lunes, 2 de diciembre de 2024

Diego Roel


Waldau
 
Sobre papel de desecho, sobre
recortes de diarios y revistas,
escribo a lápiz –con una letra
minúscula– poemas y relatos.
 
El mundo se olvidó de mí.
Yo me olvidé del mundo.
 
Ahora todo me parece
infinitamente mágico.
 
 
Vida solitaria
 
Lejos del camino, encerrado
en esta habitación, leo y releo
el libro de Silesius.
 
¿Acaso mi alma es límpida
como un cristal?
¿Mi cuerpo nació del barro?
 
Benévolo lector:
el animal mira un trozo de tierra
y no comprende que en toda forma
habita una plegaria silenciosa.
 
Yo sólo anhelo llegar a ser
luz que se expande hasta morir.
 
 
Was vorüber ist, nicht mehr vorüber
 
Es poco lo que necesito y deseo,
y es mi voluntad, desde ahora,
procurármelo yo solo:
la cálida luz del sol, el agua del arroyo,
bajo mis pies el firme o inestable suelo.
Eso, un refugio tranquilo.
No necesito nada más.
 
 
Ante la pintura
 
Mi hermano cuando pinta transforma
en imágenes vivas todo lo que ve.
 
En sus cuadros el sol se mezcla con el mar
y el negro se aparta siempre del cielo.
 
Él sabe muy bien que en los colores
resuenan melodías, que en toda dicha
hay un atisbo de dolor.
 
Paso muchas horas en su estudio
observando cómo mezcla los pigmentos,
cómo su ojo capta fugazmente la belleza,
cómo luchan sus sentidos para fijar
lo disperso en algo estable.
 
 
Carta a Kaspar Hauser
 
Leí en la novela de Jakob Wassermann
que te daban asco la carne y la leche,
que sólo te alimentabas con agua y pan,
que un niño moribundo te arrebató
la cuna y el nombre.
 
¿Recuerdas las mazmorras de Laufenburg?
 
Hermano, yo también quise ser un jinete.
Yo también amaba los caminos del bosque,
los pájaros negros, el verdor del follaje.
 
Pero mi escondrijo no está bajo tierra.
A mí no me robaron un reino.
 
Algún día me gustaría visitar
el lugar donde yaces.
 
Te escribo estas líneas para decirte
que te espero en otro verano, en otro
jardín, en otra curva del sueño.
 
 
Iglesia Románica de Amsoldingen
 
El agua del embalse
se llenó de flores.
 
Me sumergí buscando
las luces del otoño.
 
Y soñé con peces de niebla,
con la huella indistinguible
de blanquísimos caballos.
 
 
Cielo dormido
 
El sol no es un halcón de vidrio.
 
La luz no cabe en un vaso.
 
Miren: soy un pequeño guijarro.
Mejor: una mota de polvo.
No: aquella sombra en el río.
 
Soy aquella sombra
en el fondo del río.
 
 
Diario de Berna
 
A los cuarenta y cinco años,
como si fuera un niño, aprendí
a escribir de nuevo.
 
Tardarán décadas en descifrar
esta intricada red de signos.
 
Mi mano busca ahora la progresiva
disolución de la letra.
 
El lápiz es un pincel y un cuchillo.
 
 
Sanatorio mental
 
Los animales del bosque profundo
saben lo que se esconde
detrás de los muros de hiedra.
 
No dicen nada.
 
 
Torre de Tubinga
 
Amo las flores y el aroma de las flores.
Amo los árboles, la madera y la viruta
de la madera.
Amo la luminosa calle y sus faroles,
este apacible camino rural.
 
Pero sobre todo y más que todo
amo el color de las vocales.
 
A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde.
 
También me jacto yo de poseer,
como aquel alquimista del verbo,
todos los paisajes posibles.
 
 
El estanque
 
Me mantengo siempre en el borde.
 
Me quedo ahí, donde un abismo
llama a otro abismo.
 
Mi nombre nunca fue
una casa sólida.
 
La nieve, que todo lo borra,
me borrará del mundo.
 
 
Winterreise
 
Voy a caminar hasta encontrar
las huellas del corzo.
 
Mi bastón no me llevará mucho más lejos.
 
Durante más de veinte años
vagué errabundo por las colinas del sueño.
 
Pronto termina mi viaje:
que no ladren los perros, que las hojas del olmo
no toquen el suelo.
 
Gute Nacht, Gute Nacht.
 
Las puertas están cerradas.
  
Fuente: Los cuadernos perdidos de Robert Walser, Diego Roel, Visor, Madrid, 2024.
 
Diego Roel nació en Temperley, Provincia de Buenos Aires, en 1980. Vivió en distintos momentos en La Plata, donde estudió Historia de las Artes Visuales (UNLP) y creó y coordinó el ciclo de poesía denominado Cendra. Actualmente, reside en Posadas, dicta cursos de escritura creativa y colabora con publicaciones de la Argentina y del exterior. Publicó catorce libros de poesía: Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación (Libros de Tierra Firme, 2004, reeditado por Ediciones El Mono Armado en 2013), Diario del insomnio (Libros de Tierra Firme, 2005, reeditado por detodoslosmares en 2013), Cuaderno del desierto (Libros de Tierra Firme, 2007), Las variaciones del mundo (Ediciones El Mono Armado, 2010, reeditado por detodoslosmares en 2014), Los Jardines del Aire (Ediciones El Mono Armado, 2012), Dice Jonás (Ediciones El Mono Armado, 2015), Vía Lucis (Ediciones del Dock, 2015), Kyrios (detodoslosmares, 2016), Las intemperies del mar (detodoslosmares, 2017), Shibólet (Griselda García editora, 2018), Kadosh (detodoslosmares, 2019) El infierno es una bestia callada y triste (detodoslosmares, 2020), Andréi Rubliov (Premio Alegría 2020 del Ayuntamiento de Santander, Ediciones Rialp, colección Adonáis, 2020) y Los cuadernos perdidos de Robert Walser (Visor, 2024). Este último libro recibió el “Premio Internacional Loewe de Poesía 2023”, otorgado por un jurado presidido por Víctor García de la Concha e integrado por los poetas y narradores Gioconda Belli, Antonio Colinas, Aurora Egido, María Negroni, Juan Antonio González Iglesias, Carme Riera, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena y Reiniel Pérez Ventura. Poemas suyos fueron incluidos, además, en diversas antologías, entre ellas: Desorbitados. Poetas novísimos del sur de la Argentina (Fondo Nacional de las Artes, 2009), Si Hamlet duda le daremos muerte (Libros de la Talita dorada, 2010), Antología Federal de Poesía. Provincia de Buenos Aires (CFI, 2019), Poesía. Varios Autores, La Plata (La Comuna Ediciones, 2019) y Roberto Juarroz baja en Temperley. Un mapa posible de la poesía en el conurbano sur (Leviatán, 2021). El texto que sigue a continuación fue escrito por Horacio Castillo (h) y leído por éste en la presentación de Los cuadernos perdidos de Robert Walser, acto que tuvo lugar en el teatro Orfeó Gracienc de Barcelona:
 
Aproximación a Los cuadernos perdidos de Robert Walser
 
Para los que desde hace muchos años conocemos la obra de Diego Roel, la edición de este libro es un momento de celebración, celebración de su poesía y de su persona. La publicación de los Cuadernos perdidos de Robert Walser a través de la prestigiosa colección Visor, es el resultado de haber obtenido el 1° Premio de Poesía de la Fundación Loewe en su XXXVI edición. Permítanme decir que es un merecido reconocimiento. Es que Roel ha logrado algo que no resulta fácil en la poesía. No me refiero a los premios, hablo de haber construido, y tempranamente (ya desde su primer libro Padre Totem), una personalísima voz poética. Voz poética de la cual Diego jamás ha claudicado. 
    Pero antes de continuar hablando del autor y su libro, me surge una objeción, o una duda: ¿cuánto debemos saber de Roel para leer su poesía?
   T.S. Eliot, en un conocido ensayo sobre Dante, decía que: “En la apreciación de la poesía, la experiencia adquirida me ha hecho siempre ver que entre menos supiera del poeta y su trabajo antes de leerlo, mejor”. Y agregaba luego: “una elaborada preparación de conocimientos históricos y biográficos [sobre el autor] siempre me ha parecido una barrera”.
   Intuimos, claro está, que la afirmación de Eliot apuntaba a que el acercamiento a un poeta y su obra estuviera libre de toda interferencia que pudiera obstaculizar su lectura. Dicho de otra manera, prefería acercarse al lenguaje en sí mismo, al lenguaje poético, a la palabra incontaminada de referencias. Lo que sea necesario leer estará en el poema, no fuera de él.
   Creo que Roel suscribiría esta afirmación. Ahora bien, esto nos coloca en una situación paradojal: estamos presentando un libro de Diego Roel, y si tenemos en cuenta las afirmaciones de Eliot, nos preguntamos entonces: ¿es necesario saber algo de Robert Walser, o acaso de Roel mismo, para acceder a la lectura de este libro?
    En principio podríamos decir que no es necesario saber nada más. Que la poesía debe dejarse leer en sí misma y que la palabra poética realice su cometido, si en ella está ese poder de convocar al lector.
  Pero no podemos escapar de este dilema, a pesar de las recomendaciones de Eliot, de forma que trataremos de señalar unas breves coordenadas sobre el presente libro y sobre la poesía de Diego con la intención de crear, al menos, una cierta disposición a su lectura.
    La escritura de Walser tenía por objetivo alumbrar una realidad muy particular (quizás la de la locura) y ello a través de métodos de escritura muy singulares: la micrografía, escribir sobre pedazos y deshechos de papel, en calendarios. Pero sobre todo intentaba hablar sobre aquello que, siendo visible para él, era invisible para el resto de los hombres. Al escritor suizo, como sabemos, la afectación de su salud mental en las últimas décadas de su vida lo alejó de la escritura y lo sumergió en la soledad, internado en instituciones psiquiátricas hasta su muerte.
    Asumiendo la voz de Robert Walser, dice Roel en el poema El paseo:
 
Veo en lo pequeño y en lo débil
cosas que nadie se atreve a vislumbrar.
 
     En este camino se instala el libro de Diego, en esa experiencia vital y poética. El mecanismo creativo que presenta el libro de Roel, es entonces el de encarnarse en la voz de otro, en este caso en la voz de Robert Walser. Es un procedimiento que Roel ha empleado a lo largo de muchas de sus producciones poéticas anteriores: ser la voz del profeta Jonás, el portador de las visiones místicas de Hildegard von Bingen, el ojo de Andrei Rubliov, pintor de íconos. Estos son algunos de sus alter ego, sus múltiples yoes, a partir de los cuales su lenguaje poético intenta acercase a una realidad huidiza, que se manifiesta de forma callada, y en la que el poema (voz encarnada en un personaje que habla) aspira a iluminar la experiencia de lo real.
   Pero, ¿cómo es entonces esa realidad que habita el mundo de Walser? O bien, ¿cómo es esa realidad que Roel nombra a través de la voz de Walser?
     He aquí el misterio, el misterio de la creación poética, donde a pesar de este límite mismo que la realidad y el lenguaje imponen, Roel logra una aproximación fugaz a esa realidad huidiza y callada: el poema.
 
A los cuarenta y cinco años,
como si fuera un niño, aprendí
a escribir de nuevo.
 
Tardarán décadas en descifrar
esta intricada red de signos.
 
Mi mano busca ahora la progresiva
disolución de la letra.
       
El lápiz es un pincel y un cuchillo.
 
    Ciertos hitos vitales y biográficos son retomados para la elaboración de cada poema. Su lectura produce el efecto de una silenciosa plegaria, de una visión. Los Cuadernos perdidos de Robert Walser muestran de manera acabada la exquisita orfebrería poética de Roel. No hay sentimentalismos ni hay palabras superfluas, hay sobriedad y una búsqueda consciente de la precisión del lenguaje. Y esto justamente porque la realidad que trata de nombrar Roel (o sus alter egos) es, como dijimos, una realidad huidiza:
 
Traduzco voces, tañidos, palabras
que nadie dijo aún.
 
    Podemos decir que incluso desde la estructuración misma del libro, dividido en dos partes (Los cuadernos perdidos y Escrito a lápiz) se observa la meticulosidad del trabajo creativo. Vida y lenguaje se encaminan de la mano hacia la disolución, la fragmentación, la expresión mínima. La escritura a lápiz es el signo de la volatilidad de la escritura, acaso del Ser.
     Dice Roel en el fragmento XVII de la segunda parte:
 
Estirado hasta el cansancio el borde del lenguaje.
 
   Es decir, un único verso para mostrar el límite exacto en que la palabra se detiene para nombrar lo real.
    Ojalá la lectura de este libro se transforme para muchos en la puerta de entrada a la obra de Diego. Obra que, sin dudas, nos revela una singular voz poética, construida y creada con belleza y precisión.
 
Horacio Castillo (h)
 
Ilustración: Tapa de Los cuadernos perdidos de Robert Walser, Diego Roel, Visor, Madrid, 2024. 

viernes, 16 de agosto de 2024

Rafael Felipe Oteriño

Amanecer en la estación de tren
 
En la estación hay siempre un crucifijo,
montañas de papel, un ciego, alguien dormido;
dos manos que se buscan y se lloran, un diario,
una valija, las vísperas, el viaje.
La estación nos llama desde adentro, de muy atrás
nos grita, nos desnuda:
hoy es mañana, ayer es nunca.
Y hay ruedas, altavoces, tristes árboles, un reloj
gigante, prodigioso;
palabras que son humo, siluetas que son cielo
y resplandor y despedida;
tabaco, tos, licores rancios.
¿Es posible
preguntar por qué?
La estación es siempre madrugada, telón de fondo,
carrusel, escalofrío;
una llama que llama y estrangula. Lo más hondo,
la primavera,
las flores que vendrán, una plaza, un lugar
recién nacido.
 
 
Cuando regreses
 
Cuando regreses a la ciudad donde naciste, no te detengas frente a las ventanas. No mires las puertas entreabiertas ni el umbral de las casas. No leas los números de bronce, no los descifres. Ni amistad en las escaleras ni comercio en los pasamanos.
 
Y no hagas preguntas a las personas que pasan. No las involucres en la intimidad de balcones que tal vez sean balcones sólo en tu cabeza.
 
Ellos son condescendientes, pero ninguno responde. Confunden el antes y el ahora, el potencial y el después. Bajan un telón rápido sobre el volcán de la memoria y vuelven a su presente perfecto.
 
Los picaportes giran –parecen hechizados– haciendo entrar y salir a los fantasmas.
 
Mejor, observa las cornisas: la rama solitaria que ha crecido allí. Repite: brevitas, varietas, tenuitas: repítelo muy lentamente. Con grandes silencios entre una palabra y otra.
 
a Manuel Justo
 
 
Arroyo Carnaval
 
No era un río,
no era el mar donde los compañeros del aula veraneaban;
yo lo atravesaba sobre troncos atados.
 
La otra orilla no era un país,
ni siquiera una región diferente
donde la curvatura del mundo fuera más visible.
 
Allí nos emboscábamos y cazábamos.
Cegados por la claridad,
disparábamos perdigones que no daban en el blanco.
 
No era un río ni una región ni un país,
las cortezas disputaban a las mañanas sus geografías de luz,
las arañas caminaban sobre el agua sin dejar rastros.
 
Era lo verdadero,
todo lo demás es una historia que se empeña en retroceder.
 
 
Fotografía
 
En esa placa de veinte por diez soy un sobreviviente.
La cámara se detuvo en un punto distante
que puede ser el horizonte y que sin duda no lo es.
Los que me acompañan ya dieron el paso,
pero se los ve nítidos en el marco que los retiene.
Debo dar cuenta de ellos al filo de mis labios,
cambiar la letra firme de las vocales por el río manso
de las consonantes, todas mis certezas por la duda.
 
Y aun así no puedo ver a través de sus cuerpos.
Están confinados en el glaciar de la memoria.
Si existe otra vida, ahí están ellos: saciados.
Con ademanes fijos dejan lugar a los que llegan
y a los rezagados les confían una paz sin retorno.
La colmena permanece igual, en brazos del sol,
acunada por derrotas y alguna lejana victoria.
A cada instante, malherida, la vida sobrevive a la vida.
 
 
Vuelves a la ciudad
 
Vuelves a esa ciudad que te llama detrás del humo.
 
En las rutas, en los peajes,
en las salas de los aeropuertos y en las filas de embarque,
adonde quiera que vayas, vuelves a ella.
 
Y en cada regreso
retorna su aroma, la feria de los jueves,
el tren de las 5pm.
 
Ciudad recurrente en la que confluyen todas tus edades,
aunque tu cuerpo no esté allí para alcanzarla.
 
Como un trozo de tela que guarda el color de la infancia,
como una piel que no se puede ver ni tocar
si no es con el monólogo de los ojos cerrados.
 
Los teléfonos siguen sonando, las jarras se llenan solas.
En ella obran la perspectiva, no la distancia;
los tazones humeantes, no los inviernos.
 
Ciudad tuya, mía,
sin coordenadas fijas en el mapa,
reaparecida en todos los rincones.
 
Ciudad en la que te adivinas como ante un espejo,
que te sigue con su penitencia y su lágrima.
 
(Yo buscaba extraerle palabras
y las palabras estaban escritas en los cuadernos escolares,
en las cartas extraviadas y en el interior de los libros.
No eran palabras para conversar,
sino para permanecer abstraídos, sin mover los labios).
 
Ciudad de puertas entornadas,
de secretos hundidos como galeones.
 
Ciudad que te persuade a mantenerte en pie,
bajo el diluvio de las hojas caídas,
haciendo muescas en los árboles,
hablándole a los hijos con retazos.
 
En el océano de los días, dejando señales.
 
Fuente: Ciudad platónica, Rafael Felipe Oteriño, Proyecto Hybris Ediciones, La Plata, 2024.
 

Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata en 1945. Publicó catorce libros de poesía: Altas lluvias (Cármina,1966), Campo visual (Cármina, 1976), Rara materia (Cármina, 1980), El príncipe de la fiesta (Cármina, 1983), El invierno lúcido (El Imaginero, 1987), La colina (Ediciones del Dock, 1992), Lengua madre (Grupo Editor Latinoamericano, 1995), El orden de las olas (Ediciones del Copista, 2000), Ágora (Ediciones del Copista, 2005), Todas las mañanas (Ediciones del Copista, 2010), Viento extranjero (Ediciones del Dock, 2014), Y el mundo está ahí (Libros del Zorzal, 2019), Lo que puedes hacer con el fuego (Editorial Pre-textos, 2023), Ciudad platónica (Proyecto Hybris Ediciones, 2024). Su obra fue recogida parcialmente en Antología poética (Fondo Nacional de las Artes, 1997), Cármenes (Editorial Vinciguerra, 2003), En la mesa desnuda (Ediciones al Margen, 2009) Eolo y otros poemas (Editorial Brujas, 2016) y Antología personal (Libros del Zorzal, 2024). Tiene en su haber, además, dos libros de ensayo: Una conversación infinita (Ediciones del Dock, 2016) y Continuidad de la poesía (Ediciones del Dock, 2020). Recibió las siguientes distinciones: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966), Faja de Honor de la SADE (1967), Premio Sixto Pondal Ríos de la Fundación Odol (1979), Premio Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias (1983), Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (período 1985-1988), “Premio Konex” de Poesía (período 1989-1993), Premio Consagración de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires (1996), Premio Esteban Echeverría (2007), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014), Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (2019), Premio Dámaso Alonso de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid (2023) y Premio del Instituto Literario y Cultural Hispánico de Estados Unidos (2024). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras y codirige, en Ediciones del Dock, la colección Época de ensayos sobre poesía. Reside en Mar del Plata, donde fue Magistrado y ejerció la docencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Con respecto a Ciudad platónica destaca Marcelo Ortale en la “Introducción” a los poemas:
 
Para Rafael la ciudad en la que nació y creció es, a la vez, una y trina. Una es la ciudad de su infancia y juventud. La segunda es la actual, a la que vuelve para ver si sigue siendo ella. Y la tercera es la ciudad platónica, su verdadera patria, la necesaria que va con él. La ciudad espiritual en la que se asila y emociona. Caminar con Rafael por el boulevard de 53, por la avenida 7 bajo su eternidad de tilos es como hacerlo con un visitante íntimo y feliz. O con un emigrado que vuelve a respirar el aire suyo. 
Los poetas siempre jóvenes de aquella ciudad, los bohemios, los estudiantes luminosos de ideales y de ansias de saber, el aura de la Escuela Anexa y del Colegio Nacional en cuyas aulas creció, el arquetipo del platense sencillo que paraba en la París, en la Bristol, en el Cabildo o el Parlamento de aquella ciudad protegida por árboles, sembrada de palacios imaginados por Rocha y Benoit, el ser platense simple, de controlada ambición personal, interesado en valores, integrante de una sociedad amistosa, cercano de las ciencias y las artes, el arquetipo nada ostentoso, ese habitante añorado también camina invisible a su lado cuando Rafael viene a la Plata a recuperar identidad.
Y en esos sitios se lo puede encontrar, en cada lugar en donde anide el amor luminoso. En el ágora de las plazas cada seis cuadras, en el mágico retiro del Bosque y también, algo más lejos, en las íntimas llanuras y potreros que aún se extienden y persisten en City Bell, donde sus padres tuvieron una quinta con un molino, con árboles frutales, un caballo y arroyos a pocas cuadras.
 
Por su parte, agrega Ángela Gentile en el “Epílogo”:
 
Al finalizar la lectura de “Ciudad platónica” me he preguntado: –¿Este es un momento Kairós? Y la respuesta inexorablemente estaba asociada al tiempo. No me adjudico esta idea que pertenece a Agamben. Me pareció oportuna traerla hasta aquí porque este libro reúne esos dos conceptos en el mismo corpus. Leí e interpreté una ciudad que parece haber llegado a nosotros y no viceversa. Todo el recorrido poético convierte este locus en algo aprehensible, en la vigilia donde alguien nos abre una puerta para continuar. El tiempo cronológico percibido entre versos, lleva a un tiempo de resurrección. El recuerdo quizá, en mi lectura, completó un futuro que a fuerza de presente habita el libro. El título se convierte en una metáfora de la psique humana. Esta es la ciudad de la mente que alberga atemporal al poeta. Hacia el final de la lectura, encuentro respuesta a mi pregunta inicial sobre el kairós: es esta posibilidad que ofrece Oteriño de acceder a un tiempo donde la realidad se eterniza y el sentir se encuentra con la poesía.
 
Foto: Rafael Felipe Oteriño. Fuente: Facebook.
 

lunes, 6 de noviembre de 2023

Rafael Felipe Oteriño


Nacimientos
 
Un verso sigue a otro verso,
una palabra grave a otra esdrújula,
los acentos se disparan
y forman una plegaria en las paredes del viento.
 
Es como una respiración,
sólo que en ellas se libran todas las batallas:
lo dicho y lo impronunciable,
lo que no llegamos a ver
y lo que avanza a paso lento sin pisar la tierra.
 
Las nubes grises y los helados inviernos
intercambian mensajes cruzados;
la caída de un muchacho con alas
es la caída de un muchacho con alas,
pero también el umbral de algo distinto.
 
A estos nacimientos da lugar la poesía,
cuando llama palomas a los navíos y techo al mar.
Son caras de un país reconquistado
a impulsos de la imaginación y la alegría,
de la curiosidad y del asombro.
 
Los ancianos detrás de sus lentes
y el trote de los caballos saben de qué hablo.
 
 
Deshoras
 
Pero qué poco, Irene, qué poco:
el brillo del sol en el armario,
la serenidad de las tazas,
el terrón de azúcar, el mantel,
y después, tantas horas en blanco
a la espera de algo que no se cumple.
 
El tiempo que reposa en las jarras,
la oleada de voces y nunca
el agua suficiente para calmar la sed;
los libros leídos más de una vez,
alineados en los estantes,
las dos únicas líneas que recordarás.
 
Lo próximo, lo lejano: dos dimensiones
de la más pura contradicción;
afirman, niegan,
mientras sostienen la cuerda
que nos mantiene vivos
en su ingravidez y en su nana.
 
Esto no se puede explicar con palabras,
se sabe: como la semilla
que gira en dirección al sol,
como la luna que se embosca
detrás de los árboles,
con toda la luz adentro.
 
El celo de un alma que ansía
y de un cuerpo que se niega,
de lo incontable en la puerta
y del mensajero que no responde.
Ay, Irene, qué poco, qué poco y qué breve.
Un jardín casi desierto. Pero vivo.
 
 
Georgina
 
Solía hacerse presente en Navidad.
Bajaba de las sierras,
donde las hojas del verano
eran más protectoras
y el cardo azul definía su lugar en el mundo.
 
Ahora ha vuelto sin aviso,
como lo hacen las personas
que se preparan para su eclipse definitivo.
Regresa su sonrisa, su rostro de piel clara,
la llama alborotada de su pelo.
 
Existió y eso es todo
lo que puedo decir de ella.
Menuda, graciosa,
como un pequeño fantasma
que correteara por la casa sin que nadie la viera.
 
Su nombre no está escrito en ningún lado.
Únicamente yo lo deletreo hasta el final,
bajo este sol de invierno
que vacila, relampaguea,
y también deja su fruto al tocar la tierra.
 
 
Hacer tablas
 
Ética mínima:
no vencer ni ser derrotado.
Comenzar de nuevo.
 
La aurora y el poniente
en el mismo abrazo.
 
Hacer tablas.
Una geografía sin héroes.
 
Me explico:
la dulzura diaria
de mover nuevamente las piezas.
 
 
Salmo
 
Nunca se equivocaron
los Viejos Maestros.
  W. H. Auden
 
El mundo existe, las cosas existen:
la piedra, el sol, el aire,
el pájaro en vuelo
y la primavera en la rama.
 
Cuando el desánimo nos abate
la memoria se encarga de recogerlos
y forma con sus semillas
el volcán y la rosa, la cantera y el sonido.
 
También la ola, el claro del bosque,
las iglesias góticas
y los campos de lavanda
nos salvan de la tristeza.
 
Eso lo sabían los Viejos Maestros,
y amaban la perspectiva,
los álamos de Italia
y la sal de la tierra.
 
Eran incansables: repetían
el oro brillante y la esfera celeste,
las nubes en el cielo
y el suelo bajo los pies.
 
Que lo visible perdure,
que lo incontable renazca:
eso debatían en los talleres,
y en las telas abundan colinas, iglesias, árboles
 
Fuente: Lo que puedes hacer con el fuego, Rafael Felipe Oteriño, Editorial Pre-textos, Valencia, 2023.
 

Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata en 1945. Publicó trece libros de poesía: Altas lluvias (Cármina,1966), Campo visual (Cármina, 1976), Rara materia (Cármina, 1980), El príncipe de la fiesta (Cármina, 1983), El invierno lúcido (El Imaginero, 1987), La colina (Ediciones del Dock, 1992), Lengua madre (Grupo Editor Latinoamericano, 1995), El orden de las olas (Ediciones del Copista, 2000), Ágora (Ediciones del Copista, 2005), Todas las mañanas (Ediciones del Copista, 2010), Viento extranjero (Ediciones del Dock, 2014), Y el mundo está ahí (Libros del Zorzal, 2019), Lo que puedes hacer con el fuego (Editorial Pre-textos, 2023). Su obra fue recogida parcialmente en Antología poética (Fondo Nacional de las Artes, 1997), Cármenes (Editorial Vinciguerra, 2003), En la mesa desnuda (Ediciones al Margen, 2009) y Eolo y otros poemas (Editorial Brujas, 2016). Tiene en su haber, además, dos libros de ensayo: Una conversación infinita (Ediciones del Dock, 2016) y Continuidad de la poesía (Ediciones del Dock, 2020). Recibió las siguientes distinciones: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966), Faja de Honor de la SADE (1967), Premio Sixto Pondal Ríos de la Fundación Odol (1979), Premio Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias (1983), Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (período 1985-1988), “Premio Konex” de Poesía (período 1989-1993), Premio Consagración de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires (1996), Premio Esteban Echeverría (2007), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014) y Premio Dámaso Alonso de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid (2023). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras y codirige, en Ediciones del Dock, la colección Época de ensayos sobre poesía. Reside en Mar del Plata, donde fue Magistrado y ejerció la docencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.
 
Foto: Rafael Felipe Oteriño. Fuente: Facebook.

martes, 24 de octubre de 2023

Julián Axat


Ataúdes orbitales / e Ivert Teillier
 
En 1934 fue lanzada una de las primeras misiones al espacio
El globo Sirius surcaba la estratósfera cuando algo falló
& la nave comenzó a desintegrarse a 22.000 metros de altura
 
*
 
Sus tres tripulantes
lograron activar eyectores
& salir despedidos
 
*
 
Encontrar un cuerpo en el espacio
tarea que solo los dioses pueden lograr
solo esa idea llevó a Stalin redoblar los esfuerzos para encontrarlos
 
*
 
Pero el resultado fue infructuoso
los ingenieros apostaron a la tecnología del porvenir
 
& desde entonces
los tres cosmonautas flotan en la inmensidad
sin envejecer
 
*
 
De este hecho
el gobierno Ruso guardó máximo secreto
Incluso hasta hoy
 
*
 
En el año 1968
el diario “La Stampa” publicó la carta de un lector
que cuenta la noticia del misterioso sello postal de 12 Copecs
emitido en 1964 por el Correo Ruso
& vuelto a emitir como edición conmemorativa de 1968
 
En esa imagen de 1968
(esta vez apaisada y no vertical)
contiene en su vientre
la imagen de un sello emitido en 1965 que nunca existió
& que en realidad fue emitido en 1964
 
En esos dos estampillados puede apreciarse una estatua
& un medallón con la esfinge de tres personajes de perfil
& con ojos entreabiertos
 
De las imágenes no se infiere referencia explícita al episodio de 1934
Pero en el sello de 1964
sí figuran tres nombres: Fedoséienko / Usiskin / Vásenko»
 
*
 
Todo filatelista sabe / que en los nimios detalles
Dios deposita pistas /
& el valor del error
es señal de la eternidad / fragmento de su divino rostro
 
Como el sueño de Walter Benjamin
un policial basado solo en sellos postales
con leves y microscópicos detalles
errores casuales o deliberados
dejados al misterio de la lupa
 
*
 
La carta de “La Stampa” atribuye la revelación
al genio detectivesco de los filatelistas / que
en el catálogo universal Ivert et teillier (n° 46-48)
menciona la emisión de un sello «conmemorativo de los tres cosmonautas
P. Fedoséienko / I. Usiskin / A. Vásenko»
 
*
 
Poco después de la publicación de la carta en 1968
el sello postal de 1964 fue quitado de circulación
 
& su valor actual es descomunal
 
 
Los hijos de los obreros que serán astronautas *
 
“No encañonamos a la gente en ningún momento,
aunque sí dejamos ver que teníamos armas.
Les dije que se quedaran tranquilos y empecé a hablar de la justicia social,
la independencia, San Martín, la educación,
la salud pública,
de lo que creíamos que eran las necesidades más acuciantes de la gente.
En uno de los asientos había sentado un pibe morochito que no entendía nada.
Le pregunté qué quería ser cuando fuera grande.
Me dijo que astronauta,
entonces hablé también sobre eso:
de las pocas posibilidades que tenía el hijo de un obrero de ser astronauta
o de seguir la carrera que quisiera,
y dije que ese chico sí lo iba a poder hacer porque,
cuando fuera grande, la patria ya iba a estar liberada”.
 
* Poema a partir del testimonio de Alberto Szpunberg sobre el asalto de la Brigada Masetti al tren de Rosario en 1970, remitido a mi casilla por Juan Bautista Duizeide, a propósito de Lemuria y Perros del Cosmos.
 
 
Los poetas tuertos de Chile
 
¿Y si los poetas de Chile hubieran quedado tuertos para siempre?
Fusilados sus ojos en una pared del olvido por
los carabineros que de nuevo traen la muerte
& dejan un Neruda amputado
sin mirada desde el sarcófago
meditando en las vaciadas calotas de todos los poetas de Chile
con antifaz de piratas encendidos
& sus versos arruinados con postas de goma
Un Huidobro embravecido en la barricada con una venda sangrante
Un Teillier encapuchado arrojando pétalos de sangre
Los Parra como cíclopes de los nervios ópticos
desarmando la lógica de la pirámide social injusta
todo tan antipoético
como el fantasma de Bolaño preso en otra comisaría
 
¿Y si los poetas de Chile hubieran quedado tuertos?
sus calaveras sostenidas como Hamlets al viento
& todos los ojos apiñados en un plato
por la saña de su presidente Piñera
para comida de las aves negras de la peste de la Historia
 
 
El río invierte el curso de su corriente y el agua de las cascadas sube *
 
a Gonzalo Millán,
In memorian
 
Les quitan las esposas y la capucha, son las 7 de la mañana / es 12 de abril de 1977 / alguien los lleva al pasillo y suben a un auto / van a toda velocidad / Retrocede hasta la esquina y tirados sobre el piso / son llevados / mientras las botas se levantan de sus cabezas / Es 12 de abril de 1977 / la patota se guarda sus insultos e imprecaciones / A mi madre le devuelven el rímel / y su cartera donde llevaba escondida una granada / El rostro lívido de mi padre recupera color / La patota llega a calle 9 n° 712 / Es 12 de abril de 1977 / mientras la cuadra rodeada se repliega / el ascensor sube al piso 9° / se escucha un llanto de lejos cada vez más nítido / entran y los objetos desparramados vuelven a su orden / la patota a los gritos se retira y guarda silencio / la abuela sonríe son las 3 de la madrugada / es 12 de abril de 1977 / ya en el cuarto apagan la luz / mis padres se acuestan a mi lado / Mi llanto se deja de oír
 
* Poema publicado el 12 de abril de 2022 en el diario Página/12, a 43 años de la desaparición forzada de Rodolfo Axat y Ana Inés della Croce.
 
Fuente: El amor por los débiles y el instinto de asesinato, Julián Axat, Periféricas / Askasis, Valparaíso, 2023.
 
Julián Axat nació en La Plata en 1976. Es poeta, abogado y Magíster en Ciencias Sociales (UNLP). Fue Defensor Oficial del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil de La Plata y, actualmente, preside la Dirección General de Acceso a la Justicia de la Procuración General de la Nación (ATAJO). Publicó los siguientes libros de poesía: Peso formidable (2004), Servarios (2005), Medium (2006), Ylumynarya (2008),  Neo o el equipo forense de sí (2012), Musulmán o biopoética (2013), Rimbaud en la CGT (2014), Offshore (2016), Cuando las gasolineras sean ruinas románticas (2019), Perros del cosmos (2020) y El amor por los pobres y el instinto de asesinato (2023). Figura en varias antologías poéticas, entre ellas: Resistencia en la tierra (2014), Giovane poesía latinoamericana (2016), Atlas de la poesía argentina (2017) y Antología federal de poesía (2019). Algunos de sus poemas fueron traducidos al inglés, francés, italiano y portugués. Creó y dirigió la colección Los Detectives Salvajes de la editorial Libros de la talita dorada. Editó, además, la antología Si Hamlet duda, le daremos muerte (2010), que reúne a 52 poetas argentinos nacidos a partir de 1970, La Plata Spoon River (2014), una recopilación de poemas de varios autores que hacen referencia a la trágica inundación que enlutó a los platenses el 2 de abril de 2013, e Interestelaria (2022), colección de poemas de poetas argentinos y extranjeros vinculados con el cosmos y la ciencia ficción. En prosa, dio a conocer dos libros que incluyen textos de distinto carácter (relatos, artículos, entrevistas, etc.) sobre minoridad, justicia y derechos humanos: El hijo y el archivo (2021) y Diario de un defensor de pibes chorros (2022).
 
Foto: Julián Axat by Coti López. Fuente: El amor por los débiles y el instinto de asesinato
, Julián Axat, Periféricas / Askasis, Valparaíso, 2023.

jueves, 12 de octubre de 2023

Osvaldo Picardo


La luz de otoño no llega igual entre las nubes
 
El verano en su apuro olvida, atrás,
días de playa. Entierra un arito, monedas,
botellas sin mensaje.
 
Aún podés nadar y secarte al sol tibio.
 
Si mirás bien al fondo, cuando se retira el mar
las rocas y las hoyas brillan
descubriendo un nuevo tesoro.
No lo creerías.
Tanto baja la marea que un paisaje fósil
emerge de millones de años.
 
Otras muchas historias cuentan los buzos:
en la restinga, entre meros y barcos hundidos
tapizados de anémonas y algas esmeraldas
han visto lo que nadie conocía.
Callan como el viejo marinero.
 
El mar del otoño, tiene muchos días como estos.
Uno mira alrededor y se pregunta
qué es lo que querés que vuelva.
 
 
La tarde no es tan vieja para no arder una vez más
 
Como de la ventana de Le Gras, miramos
los techos: El atardecer antiguo.
Ninguno es igual a otro.
 
Al joven ciprés, algo inclinado,
lo ocupa una pareja de loros.
La pasionaria entre la hiedra
trepa contra el alambrado de las vías.
 
¿Sabés? Se llama “mburucuyá” en guaraní.
Lo sabés. Una vez, descubriste la flor imposible
y en los zarcillos mil orugas peludas.
Sí, mil mariposas a los pocos días.
 
La luz ya cae al fondo.
Por la pared del oeste, dos frondas se encienden,
una es el jacarandá y la otra, el ceibo.
Bajo la sombra cuelga una hamaca.
Un poco más allá, la cancha de fútbol.
 
La duración de la puesta de sol
depende de un lugar en el mundo,
un punto de apoyo.
Antiguo ardor de la tarde
sobre los techos de la memoria.
 
 
Un olor de hace millones de años y una palabra árabe
 
El perfume de las flores del naranjo se hospeda
en el mismo nombre que la flor.
 
Azahar huele a flores con música árabe.
 
¿Cómo se dice cuando el viento arrastra
nubes de pétalos y el aroma de los naranjos
se enreda al pelo húmedo
de una mujer que sonríe?
 
Escuché que las costumbres de las flores
no cambiaron en los últimos millones de años.
 
Me tranquiliza
la fósil costumbre que perfuma nuestro silencio.
 
 
Foto de las dos jóvenes dinkas en el Nilo
 
La aldea junto al río no es para extraños,
a veces, una o dos vidas pasan,
antes de una visita. Y nada cambia
sino los que fueron niños un día, las guerras,
los nombres en un cementerio abandonado.
 
Ellas dos asoman a mi foto
con dientes blancos y ojos de sol creciente.
No me toman en serio, vienen a reírse
del extranjero, del médico sin pacientes
que pone en un papel imágenes quietas.
 
Una de ellas me dejó ver su tatuaje oscuro,
las perlas que esconde de los pescadores.
 
La otra lloró, un día, en la puerta de casa.
¿Quién podría saber qué veneno
nubló su mirada y arrugó su negra frente?
 
Nunca conocimos nuestras voces ni nombres.
Las esperaba, las oía venir,
atrás quedaban los bueyes de largos cuernos,
la cosecha curiosa del árbol de las mariposas.
 
Como si el mundo no hubiera nacido,
así las miro, entre los nenúfares floridos.
Ríen, con las piernas en el Nilo Blanco.
 
 
La esperanza del regreso de los pescadores, en Bretaña
 
Estoy recordando un cuadro,
es de Henry Moret (1856-1913).
 
Un grupo de mujeres y también
algunos hombres asoman a un acantilado.
Dan la espalda, miran o han mirado
el oleaje, el diluvio.
Con los pañuelos blancos en las cabezas
de las mujeres, componen dos remolinos
de voces. ¿Qué pueden estar diciendo?
Una vez que descartaron lo improbable,
¿creerán en lo imposible?
 
Recuerdo oír más que ver el cuadro.
Ni siquiera el arrecife en el centro
parece estar en silencio. Acechante,
emerge con sus tres puntas
en un estallido de pinceladas
que se superponen como el ruido
de las olas martillando las rocas.
 
¿Qué alcanza a escuchar el ojo
cuando se calla la esperanza?
 
Fuente: Nadar en el tiempo, una invención apócrifa, Osvaldo Picardo, Paradiso, Buenos Aires, 2023.
 

Osvaldo Picardo nació en Mar del Plata en 1955. Vivió en La Plata entre 1974 y 1982. En esta ciudad cursó estudios en la Facultad de Bellas Artes y más tarde en la de Humanidades y Ciencias de la Educación. Actualmente, reside en su ciudad natal, donde ejerció la docencia como profesor de Letras en distintos ámbitos. Es poeta, narrador, ensayista y crítico literario. Además de su labor docente y creadora, produjo y dirigió el programa radial El Otro Lado: diario de poesía, en 1994, y organizó el 1er. Encuentro Nacional de Poetas, Mar del Plata 1998, auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación. Fundó y dirigió, entre 2001 y 2009, la revista cultural La Pecera (hoy editada virtualmente), de la que aparecieron 14 números. Entre 2005 y 2013, fue director editorial de la Universidad Nacional de Mar del Plata (EUDEM). Colaboró con el Suplemento Literario de Télam entre 2010 y 2012 y con catálogos para exposiciones plásticas y revistas culturales, como La Estafeta del Viento, de Casa de América (Madrid), Cuadernos Hispanoamericanos, AECI, (Madrid) y Hablar de Poesía (Buenos Aires). Su obra poética publicada incluye estos libros: Apenas en el mundo (1988), Poemas con tu altura (1989), Letras en una esfera armilar (1991), Dejar sin ventanas la verdad (1993), Quis, quid, ubi. Poemas de Quintiliano (1997), Una complicidad que sobrevive (2001), Pasiones de la Línea. Poemas de Nicolás de Cusa (2008), Mar del Plata seguido de Otros lugares y viajes (2012), 21 gramos (2014) y Nadar en el tiempo. Una invención apócrifa (2023). Poemas suyos fueron recogidos en varias antologías, de las que sobresalen: Poesía argentina de fin de siglo (Vinciguerra, 1996), Signos vitales. Una antología poética de los 80 (Editorial Martin, 2002), Poesía argentina del S. XX  (Visor, 2010) y Poesía de pensamiento. Antología de poetas argentinos (Endymion, 2019). Una selección antológica de sus poemas fue publicada, asimismo, por Cuadernos orquestados, colección dirigida por Abel Robino, con el título O. P. Vida de poesía (Ernesto Girard Editor, 2008). Entre sus libros de ensayo y crítica literaria figuran: Primer mapa de poesía argentina. Solicitudes y urgencia. El noroeste: La Carpa y Tarja (Editorial Martin, 2000), la edición de la Antología poética de Joaquín O. Giannuzzi (Visor, 2006), Poesía de pensamiento. Una antología de poesía argentina (Endymion, 2016) y Colgados del lenguaje. Poesía en las ciencias (Baltasara Editora, 2018). En narrativa dio a conocer: Perón en el jardín y otros relatos (edición del autor, 2018) y, en colaboración con Sara Cohen,  Un tiempo sin destino. Fragmentos de un discurso en pandemia (Paradiso, 2021). Recibió, además, las siguientes distinciones; el Tercer Premio de Poesía Fondo Nacional de Las Artes (2000), el Premio Municipal Alfonsina Storni y el Premio a la Trayectoria Lobo de Mar de la Fundación Toledo de Mar del Plata. Los poemas incluidos en esta página pertenecen a Nadar en el tiempo, libro en el cual, a semejanza de una ficción borgeana, el autor atribuye los mismos a un tal Antonio J. Orbe, un médico blanco de la Cruz Roja que “salvó la vida de algunos desahuciados y lloró la muerte de muchos otros”; un dipsómano que, paralelamente, “escribía poesía “bajo un castaño, con una botella de gin”, “en el olvido y la soledad de un rincón perdido del planeta”, más precisamente, en Nairobi. Todo cuanto concierne a Orbe resulta incierto y verosímil a la vez, porque Orbe es más que una “invención apócrifa”: “Orbe son todos los poetas, Orbe son todas las lenguas, Orbe es la imposibilidad de la traducción y Orbe es el poema que nunca llegamos a escribir”. Para más datos, ver el siguiente video: https://www.youtube.com/watch?v=G9Ny0fF3V9o
 
Foto: Osvaldo Picardo. Fuente: Facebook.

miércoles, 16 de agosto de 2023

Raúl O. Artola

Domingo
 
Te vas entre las hojas secas
del otoño
alta vestida de negro
las puntas doradas del pelo
sobre el hombro izquierdo
te vas a paso vivo
para volver luego a buscarme
y yo me quedo, angustiado y feliz,
preguntándome si sos real
o te sueño
dentro de un viaje que nunca hice
a un pueblo perdido
del norte de Italia.
 
 
Cygnus
 
No pude superar las torpezas
de la infancia
ni sus asombros
ni la curiosidad
por todo lo que vive.
Han cambiado solo
algunos motivos
y mis reacciones
son más lentas
y conscientes.
He tardado
varios meses en saborear
(rumiante hedonista)
un amor
antes de declararlo
con paciencia desconocida
y gozosa ventaja.
No conocía un cisne
de cuello negro.
 
 
Escribir es un acto de amor
 
Escribir es igual que amar. Es tan difícil como amar. No se puede enseñar
ni se termina de aprender nunca.
 
Cada vez hay que empezar de cero. Cada acto de escritura o de amor son
únicos y la experiencia no sirve para nada. Siempre somos aprendices.
 
Podemos cometer menos torpezas con el tiempo: no se puede avanzar
mucho más.
 
Las dificultades son siempre las mismas: qué hacer, cómo decir, para que
lo que hagamos, para que lo que digamos, sea verdadero, no tenga al ego
por delante, les sirva a otros y sea digno de recordar.
 
Ah, y que la empresa no nos fatigue tanto como para hacernos creer
que ya no vale la pena.
 
 
Nubes y Palomas
 
Bajo un cielo nublado
en la cumbrera de los vecinos
se han posado ocho palomas
que se alternan los lugares
como en toda reunión
para conversar.
Es mediodía y desde la mañana
ha estado amenazante.
Como si tuvieran un orden
determinado las palomas
emprenden vuelo en parejas
sin prisa, a intervalos regulares.
Cuando salen las dos últimas
calculo: en quince o veinte
minutos lloverá.
 
(a Valeria Pariso)
 
 
Preparativos
 
Una mujer que no llega
a los cuarenta
nos dice que un hijo
suyo se suicidó.
Lo dice
preparando el bolso
para viajar
al entierro
mientras le sirve
la comida a su perro.
Me lo va a cuidar
una amiga.
Tiene una casa
cómoda y varios animales.
Son dos días
nada más.
 
 
Umiños
 
Donde sueñan las verdes hormigas
los nativos australianos han levantado
un santuario en medio de la sabana.
Dicen que no solo oxigenan la tierra
sino que fabrican el agua de reserva
en miles de hectáreas desoladas.
Las llaman umiños, que significa
ingenieros o artesanos de la vida.
Una empresa británica quiso explotar
el uranio y las verdes hormigas
ahogaron uno por uno a los operarios
y sepultaron las excavadoras
y los explosivos y el obrador
entre sus túneles sagrados.
Los nativos miraban nada más,
La batalla duró cuatro años.
Los combatientes se calculan
en cientos de millones de umiños
sin otras armas que su estructura
biológica y su capacidad ancestral.
 
(a Werner Herzog y a
Ignacio Javier Artola)
 
 
Crónica encontrada
 
Acá en la fronda de mis pensamientos dejaron de florecer las causas
personales y colectivas.
 
Ya no me resultan placenteros los placebos de costumbre, la ficción
de un amor unilateral, la pasión por lecturas estimulantes y películas
dramáticas y heroicas sobre unas vidas pequeñas y anónimas. O la
música que siempre he amado.
 
Miro unas noticias espeluznantes sobre el país y el mundo, simples
ejemplos de la situación en que se encuentra la humanidad, sin que
se me mueva un pelo.
 
¿Será que me he mimetizado o contagiado con el estado de cosas que
se ha naturalizado?
 
Me peso y sigo oscilando entre 61 y 62; mi pulso no pasa de 80 por
minuto, no tengo fiebre ni presión arterial por encima o debajo de
lo habitual, respiro con normalidad y me alimento dentro
de lo aconsejable.
 
A pesar de esas señales alentadoras, ¿hay alguien, lego o diplomado en
ciencias de la salud física y mental, capaz de dictaminar que estoy vivo?
 
 
*
 
No me pregunten qué
y menos a esta hora.
El intento siempre es secreto
no saber qué ni por qué pero intentarlo.
Los resultados nos dirán
lo que buscábamos.
O no.
Con la poesía nunca se sabe.
 
 
Deseo
 
Tengo dicho
que no quiero
ser cremado.
A la tierra
sin pompa
ni caros ataúdes.
Si uno de mis hijos
tuviera alguna duda
no pensaría en consultar
a un puñado
de cenizas.
En cambio
podría preguntarle
a cualquiera
de mis huesos.
La ciencia
de los detectives
asegura
que los cadáveres
hablan.
 
Fuente: Cisne de cuello negro, Raúl O. Artola, Tatami Letras, Buenos Aires, 2022.
 

Raúl O. Artola nació en Las Flores, Provincia de Buenos Aires, en 1947. Durante su juventud, vivió, estudió y trabajó en La Plata, ciudad a la que vuelve regularmente por razones familiares y afectivas. Desde 1975 está radicado en Viedma, Provincia de Río Negro. Es poeta, narrador, ensayista, editor, periodista y docente. Publicó los siguientes libros: Antes que nada (poesía, Fondo Editorial Rionegrino - EUDEBA, 1987); Aguas de socorro (poesía, Ediciones Último Reino, 1993); Croquis de un tatami (poesía, Asociación Madres de Plaza de Mayo, 2002); El candidato y otros cuentos (narrativa, editado con el auspicio de la Secretaría de Cultura del Chubut, 2006), libro premiado en el XXIII Encuentro de Escritores Patagónicos de Puerto Madryn; [teclados] (poesía, El Suri Porfiado, 2010); La periferia es nuestro centro. Apuntes sobre política, cultura, territorios y experiencias (ensayo, Espacio Hudson, colección El Extremo Sur, 2011); Registros de hora prima (textos en prosa, Ediciones La Carta de Oliver, 2014); La mirada corta. Antología poética, 1976-2016 (poesía, Ediciones La Carta de Oliver, 2017), La mujer ágrafa y otros infundios (narrativa, El Jinete Insomne, 2018); Cisne de cuello negro (poesía, Tatami Letras, 2022). Compiló, además, Poesía / Río Negro - Antología Consultada y Comentada. Volumen I (Fondo Editorial Rionegrino, 2007) y Poesía / Río Negro - Las nuevas generaciones. Volumen II (Universidad Nacional de Río Negro y Fondo Editorial Rionegrino, 2015). Entre 2002 y 2009, dirigió la revista-libro El Camarote - Arte y cultura desde la Patagonia. En el extenso y sustancioso texto que sirve de prólogo a Cisne de cuello negro, destaca Juan Carlos Moisés acerca del autor:
 
Las puertas de entrada a su poesía son generosas para el lector, de ningún modo son inaccesibles. Como dijo Eliot, “no es lo mismo esperar que el lector posea conocimientos, que hacer una exhibición de ellos”. Y agrego lo que dijo sobre el verso de Pound para referirme al libro de Artola: “es preciso y concreto, porque siempre hay en el fondo una emoción definida”. Su escritura se resuelve con delicadeza, sin sobreactuar el modo, con una cadencia en el decir que despierta empatía y la vuelve cercana. No para que resuene en una sala llena de gente sino para leer en voz baja, a una pequeña audiencia o al oído de alguien.
 
Foto: Raúl O. Artola. Fuente: Facebook.