San Menas de Alejandría
(11 de noviembre. Padre del desierto. Anacoreta, mártir y
taumaturgo)
Delante de un ícono
de Santa María
mi madre rogó al
cielo que le otorgara descendencia.
El ícono dijo: “Amén
será su nombre”.
Desde ese día
escucho el paso sigiloso de los ángeles,
la lenta caída en la
temperatura de la muerte.
Desde entonces veo
el giro de la luz,
la velocidad de Dios
sobre los cuerpos.
Delante de un ícono
de Santa María
mi madre rogó al
cielo.
Amén es mi nombre.
Amma María
(Hermana de san Pacomio.
Fundó los primeros cenobios femeninos)
Me sacude el viento
del Señor.
Estoy parada en el
lugar del exterminio:
mi almohada es la
piedra del camino.
Yo soy la santa de
ojos torvos y cabellos hirsutos.
Soy la que olvida
las señales del regreso,
la que incuba en la
mirada
los huevos dorados
del crepúsculo.
Soy la que duerme
sobre el filo de la espada.
Santa Pelagia de Antioquía
(8 de octubre. Ermitaña. La
apodaban la Venerable)
Un día me hablaron
de un Dios que bajó del cielo.
Me dijeron que una
palabra de Su boca
levantaba a los
muertos del sepulcro,
que Su mano detenía
y desataba la lluvia.
Me dijeron que Su
sangre era más dulce que la miel.
No quiero probar la
almendra negra de la muerte:
voy a repartir mis
bienes y mis joyas,
voy a ocultar mi
nombre en un nombre de varón.
Kirie eleison,
Christe eleison, Kirie eleison.
Mis pies se hunden
en el borde del desierto.
Amma Domnina
(5 de enero. Anacoreta en
Siria)
Olvidada por los
hombres,
lejos de las
ciudades y del mar
repito día y noche:
Santo, Santo, Santo.
Mi cuerpo es una
herida interminable.
Me rodearon las
bestias del desierto:
¿quién salvará mi
alma?
Me rodearon y
asediaron las sombras:
¿quién romperá el
lazo de la muerte?
Olvidada por los
hombres,
lejos de las
ciudades y del mar
riego con lágrimas
el suelo,
espero la preciosa
semilla.
San Simeón el Loco
(1 de julio. Patrono de los santos
locos y de los titiriteros)
Yo dormí junto a los
dendritas en el vientre de los árboles.
Me senté en la
orilla del desierto y mastiqué el aire
con aquellos que
buscaban la inmovilidad absoluta.
Yo caminé días y
noches con los acemetas:
los ojos en blanco,
la mirada perdida en la espalda de las cosas,
la cabeza clavada en
la pica del silencio.
Mis manos se
extendían hasta el cuerno de la luna.
Ahora bailo desnudo
en la plaza de Emesa,
abro los ojos de los
ciegos,
bendigo a las
prostitutas y a los locos.
Llevo en mi cuello
la inmundicia de los hombres.
San Onofre
(12 de junio. Protector de
los tejedores y de los viudos)
El Ocultísimo puso
Sus palabras en mi boca,
apoyó Su lengua
sobre mi lengua.
Como un potente
nadador
atravieso el mar en
un segundo.
En mi mirada cabe el
latido del incendio,
la entera manada de
la luz:
veo la curva donde
se quiebran las vasijas,
el punto donde la
vida inicia su larga fuga invisible.
El que ata y desata
las sandalias de la noche,
el que arranca el
asta de los unicornios,
apoyó Su lengua
sobre mi lengua.
San Simeón estilita el Joven
(24 de mayo. Hijo de santa
Marta. Discípulo de san Juan estilita)
El paisaje aquí
es como una herida
en la frente.
Pasan los hombres.
Pasan los hombres
que entierran a los hombres.
El viento trae
un palmo de sol
hasta mi cara.
Hace años que
observo
lo que muestran y
ocultan estas piedras:
la abierta herida de
la luz,
el balbuceo secreto
de las cosas.
Abba, ¿quiénes abren
las puertas?
Amma Eufrasia de Constantinopla
(Anacoreta. Taumaturga. Hija
del gobernador de Licia)
Para soportar la
lluvia y el viento
cubro mi cuerpo con
telas de cáñamo,
duermo sobre la
herida de la tierra.
Sí, en esta cueva
escapo de las trampas del mundo:
no estoy sujeta a
ley alguna.
Juego con serpientes
y con lobos.
En esta gruta espero
la llegada del mar,
la ola de fuego de
la muerte,
una mañana poblada
de niños y caballos.
Santa Alfreda de Crowland
(2 de agosto. Hija del rey
Offa de Mercia. Virgen y eremita)
En este valle en
sombras
usamos un disfraz de
piel de rata,
una máscara de mono.
Lo sé:
del otro lado del
reino de la muerte
un hombre ve maderos
en cruz
desperdigados por el
campo.
This is the dead land.
Aquí las piedras
levantan su edificio de cenizas.
Aquí los labios
besan el polvo y se marchitan.
Aquí se alzan las
voces del desierto.
Cuando la tarde
declina
damos vueltas
alrededor de una cisterna seca,
damos vueltas e
imploramos.
Porque Tuyo es el Reino, Señor.
Tuyo es el Reino.
Tuyo es.
Fuente: Kyrios, libro de próxima
aparición. Gentileza de Diego Roel.
Diego Roel nació en Temperley, Provincia de Buenos Aires, en 1980. Desde
hace varios años vive en La Plata. Publicó siete libros de poesía: Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación (Libros
de Tierra Firme, 2004, reeditado por Ediciones
El Mono Armado en 2013), Diario del
insomnio (Libros de Tierra Firme,
2005, reeditado por detodoslosmares en 2013), Cuaderno del desierto (Libros
de Tierra Firme, 2007), Las
variaciones del mundo (Ediciones El Mono Armado, 2010,
reeditado por detodoslosmares en
2014), Los Jardines del Aire (Ediciones El Mono Armado, 2012), Dice Jonás (Ediciones El Mono Armado, 2015) y Vía Lucis (Ediciones del Dock,
2015). Próximamente, detodoslosmares publicará
Kyrios, su nuevo poemario. Con referencia
a este último, señala Gerardo Burton en el prólogo:
En Kyrios (Roel) narra, mejor dicho, dramatiza, se pone en la piel de
los estilitas (Simón el Viejo y Simón el Joven; Juan; Lázaro; Daniel), habla
desde la kénosis de amma Sara (“en este recodo del camino/escucho la música/la
plegaria que duerme en las piedras”); desde el mensaje escatológico de Juan
(“no atesoren los huesos de los mártires/escondan bajo tierra sus
ataúdes./Aprendan a morir en silencio”); desde la existencia sentida como efímera
de santa Emelia (“Tus manos tocan/la piedra, el agua, el fuego.//El peso de Tu
cuerpo me sostiene”).
La ficción poética afirma esta
situación de rechazo de los padres del desierto a eso que el cristianismo
primitivo denominaba genéricamente “el mundo”, que se prolongó en los siglos IV
y V. El mundo como concepto negativo y antivital asociado al cuerpo, a la
carne, a lo oscuro, en fin, al abismo en que el creyente puede naufragar si su
fe no lo sostiene.
Roel pone en escena las voces
de estas mujeres y estos hombres que con gran belleza rozaban lo poético y las
recrea. Los datos biográficos son exiguos y apenas permiten imaginar la escena:
las fechas, los parentescos, las menciones geográficas, y las palabras que
reproducen el incendio interior, el alma ardiendo y luchando, siempre hacia el
límite, como asomándose al otro lado de los bordes de la realidad, permiten
hacer una analogía. La negación del mundo de esos santos y santas puede
asimilarse en nuestros días a la negación del capitalismo y de la sociedad de
consumo que destruyen el mundo que habitamos. En estos poemas hay un eco
político, una pequeña asimilación al cansancio respecto de las cosas e
instituciones que las sociedades crean y que suponen una amenaza para la
verdadera vida.
En Kyrios la religión de los padres y las madres le permite atisbar el
alimento invisible que se encuentra en el desierto. No es casual que este libro
comience con una cita de Rimbaud, un poeta que luego de componer los poemas más
abrasadores hacia finales del siglo XIX, se despojó de su arte, proclamó que
era necesario cambiar la vida y se zambulló en el desierto abisinio al final de
un itinerario que enlazó Chipre, Indonesia y Yemen.
La poesía así surgida “de la
confusión, la soledad y el derrumbe, nos habla de algo que no es ya confusión,
soledad ni derrumbe. Porque nos habla y hace que le hablemos. Y hablar es
superar todo eso, de alguna manera” (otra vez cito a Aguirre).
Todo concuerda: Roel, sus
voces, Rimbaud. El desierto está más cerca de lo que se piensa. Acaso estos
poemas, estas voces, sean hijas de la prédica con que Isaías anunció al
Salvador. Acaso sean una tentativa donde la verdad y el error se hermanan. Y
entonces, valgan sólo como tentativa. Es decir, como camino, como construcción,
como indagación.
Así ya no será un saber
religioso ni filosófico, sino poético, un saber que tendrá la austeridad de la
poesía acunada en la intemperie. Quizás ahora habrán adquirido estos poemas su
altura máxima, su profundidad más honda, su extensión más amplia, con una
claridad que ilumina el pasado al que se refieren, el presente de la escritura
y el ignorado porvenir.
Foto: Diego Roel.
Fuente: gentileza de Diego Roel.
Veo que este libro de Diego, la selección realizada por César, requiere de una lectura atenta, meditativa, sin apuro. En una primera mirada se palpa el ámbito cuasi místico de los poemas. ¡Felicitaciones!
ResponderEliminarMuy interesante también el prólogo de Gerardo Burton y la publicación, claro, que dirige César.
ResponderEliminarAgradezco tu lectura Alfredo, te mando un fuerte abrazo.
ResponderEliminarAgradezco tu lectura Alfredo. Te mando un fuerte abrazo.
ResponderEliminarUna vuelta de tuerca muy interesante a tu poesía, Diego! Aunque como dice Alfredo es para leer en sorbos, paladear despacio. Abrazo!
ResponderEliminarSí, creo hay una vuelta de tuerca. Un abrazo Norma!
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