Estoy saliendo. Algo hace fuerza, algo
que no soy, me
ayuda, me destierra.
Alguien dice es un varón.
Alguien me
recibe.
Su pecho es
agrio.
Bebo lo cuajado.
Vomito.
¿Qué estoy
haciendo aquí?
¿Quién ha osado
despertarme?
Mi territorio ha
ido a parar a la basura.
La noche se engendra en sus ojos.
Sus dedos
trituran arroces. Es como
un molino que no
puede dar nada.
En el susurro del
rezo, las manos le tiemblan
como si disparara
una ametralladora.
Dios me
castigará, piensa, nos castigará a todos.
Afuera, llueve.
No habrá diluvio,
al menos esta vez, aunque
ella quisiera que
se termine el mundo.
No puede tener
otra cosa entre las manos
que el pobre
rosario y una colección de
espantosas
estampitas.
Se ha muerto hace
ya tiempo; aunque sigue ahí,
sentada,
esperando el azote que la redima.
Absolutamente
convencida de que la vida
no ha servido de
nada.
Y yo me voy –no
se da cuenta–.
Nunca fui un
santo. Sólo pretendía
ser un hijo. Pero
no pude.
A Nelly
Pacheco,
a Jorge y
Oscar Arballo
¿Te acordás cuando me decías
que el río era
peligroso mientras me tiraba
en ese pozón y me
aguantaba tanto ahí abajo
que te llevaba a
pensar que no saldría
y vos mirabas
hacia todos los lados del remolino
y te desesperabas
como si mi actitud hiciera que nunca
hubieras sido
madre más que de una espuma amarillenta
que se iba
disolviendo en la corriente?
¿Y te acordás
cuando salía como un pez que nunca antes
nadie hubiera
visto y vos eras feliz
porque no me
habías perdido?
¿Te acordás
cuando ibas en busca
de una toalla y
me envolvías?
A Carlos
Aprea
Estás deshidratada, me dicen.
Al lado de tu
cama un fierro de esos
que sostienen al
suero, pero sin suero
está cuidándote.
Te riego como si
fueras una planta.
¿Te acordás –me
decís, entre dientes–
aquel día en que
viniste a casa con tu bolso
y no parabas de
llorar?
–Sí, cómo
olvidarlo. Puse mucho de mí
para salir de
eso. De lo contrario tu ayuda
no hubiera
servido para nada.
¿Pero qué estás
poniendo vos, ahora?
Cuando arranco
miro los árboles de la cuadra.
Verdes, muy verdes,
sacudiéndose en el frío.
Ellos sí que
saben arreglárselas.
La vida es tan
sencilla, tan elemental,
tan poderosa en
su pulsión.
Pulsión. Esa es
la palabra que debería
haber colgado de
ese fierro
para que se quede
ahí con vos
todo lo que dure
este domingo.
Llevo una pala invisible.
La dejo en un
rincón, para luego besarte.
¿Pero por qué
siempre el que ha besado
fue uno solo,
mamá? Mis mejillas también
de alguna manera
están enfermas y esperan
que vengas
todavía a caballo del cuento
que nunca me
contaste.
Te miro como lo
hacen los buitres,
desde una rama
alta y retorcida.
Van a darte de
comer.
Cada vez que van
a darte de comer, me voy.
Me agarra el
miedo y no me suelta.
No quiero verte
comer así
como lo hacés
ahora.
Pareciera que estás
comiéndome.
Miro al rincón.
No sé si dejar la pala
o llevarla
conmigo.
Me la llevo.
Sin ella no
sabría de qué manera salir.
Ni cómo regresar.
El destino de estas rosas
no era otra cosa
que dejártelas
en la tierra
removida.
Por eso las
compré.
Ya estaban
cortadas,
moribundas.
Fue para darles
algún tipo
de sentido; no
por vos.
Fue por las
rosas, mamá.
Tuve mucha pena
por ellas.
Vos entenderás.
No estoy
llorando. Sólo tengo
estrellas en los
ojos.
Fuente: Lucía sin luz, Gustavo
Caso Rosendi, Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2016.
Gustavo Caso Rosendi
nació en Esquel, Chubut, en 1962. Reside en La Plata. Publicó los siguientes libros de poesía: elegía común
(edición artesanal, 1987), bufón fúnebre
(Último Reino, 1995), soldados
(Ministerio de Educación de la Nación, 2009, reeditado este año por Último
Recurso) y Lucía sin luz (Ediciones
El Mono Armado, 2016). Cabe agregar que la primera edición de soldados incluye un cuadernillo anexo
para uso pedagógico en las escuelas como material destinado a la capacitación
de docentes en temáticas relacionadas con la memoria crítica de la historia
argentina. Poemas suyos figuran en varias antologías, entre ellas: El viento también recuerda (compilación
de textos de ex combatientes de Malvinas, Último Reino, 1996), 8 poetas regionales (Editorial
Vinciguerra, 1997), Poesía 36 autores
(La Comuna Ediciones, 1999) y Naranjos
de fascinante música (Libros de la Talita Dorada, 2003). En 2000 grabó
junto a Martín Raninqueo el CD titulado Poemas.
Acerca de Lucía sin luz,
escribe Leopoldo Castilla en la contratapa del libro:
Hay poesía –y no es demasiada ni frecuente– que se impone
por su implacable desnudez. Como una espada. Este es el caso de Lucía sin luz este nuevo libro de
Gustavo Caso Rosendi donde se consolida, con igual certeza expresiva, un
lenguaje impulsado por una conmoción interior que, aun en los cuadros más
feroces, no cede a fáciles efectismos. Ni claudica en su alta tensión.
Estamos ante una voz con un perfil inconfundible que hace
de Caso Rosendi un nombre en la primera línea de la poesía de su generación, calidad
que ya se vislumbraba en soldados,
libro en el que recogió la experiencia de los combatientes en la guerra de las
Islas Malvinas.
Atraviesan estos poemas tallados en carne viva, un
racconto de despedida con la madre y un monólogo del hijo. Y son simultáneos la
muerte de ella y el nacimiento de él. Los versos no se permiten ninguna
concesión que viole su certitud: No más nacer la criatura, dice: “Mi territorio
ha ido a parar a la basura”. Y después, frente a la madre yacente: “beso tu
mejilla como si besara tu lápida”.
Un discurso directo en el que verso a verso el lector es
vulnerado por golpes de despojada hondura en un conjunto de alto y claro
talento.
Foto: Gustavo Caso Rosendi.
Fuente: Lucía sin luz, Gustavo Caso Rosendi, Ediciones El Mono Armado, Buenos
Aires, 2016.
Una primera lectura de estos poemas de Gustavo no puede menos que llevarme a escuchar ese diálogo monólogo del hijo con la madre, que es también con la vida y la muerte. Cada poema guarda hasta el final la ambivalencia de la ternura y el desasosiego. Y uno queda, no sé muy bien, si con la pala o con las rosas.
ResponderEliminarQué buen libro se ve...ya desde sus poemas de Malvinas , Gustavo sabe como emocionar sin herir, reflexionar poéticamente de aquelsuceso nada poético. Felicitaciones al poeta y a Cesar Cantoni por su bolg, mis cariños, Elizabeth Molver
ResponderEliminarGracias, Elizabeth.
EliminarUn abrazo y mi recuerdo.
Acuerdo del todo con Alfredo y me permito citar estos sonoros y bellos versos del autor que acabo felizmente de conocer: " ¿Y te acordás cuando salía como un pez que nunca antes
ResponderEliminarnadie hubiera visto..."
Cuanta belleza en estos versos, Gustavo. Nombrar todas las "heridas" como si fuesen una sola. Excelencia en tu mirada.
ResponderEliminarabrazo fuerte Gustavo, también a vos César
Gracias, Fernando.
EliminarOtro abrazo para vos.
El destino de estas rosas, hermoso poema. Gracias!
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