domingo, 26 de mayo de 2013

Lara Villaro





















* * *

En este tempestuoso paraíso
de pájaros que roen las respuestas de los
hombres que
viven un presente discontinuo,
de titánicas lombrices
que hambrean muchedumbres,
o locas faroleras que tropiezan con los niños
¿qué nos queda?
esperar que alguien nos redima
después de tanta pereza,
y entonces,
agnósticos del mundo,
tendremos un juicio final,
quizás, también,
un cielo que nos cobije
o un alma
tendremos un alma al fin
que se haga cargo de tanto desacierto.


* * *

No morir cualquier noche
ni en cualquier sitio
no morir porque sí
o por el tiempo
no morir en un último y espurio
aliento de cortesía
morir de pie/
latiendo
ahogado de risas
con un disparo certero
de la voz
diciendo basta.


* * *

A Julia

No era mía
lo sabía
lo supe siempre
sin embargo,
¡ay! sin embargo.
Lloré sus lágrimas de río
amé con terquedad su inofensivo rostro
sospeché mío su júbilo
ensayé respuestas para todas las preguntas
que nunca a mí me hizo
apreté con fuerza adolescente su manito de niña
y cuando pude
sólo cuando pude
le solté la mano de madre inoportuna
y la abracé al rocío.


* * *

Germina adentro una niña
que parece mujer
o pájaro.
Como forma de elefante hambriento
con aroma a limón.

Germina como el ginkgo
dulce pero rancio
crece sola una semilla de suave algodón,
acaricia y a su vez
lastima
como los colores del cielo
o las ollas vacías
voy a llamarla amapola
(debemos poner nombres a los nativos).

En algún sitio nacerá el fruto
que por fin sabrá nombrarme.


* * *

Cuando los dioses se peleaban entre sí
en guerras interminables
se mezclaban entre humanos
se equivocaban
y se iban desterrados del olimpo
pero volvían con más fuerza
cuando los dioses no tenían las respuestas
cuando había un dios para cada dicha o desdicha
quiero suponer
era más real
el cielo.

Fuente: Poemas invictos, Lara Villaro, Alción Editora, Córdoba, 2012. 

Lara Villaro nació en La Plata en 1976. Es Licenciada en Trabajo Social por la Universidad Nacional de La Plata. Publicó dos libros de poesía: Binario (2005) y Poemas invictos (2012). Algunos de sus poemas fueron traducidos al inglés e incluidos en la edición bilingüe “Metamorphoses, a journal of literary translation” (Massachussets, EEUU, 2009). En 2003 recibió el segundo premio en el concurso de poesía del Instituto Rega Molina. Vive y trabaja en La Plata.

Foto: Lara Villaro. Fuente: Gentileza de Lara Villaro.

sábado, 18 de mayo de 2013

Raquel Sinelli




















La envoltura

Voces conocidas
llegan desde la cocina
y despegan tu sueño.
Despertar
de un lado de la casa.
En el otro, la madre.
Oír latidos, un movimiento
acompasado,
conversaciones
que viajan por el pasillo
y pierden su sentido literal.
Esa música,
papel de seda
que te envuelve y se rasga.


Del otro lado de la pared

Vuelves a oír
a la niña pequeña, de meses,
sentada en las rodillas de la madre;
a caballito, un suave trote y una canción.
La risa se confunde con el llanto
y cuesta distinguir.
Los sonidos atraviesan la medianera
y traen la escena que añoras
sin recordar, sin saber siquiera
si existió.


El cuarto propio

La que fui
escribía en la cocina:

sobre la mesa blanca de formica
extendía los papeles
después de limpiar
los restos de la cena.

La luz de la lámpara
fijaba un círculo.

Alrededor,
la historia turbulenta de esos años,
como un empapelado en la pared.

Las palabras,
un altar
donde guardar la fe.


La parábola

En el sueño
volvimos a hacer el amor,
apurados, a escondidas,
como hace tiempo.
Me inquietó 
tu cuerpo tan real
y el mío casi ausente.
El deseo recóndito
sigue su parábola
sin nosotros.


El ruido alrededor

El llanto contenido,
guardado en cerrazón involuntaria
no se seca.
Aparece y no pide
un abrazo que sostenga
ni testigos.
Deja atrás
palabras fuertes,
una antigua fe.
Llora sola, en la calle,
y hay alivio, un ruido
alrededor, ajeno,
un viento
que le va secando el rostro.


Aprendizaje

La niña que miró a sus abuelos
sabía pocas cosas.
De lo que se gana, de lo que se pierde,
del mundo, casi nada sabía.
Los miraba hacer, no preguntaba
y el silencio
se pobló de sentidos.

Si estuvieran ahora, intactos,
volvería a mirarlos sin hablar,
sin tocar esa estrella que muere,
esa luz, por años.
         
A la  memoria de mis abuelos,
Jesús Iglesias y Clarina Sachero


Mujeres de la calle

Se ríen fuerte,
sus ropas son chillonas.

En la esquina, sentadas
en el umbral de una antigua carnicería,
conversan entre ellas
mientras esperan al cliente.

Voy a comprar el diario
y las veo en la avenida.

Cuando vuelvo, queda una sola
que ya no ríe.

Cruzo la calle y pienso
en el azar, en el destino,
el de ellas, el mío.

Fuente: La Envoltura, Raquel Sinelli, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2013.

Raquel Sinelli nació en Pergamino, Provincia de Buenos Aires, en 1954. Desde 1974 reside en La Plata. Es poeta y periodista. Publicó dos libros de poesía: El día pleno (2003) y La envoltura (2013). El año pasado, “Cuadernos orquestados”, colección de poesía dirigida por Abel Robino, dio a conocer una recopilación de sus poemas con el título Puertas adentro. He aquí algunos párrafos del texto de Rafael Felipe Oteriño leído en la reciente presentación de La envoltura: “Su primer libro, El día pleno, esconde un oxímoron en la adjetivación simple del título. Porque cuando uno lo lee advierte que nada es pleno ni definitivo en esta poesía. Que todo tiene una cara escondida y muchos matices. Comprendemos, entonces, que el enunciado refleja un dejo irónico: la certidumbre de que el día no es, en verdad, pleno. Que está lleno de trasiegos. Pero decirlo así, frontalmente, equivale a oponer una lágrima a la contundencia de lo real. Traer a la luz esa doble cara es la tarea que ella emprende. De donde tenemos que lo que es pleno –o plena– es su escritura exploratoria, ya que cumple con el propósito de unir lo que está separado, de iluminar lo que se encuentra oculto, de dar vida a lo que carece de ella. Poesía de abrazo, de juntar bordes, de suturar heridas, el día es pleno en sus versos porque consagra un mundo conciliado con la verdad. Sin autoindulgencia ni engaño, sin mentir ni mentirse... El título de su nuevo libro La envoltura es, en cambio, una metáfora: la operación por la que se dice una cosa en términos de otra. Refiere las voces y  latidos que, a la manera de una música, nos llegan desde el otro extremo de la casa y que tienen el poder de envolver la vida como en un papel de seda que, por su propia incontinencia, también se rasga. Habla de la vida y de la muerte, de la aceptación y de la dispersión, valiéndose de ausencias y presencias que han prendido en la madurez de su lenguaje sensible... De la poesía de Raquel me sedujo, en primer lugar, su tono confidente, su opción por el registro moderado, el ponderado equilibrio de sus emociones. Luego, la sabiduría para hacer del escenario de la vida familiar el motivo de la elaboración poética. Por último, su propósito de alcanzar una síntesis en que las pérdidas se concilien con las ganancias, en el que la vida y su colorido hagan tablas con la nada y su sombría amenaza. Proyectada esta escritura sobre la tradición poética platense, no dudo en afirmar que Raquel –quiéralo o no– está enrolada en su más reconocido valor. El del tono menor inaugurado, como un sello distintivo, por Francisco López Merino. En ese tono menor (que no es nada menor, puesto que se trata de una conquista prosódica y de un estilo) está escrita la mejor poesía de nuestra ciudad. Sin esa vibración que permite ver lo elevado en lo nimio, López Merino no hubiera escrito ‘Mis primas, los domingos’, ni Roberto Themis Speroni el soneto ‘A la paloma que maté de niño’, ni Horacio Castillo ‘Anquises sobre los hombros’, ni Néstor Mux, ‘Ante la radiografía del pie de nuestro hijo’. Sin la prédica del tono menor Ballina no hubiera descubierto la unidad de la persona en la voracidad de las culturas. Y al par de la ansiedad metafísica y del realismo humanista, ese tono también está presente en la obra de Horacio Preler y de César Cantoni. Estoy hablando de un canon”.
                      
Foto: Raquel Sinelli. Fuente: Gentileza de Raquel Sinelli.

lunes, 13 de mayo de 2013

María Mombrú

























Posición

No puedo.
Es imposible seguir siendo prudente.
No puedo.
La sangre se me agolpa en el corazón
y no puedo ser más
una muchacha que escribe versos
sobre la esencia y la existencia.
No puedo seguir amando mi sombra,
mi muerte,
mi vida, mi cara, mis brazos, mis sueños.
De pronto no puedo
porque sé que los otros no pueden
padecen, están rotos,
no puedo decir cómo es el verano
no puedo mirar a los pájaros con ternura
ni me importa el cielo
porque sé que los otros no pueden
están prisioneros, maltrechos, muertos.
De pronto no siento mi soledad
ni mi tristeza
porque sé que los otros están solos
doloridos y tristes.
No puedo gozar de mi amor
porque hay millones de seres
que agonizan de nostalgia por amor.
No puedo hablar con palabras misteriosas
tintineantes, poéticas,
es preciso hablar esclareciendo:
hay mentiras mundiales
hay hambre
hay dictadores
hay hombres explotados por otros hombres
hay sangre de hermanos derramada
hay chicos descalzos
hay, todavía, negros apaleados.
Debo acudir pronto, unir mis manos con las suyas
aunque mi alma quede en silencio.
Me ha sido encomendada una misión
que me regocija y debo acudir pronto
a socorrer, a odiar, a amar,
a morir si es preciso
para que mañana salga violento el sol para los otros,
para que los otros tengan derecho
a mirarse a sí mismos
a mirar el cielo
o el mar
o el juego de los pájaros.
No puedo dejar de sentir
la dulzura de mañana
hombres libres
hombres para el amor
hombres inmensamente jóvenes.

Fuente: Veinte poetas platenses contemporáneos, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Bonaerense, La Plata, 1963.


14 de junio, en Tucumán

No podemos hoy
hablar del frío
fumar
decir que está helando
y que van a quemarse las plantas.
No podemos hoy decidir nuestro porvenir
escuchar noticieros, tejer, reír.
¿Sabes qué hacen allí?
¿Sabes qué siente Pedro?
¿Qué dice Juan?
¿Qué desea Agustín?
¿Es posible que hoy no estés
solitario y angustiado
sintiendo a Pedro, Juan, Agustín –cañeros–
caminar bajo las últimas estrellas
(machete, zamba, sueños, hijos, mujer)
con un dolor tan hondo
que no saben si llega del estómago
o desde más adentro?
Es necesario que les prestes
tus manos, tu voz, tu corazón
las mías
para que Juan, Pedro, Agustín –cañeros–
levanten los ojos
y les crezca en la mitad del pecho
una mariposa
una luz
un brote tierno.
Es posible también que hasta ahora
no hayas advertido
que Pedro, Juan, Agustín –cañeros–
te buscaban
me buscaban.
Es posible que no sepas
que estar solo
desde que sale el sol hasta que entra
es algo así como una aguda espina
y nadie puede responder
–cañaveral y cielo–
adónde está el hermano
adónde está el vecino.
Entonces hoy te hablo para que no te escapes
y me des tu sonrisa, tu corazón, tu mano
que cruce el aire helado de este día
y se transforme en mariposa, en luz, en brote tierno
en la mitad del pecho
de Pedro, Juan, Agustín –cañeros–.
Después podremos caminar en paz
fumar, hablar del tiempo, mirar la Cruz del Sur
dormir
con la seguridad
que Pedro, Juan, Agustín –cañeros–
ya no están solos.

Fuente: Veinte poetas platenses contemporáneos, Ana Emilia Lahitte, Fondo Cultural Bonaerense, La Plata, 1963.

María Mombrú nació en Resistencia, Provincia de Chaco, el 24 de noviembre de 1922. Fue poeta, narradora y autora y directora teatral. Se recibió de Profesora en Letras en la Universidad Nacional de La Plata y en esta ciudad se radicó por muchos años, ejerciendo la docencia en la Facultad de Bellas Artes. Durante la dictadura de Onganía, fue expulsada de su cátedra por razones políticas y, más adelante, con el advenimiento de la dictadura de Videla, su nombre figuró en una “Nómina de personas vinculadas al ámbito cultural con antecedentes ideológicos desfavorables", como se desprende de documentos correspondientes a la Operación Claridad.  A la par de su actividad docente, dirigió en el Teatro Universitario de La Plata, entre 1960 y 1962, cinco obras teatrales: El tío Arquímedes, de Juan Carlos Ferrari, La isla desierta de Roberto Arlt, Narcisa Garay, mujer para llorar, de Juan Carlos Ghiano, Los pequeños burgueses, de Máximo Gorki y Mateo, de Armando Discépolo. También en La Plata, al principiar la década del 70, tuvo un programa en Radio Provincia en el que difundió, entre otras cosas, la poesía platense. Tras el golpe militar de 1976 se alejó de la ciudad y sólo volvió a ella una vez restaurada la democracia en 1983, hecho que le permitió recuperar su trabajo en la Facultad de Bellas Artes. En los años 80, asimismo, dio clases en la Escuela Nacional de Arte Dramático de Buenos Aires. Algunos de sus libros publicados son los siguientes: El andén y dos monólogos (teatro, 1956), Las señoritas vecinas (teatro, 1957), Réquiem para mi corazón (poesía, 1959), Perla, de Lanús (teatro, 1962), Urgente (poesía, 1965), Mataron a un taxista (teatro, 1970) y América para los americanos (cuentos, 1980). Entre las distinciones obtenidas cabe destacar: primer premio del certamen de poesía de  la Escuela Superior de Bellas Artes por el libro inédito La soledad y el cántaro en 1953, primer premio del concurso "Editorial Losange" por la obra teatral Las señoritas vecinas en 1957, premio estímulo Casa de las Américas por el libro de cuentos “América para los americanos en1963, y segundo premio en el Concurso Internacional de Narrativa de Editorial Losada por el libro mencionado anteriormente en 1980. Por su parte, Roberto Saraví Cisneros la incluyó en la Primera antología poética platense (1956) y Ana Emilia Lahitte hizo lo propio en Veinte poetas platenses contemporáneos (1963), recopilación de voces pertenecientes a la generación del 40. Si bien dicha generación fue predominantemente neoromántica, la poesía de María Mombrú se apartó muy pronto de ese registro para volcar su fuerza expresiva, de raíz sanguínea, en la denuncia y el compromiso social. Murió en Buenos Aires, ciudad donde estaba radicada, en 1992.

Foto: María Mombrú. Fuente: Primera antología poética platense, Roberto Saraví Cisneros, Ediciones Antonio Zamora, Buenos Aires, 1956.