Pie cortado
a Guillermo Lombardía, poeta
(1952-2007)
Porque te
había escrito luego de verte,
casi sin
darme cuenta, una pobre rima:
“oh almirante, nuestro
almirante yermo,
barco varado en cama de
hospital,
tu triste figura caballero
indolente
resistirá la cera de Madame
Tousaint”
y también,
porque circularon por aquí esas versiones
sobre
aduladores que esperaban como en Zorba,
un final
repentino para saquearte los cajones:
“el mármol argentino o el
bronce lapidario
con que algún fisgón
advenedizo,
aprendiz de vampiro,
quiera silenciar tus
repentinas
pantagruélicas inconveniencias
bajo la máscara risueña
de la falsa adoración”,
y como
esperaba que recibieras mi mensaje
(en la
estúpida confianza de las botellas al mar)
te sugería:
“ojala un gesto tuyo y
definitivo
avente esa carroña”
pero no
quería hablarte de cosas tristes
y te cité
tal cual, como lo hago ahora:
“porque tampoco quiero hablar
de cosas tristes”
porque te vi
y aún te veo:
“…horizontal, como esa pampa
donde un matungo oscuro
llevó maná del cielo por los
arrabales”
y sentí como
aún siento que:
“tu museo navega con velas
desplegadas
entre los detritus del
porvenir
aun cuando alguien quiera
cuadrar tu insensatez
silenciar la voz debilitada
de tu preciado oficio”
yo, un
grumete, observaba:
“también sos tripulante
de ese barco fantasma
que recorre el mundo
alentando la callada revuelta
la multiplicación de soles
y las altas mareas”
clavado en
esa imagen del Policlínico
que no hacía
justicia a tu humanidad
pretendía
pedirte:
“que no te gane el sueño
todavía
que se demore
y que aún te bañe el agua de
las fiestas”
todo muy
emotivo, todo inútil.
Y al fin de
cuentas ¿con qué derecho?,
te fuiste
igual
y uno queda,
frente a tus
versos poderosos,
brindando en
soledad.
Supongamos Turkestán
a Pablo Odhe, poeta (1970-2012)
Prefiero
imaginar tu parada argentina
sobre la
proa de un barco ennegrecido,
ese porte
ajeno a todo carnet de afiliación
o
pertenencia,
salvo ese
infinito océano primordial
donde la
vida copula y renace cada día.
Tu sonrisa
irónica y transoceánica
surcando el mar la mar
la rosa bisexual,
el humo de
los fumaderos,
la sal de
los monstruos marinos,
lo viviente
como una mochila densa:
latidos
desenfrenados en un cuerpo lento,
tu altavoz
que no cambia el alcohol más preciado
ni la
madrugada más bella
por el
recuerdo de esa bahía de hembra alucinada.
La mariposa
Spinoza
posada sobre
tu hombro,
avizorando
desde tu altura la espuma de esos días fáusticos
sobre los
acantilados de la Costa Brava,
y
murmurándote, como una pasión triste,
la dulce
canción final de los desterrados.
Ahora parece
que te fuiste
al carajo
marinero,
supongamos
Turkestán,
a seguir
arrastrando
tu voz en la
poesía –poesía sobre tu voz–
con las
maravillas que no morirán.
Escupiendo
versos contra toda servidumbre,
sobre la
grisura de un mundo
un poco más
miserable y solitario.
La dama en el taller
a Ana Emilia Lahitte (1921-2013)
Horas
bordadas, rosas amarillas,
luciérnagas
soñando el sol que tal vez
las consuma
por completo,
fugacidad de
la belleza y turbulencia del ansia.
Mujeres que
respiran el tránsito de otoño,
ademán
delicado entre tazas de té,
voces
agudas,
roces
vivaces de las charlas
mecen las
sombras frescas y
una tenue
luz invade las ventanas
entornadas a
las novedades de la calle.
Entre las
mujeres, una dama,
tono
reconocible, andar delicado.
Fija una
imagen que semeja un estilo,
perfuma
pasillos interiores,
con el suave
calor de verbos
olvidados
por los días veloces,
la herrumbre
devoradora de nuestro tiempo.
Cordialidad
y fervor,
atención y
aliento, gracia generosa.
Como quien
ha transmutado sus dolores,
hermosos
huraños alegres muertos
que la
acompañan,
humedades
perdidas por los años,
aplacada
memoria del llanto y de la ira,
soledades de
los nuevos espinos de la desilusión.
Como quien
ha transfundido
saberes de
las sangres de los otros,
o del gran
Otro –esa gran suma– en dones,
ofrendas a
la persistencia de la vida,
silenciosa
obstinación
de una tarea
infinita.
H. P.
a Horacio
Preler (1929-2015)
Ese cuerpo que yace no es Horacio.
Este rostro que contemplo extrañado no tiene
el delicado color de infancia intacta, a resguardo de todo mal,
en el fondo de las pupilas.
Quizás el niño duerma ahora
con todo aquello que amó y aún amaba hasta ayer.
No está el gesto finísimo de una sonrisa sagaz
en las comisuras de esta boca breve y yerma.
Esta frente no tiene aquellas líneas de tensión
que dibujaba su avidez de vida, el asombro
ante el reiterado descubrimiento de la belleza
por parte de los jóvenes poetas
que peregrinaban a su encuentro,
o el dolor silencioso
frente a los gritos destemplados del mundo.
No está frente a nosotros rápido a escuchar
razones devaluadas
con paciencia infinita, con apego,
siempre en la vertical de una serena elegancia.
No es Horacio. Será otro.
Será Hugo Usatorre,
su salvoconducto en esta tierra,
una mera circunstancia ahora
para atravesar
un difícil, improbable adiós.
Minuciosa elegancia
a Jorge
Muiña, librero (¿?-2017)
No alcancé a decírtelo: estuve en Cucao.
Me lo habías dicho: ¡no dejes de
ir...!
con ese entusiasmo tan tuyo
que era casi una imposición.
Y sí, algo se percibía en las orillas,
algo con lo que vos jugaste siempre
y yo siempre desconfié,
por exceso de reserva o intoxicación racionalista.
Quizá esa violencia de la naturaleza descarnada,
el bosque húmedo que se pierde en la arena
y una nave de locos
que uno intuye anclada lejos
y sin embargo está tan cerca esperando
que de una vez por todas nos lancemos al mar.
Ahora ya no puedo esperar otras noticias tuyas,
y en cierto modo, lo prefiero,
no tengo ningún derecho a reclamarte nada, es cierto,
pero aun menos verte en una jaula inmóvil.
Tu ironía finísima siempre fue para mí
el juego posible de tu libertad,
una forma de elegante distancia
o de peligrosa cercanía.
Para mí y mis pudores, desde ya.
Y ahora que las noticias no son buenas,
y otra vez pienso que llego tarde, siempre llego tarde,
extraño esa elegancia,
esa cuidadosa y elaborada exasperación
desde donde gobernabas tus amores y tus odios.
Todo tiende a alisarse, a perder definición,
esos horizontes enrojecidos que se alejan,
esas playas del norte de Brasil que dibujaste en el aire,
la voz de una radio que se apaga
como una música que se lleva los momentos precisos, preciosos,
cuando nos permitiste
disfrutar tu disfrute por Tanner, Pound, Coltrane,
y tu desprecio por toda forma de
domesticación.
Fuente: gentileza de Carlos
Aprea.
Carlos Aprea nació en La Plata en 1955. Vive, desde siempre, en el barrio Villa
Elvira de dicha ciudad. Cursó estudios en la Facultad de Ciencias Naturales y
Museo de la UNLP. Es Técnico Químico y cofundador de la Cátedra Libre de
Soberanía Alimentaria de la UNLP. Comparte su condición de poeta con la de
actor, autor y director de teatro. Publicó seis libros de poesía: La intemperie (Ediciones Al Margen, 1999), Abrigo
(Ediciones Al Margen, 2006), La camisa hawaiana (Libros de la Talita Dorada, 2010), Pueblos fugaces (Libros de la Talita Dorada, 2012), Villa Elvira (Pixel Editora,
2014) y Escaleno (Pixel Editora, 2017). A ellos deben
sumárseles cinco plaquetas dadas a conocer por Libros de la Talita Dorada en 2009: Conociendo gente se viaja, El
pájaro de las cinco y media, This is
the end, week end, Política líquida y
Teatros. Fue incluido en las
siguientes antologías: 8 poetas (2°
premio del Concurso Edelap de Poesía, 1997), Poesía - 36 autores (La
Comuna Ediciones, 1999), Pan, amor y
poesía - Culturas alimentarias argentinas (INTA, 2008), La Plata Spoon River (Libros de la Talita Dorada, Colección
los Detectives Salvajes, 2013) y Antología
Relámpago (Pixel Editora, 2014).
Colaboró con las revistas Talita, El Hormiguero, El Espiniyo, Pasajes y Sismo Trapisonda, y con el diario Diagonales, entre otras publicaciones.
Condujo programas culturales en diversas radios y dirige, desde hace varios
años, el ciclo Poesía en la terraza.
Los poemas incluidos en esta página fueron escritos entre 2011 y 2019 y
permanecían inéditos.
Foto: Carlos Aprea. Fuente:
Facebook.
Oh! Gratísima sorpresa, la de hoy. Encontrar estos poemas ha sido una gran alegría. Dicen tanto de lo esencial de cada uno de los amigos/conocidos, son tan contundentes en los detalles de eso esencial que los definía (por lo menos, a los que más conocí, al entrañable Horacio, al Negro, menos a Marcelo...)pero también traen la impronta que intuyo de Ana Emilia y de Ohde. Y aunque "todo tiende a alisarse, a perder definición", me parece que estos versos de Carlos vuelven a definir y a acercarnos a la esencia de cada uno de ellos. Son versos muy logrados, gracias Carlos, gracias César, gracias a ambos por permitirnos este grato reencuentro, en tiempos de distancias.
ResponderEliminarGracias a vos por pasar, por leer, por comentar.
EliminarMuchas gracias por tu lectura y tus palabras, Norma. Quizás la poesía sea el mejor intento de crear puentes frente a la distancia. Un abrazo.
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