lunes, 29 de diciembre de 2014

Elba Ethel Alcaraz


***

Incipiente la luz
invade los huecos de la noche,
descubre la memoria implacable,
desacato del tiempo que no ordena
ni hilvana los sucesos,
las horas que el amor urdió.
Rostros perdidos en la muerte,
detenidos en el goce, el grito, la risa,
el gesto acogedor, el rechazo.
Vuelven, se acomodan,
se quiebran,
como aquella muñeca de mis juegos,
trozos esparcidos de la pena
se entremezclan se confunden,
se evaden por fin
y sólo dejan el regusto insomne
de lo que ya no es.

Fuente: Otra vez... La vida, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.


***

¿Qué hacer con los gestos inconclusos?
Intentos, amagues, aproximaciones,
nacidos sin destino del deseo,
la euforia, la melancolía.
Olas impetuosas que no alcanzan la orilla,
flores cercenadas,
latidos que se apagan antes de ser oídos.
El ademán, impulso prolongado,
se muere sin el otro.

Fuente: Otra vez... La vida, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.


XIII

Para Arnaldo Calveyra
Escuchando tu lectura de Maizal del gregoriano
1° de septiembre de 2006

Esta voz del maizal
y los ríos de la infancia,
no es aquella voz del espinillo,
del arroyo, en cuclillas,
en diálogo con el hombre
de la sal y la yerba,
mirando al río-mar
que nos llamaba.
Viene en ramalazos
de antes de todo,
cuando aún no sabíamos,
cuando las certezas eran los sueños,
esa voz de tres al unísono
en nuestra hermandad
por la poesía, por esos avatares
de la vida y la muerte.
Y sin embargo es la misma voz
que aún escucho
y ahora nos envuelve
en monacal silencio,
en un intersticio
del tiempo que nos queda.

Fuente: Zonas de la memoria, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.


XLIII

¿Cuál es la medida de los márgenes?
El cuerpo se acomoda a las sinuosidades,
a los límites abruptos, a la estrechez,
la vastedad o el vacío.
Busca el reflejo para reconocerse.
Las formas espejadas desdibujan sus líneas,
no siempre confirman sus límites.
Hay honduras que opacan los cristales.
Tal vez el vuelo final le ponga alas
a su persistencia, desgaje los obstáculos,
siga al viento y afronte la intemperie,
evocando antiguas fortalezas.
Y ya no importarán ni las caídas ni los bordes,
ni la extrañeza ni la certidumbre,
ni la hechura de lo cotidiano.
Será la vuelta al origen,
la última conciencia.

Fuente: Zonas de la memoria, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.


LI

Sube un rumor por oscuros laberintos,
lenguaje indescifrable
de un dios desconocido, no invocado.
Tal vez sea el reemplazo de otras voces
que fueron nítidas, explícitas, convocantes,
en la zona dulce de la infancia
y ya no resuenan.
Lejanas, perdidas para siempre.
Ahora llegan las palabras,
han atravesado el tiempo
y buscan su sentido.
A veces lo hallan y otras se pierden,
se entrecruzan, se ahuecan,
se arrinconan y me dejan
sin eco en el silencio.

Fuente: Zonas de la memoria, Elba Ethel Alcaraz, Libros El Búho, City Bell, 2014.

Elba Ethel Alcaraz nació en La Plata el 21 de abril de 1932. Es poeta, narradora, ensayista y Profesora en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Asimismo, cursó la Maestría en Ciencias del Lenguaje en el Instituto Nacional Superior del Profesorado “Joaquín V. González” de la Capital Federal. Ejerció la docencia en todos los niveles de enseñanza y fue redactora de LR11 Radio Universidad de La Plata desde 1953 a 1975. También se desempeñó como asesora docente del Consejo General de la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires. Actualmente, es coordinadora del Taller de Escritura Horacio Ponce de León y directora de la editorial Libros El Búho. Dirige, además, la Catedra Libre de Literatura Platense Francisco López Merino de la Universidad Nacional de La Plata. Sus libros de poesía publicados son: Todos los días (1958), Bestiario (con serigrafías de Mirta Rossetti, primera edición, 1976; segunda edición, 1980), Espacios y claridades (1995), Distinta tarde (2007), Otra vez... La vida (2014) y Zonas de la memoria (2014). Reside en City Bell.

Foto: Tapa de Zonas de la memoria, Libros El Búho, City Bell, 2014. Fuente: C. C.

jueves, 18 de diciembre de 2014

Jorge Anagnostópulos


Delia

En el jardín de los sueños
arrojabas el dorado maná.
Eras la llamadora de pájaros.
Pájaros y rosas.
Como en los versos del persa.
Tu cuerpo cedió a los años.
Te fuiste.
Un aleteo de alas invisibles
detiene mi pensamiento.
Te nombro en silencio.
Eras tenue ilusión.
Como el velo de una novia.


Eva Duarte

Entre todas las mujeres tu nombre.
En la ardiente historia,
las garras del tigre y del amor.
Hubiera querido salvarte del caos.
De la furiosa vida que hiere.
Del invierno de tu hora.
Del cáncer y las flores.
Entre todas las mujeres tu rostro.
Y una constelación de estrellas.
Dos fechas y la breve línea recta.


El sueño elemental

A Berisso

En esta ciudad cosmopolita,
como Roma, ciudad abierta,
padre y madre alcanzaron
el sueño elemental: un hogar,
hijos, una casa blanca y un huerto.
De ellos mi melancólica heredad.


La imagen

Un hombre intramuros,
entregado al juego de la dicción,
deshilvana la conjura de su vida.
Mira la casa natal y el huerto.
Sabe por el escorzo de grises
que es invierno.
Le gusta el calor del hogar
y el aroma del café.
El gesto del gato,
mirando la puerta cancel,
señala un tenue resplandor.
¿Es propio de la luna o del gélido neón?
Resplandece la imagen en el umbral.
Las manos extendidas traen flores.
Cárdenas como una súplica.


La otra casa

Allá la morada que el verde aparta
y un cielo incierto confina.
Allá la voz del pájaro que mide
mañanas y noches prematuras.
Allá la caja estrecha, el vestido austero.
Más es lujo.
Abren claustros en la tierra las hormigas
y ágiles gusanos ejercen su oficio:
deshacen lo que no es necesario.
Estas cosas pensé en nuestra casa.
Aquí tus días y tu ceniza.
¿Adónde mi fuego y mi nada?
Nadie será mi nombre mañana.
Y la gota de miel o de rocío
seguirá cayendo sobre la hierba.


Las pirámides ya son el desierto

Las famosas formas geométricas
–el perfecto tetraedro–
vanamente reproducen faraones
bajo el círculo de fuego.
El viento perseverante
devuelve el grano de arena
al desierto sin nombre.
Fagocita esclavos, arquitectos sin ojos.
Resignados sacerdotes, espurios dioses.


La moneda del tiempo

El impuro y el virtuoso comparten
el mismo deseo: vivir en la eternidad.
La sombra de la confusión abunda
y la moneda del tiempo es el precio
que pagamos por cada decisión.
¿Debo sospechar de lo que quiero?


Holanda

De todas tus ciudades, una fue el rostro del amor.
De bruma y felicidad la huella que en mí dejaste.
Nada hay en tu seno de prohibido.
En el encanto de tus noches fui Caín y fui Abel.
Y fui, en tu cauce, un griego dionisíaco.

Fuente: La moneda del tiempo, Jorge Anagnostópulos, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2014.

Jorge Anagnostópulos nació en Berisso, Provincia de Buenos Aires, el 12 de abril de 1952. Reside en su ciudad natal. Es egresado del Liceo Víctor Mercante y de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, ambas instituciones pertenecientes a la Universidad Nacional de La Plata. En esta ciudad trabajó como Arquitecto Supervisor de Obra en el Teatro Argentino de Las Artes y del Espectáculo. Actualmente, se desempeña como arquitecto en el Instituto de Infraestructura de la Provincia de Buenos Aires. En el campo de las letras, comenzó publicando Cartas griegas (narrativa, 2009), libro que lleva prólogo de Horacio Castillo. El mismo fue declarado de interés municipal por la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de Berisso y obtuvo la “Faja de Honor” de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, correspondiente al período 2009-2010. El texto “Lo inevitable”, incluido en dicho libro, fue seleccionado para participar en la exposición “Trilogía de la Privacidad” en Barcelona, España (2010) y en Catania, Italia (2012). Posteriormente, dio a conocer El viaje de los días (narrativa y poesía, 2012), que recibió la “Faja de Honor" de la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, correspondiente al período 2011-2012. Su obra literaria publicada hasta hoy se completa con La moneda del tiempo (poesía, 2014). Este año, además, la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Berisso le otorgó el premio “Daniel Román” por su aporte a las letras berissenses.

Foto: Jorge Anagnostópulos. Fuente: El viaje de los días, Jorge Anagnostópulos, Editorial Dunken, Buenos Aires, 2012.

martes, 2 de diciembre de 2014

Diego Roel


El pozo

Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará; 
porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran
tempestad sobre vosotros.                             
                                              Libro de Jonás, 1: 12-13

Yo, Jonás, hijo de Amitai, pasé tres días y tres noches
en el vientre del gran Pez.
Y vi lo que nadie nombra, lo que nadie quiere ver:
la sangre oscura de la bestia, el líquido amniótico del sueño,
espejos que se duplican y reflejan la permanente fuga de las cosas.
                                                                                            
Yo, Jonás, hijo de Amitai, descendí hasta lo profundo de la tierra,              
me arrodillé en el útero del mundo,
vi lo que nadie quiere ver.




Permanezco lejos del ruido de los hombres.

Acá abajo, en el fondo del pozo,
ya no soy hombre ni mujer.

No tengo patria ni lugar de descanso.

Oscilo entre un abismo y otro abismo.




Que me tragó un monstruo con cabeza de dragón.
Eso dijeron los que conocen mi historia.
Los que juegan con palabras, los hacedores del engaño.

Eso dijeron.

Pero yo no recuerdo nada.
Sólo veo delante de mí una avenida interminable,
las luces lejanas de una fiesta,
el lento simulacro del planeta.




Cuando llegué al estómago del Pez
vi grandes bosques y montañas,
vi lo que nace debajo del suelo,
lo que late y pugna por salir, lo que respira.

Vi pájaros en pleno vuelo, animales sin cuerpo.

Cuando llegué al estómago del Pez
olvidé mi nombre y el nombre de mis padres.




Me crecieron alas, garras
y una larga cola.

Se multiplicaron mis ojos.

En mis manos apareció
la eterna cifra del Exilio.




Entonces clamé al Cielo:

Padre, Madre, corazón de la Tierra:
no te olvides de los que tienen hambre y sed,
de los perseguidos, de los que no pueden
levantar del suelo su osamenta,
de todos los que tiemblan debajo de tu cuerpo.

No te olvides de los que tiemblan debajo de tu cuerpo.




El animal me escupió sobre la orilla del planeta.

Me levanté y lavé mis ojos con vinagre.
Junté mis miembros esparcidos en la costa
y caminé lentamente hacia la luz.

Recordé mi nombre y el nombre de mis padres.




Dice Jonás:

Que los pájaros del cielo devoren mi cuerpo.
Que los párpados del día se cierren sobre mí.

Ojalá yaciera yo en el vientre de mi madre.




Pero, ¿era un río o era un mar donde caí?
¿Volvía mi cuerpo del desierto?
¿Huía yo de la Voz de mis ancestros?
¿Iba hacia Nínive a anunciar la destrucción?

¿Fue antes de que naciera el Niño?
¿O fue en el siglo de las máquinas,
en el tiempo de la Bomba y de los ángeles acéfalos?

El destino es un color que se deslíe.




Esa mañana embarqué en Jope,
en una nave fenicia.

Sobre la Colina del Manantial
el sol resplandecía.

Antes de partir alguien me habló de los cedros del Líbano,
de los barcos de Tarsis que atraviesan como una flecha el horizonte
y se pierden del otro lado del mundo.

Al atardecer, mirando las últimas luces de la costa,
tomé la piedra dorada de mi tribu
y grabé sobre mi pecho mi nombre y el nombre de mis padres.                                                            
                                                                                     



El cielo es un sudario que se despliega y cae.

Pero, ¿acaso yo soy Pedro, el pescador?
¿Soy el que vino de Lida y resucitó a Tabita?
¿Soy el que duerme en la casa de Simón, el curtidor?

Abro los ojos y veo bestias y reptiles,
animales del aire, toda clase de cuadrúpedos.

Una voz repite en mi cabeza:
mata y come, mata y come.




Me preguntaron mi nombre,
me preguntaron mi oficio y mi lugar de nacimiento.

Les respondí: “Yo soy Jonás, hijo de Amitai.
Tírenme al mar y el mar se aquietará.
Arrójenme a la boca del abismo”.

Ellos dijeron: “Jonás, hijo de Amitai,
que la tierra eche sus cerrojos sobre ti,
que el alga se enrede en tu cabeza”.

Entonces la corriente me envolvió
y todas las olas pasaron sobre mí.
Vi lo que nadie quiere ver:
ciudades tragadas por el fuego,
engullidas por el soplo de las bombas,
arrasadas por el recio viento que viene del oeste.

Yo vi lo que nadie quiere ver.

Fuente: Dice Jonás, libro inédito. Gentileza de Diego Roel.

Diego Roel nació en Temperley, Provincia de Buenos Aires, en 1980. Vive actualmente en La Plata. Tiene cinco libros de poesía publicados: Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación (Libros de Tierra Firme, 2004), Diario del insomnio (Libros de Tierra Firme, 2005), Cuaderno del desierto (Libros de Tierra Firme, 2007), Las variaciones del mundo (Ediciones El Mono Armado, 2010) y Los Jardines del Aire (Ediciones El Mono Armado, 2012). En 2013, Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación y Diario del insomnio fueron reeditados por Ediciones El Mono Armado y detodoslosmares, respectivamente, y, este año, la última editorial mencionada acaba de reeditar Las variaciones del mundo. Para Rafael Felipe Oteriño, Roel es “Un buscador de certezas cuyo afán es indagar lo que está más allá de la conciencia, cuyos límites están dados por el lenguaje de la poesía, y cuya energía está puesta en tocar ‘ese lugar inocente’ en pos del cual escribe, vive y sueña”. “El pozo”, publicado en esta página, es la primera parte del libro Dice Jonás, actualmente en imprenta, en el que la búsqueda de una verdad espiritual absoluta se aleja decididamente de la filosofía para entrar de lleno en el misticismo.

Foto: Diego Roel. Fuente: www.editorialdetodoslosmares.com

lunes, 17 de noviembre de 2014

Silvia Montenegro


Mujeres

Me siguen.
Caminan por la misma senda.
Saben que no tengo y, sin embargo,
parecen regocijarse.

Soy la vaca flaca.
Los siete años de vacas flacas.
No les pidan más velas a mis santos.

Mujeres vendiendo al por mayor
lo que les quitaron al por menor.

Adónde van con alas de tiburón colgando de sus fauces.
Adónde voy cuando no alcanza con arrodillarse.

Soy el pez en el anzuelo que desemboca en mi propia sed.

Nadie te regala nada y está bien.
Comprar, vender, atorarse de pasto seco
y tragar como se pueda la única lágrima.

¿Quién tiene un hijo o diez hijos y canta?
¿Quién sonríe de verdad sin antes lamer el éxtasis de la tristeza?

Cada una lleva su ciudad oculta,
el paso firme, una granada en los ojos.


La rubia de enfrente

El que goza su cuerpo nunca sabe
cuándo respira
cuándo es astuta
cuándo besa de verdad.

No sabe de domingos al pie de la nada,
ni de eso que duele en la tarde
y no el día después.
De eso que es hoy,
porque mañana es viejo,
y de puro viejo es triste.

Los hombres sin luz comen de su luz
y ella chorrea entre sus piernas el jugo que más les gusta.

El después
será entregarse a un mandala indescifrable.

Nada que se parezca al amor.

Las pasiones son un ombligo gigante
y no hay dónde hacerse fuerte.


Plaza Miserere

No soy ellos
pero entre ellos escribí la sombra.

Borré la sombra y encontré un túnel.
Había una desembocadura
y era una plaza
con restos de mí entre las palomas.

Una gran puerta se abrió.
Una herida se abrió.
Era yo una paloma sin canto.

Fui entonces a tenderme bajo el silencio del biguá.
Quise escribir eso y decir la luna canta como Amy.
Pero mi voz es un tren que no frenó.
Un tren que siguió caminos sin ungir antes del vacío.

No soy ellos pero entre ellos veo mi rostro.

Puse mantel de flores y serví agua en una copa azul.
Vino hacia mi mesa el zumbido de los que duermen en mantas húmedas.
De mi brazo nació una araña, un hilo negro y dulce
sosteniendo lo insostenible.

No soy ellos pero con ellos me hundí en la noche.

Lo real es un pasillo en demolición.
No sé qué me pasa, en qué vida soy.
En quién escribo cuando los recuerdos llegan
y quedo sin blindaje, sin techo lo púrpura.
En las horas sin pájaros
soy ellos entre sus rostros aunque no vea el mío.

Hay días así,
desmoronándose.


Fotografías
(Fragmentos)

Subo la escalinata que me lleva al barrio de San Blas.
La altura redime. Un minuto sin oxígeno y habrá tregua.

Conozco esas ausencias. Advierten lo invisible que soy.

Entro en un callejón.
Mineral de cofradías. Mercado de almas y cerdos y cabezas de pescado.
Trance. Música en el ombligo. Doy la cámara para verme feliz.


***

Persigo la ráfaga. San Salvador y hembras anoréxicas.
Un toque de alcohol para engullir.
No distingo lo femenino de lo humano.
Pisco. Aguardiente. Un algo que me deje culo pa’ arriba.
Y desde allí el latido, el escombro, las monedas doradas de Sudamérica.


***

Una imagen bella de Buenos Aires es una imagen muerta.
Pérdida de conocimiento. Golpe en la nuca. Lo breve mil veces hambre.

¿Habré sacado yo esta foto o se disparan solas las balas
en las almas solas?

Fuente: La bruma, Silvia Montenegro, Barataria Libros, Buenos Aires, 2014.

Silvia Montenegro nació en La Plata en 1961. Es egresada de la Universidad Nacional de La Plata. Publicó los siguientes libros de poesía: Sobredosis de alma (Sudestada, 2001), El diablo pide más (Ediciones Último Reino, 2004), Los príncipes oscuros (Ediciones Último Reino, 2008) y La bruma (Barataria Libros, 2014). Fue invitada a numerosos festivales de poesía, entre ellos: Festival Internacional de Poesía de la Feria del Libro de Buenos Aires, Festival Internacional de Poesía de Michoacán (México), Festival Internacional de Poesía de Trois Riviere (Quebec, Canadá) y Festival Internacional Transpoesía (México). Figura en antologías poéticas publicadas en Argentina, México, Perú, Italia y Alemania. Algunos de sus poemas fueron traducidos al francés, al alemán y al italiano. Entre 2009 y 2012, se desempeñó como Secretaria General de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA). Reside en City Bell.

Foto: Silvia Montenegro. Fuente: Gentileza de Silvia Montenegro.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Horacio Castillo (h)


Insurrección

En el jardín, este árbol es una insurrección,
la naturaleza ha callado sobre su genealogía, su estirpe,
su remoto origen, como si esas robustas ramas, 
ajenas al cromático concierto que se despliega en la mañana,
sólo esperaran un improbable florecimiento,
que cuelgue un cuerpo muerto,
un ánima cruda.


Niño sonriendo en una fotografía

Cada tanto volvemos sobre el viejo álbum,
confirmamos nuestros recuerdos, asentimos con las imágenes
la continuidad entre este tiempo y el otro.
La fotografía coagula en su enigmático magma de colores
un instante del que ahora, extrañamente, somos espectadores.
Aun así nos llama la atención la unidad del conjunto,
porque de esa playa, de esa arena, de ese niño corriendo,
nada recordamos, entonces viene y nos atormenta la pregunta,
porque verdaderamente, hoy, no sabríamos reproducir esa sonrisa, ese gesto,
como si nos faltara el músculo correspondiente a la felicidad
o los argumentos para rebatir el error.


La mirada de los perros

Hoy es un día apagado, las cosas carecen de su brillo habitual,
reconozco entre las sombras las señales de la devastación
y me pregunto inútilmente sobre esta subterránea oscuridad.
Tendido a mis pies, un cuerpo ennegrecido espera,
una materia simple, organizada sin turbulencias,
dirigiéndome esa mirada que siempre tienen los perros en los ojos.


Almuerzo

Ahora los vemos correr con gracia, leves,
flotando en un mundo demasiado extenso todavía.
El viento de la historia aún los sobrevuela con indiferencia
y es probable que de este almuerzo no saquen mayores conclusiones
que revolviendo la tierra en busca de lombrices, babosas o insectos mitológicos.
Pero nosotros, en la sobremesa, mientras juntamos platos y botellas vacías,  
nos preguntamos qué quedará del día de hoy, qué se extinguirá para siempre.
Tal vez quede algo sin materia, vaciado de sustancia,
un punto de extrañeza sobre el que volverán y girarán sin sentido,
durante algún almuerzo de verano,
mientras sacuden los recuerdos de los manteles.


Tarde en el arroyo

El calor era rugoso en aquel momento sin extensión,
sólo el arroyo, el juncal y el agua deteniéndose.
Los mosquitos, los jejenes y las insoportables chicharras
resolviendo arbitrariamente el tono del verano.
Entonces por aburrimiento o desesperación
arrojábamos piedras a la orilla de enfrente,
a los peces y a los pájaros entre los juncos,
a las nubes que se movían y a las nubes quietas,
a la impaciencia y más alto y más fuerte,
para ver si alguna piedra rompía los vidrios del aire, del cielo
y se caía alguna cosa, algo, no sé, un porqué.


Absolución

Esta mañana, ha de ser como todas las mañanas en el mar,
niños corriendo en la arena, la respiración jadeante de las olas en la orilla,
el tiempo detenido bajo el sol.
No habrá sobresaltos, no habrá absurdos interrogantes por responder,
ningún esclarecimiento, nada que turbe el ocio o estremezca la conciencia,
sólo el tiempo detenido, calcinándose bajo el sol.
Pero en cierto modo, hay una irrefutable orfandad en este paisaje,
algo que me excede, una claridad que roza el perfil de la verdad,
como si ante la proximidad de un final que desconozco
todo en este instante me fuera perdonado.

Fuente: Ánima cruda, libro inédito. Gentileza de Horacio Castillo (h).

Horacio Castillo (h) nació en La Plata en 1968. Es psicoanalista egresado de la Universidad Nacional de La Plata. Tiene varios libros de poesía inéditos; entre ellos, Ánima cruda, al que pertenecen los poemas publicados en esta entrada.

Foto: Horacio Castillo (h). Fuente: Gentileza de Horacio Castillo (h).

lunes, 20 de octubre de 2014

Esteban Peicovich


Cita en Mojácar

En Mojácar ella envuelve en algodón los geranios.
Da de cantar al mirlo.
Desde que ella llegó
el desorden del paisaje quedó planificado.
Otro génesis.
El día no es el revés del naipe de la noche.

Ella llegó con la única misión
de fijar a Canopus en el cielomundi.
Tras el mirador donde revientan las lilas,
ella recuerda sus mapas terrestres:
inscripciones sánscritas en Anacapri,
su evangelio etrusco a los esquimales,
una religión en la isla de Pascua.

Ella encontró y perdió a Cristo varias veces.
Durante una década su sonrisa se estampó en vestiduras,
paraguas, capelinas, pañuelitos, arcones diminutos.
Su sonrisa evitó la tercera guerra mundial.
Hizo lo que pudo.

Ahora se desvela sobre una lente traída del Japón.
En algún lugar del lechoso archipiélago
está Canopus, árbol de luz que cae
furtivamente, como asombro y lluvia
sin dañarle un átomo a la eternidad.

Moviendo arenosos dedos nefertitis
no es casual que ella tenga un temblor en Mojácar.
Que su memoria y el cinturón de estrellas se confundan.
Pienso en la navaja cayendo sobre la mariposa,
en Canopus encapsulado para siempre.

Y en este informe que haré llegar
a los círculos más íntimos
de la Astronomía.

Fuente: Instrucciones al pavo real, Esteban Peicovich, El Archibrazo Editor, Buenos Aires, 1993.


El telegrama

El encuentro en Verona
obliga a considerar como inevitable
que también viaje el ruiseñor.

Es asunto de tres.

Fuente: Instrucciones al pavo real, Esteban Peicovich, El Archibrazo Editor, Buenos Aires, 1993.


Europa

Grandes señoras, las gaviotas desayunan, soberbias
en los bordes morados del mar de Amsterdam.

Cuando el primer Vermeer alumbra el horizonte
ellas untan sus patas en petróleo
y picotean lo que llega del mundo.

Las grandes señoras están ciegas.
Confunden el velero, se posan torpemente
en el mástil de los semáforos de la Wilhelmstraat
y allí se quedan, redondas y blancas,
sin saber cómo morir.

En ninguna se ve ese relámpago que hace volar
a sus famélicas hermanas del Mediterráneo.
Ninguna insinúa perderse en el mar
o aligerarse
más allá del plomo de sus alas.

No hay una sola con forma de mujer italiana
o de guitarra griega.
A ninguna le ha quedado en la estría del ojo
el refucilo último del color de Van Gogh.

Debajo de sus plumas, las gaviotas de Amsterdam
han perdido la estructura del vuelo,
el pájaro que eran.

Grandes señoras, las gaviotas de Amsterdam
ya no son ni de la tierra ni del mar.

Fuente: Instrucciones al pavo real, Esteban Peicovich, El Archibrazo Editor, Buenos Aires, 1993.


Ejercicio de oratoria

En la fiesta del lenguaje hay palabras espejo
como picaflorear y colibrear.

Ambas viven su gemelo silencio en la garganta
y cuando una flor las llama liberan sinonimia.

Una se dirige hacia el polen con aguja.
Otra sobrevuela los pétalos y espera.

Un picaflor es asesino a cara descubierta.
Un colibrí el eufemismo en cómplice saqueo.

Esto es lo que hacen las palabras
con sus pájaros de azogue en la garganta.

Y tal vez sea así
cómo funciona el aparato locutor de la belleza.

Fuente: La bañera azul, Esteban Peicovich, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994.


La bañera azul

El mejor poema escrito esta semana
son los doce tomates hechos crecer
en la buena tierra de la bañera azul
que se buscó otro oficio en la terraza.

Como yo, están verdes todavía. Y como yo
esperan cada tarde la lluvia y el sosiego.

Busco entablar conversación, la mínima,
pedirles el secreto de vegetar en gloria,
dorados por el sol y amamantados por la noche.

Deseo esa noble genética que los hace nacer
y morir, irrepetibles, en sus pequeños destinos
que cruzan del amarillo al verde humildísimo
hasta apagarse en sucesivo rojo.

Los doce tomates que alumbran mi azotea
han nacido también de las manos de Dios.
Tan sólo reclamo mi derecho a ser tratado
por él de igual manera, con igual cuidado.

Pido que ajuste el mecanismo de su obra
y ese argumento de la huida: el tiempo.
Nacer en primavera, disolverse en invierno,
desconocer la silenciosa edad de la tortuga.

Sólo ser cada año, una vez, ese estallido
de antiguo asombro: la renovación exacta
del jazmín, la locuacidad de la albahaca
y los tomates, amándose de noche,
hasta amanecer repentinamente soles
en la sonrisa de la tierra.

Fuente: La bañera azul, Esteban Peicovich, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994.


Curriculum

Nací (es un decir).
Guardo entre gasas mi único cadáver,
aquel cordón umbilical que ella mantuvo
en escondite de múltiple avaricia
hasta dármelo a la edad de mis sesenta.

Tozudo soy como una rosa.
Y sucesivo como las hormigas.
Lento, hasta ser todo invierno.
Y dulce hasta mis huesos.

Fui una sólida monja hasta ser padre.

A mi primera hija se la robé a su madre
un día en que el amor andaba
de animal aturdido dando tumbos
casi de farra loca por la casa
y lo atrapamos.

Tengo otra hija con la cabeza revuelta
por los pájaros.
Tres hijos del otro lado del océano,
dos nietos que por dudar de mi existencia
me llaman Sebastián,
y una madre que resiste riendo
la inundación y el tiempo.

De mis cuatro esposas,
la primera se ahogó en sus propios ojos,
la segunda fundó una maternidad,
la tercera regresó a su sitio natural
de un cuadro de Filippo Lippi
y la cuarta me arropa y alimenta
y con cuchillo de azúcar
hace de mi dos hombres que la aman.

Por mi árbol genealógico ha descendido
tanta gente que me hace ruido dentro.
Desde el minero empaquetador de azúcar
que me trajo
hasta Vidriera, el licenciado
(a pleno día se me ve la noche.)

Por la palabra, al artefacto que soy
le fue dada la rosa en consideración,
el cordero en cuidado
y el silencio de Dios en cautiverio.

Sílaba a sílaba, comparto el gineceo
de las palabras que me aman.
Un mujerío que teje/desteje como Safo
mi inconcluso diccionario perplejo.

Se presentan, ahora, asuntos nuevos:
del girasol se fuga el amarillo.

Llaman a la puerta. Es la humedad.

Ni el licor de lo eterno, ni Sherezade,
ni la picadura súbita del pezón más colibrí
pueden hacer que reviva lo que olvido.

Veré de poner música esta noche.
No vaya a ser que tope con un golpe
de dados y mi azar no lo sepa.

Fuente: La bañera azul, Esteban Peicovich, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994.


El viaje

Sólo somos un leve error
en la dirección de vuelo
de las aves del Paraíso.

Y ahora volvemos a casa.

Fuente: La bañera azul, Esteban Peicovich, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994.

Esteban Peicovich nació en Zárate, Provincia de Buenos Aires, el 22 de diciembre de 1929. Es poeta, escritor y periodista. Cuando sólo tenía tres años, sus padres, de origen croata, se trasladaron a Berisso, donde pasó su infancia y su juventud. “En ese Berisso –confesó en una nota– me doctoré: cociné puchero a los 7 años, recurrí a Dios (por miedo a los fantasmas) a los 9, me enamoré de la Chiappe a los 10 (Dios la guarde), porté la bandera papal al confirmarme a los 12, descubrí que una mujer es más que Bécquer a los 14 (gracias Felisa), llegué a ser metafísico a los 15 y a ganar mi primer sueldo como pesador de chilled beef en un frigorífico en el que entré a los 16 y del que pude huir hacia el periodismo sólo a los 28”. Y añadió, más adelante: “De joven, soñaba con irme al mundo. Y me fui. Mi primera París fue La Plata. La segunda, Buenos Aires. Y así Praga, Budapest, Brujas, Delhi, Tokio, tantas. Un viaje demasiado largo para descubrir al fin que todas ellas estaban en Berisso”. Antes de “irse al mundo”, estudió en el colegio industrial Albert Thomas y en la Escuela de Periodismo de La Plata. En una de sus visitas a esta ciudad, tras muchos años de ausencia, declaró: “Los lazos que me unen a La Plata son tan fuertes como los que me ligan a Berisso. Aquí solía recorrer las librerías junto a Jorge Paladini... Aquí amé, sufrí, soñé y conjugué ese verbo que, después de ‘amar’, es el más hermoso: ‘esperar’. Sin la esperanza los hombres ya no existiríamos”. Fue precisamente en un diario platense, El Día, donde publicó sus primeros poemas con el seudónimo Paul Montain. En 1958, cansado del frigorífico, empezó a trabajar en diario Clarín, convirtiéndose en redactor, columnista y crítico de cine. Su labor en dicho medio lo hizo acreedor del Premio Nacional Kraft al mejor periodista de diarios de 1963. Poco después, en 1964, pasó a ser secretario de redacción del diario La Razón. Ese mismo año, estando de vacaciones en España, consiguió entrevistar al general Juan Domingo Perón, que llevaba casi una década de mutismo. Fruto de tal encuentro es el libro Hola, Perón, publicado al año siguiente. Simultáneamente con su actividad gráfica, ejerció por entonces el periodismo radial y televisivo. Entre 1974 y 1987 vivió en España, desempeñándose como corresponsal de diversos medios, lo que lo llevó a recorrer más de cincuenta países. Luego de regresar a la Argentina en 1988, se afincó de manera estable en Buenos Aires, condujo los programas Sin verso por canal 7 y Noche abierta por Radio Nacional, y fue columnista del diario La Nación.  Actualmente, es columnista dominical de la edición digital del diario Perfil y conduce el programa Los palabristas por Radio Ciudad. Este año, además, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires lo declaró Personalidad Destacada de la Cultura. Su obra literaria y periodística incluye, entre otros, los siguientes libros: Palabra limpia de mí (1960), La vida continúa (1963), Hola, Perón (1965), Historia viva (1966), Introducción al camelo (1967), La poetisa analfabeta (1974), Reportaje al futuro (1974), El último Perón (1975), Borges, el palabrista (1980), Instrucciones al pavo real (1993), La bañera azul (1994), Poemas plagiados (2000), Gente bastante inquieta (2001), Así nos fue (2002), El ocaso de Perón (2007) y Nuevos poemas plagiados (2009). Asimismo, la editorial española Alacena Roja ha comenzado a publicar en formato digital algunos de los títulos mencionados y otros inéditos. Acerca de su relación con la escritura, señaló no hace mucho: “Toda vida es biografía: ‘vida a escribir’. En mi caso, bien larga ya. Soy siglo 19 por formación, 20 por perdición y 21 por desesperación. Paisajes que me llevaron del soneto inicial al monólogo poético, al relato, el cuento, la novela y la crónica periodística. En todos ellos me place y alimenta permanecer en atenta cuidadosa ignorancia. Para ello cultivo con gusto cierta infancia madura y militante. Dudo que la realidad sea real. Al menos, parte de ella. Por eso mis filias y fobias me aproximan más a un arrojador de botellas al mar que al típico escritor testimonial terrero, hecho y derecho”.

Foto: Esteban Peicovich. Fuente: Revista “Noticias”, Buenos Aires, 30 de septiembre de 2006.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Ana Emilia Lahitte


*

Culpable soy de tantas inocencias.

Comienzo a abandonar la criatura
que nunca pude ser y me acompaña.

*

Pediré a mis pupilas una visión de riesgo
y desengaño.

Desde esa perspectiva me atreveré
a mirar.

*

Conozco el lugar donde morir es siempre
demasiado tarde.

Lo saben ya los pájaros que eligieron
mi sombra por guarida.

*

Hay una saciedad de exilios y regresos
en mi corteza de abandonos.

Búscame en los halcones que no se dejan ver
y esculpen en las nubes el sexo del verano.

*

Me fascina. Me turba el temblor arrasado
de las playas desiertas cuando el mar regresa
y los naufragios dialogan con la arena.

Donde ha caído un roble la tierra garantiza
una entraña de sol.

*

Confié en lo ignorado.

Y fui despedazándome con la cabal certeza
de estar recuperando mi pulso original.

*

Lo que ya fue convive todavía
con la precariedad de lo que existe.

Celebro estar asida a mí misma.
Sin mí.

Fuente: Ser Nunca, Ana Emilia Lahitte, Municipalidad de La Plata, La Plata, 2013.

Ana Emilia Lahitte nació en La Plata el 19 de diciembre de 1921. Su labor creadora abarca la poesía, la narrativa, el ensayo, el teatro y el periodismo. Como poeta publicó, entre otros libros, Sueño sin eco (1947), El muro de cristal (1952), La noche y otros poemas (1959), Madero y transparencia (1962), Al sur de marzo (1969), Los abismos (1979), Los dioses oscuros (1980), El tiempo, ese desierto demasiado extendido (1993), Summa de poemas, 1947-1997 (antología, 2001), Insurrecciones (2000), El padre muere (2006), Gironsiglos (2006) y Ser Nunca (2013). Este último volumen, compuesto por poemas inéditos, fue editado póstumamente por la comuna platense a modo de homenaje. Entre sus ensayos y compilaciones poéticas figuran: Veinte poetas platenses contemporáneos (1962), María de Villarino (1966), Roberto Themis Speroni (1975) y Cinco poetas capitales (1995). Obtuvo, asimismo, numerosas distinciones, algunas de las cuales son: Pluma de Plata del PEN Club Internacional, Centro Argentino (1980), Puma de Oro de la Fundación Argentina para la Poesía (1982 y 2001), Primer Premio Nacional de Poesía, Región Buenos Aires (1983), Premio Konex (1994) y Premio de Poesía “Esteban Etcheverría”, de Gente de Letras (1999). Creó y dirigió por más de 20 años uno de los primeros talleres de poesía de la Argentina, llegando a superar con el sello Hojas y Cuadernos de Sudestada las 300 publicaciones. Su obra fue recogida en varias antologías y traducida al inglés, francés, alemán, italiano y portugués. En 2001, la Municipalidad de La Plata la designó Ciudadana Ilustre. Murió en su ciudad natal el 10 de julio de 2013.

Foto: Ana Emilia Lahitte. Fuente: Cinco poetas capitales, Ana Emilia Lahitte, Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1995.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Rafael Felipe Oteriño


Memento

Al este y al oeste, muros bajos y puertas entornadas,
en las pupilas, la orilla sin fondo del horizonte,
un reguero de plumas y no el pájaro ni el canto del pájaro,
fuegos en las plazas por los festejos de San Juan,
una abuela y en su tejido la costura negra del duelo,
sonar de llaves y mutismo en las cerraduras,
páginas a medio escribir en cuadernos de hule,
los libros alineados en los estantes
a la espera de un nuevo lector,
un humo espeso llena el vacío entre las cosas,
convirtiendo lo real en irreal y lo irreal en mística,
la efigie del padre, la respiración de la madre,
una sombra que pregunta por un cielo donde hubiera caballos,
frío en los cuartos y tres ascuas tibias rodeadas de ceniza,
en el mercado pregonan olivas verdes y anchoas en sal,
...botellas vacías, hierro y  zinc, demandan más lejos
–la prosa del mundo en un viento huracanado–,
el ojo claro de la luna, la copa tiesa de los árboles.
Entre esas paredes nacía yo.


Las hamacas

a Pilar

Las hamacas que visitábamos de noche nos interpelan,
el bosque que recorrimos juntos nos interpela:
hablan de nosotros y repiten nuestros nombres.

No es todo lo que quisiéramos oír
pero su voz se oye clara en cuanto apoyamos la cabeza.

Dicen sí y no,
dicen claridad y oscuridad, siempre de a pares;
de dos en dos, no se cansan de repetirnos.
Hablan de lo que llega limpio y no tarda en desvanecerse,
de lo que se eclipsa y regresa cuando ya no lo buscas.

En el vaivén está su secreto,
en el soplo y en la brasa, en la aparición y en la desaparición.
Por su abundancia, la luz tiene necesidad de repetirse,
hace nido en la piel y se transforma en memoria.

Dispuestos a partir –no una, sino mil veces–, regresamos;
regresamos porque no hay otro lugar y el mundo es éste
y aceptar la vida es el lugar.

Tu estatura no era elevada como para escuchar esa voz
que se abalanzaba desde las sombras,
pero juntos, tomados de la mano, formábamos una columna
más fuerte que tu miedo y el mío.

Las hamacas nos enseñaron a escribir sobre el agua,
a dibujar grandes círculos en la arena
y a confiar en el bosque del que no hemos salido.


Gallo ciego

Buscamos la forma verdadera de las cosas.
Manos aviesas nos hacen girar tres veces
e iniciamos la búsqueda por un extremo.
Avanzamos, tropezamos, ceñimos el aire,
y otras manos nos apuran
hacia un fondo que no está en nuestra alma.
Reiniciamos la búsqueda por otro extremo.
Un paso, otro paso, una avalancha de sombras
y el mundo entero que se deshace.
Hasta que el juego termina, arrojamos la venda
y sólo esas manos y el miedo eran lo real.


Soñar con agua y con fuego

Volverse sabio:
decir dos palabras en lugar de ninguna
y una sola
cuando se escucha más fuerte la voz del abismo.

Recibir el día como una propiedad
y de inmediato devolver esa propiedad
a los que todavía no despertaron.

Observar el río correr dentro del río,
rápido como las nubes, persuasivo como las olas.

Sentir la dureza de la piedra y la docilidad del viento
y saber que ambos son argumentos de Dios.

Porque el viento sube a los techos,
y las ráfagas son montañas
y el cuerpo es una ráfaga que se deja llevar.

Volver al lago donde se hundió la infancia
y ver que en su bosque anegado está tu imagen.

Quizás el polvo sea una maniobra de purificación
en cuyo puente estamos solos, suspendidos.

Dar señales de cuál es el lugar
y al instante borrarlas
porque no son claras ni precisas
y todas conducen a un sitio que no es el lugar,
pero que lo anuncia.

Buscar abrigo en lo invisible y en lo callado,
soñar con agua y con fuego.


Andante

1

Puedo dejar que la hoja amarillee antes de caer,
que el gato continúe su siesta indolente,
que la pared se desgrane como una imagen del tiempo.
Comenzaron antes y seguirán después,
urdiendo combates sobre secas laderas.

Lo que no puedo es dejar de observarlos
y de unirme a otra alianza que no sea la suya.
Cautivo de galas que se cumplen sin reparar en mí,
yo las recibo como si hubieran nacido para mí.
No puedo rehusarme: mi deber es decirlo con palabras.


2

Hablo de “nieve” pero en mi país no hay nieve,
escribo “montaña” pero no he subido a ninguna,
menciono “grifo” y no hay hilo de agua
ni animal fabuloso bajo los pies.

Porque las palabras son fuentes, avenidas, excesos.
Dicen carbón y, al mismo tiempo, diamante,
dicen viajero y en su hospitalidad dicen agua.

“Relámpago” es mi palabra preferida.
Libra a la noche de la noche y a la hoja de reverdecer,
cruza el río, atraviesa el puente,
trae la llave aunque la luz derrame oscuridad.


3

Palabras que se aproximan como un rebaño.
Vienen de luchar con palabras de acero que dejaron atrás.

Yo estaré aquí para protegerlas,
pero sólo por un tiempo.

Porque no es posible establecer la paz definitiva.
Son necesarios el laúd y la pólvora para vivir.


Segunda naturaleza

El amanecer comienza como siempre, en voz baja.
Lo acompaña un trino que, con el paso de las horas, se apaga.
Entonces entran los grandes autobuses,
palas mecánicas y grúas a reinar sobre el planeta.
Un taladro anuncia que el mundo ya está en marcha.

En el silencio de la habitación continúa aquel trino,
aunque sólo esta página lo escucha.

Levanto la vista
y sobre la pared cuelgan fotografías de familia.
Cuadriculan el tiempo, lo fijan: es su modo de reinar en el silencio.
Pero padre, madre, abuelo, hermana, no están allí.
Son como esos pájaros del amanecer
que una luz, casi dorada, despierta.

Hojas de papel, paredes blancas: escudos contra la desaparición.


Adiós a Symborska

Murió Symborska.
Quedaron más solos los gatos, las semillas y las cucharas.

Los traductores se verán en aprietos
para completar su “Poesía no completa”.
No podrán localizar la ironía que escapa por los márgenes
y corre a refugiarse en el silbido de un tren.

Pero también en la letra sucia de los periódicos
y en la borra de los cafés de la ciudad barroca.

Sin metáforas ni metonimias, rimas ni ecos,
porque no hubo tiempo para tallar diamantes,
aunque los diamantes, con su silencio, dijeran toda la verdad.

También los críticos deberán cuidarse
de censurar sus diálogos de feria.
Son escenografías en las que el cosmos se adelgaza
para hablar al oído.

Confesiones de una persona alegre
que pone los platos sobre la mesa y da de comer a los fantasmas.

Tienen años de elaboración y comparaciones traviesas,
nacen de  una boca que adoptó el lenguaje de las hormigas
hasta que los gendarmes dejaron de pasar por su puerta.

Así es su poesía:
un juego irónico plagado de sobreentendidos,
en parte puestos en acto, en parte crónica viva.

Vuelo de saetas que fueron dando en el blanco.

Fuente: Viento extranjero, Rafael Felipe Oteriño, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014.

Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata en 1945. Publicó doce libros de poesía: Altas lluvias (1966), Campo visual (1976), Rara materia (1980), El príncipe de la fiesta (1983), El invierno lúcido (1987), La colina (1992), Lengua madre (1995), El orden de las olas (2000), Cármenes (2003), Ágora (2005), Todas las mañanas (2010) y Viento extranjero (2014). Su obra fue recogida parcialmente en Antología poética (Fondo Nacional de las Artes, 1997) y En la mesa desnuda (Ediciones al Margen, 2009). Recibió las siguientes distinciones: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966), Faja de Honor de la SADE (1967), Premio Sixto Pondal Ríos de la Fundación Odol (1979), Premio Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias (1983), Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (período 1985-1988), “Premio Konex” de Poesía (período 1989-1993), Premio Consagración de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires (1996), Premio Esteban Echeverría (2007) y Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras y codirige, en Ediciones del Dock, la colección Época de ensayos sobre poesía. Reside en Mar del Plata, donde fue Magistrado y donde ejerce actualmente la docencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. “Desde sus primeros libros –escribió Guillermo Pilía–, Oteriño ha manifestado una constante vocación hacia la interrogación metafísica. Indagar sobre los hilos que sostienen la arquitectura del mundo y los que apuntalan nuestra existencia es la misma cosa. Ser uno con la flor, con el agua, con la piedra: de ahí que su poesía esté pudorosamente llena de humanidad. Con el tiempo, ese viaje hacia profundidades cada vez más abisales no lo ha apartado –como a otros poetas de su generación– de la transparencia. Al igual que Eneas, que al fin de su viaje al inframundo no encuentra las tinieblas, sino la luz de los Campos Elíseos, así también la más reciente poesía de Oteriño se nos presenta atravesada de claridad: de la dérvica sabiduría de quien ya ha aprendido mucho en este viaje: la derrota, el hablar a solas, la indiferencia; y el arte de no ver nada/ aun viéndolo todo”.

Foto: Rafael Felipe Oteriño. Fuente: Tuerto Rey