miércoles, 6 de agosto de 2014

Horacio Fiebelkorn


Ambientación
   
Hay una mesa, un
espejo, un mantel sucio, la huella
de alguien en la pared. Hay
dedos ausentes en cada objeto,
en el libro abierto, en la página 9.
Ropa colgada, bufanda. Sonidos
que nadie llama. El reposo del eco
retenido en su borde. Hay un lugar
que escapa del ojo, un crujir de maderas.
Pasos, una respiración,
una mano, una garganta que gime,
una descarga de sombra, un cabello que
cae, una escena inconclusa.
Hay quien se escucha a sí mismo
sin poder mirarse porque está
en zona muerta.

Fuente: Zona muerta, Horacio Fiebelkorn, La Bohemia, Buenos Aires, 2004.


Pedazos de algo

Alguien ató pedazos de algo
en los extremos de un hilo.
Hizo boleadoras y las tiró
para que cuelguen
del cable de la luz, allí
donde acaba de posarse
un manojo de plumas.

Fuente: Elegías, Horacio Fiebelkorn, Ediciones Al Margen, La Plata, 2008.


El temporal levantó los techos

El temporal levantó los techos,
cambió los ruidos de lugar,
barajó caras, pasos, nadie
levantó la mano. Pronto llegará el frío,
más vale reunir hojas para el fuego
antes de acariciar los bloques húmedos
o dibujar una cara en la arena de la plaza.
A la hora del fastidio y los despertadores
la noche guardará su música para el cuadro siguiente.
Nada más que el agua bajo los pies que me llevan
a ninguna parte.

Fuente: Elegías, Horacio Fiebelkorn, Ediciones Al Margen, La Plata, 2008.


Todavía

Todavía está por responder una pregunta
hecha dos décadas atrás, que lo dejó
paralizado.
Con un poco de suerte, en quince años más
podrá explicar lo que le ocurre
esta misma noche.

Fuente: Elegías, Horacio Fiebelkorn, Ediciones Al Margen, La Plata, 2008.


Hablabas de aquel alemán loco

Hablabas de aquel alemán loco
que vivía en medio del campo
en un rancho a medio destruir,
en la soledad más completa y comía
pan frito. Decías que comía
pan frito. No decías
lo que nunca te contaron
de aquel alemán loco.

Fuente: Elegías, Horacio Fiebelkorn, Ediciones Al Margen, La Plata, 2008.


Sobre el tiempo que se pierde en buscar el tiempo perdido

Los discos de vinilo decían
“33 ½ r.p.m.” aunque las bandejas
andaban siempre un poco más lento
o un poco más rápido. De modo tal
que la música nunca fue
lo que nuestro oído creía percibir. Y así
de las miles de veces que escuchamos
“A day in the life”, “Las cuatro estaciones”,
“Lady Jane”, “Los mareados” o
“Visions of Johanna” resultan
largas horas robadas por el tocadiscos
a la pieza original, o en su defecto
versiones prolongadas que agregaban
minutos a la música, voces más gruesas,
bajos más bajos, largos pasillos entre notas.
Acaso la única opción a mano para que vuelva
la música perdida sea girar el disco en sentido inverso
lo que permitirá escuchar,
encriptada y secreta,
la vieja canción del pelotudo.

Fuente: Elegías, Horacio Fiebelkorn, Ediciones Al Margen, La Plata, 2008.


Una radio bajo el agua
(Fragmentos)

Tan animal como el caballo del lechero.
O el que estaba detrás del alambrado,
con los tranvías que callaban, y todavía
no había monoblocks. La bestia
mascaba pasto frente a un chico
detrás del alambre. O tal vez
como el caballo del cuadro
de la casa parroquial. Ése que iba
sobre el mar y se lanzaba
sobre una mano gigante que interrumpía
la tormenta. O el que estaba echado
en un cuarto secreto entrando por detrás
de la catedral. Pero eso no podrá saberse,
no hay testigos,
ya se fueron y cerraron todo con llave.

***

Un pájaro pega en el palo.
En las avenidas, bajo los árboles,
en los caminos de cintura,
quieren saber qué pasa con el cruce
de un pájaro y un palo,
qué fue del pájaro después del palo,
qué quedó del vuelo, dónde
cayó lo que volaba, qué marca en el palo
dejó aquello que venía y sacudió el aire,
quién puso ahí ese palo, cómo fue,
de dónde vino lo que se estrelló.
Nadie vio nada, nunca se sabe
qué música suena
en el cuerpo de un pájaro
que pega en el palo.

Fuente: Elegías, Horacio Fiebelkorn, Ediciones Al Margen, La Plata, 2008.


Hotel Room

Mi padre esperaba en el cuarto del hotel.
Yo me demoraba en una disquería de la esquina.
Era verano en nuestras vacaciones de hombres solos.

Cuando subí a la habitación, el viejo me dijo:
“Acaban de robarme, nos quedamos sin nada”.

Supe que no era verdad, porque mi padre
está muerto, y lo veía joven y flaco,
demasiado parecido a mí.

Así nos despedimos. En un sueño,
en un cuarto de hotel desconocido.

Fuente: El sueño de las antenas, Horacio Fiebelkorn, Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2013.


Bajo consumo

No es este bar lo que está enfermo.
Siglos de visiones torcidas hicieron lo suyo, pero
todo es culpa de esa lámpara que esparce
una luz extraña y llena de dudas.

No está enferma la cena de urgencia,
ni la botella de Pineral que intercambia moscas
con la de Veterano Osborne –de donde
podría derivar la palabra sbornia–.

No están, no estuvieron, nunca, enfermos,
los que no duermen, los que miran televisión
o boquean ante la pantalla. Tampoco
los parroquianos están apestados,

no lo estuvieron ayer, no lo estarán,
y hace demasiado calor para pensar
en que la luz es tísica, palabra que antaño
tuvo un prestigio que no aparece ahora en escena.

Todo es culpa de esa lámpara, centinela que
viene a revelar que en lugares así
y en noches como ésta, tu vida no es un interrogante
sino el buzón de las malas noticias del verano.

Fuente: El sueño de las antenas, Horacio Fiebelkorn, Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2013.


Dos versiones de un hombre que fuma

I

Un hombre fuma en la oscuridad.
Sólo un farol callejero lo ilumina. A lo lejos
un tren se deja oír.
Sólo fuma, no mira atrás ni adelante
ni al costado. Fuma y nada más.
Es un hombre que fuma en la oscuridad,
acompañado de un farol que tal vez se apague
y el ruido de un tren que se aleja.

II

Un hombre desnudo fuma en la oscuridad.
Sentado en su cama, pierde los ojos
en una luz vaga que entra por los ventanales.
Oye unos pasos alejarse por el corredor del edificio.
Escucha un ascensor que sube o baja.
Sólo es un hombre desnudo que fuma,
aplasta la colilla
y se apaga con las brasas.

Fuente: El sueño de las antenas, Horacio Fiebelkorn, Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2013.

Horacio Fiebelkorn nació en La Plata en 1958. Actualmente, reside en Buenos Aires. Es poeta y periodista. Trabajó en Radio Universidad de La Plata, donde condujo los programas “El cazador americano” y “La hora de los magos”. Colaboró con la revista “Humor Registrado” y fue coeditor del tabloide de poesía “La Novia de Tyson”. Su obra poética editada comprende los siguientes libros: Caballo en la catedral (Ediciones El Broche, La Plata, 1999), Zona muerta (La Bohemia, Buenos Aires, 2004), Elegías (Ediciones Al Margen, La Plata, 2008), Tolosa (Eloísa Cartonera, Buenos Aires 2010),  Elegías (2a. edición, Determinado Rumor, Buenos Aires, 2011), Pájaro en el palo. Antología personal (Civiles Iletrados, Montevideo, 2012) y El sueño de las antenas (Ediciones Vox, Bahía Blanca, 2013). Algunos de sus poemas fueron traducidos al portugués por Virna Teixeira y publicados en una plaqueta con el título O tempo que se perde em buscar o tempo perdido (O Arqueiro Verde, San Pablo, 2011). Figura, asimismo, en diversas antologías, entre ellas: Poesía, 36 autores (La Comuna Ediciones, La Plata, 1999), Poesía erótica argentina (Manantial, Buenos Aires, 2002) y Naranjos de fascinante música. Poesía contemporánea de amor en La Plata (Libros de la talita dorada, La Plata, 2003). Hincha confeso de Estudiantes, se formó, según sus propias palabras, en “la escuelita de Zubeldía”. Descree de las “misiones” que suelen adosársele a la creación poética y asegura no tener “misión, ni mandato, ni programa”. Dice, además, llevarse bastante bien con su componente irracional y escuchar todo el tiempo la voz del instinto cuando escribe un poema. Su estilo es irónico y agudo y ha ido mudando de un tono enfático a otro más sugerente y reposado. En una ocasión escribió, a modo de arte poética: “Tengo un ojo hacia afuera y otro hacia adentro, y lo que resulta es algo que tiende un puente (o lo rompe, según) entre lo real y lo onírico”.

Foto: Horacio Fiebelkorn. Fuente: Gentileza de Horacio Fiebelkorn.

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