Terror
de navegantes
Por el canal, un
carguero, apenas en lastre, flota alto. En la herrumbre de sus costados puede
leerse la vanidad de las derrotas. Un nombre de mujer, chorreado de orines y de
grasa, espejea en la popa.
Desde las islas
llega un humo acre de ramas salvajes todavía verdes. No se ve el fuego. Se
huele. Un condimento excesivo, picante, volcado sobre el olor de vegetales que
navega río abajo.
Río por donde todo
vino y por dónde todo se va.
Río como un cuero
de caballo extendido al sol. A veces zaino, a veces alazán, a veces tordillo, a
veces azulejo.
Río a veces potro.
Río que enloqueció
las brújulas de los conquistadores.
Río de miles de
naufragios, ocultos por barro.
Al filo del viento,
olas redondeadas y largas, venidas desde el Atlántico, traen el cansancio y la
tristeza de la distancia recorrida.
Olas cortas y
abruptas se topan casi de frente contra las olas viejas.
Contienda de agua
que va de costado, mi río. Mi río.
Raíz y
canto
La canoa ya
recorrió el canal y enfila hacia el río. Un tronco volteado sobre el agua. Una
garza gris y blanca emprende el vuelo, planea a media altura con una mínima
torsión de alas. Es una joya en la luz del poniente, es una música en el aire,
es un baile en el agua. Árboles penitentes rezan. Cuando el viento sople del
sudeste, las raíces de los que imploran, caerán al río de pecados. Agua que
canta, agua que sueña, agua que se revuelve a veces, agua que duele o acaricia,
agua que cura, agua que lava, agua que cansa o salta enfurecida.
Color
de barro
El cielo es un
desierto azul. A lo lejos, una chalana hundida hasta la borda. El motor,
carrasposo, apenas puede moverla. Carga troncos, ciruela, junco. En la popa,
casi no queda lugar para su timonel: un hombre del color del río, con un
cigarro sin filtro entre los dientes. Nomás siente el gorgoteo de esa hélice
que distingue entre la de cientos de embarcaciones, la mujer color de barro que
vive en la casa de madera y chapas con vocación de naufragio asoma a la
barranca y saluda al paso con la mano derecha en alto. El timonel de la lancha
se lleva su mano derecha a la visera de la gorra encasquetada hasta las cejas,
inclina la cabeza. Cuando la chalana vira en el recodo siguiente, la mujer
vuelve a meterse en la casa.
Como un
barco viejo, el árbol
El viento y sus
singladuras. El viento.
Somos peces de
tierra angustiados, aterrados, que desde el exilio escribimos agua.
Y el río al costado
del hombre. Chillidos de pájaros. Biguás, garzas.
Madera y carne la
tarde hacia el sur.
El viento y sus
singladuras. El viento.
En el canal,
después de la tormenta, cayó un árbol seco. Volverá a ser tierra, orilla,
cobijo. Volverá a ser árbol con otras raíces y con otras ramas y con otras
hojas. Volverá a cantar. Se despidió de la tormenta como un barco viejo.
Rumor
de arena, más allá
Vienen. Veo venir
los juncos, el barco muerto, la palmera rígida, lejos. Vienen hacia mí los
pájaros. Todo viene. Se quiebra el agua. Rompo la luz muda sobre el río. Los
ladridos son ecos de otro mundo si remo. ¿Por qué un perro? ¿Por qué una orilla
si el agua es el mundo? Huellas líquidas los remos dibujan detrás de mí. Cierta
música es remar. Frasear el agua. El empeño de las manos. Filo y luz abren la
orilla de árboles. Una garza esculpida vive. La sangre empuja, mueve, acerca el
paisaje.
Entre los árboles,
se alza el esqueleto de lo que fue una casa. Un túmulo de cosas, todas negras,
todas verdes, todas en guirnaldas por ramas florecidas. Más allá, y en todas partes,
un dulcísimo rumor de arena y agua en el tiempo. Y castañuelas de drizas.
Mi río, cada vez
más cielo.
Sobre
la arena rota
La orilla, sucia y
náufraga, ayer soñó que venía una ola.
Espuma rota,
errante. Y la luz.
Fue entonces que el
agua se arrugó desde el centro hasta la orilla. Y vio la tierra abierta. Y vio
los barcos oxidados sobre la arena.
Río como un animal
echado, marrón, enorme.
Un ataúd de barro,
el río.
Desde
el fondo del río
Una goleta, contra
el verde, flota como ave marina.
El tiempo
suspendido es otro.
Se mece en el río
pardo que es mar, como una mujer bellísima, la nave ensimismada.
Todo en ella atrae
a los fantasmas de los que alguna vez vinieron.
Su mascarón de proa
es una indígena bella y quieta.
Hace tiempo,
naufragó en el fondo oscurecido del río.
Un loco, a oscuras,
palpó su cuerpo roto, envejecido de proa a popa, y quiso abrazar la muerte.
Se zambulló en lo
blando y fue tanteando la piel amada.
En el agua turbia
acarició sus formas estremecidas bajo sus pies; provocativas.
La rescató del
fondo.
Le robó al río un
cadáver y durmió en su cuerpo rígido.
La miró durante
siete días y se escapó con ella.
Un día, se dijo:
“Navegar es preciso”.
El viento del
sudeste arrancó agujas de luz al agua.
Navegó.
Luna
líquida
Ahí está el río recostado, sin comprender.
Silencio hendido de espuma.
Velamen castigado, los árboles.
La luna y su anillo apretado de sangre. Una
luna líquida, profunda, sin fin.
Los barcos, tristemente encallados, amarrados
a lo oscuro.
Crispar el agua, escribir la vida.
Fuente: Variaciones del río,
María Laura Fernández Berro, Babel Editorial, Córdoba, 2013.
María
Laura Fernández Berro nació en La Plata. Es Licenciada
en Letras, traductora y gestora cultural. Trabajó en el área de evaluación de
proyectos y edición de la editorial municipal La Comuna Ediciones y en el área
de extensión cultural del Palacio López Merino. Actualmente, su actividad está
centrada en el Museo y Archivo Dardo Rocha. También coordina talleres de
narrativa para jóvenes y adolescentes. Tradujo a Maupassant y a Le Clézio.
Algunos de sus textos fueron traducidos al inglés, al francés y al portugués. Por
lo demás, la apasiona el agua y en sus ratos libres se dedica a remar. Publicó
una decena de libros; entre ellos: Esteban
J. Uriburu, sacerdote y aventurero (ensayo, Emecé, 2000); Ana Mon, la transformación solidaria (ensayo, Ediciones Al Margen,
2002); El camino de las hormigas (novela,
Ediciones de la Flor, 2005); Mujer que
viene (cuentos, Ediciones Al Margen, 2009); La sangre derramada (novela, Babel Editorial, 2011) y ¡Piú avanti! Vida de Almafuerte
(ensayo, La Comuna Ediciones, 2013). Obtuvo el primer premio de novela
breve en el Certamen de Narrativa organizado por la diputación de Córdoba,
España, en 2003, por El camino de las
hormigas, y el primer premio en el Noveno Concurso de Novela Aurora
Venturini, en 2010, por La sangre derramada. Este
año, Babel Editorial dio a conocer Variaciones
del río (poesía y prosa poética,
con ilustraciones de Hugo Bastos), que recibió el premio Alberto Burnichon al
libro mejor editado en la Feria del Libro de Córdoba. En la contratapa del
mismo, destaca Hernán Jaeggi: “Los textos de Fernández Berro no tratan sobre el
río aunque nos hagan mirar el río. En todo caso es un río simbólico el que
recorremos: el río de nuestras vidas surcado por sueños, sirenas, hojas,
barcos, pájaros, peces, cuerpos y voces. El ritmo juega un papel importante en
estas Variaciones del río, donde el sonido de las vocales es un cauce, una
canoa o un vientre y los rumores de la corriente son ‘vibraciones que resuenan
en el agua de luz’. El río es, como dijo Octavio Paz, una ‘larga palabra que no
acaba nunca’. Los textos se expanden y contraen al unísono y alternativamente,
como las bajantes o crecidas del río ‘por donde todo vino y todo se va’, una
paradoja que sirve para sugerir lo que se quiere decir: el mundo es un inmenso
torrente y nuestras fuerzas son minúsculas letras a la deriva”.
Foto: María Laura Fernández Berro. Fuente: Gentileza
de María Laura Fernández Berro.
ME PARECE SU VIDA UN LABERINTO MARAVILLOSO LLENO DE CUADROS Y DE LIBROS, DE LARGAS CAMINATAS Y SILENCIOS COMPARTIDOS CON PALABRAS QUE LE TRAE EL VIENTO Y SU MEMORIA. BRILLANTE ESCRITORIA MARÍA LAURA FERNÁNDEZ BERRO. CORDIALMENTE, JORGE DIEUZEIDE BRAÑA
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