuaje en el viento, Roberto Themis Speroni, Edición de la Municipalidad de La Plata, 1959.


Saldría a dar excusas por ser hosco...

Saldría a dar excusas por ser hosco,
si eso significara
alguna mejoría para el árbol;
si con ello lograra separarme
de los legisladores, de los pulcros
inspectores del ocio. Sí, saldría
con la inocencia del titiritero,
alejado de tóxicos, llevando
una higiénica flor, una estampilla
de carácter azul, algún diploma
de fascinante título y ornato.
Me iría con un perro de diamante,
con un lacustre amigo vagabundo,
y en un mercado o en un templo griego
dejaría mis vendas, mostraría
mi brusquedad de origen argentino.

La gente, a lo mejor, los contratistas,
los empresarios, los patrocinantes
del infortunio, los subastadores
de la piedad, quizá me disputaran,
quizá ofrecieran bolsas de sal gema
por mi disculpa pública, por eso
que justifica a los desventurados
ante los mercaderes y los jueces;
pero sucede que no estoy dispuesto,
sucede que me acuerdo de un enano,
de un caballo ulcerado, de un recorte
mostrando a un desgarrado centinela,
a un niño de alcanfor, a una chalupa
volteada por el mar, y no transijo.

Vuelvo la espalda. Sé que para entonces
sobrarán las excusas y rituales.

Fuente: Padre Final, Roberto Themis Speroni, sin mención de editorial, La Plata 1964.


Vino el amigo, el lúcido gitano...

A Eduardo Squirru

Vino el amigo, el lúcido gitano,
el que tiene guitarra y seis mujeres,
y los dientes azules y la vida
inscripta en un notable crucifijo,
y se quedó a comer, después de abrirse
la frente y el perímetro del pecho.
Eduardo vino desde su sonrisa,
desde su muerte, desde su cigarro,
y habló en mi casa, como los petreles
hablan sobre la nieve y el mar hosco.
Durmió después, donde mis hijos duermen,
y se fue para hallar una esmeralda,
un caballo de pelo silencioso,
o tal vez el nostálgico amuleto
que le robó el invierno, cuando niño.

Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo I, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.


Es natural que dios se comunique...

Es natural que Dios se comunique
con mi melancolía; que comparta
mi pan, mi techo aciago y que me ofrende,
de vez en cuando, un búho, una botella,
una hoja de menta, un libro viejo
escrito sobre un vidrio de colores.

Es natural que llegue sin anuncio,
definido y abierto como un árbol,
y que se instale cerca de la leña
desatada en crujidos ardorosos
sin dirigirme nunca la palabra,
alto y ritual, hermoso como un sable.

Suele irritarme su actitud, la espera
brillante de sus ojos, la implacable
actividad oculta de sus manos
quemadas por dos vírgulas de hierro.
Yo soy un hombre y Él lo sabe. Tengo
arrebatos de hombre, no de insecto,
ni dulzura animal para mis actos
manejados por turbia inteligencia.

Arrojo el vino. Tiro de la mesa
los mendrugos, las moscas, los papeles;
tenso mis antebrazos, crispo el nervio
más hondo y, con rudeza, lo fustigo,
lo invito a que se mida con mi angustia
crecida en los confines de su obra.
No responde. Se ubica acomodando
su codo en la madera y, sin testigos,
pulseamos al igual que dos labriegos
en honesta y tristísima disputa.

Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo II, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.


Elegía C

Otras mujeres vienen a buscarme;
me ofrecen vino, duros girasoles,
vientres de menta, músculos de harina,
bocas de fiebre púrpura. Se acercan
como resortes blancos, como flejes
de acero perfumado. Son hermosas.
Tienen los ojos niquelados. Visten
géneros nuevos; hablan con voz curva
y queman cigarrillos africanos
fundando un ecuador de luz caliente,
haciendo que las cosas resplandezcan
entre vagos vapores y gomeros.
Vienen otras mujeres. Sus corpiños
son de pulpa agresiva. De sus piernas
desciende un bosque medular, compacto;
sus manos se conjugan en el aire;
ocultan en el sexo rojos tigres,
acróbatas de aliento estremecido.
Y ríen ondulando entre mis huesos,
al pie de mi garganta, en las arrugas
que me talló un ciprés, siendo muchacho.
Quieren que me divierta seriamente,
que me acueste detrás de la tristeza,
que me desnude arriba de los muertos;
que me escape de pronto a cualquier parte
despeñándome al lado de sus muslos,
en torno a sus cinturas de magnolia;
que les amarre el oro de la nuca
con mis dientes de lobo encanecido.
Quieren que me separe de tu sombra,
que me vaya de ti; que te destruya
como a un enebro en medio de la zarza.
No pueden concebir mi disciplina;
no entienden mi lugar. Soy el poeta,
el hombre de pupilas forestales,
el cavador de peces, el sombrío
curtidor de crepúsculos, el hosco
cantor de tu memoria. Vienen, vienen
sobre zapatos de metal astuto,
cautelosas de amor. Por sus collares
corren formas eléctricas, sonidos,
compromisos ocultos, reprimidas
escobas de ansiedad. Vienen a verme.
Me tocan con hirvientes abanicos,
hacen pausas de piel, me compran nubes,
pantalones de gin. Me ofrecen viajes
donde la muerte no figura nunca,
donde el espacio y la razón se ignoran,
donde no existen hijos, donde nada
ha sido consignado. Las escucho
a estas mujeres breves. Y las dejo
para quedarme cerca de tu hiedra
que Aldebarán conserva inalterable.

Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo II, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.


Soneto al grillo del poeta

A mis hijos

No es tu grillo, Nalé, tampoco el mío
este grillo que escucho aquí, en mi hueco,
dándole a clavo estéril golpe seco
y a caliente lugar punzón de frío.

Aquel otro, sonoro desvarío,
gota de yunque, cuerda para el eco,
se murió en mi niñez, como un muñeco
que atravesaran balas de rocío.

Igual mi corazón, igual la mano,
la estrella, el ademán. El hombre sabe
que el verde, para abril, será amarillo.

Y, sin embargo, con el gesto cano,
sigo pensando que este grillo en clave
es tu grillo, Nalé, mi eterno grillo.

Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo II, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.

Roberto Themis Speroni nació en La Plata el 29 de septiembre de 1922 y murió en City Bell el 28 de septiembre de 1967. Su obra poética publicada incluye los siguientes libros: Habitante único (1945), Gavilla de tiempo (1948), Tentativa en la luz (1951), Tatuaje en el viento (1959), Paciencia por la muerte (1963) y Padre final (1964). A estos debe sumárseles Un poeta en el hueso del invierno, extenso poema dividido en seis cantos e incluido en Veinte poetas platenses contemporáneos (1963). Speroni dejó, asimismo, una gran cantidad de poemas inéditos que fueron compilados, en parte, por Ana Emilia Lahitte y publicados en dos tomos con el título Roberto Themis Speroni en 1975. La obra contiene un estudio de la autora y fue reeditada en un solo volumen como Speroni. Poesía completa, al cumplirse, en 1982, el centenario de la fundación de la capital bonaerense. (Hay una reedición del primer tomo realizada por la editorial Ciudad Gótica, de Rosario, declarada de interés por la Comisión de Cultura de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, que data de 2005.) Luego de la muerte de Speroni, Sudamericana-Planeta dio a conocer su novela El antiguo valle (1985). Permanecen inéditos tres novelas más, un libro de cuentos y un ensayo sobre la obra poética de Alberto Ponce de León, entre otros textos. Alguna vez, Speroni se refirió a sí mismo con estas palabras: “Nació en La Plata, murió repetidas veces en cualquier lugar, no se arrodilló ante nadie, salvo ante el amor y la tragedia. Fue un dado ciego en un cubilete de hierro, un perro en soledad, una campana orgullosa y ronca...”  Su indignación frente al dolor, su sed de verdad y de justicia, su honesta y valiente rebeldía, dieron a su voz –tierna o estentórea, según el caso– un tinte singular que la hace insoslayable. Speroni fue, sencillamente, un “muchacho puro y hosco”, como lo definió Osvaldo Rossler; jamás mendigó recompensas ni persiguió “el espaldarazo de un imbécil” para ser reconocido; quizá por esta razón no figura en muchas de las indecorosas antologías que pululan en nuestro medio. Más poemas de Speroni pinchando Aquí.

Foto: Roberto Themis Speroni. Fuente: Roberto Themis Speroni, tomo I, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Buenos Aires, La Plata, 1975.