jueves, 8 de julio de 2021

Ana Emilia Lahitte

Autorretrato
 
Me miro en el espejo.
 
Una mujer avanza
desnuda,
sin heridas aparentes.
Es una hembra espléndida
en épocas de celo,
tal vez.
Pero ya muerta.
 
En carne y sombra altiva
despoja sus silencios.
En silencio,
un idioma de albatros
la sustenta.
 
Se yergue luego
intacta,
con dignidad de hiedra.
Y aferrada a sus muros
de lumbre y soledades,
espera.
 
 
Cetrería
 
Liebre, venado, faisán.
 
No me atrae la caza,
ni me gusta alinear la carne roja
en bandejas de plata.
 
Pero el halcón
acaba de traerme tus ojos
 
Amo la cetrería.
 
Mañana
ha de traerme tu mirada.
 
 
Fe
 
Ha de haber
algo más.
 
Tiene que haberlo.
 
¿Detrás del llanto?
 
No.
Detrás del último
instante
en que creemos.
 
 

Algunas maneras de ensayar el adiós
 
5
 
La desnudez
                    fue siempre mi guarida secreta.
 
7
 
Como una artesanía
los hombres ensayamos la eternidad.
                                                          Como un arte, el deseo.
 
13
 
Fascina
            este límite
donde el haber vivido se desprende
                                                        como la piel de una serpiente.
 
19
 
No elijo
             otro destino
                                que mi salto al vacío.
 
22

Cuando se hiere 
                          hay que ser cuidadoso,
                          como cuando se injertan los rosales.
 
25
 
Ignoro
si el amor es amante o amado.
Sólo sé que le adeudo bellísimos infiernos.
 
30
 
Ah, cómo demorarme
                                   en las playas desiertas
cuando se aleja el mar y los naufragios dialogan
                                                                             con la arena.
 
38
 
La duda es un extraño paraíso
donde Dios puede al fin dejar de ser eterno.
 
40
 
En el fondo de mí, altos acantilados.
No sé si alguna vez llegaré hasta ellos
                                                             o si regreso ya de la caída.
 
50
 
Siempre
              habrá una ráfaga de pájaros errantes
              en la mendicidad de los poetas.
 
51
 
Suelo humillar a Dios
                                   creándolo a mi propia semejanza.
 
61
 
Asumo la tortura
del ser que se condena a denunciar el esplendor.


Gironsiglos
 

Ritzos restaña
el sol de venas rotas
que fue Miguel Hernández
 
Junto al manso D´Amicis de mi infancia/ recela el siglo en celo de sus Emmas rapaces/ de sus hembras con filo de alhucema./ El Flaubert de mi madre/ huele a hastío/ a musgo/ a discreción./ Huele a cuero de Rusia el D´Annunzio vedado./ (La decencia era un rito/ un embrión de sándalo./ Era indecente el sexo de Picasso)./ Todo gime clausura/ humedad de gusanos pulcramente engendrados./ Nuestra noche estrellada incuba radioactivos/ girasoles de llanto.
 
Escucha los colores de Trakl/ las aguas vivas de su incesto./ Hay llagas que jadean/ desalojan el Duino./ “Todo ángel es terrible”.../ Escucha los mandalas de Pessoa/ el dios cojo de Artaud/ el sur de Gelman./ Paren de pie palabras terminales/ que jamás nacerán/ aunque renazcan de la muerte de todos./ La cacería humana ignora esas palabras/ su proa de mandrágoras./ Nunca comprenderán/ que ante huesos que piensan/ callar es una fragua.
 
Sofismas de Claudel anuncian a María./ Marilyn se desnuda en nalgas del verano./ Fue una cortesía de Sartre/ convocarnos para entrar en la nada./ Nos autoconvocamos para entrar a Ana Frank/ a Biafra/ a Chernobyl/ enfundados de amianto./ Borges entró en la muerte como en una fiesta./ No fuimos conjurados.
 
Desdeñada por Joyce/ seducida por Marx/ violada por Freud/ Scherezade se ahorca con albatros./ Marguerite Yourcenar se opusnigra para sus funerales aún lejanos./ Su ardilla memoriosa/ le sugiere morir/ cuando Adriano ya no lea el silencio./ Duras-Resnais/ procuran convencerme de que el sol de Hiroshima/ no habrá de aniquilarnos./ La nuestra sigue siendo una raza en exilio./ Sólo el Mono Gramático está a salvo./ Quedan abiertas tumbas./ Los muertos desertaron.
 
Corroe el arco iris la ausencia de los pájaros./ En las computadoras/ el amor se oruga kafkianamente/ en textos para incautos./ El tiempo ya no existe/ no ha existido nunca./ ¿Saberlo es necesario?/ El hombre/ ese quasars apagado./ Filma Visconti. / Mahler resplandece/ junto al intocado candor de los pantanos.
 
Fuente: Summa de poemas, 1947-1997, Ana Emilia Lahitte, Municipalidad de La Plata, La Plata, 1998.
 
Ana Emilia Lahitte nació en La Plata el 19 de diciembre de 1921 y murió en la misma ciudad el 10 de julio de 2013. Su labor creadora abarca la poesía, la narrativa, el ensayo, el teatro y el periodismo. Como poeta publicó, entre otros libros, Sueño sin eco (1947), El muro de cristal (1952), La noche y otros poemas (1959), Madero y transparencia (1962), Al sur de marzo (1969), Los abismos (1979), Los dioses oscuros (1980), El tiempo, ese desierto demasiado extendido (1993), Summa de poemas, 1947-1997 (antología, 2001), Insurrecciones (2000), Memorias del adiós (2004), El padre muere (2006), Gironsiglos (2006) y Ser Nunca (2013). Este último volumen, compuesto por poemas inéditos, fue editado póstumamente por la comuna platense a modo de homenaje. Entre sus ensayos y compilaciones poéticas figuran: Veinte poetas platenses contemporáneos (1962), María de Villarino (1966), Roberto Themis Speroni (1975) y Cinco poetas capitales (1995). Obtuvo, asimismo, numerosas distinciones, algunas de las cuales son: Pluma de Plata del PEN Club Internacional, Centro Argentino (1980), Puma de Oro de la Fundación Argentina para la Poesía (1982 y 2001), Primer Premio Nacional de Poesía, Región Buenos Aires (1983), Premio Konex (1994) y Premio de Poesía “Esteban Etcheverría”, de Gente de Letras (1999). Creó y dirigió por más de 20 años uno de los primeros talleres de poesía de la Argentina, llegando a superar con el sello Hojas y Cuadernos de Sudestada las 300 publicaciones. Su obra fue recogida en varias antologías y traducida al inglés, francés, alemán, italiano y portugués. En 2001, la Municipalidad de La Plata la designó Ciudadana Ilustre. Dijo de ella Horacio Castillo: “Dueña de una singular lucidez –ese ‘heroísmo trágico’–, ‘vulnerada por el amor y el miedo’, fecundado su tiempo por ‘el celo de Dios’, por ‘Dios en celo’, Ana Emilia Lahitte asume las llagas propias y ajenas y hace de la poesía una heráldica de la dignidad”.
 
Foto: Ana Emilia Lahitte. Fuente: gentileza de Cristina Sathicq.

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