viernes, 16 de agosto de 2024

Rafael Felipe Oteriño

Amanecer en la estación de tren
 
En la estación hay siempre un crucifijo,
montañas de papel, un ciego, alguien dormido;
dos manos que se buscan y se lloran, un diario,
una valija, las vísperas, el viaje.
La estación nos llama desde adentro, de muy atrás
nos grita, nos desnuda:
hoy es mañana, ayer es nunca.
Y hay ruedas, altavoces, tristes árboles, un reloj
gigante, prodigioso;
palabras que son humo, siluetas que son cielo
y resplandor y despedida;
tabaco, tos, licores rancios.
¿Es posible
preguntar por qué?
La estación es siempre madrugada, telón de fondo,
carrusel, escalofrío;
una llama que llama y estrangula. Lo más hondo,
la primavera,
las flores que vendrán, una plaza, un lugar
recién nacido.
 
 
Cuando regreses
 
Cuando regreses a la ciudad donde naciste, no te detengas frente a las ventanas. No mires las puertas entreabiertas ni el umbral de las casas. No leas los números de bronce, no los descifres. Ni amistad en las escaleras ni comercio en los pasamanos.
 
Y no hagas preguntas a las personas que pasan. No las involucres en la intimidad de balcones que tal vez sean balcones sólo en tu cabeza.
 
Ellos son condescendientes, pero ninguno responde. Confunden el antes y el ahora, el potencial y el después. Bajan un telón rápido sobre el volcán de la memoria y vuelven a su presente perfecto.
 
Los picaportes giran –parecen hechizados– haciendo entrar y salir a los fantasmas.
 
Mejor, observa las cornisas: la rama solitaria que ha crecido allí. Repite: brevitas, varietas, tenuitas: repítelo muy lentamente. Con grandes silencios entre una palabra y otra.
 
a Manuel Justo
 
 
Arroyo Carnaval
 
No era un río,
no era el mar donde los compañeros del aula veraneaban;
yo lo atravesaba sobre troncos atados.
 
La otra orilla no era un país,
ni siquiera una región diferente
donde la curvatura del mundo fuera más visible.
 
Allí nos emboscábamos y cazábamos.
Cegados por la claridad,
disparábamos perdigones que no daban en el blanco.
 
No era un río ni una región ni un país,
las cortezas disputaban a las mañanas sus geografías de luz,
las arañas caminaban sobre el agua sin dejar rastros.
 
Era lo verdadero,
todo lo demás es una historia que se empeña en retroceder.
 
 
Fotografía
 
En esa placa de veinte por diez soy un sobreviviente.
La cámara se detuvo en un punto distante
que puede ser el horizonte y que sin duda no lo es.
Los que me acompañan ya dieron el paso,
pero se los ve nítidos en el marco que los retiene.
Debo dar cuenta de ellos al filo de mis labios,
cambiar la letra firme de las vocales por el río manso
de las consonantes, todas mis certezas por la duda.
 
Y aun así no puedo ver a través de sus cuerpos.
Están confinados en el glaciar de la memoria.
Si existe otra vida, ahí están ellos: saciados.
Con ademanes fijos dejan lugar a los que llegan
y a los rezagados les confían una paz sin retorno.
La colmena permanece igual, en brazos del sol,
acunada por derrotas y alguna lejana victoria.
A cada instante, malherida, la vida sobrevive a la vida.
 
 
Vuelves a la ciudad
 
Vuelves a esa ciudad que te llama detrás del humo.
 
En las rutas, en los peajes,
en las salas de los aeropuertos y en las filas de embarque,
adonde quiera que vayas, vuelves a ella.
 
Y en cada regreso
retorna su aroma, la feria de los jueves,
el tren de las 5pm.
 
Ciudad recurrente en la que confluyen todas tus edades,
aunque tu cuerpo no esté allí para alcanzarla.
 
Como un trozo de tela que guarda el color de la infancia,
como una piel que no se puede ver ni tocar
si no es con el monólogo de los ojos cerrados.
 
Los teléfonos siguen sonando, las jarras se llenan solas.
En ella obran la perspectiva, no la distancia;
los tazones humeantes, no los inviernos.
 
Ciudad tuya, mía,
sin coordenadas fijas en el mapa,
reaparecida en todos los rincones.
 
Ciudad en la que te adivinas como ante un espejo,
que te sigue con su penitencia y su lágrima.
 
(Yo buscaba extraerle palabras
y las palabras estaban escritas en los cuadernos escolares,
en las cartas extraviadas y en el interior de los libros.
No eran palabras para conversar,
sino para permanecer abstraídos, sin mover los labios).
 
Ciudad de puertas entornadas,
de secretos hundidos como galeones.
 
Ciudad que te persuade a mantenerte en pie,
bajo el diluvio de las hojas caídas,
haciendo muescas en los árboles,
hablándole a los hijos con retazos.
 
En el océano de los días, dejando señales.
 
Fuente: Ciudad platónica, Rafael Felipe Oteriño, Proyecto Hybris Ediciones, La Plata, 2024.
 

Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata en 1945. Publicó catorce libros de poesía: Altas lluvias (Cármina,1966), Campo visual (Cármina, 1976), Rara materia (Cármina, 1980), El príncipe de la fiesta (Cármina, 1983), El invierno lúcido (El Imaginero, 1987), La colina (Ediciones del Dock, 1992), Lengua madre (Grupo Editor Latinoamericano, 1995), El orden de las olas (Ediciones del Copista, 2000), Ágora (Ediciones del Copista, 2005), Todas las mañanas (Ediciones del Copista, 2010), Viento extranjero (Ediciones del Dock, 2014), Y el mundo está ahí (Libros del Zorzal, 2019), Lo que puedes hacer con el fuego (Editorial Pre-textos, 2023), Ciudad platónica (Proyecto Hybris Ediciones, 2024). Su obra fue recogida parcialmente en Antología poética (Fondo Nacional de las Artes, 1997), Cármenes (Editorial Vinciguerra, 2003), En la mesa desnuda (Ediciones al Margen, 2009) Eolo y otros poemas (Editorial Brujas, 2016) y Antología personal (Libros del Zorzal, 2024). Tiene en su haber, además, dos libros de ensayo: Una conversación infinita (Ediciones del Dock, 2016) y Continuidad de la poesía (Ediciones del Dock, 2020). Recibió las siguientes distinciones: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966), Faja de Honor de la SADE (1967), Premio Sixto Pondal Ríos de la Fundación Odol (1979), Premio Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias (1983), Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (período 1985-1988), “Premio Konex” de Poesía (período 1989-1993), Premio Consagración de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires (1996), Premio Esteban Echeverría (2007), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014) y Premio Dámaso Alonso de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid (2023). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras y codirige, en Ediciones del Dock, la colección Época de ensayos sobre poesía. Reside en Mar del Plata, donde fue Magistrado y ejerció la docencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Con respecto a Ciudad platónica destaca Marcelo Ortale en la “Introducción” a los poemas:
 
Para Rafael la ciudad en la que nació y creció es, a la vez, una y trina. Una es la ciudad de su infancia y juventud. La segunda es la actual, a la que vuelve para ver si sigue siendo ella. Y la tercera es la ciudad platónica, su verdadera patria, la necesaria que va con él. La ciudad espiritual en la que se asila y emociona. Caminar con Rafael por el boulevard de 53, por la avenida 7 bajo su eternidad de tilos es como hacerlo con un visitante íntimo y feliz. O con un emigrado que vuelve a respirar el aire suyo. 
Los poetas siempre jóvenes de aquella ciudad, los bohemios, los estudiantes luminosos de ideales y de ansias de saber, el aura de la Escuela Anexa y del Colegio Nacional en cuyas aulas creció, el arquetipo del platense sencillo que paraba en la París, en la Bristol, en el Cabildo o el Parlamento de aquella ciudad protegida por árboles, sembrada de palacios imaginados por Rocha y Benoit, el ser platense simple, de controlada ambición personal, interesado en valores, integrante de una sociedad amistosa, cercano de las ciencias y las artes, el arquetipo nada ostentoso, ese habitante añorado también camina invisible a su lado cuando Rafael viene a la Plata a recuperar identidad.
Y en esos sitios se lo puede encontrar, en cada lugar en donde anide el amor luminoso. En el ágora de las plazas cada seis cuadras, en el mágico retiro del Bosque y también, algo más lejos, en las íntimas llanuras y potreros que aún se extienden y persisten en City Bell, donde sus padres tuvieron una quinta con un molino, con árboles frutales, un caballo y arroyos a pocas cuadras.
 
Por su parte, agrega Ángela Gentile en el “Epílogo”:
 
Al finalizar la lectura de “Ciudad platónica” me he preguntado: –¿Este es un momento Kairós? Y la respuesta inexorablemente estaba asociada al tiempo. No me adjudico esta idea que pertenece a Agamben. Me pareció oportuna traerla hasta aquí porque este libro reúne esos dos conceptos en el mismo corpus. Leí e interpreté una ciudad que parece haber llegado a nosotros y no viceversa. Todo el recorrido poético convierte este locus en algo aprehensible, en la vigilia donde alguien nos abre una puerta para continuar. El tiempo cronológico percibido entre versos, lleva a un tiempo de resurrección. El recuerdo quizá, en mi lectura, completó un futuro que a fuerza de presente habita el libro. El título se convierte en una metáfora de la psique humana. Esta es la ciudad de la mente que alberga atemporal al poeta. Hacia el final de la lectura, encuentro respuesta a mi pregunta inicial sobre el kairós: es esta posibilidad que ofrece Oteriño de acceder a un tiempo donde la realidad se eterniza y el sentir se encuentra con la poesía.
 
Foto: Rafael Felipe Oteriño. Fuente: Facebook.
 

1 comentario:

  1. Esencial. Talentosísimo Oteriño. Leerlo permite crecer a la sombra de su follaje. Gracias.

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