Árboles
La zanja hace meses está anegada, una pérdida,
algo subterráneo que intenta ser superficie. El palo borracho hace el cuatro
perfectamente. Algunos fresnos, abedules, álamos y sauces, aferrados a la
soledad acuosa, se deslizan hacia el este de la calle, no tan lejos del ancho
río. No hay que descuidar sus raíces, imposible trasplantarlos cuando casi
acarician el cielo. Lejanas tierras los esperan, piensan algunos vecinos.
Muchos árboles se trasplantan, agregan. Esos árboles ahí nacieron, no hay que
descuidar sus raíces. No hay que acumular botellas vacías en la vereda
inhóspita.
El idiota
Ser músico.
Ése fue el sueño de mi vida. Aunque se quedó en eso, en un sueño. Todos
sabemos, decía mi profesor de literatura, que los sueños, sueños son, y que
dejan de ser sueños, eso decía mi psicoanalista, cuando ponemos la mayor
voluntad en alcanzarlos. De esa manera se convierten en una meta. Y la mía fue
ser músico. Pero si pensara esto estaría mintiendo. Y lo que es peor, me
estaría mintiendo. Así que nunca tuve la meta de ser músico, sí el sueño. Me
veía tocando la guitarra o la batería en una banda de rock. O formando parte de
un trío de jazz como el de Bill Evans (por supuesto, sería el pianista) o
soplando un saxo a lo John Coltrane. Nunca ocurrió. Los planetas se juntaron, y
decidí cambiar de sueño. Y mi sueño fue ser un constructor de sueños, no un
simple constructor, quería ser el gran constructor. Por suerte, además del
sueño tenía la meta. No había día que no pensara en construir ese gran sueño.
Hasta ahora no ocurrió. Y después de tanto tiempo y para ser sincero, ni
siquiera tengo ganas de comenzar la carrera.
Estufa
El Primus de Arlt junta polvo en el altillo que
está encima del baño. Cuando lo comento, nadie lo cree. De que sea el Primus de
Roberto Arlt. Les cuento la historia, y no sé si termino de convencerlos, pero
genero una duda razonable. Dura nada, luego de la distracción, la conversación
continúa su cauce natural; en mi círculo más íntimo, a nadie le interesa la
literatura.
Frutas
Amanece. Pelo una de las naranjas que junté al
anochecer. Tiene poca cáscara y es muy jugosa. Riquísima, como fruta del
despertar. Un momento feliz, diría, aunque algo incomoda, un zumbido extraño
que hiere los oídos, que hiere, lastima, lacera. La radio, imperceptible hace
unos instantes, ahora, la siento, encendida de odio, estupideces y mentiras,
repitiendo tapas de diarios de infiernos que no vendrán. Carezco de estómago
para tanto. Pero nunca hay que olvidarse del enemigo, el verdadero, pienso. ¿Es
así? No lo sé. El que sabe es mi estómago. Exprimo un limón. Desenchufo la
radio. Pelo la segunda naranja, dispuesto a disfrutar, lo mejor posible, del
día.
La comida frugal
Había trenes, no todos los días. Dos de ida y dos
de vuelta. No sé qué días. Los pobladores iban a proveerse de diarios y
revistas. Además traían en el furgón tomates, papas, batatas, zapallos, formas
de felicidad. Un día iba solo a caballo, en el picasso, y yo era un aficionado
a la uva. Me compré un cajón de cinco kilos. A un peso veinte el cajón. Yo iba
en el picasso, iba al tranco comiendo la uva, hasta que me harté, y el resto
del cajón llegó hasta la casa. No sé cuántos kilos de uva comí. Había de dos
clases: doradas y negras. Ésta era negra. El picasso al tranco, el cajón en el
anca.
Lo único
¿Dónde estoy? ¿Qué hago en este lugar? Un fuerte
dolor de cabeza confunde mi percepción de las cosas. ¿Cómo me llamo? ¿Tengo un
nombre? ¿Qué vida corresponde a este cuerpo maltrecho, viejo? ¿Cuántos años
sucedieron? ¿Veinticinco, cincuenta, una eternidad? ¿Qué hago yo aquí, ahora?
El cielo se ve tan claro y oscuro, lo verde y lo seco abundan alrededor. Trato
de tapar con mis manos la cara desconocida. Y pienso, en este preciso instante,
pienso. Es lo único que puedo agradecer.
Mungo Dorset
En septiembre
de 1974 mi padre me lleva por primera vez a Inglaterra. Tenía que hacer un trabajo
de un par de meses para una empresa cuya sede se encontraba, curiosamente, en
Ashford. Desde 1968 era muy amigo de Ray Jerry, así que no fue nada extraño que
paráramos en su casa de Bournemouth. Yo era muy chico y apenas hablaba inglés,
pero Ray tuvo la paciencia de contarme las bellas historias de su tiempo en la
Buena Tierra. El tipo me caía muy bien, entre otras cosas, porque tenía los
dientes separados como yo. Raymond me enseñó a reír en público mostrando los
dientes. La gracia de su vieja Fender, en tiempos malos, en tiempos buenos, me
acompaña en los veranos.
Música de jazz
Las sillas del jardín inclinadas sobre la mesa.
Piedras y arbustos, una maceta caída, vacía. En la pérgola, la parra colmada de
racimos de no-amanecer. La lluvia aún no cesó, pero es leve, fina, tan fina que
acaricia como música de jazz las chapas del techo. El interior es el exterior
de mis cosas. El vidrio, apenas humedecido, mi rostro.
Tatuajes
La pensaba como a una diosa felina. Aunque en
realidad era otra cosa, una verdadera zoología quebrada. Una gatita, en todo
caso, tatuada en sus tetillas y en su trasero, con demasiados pocos años en su
haber, y casi nada que decir. En vez de provocarnos, nos hacía divertir como
suelen hacer esas chicas anarco-burguesas que muestran su plasticidad literaria
a través de facebook.
Una hermosa vida
Me metí en el sueño de mi perro. Lo vengo haciendo
desde antes que los árboles se acolcharan de sombras. Vi bolsas de Eukanuba.
Caricias a la mañana y al atardecer. Una pelota de tenis que busca y trae
algunos fines de semana. Un gato en zapatillas deportivas que siempre escapa
por la medianera de las enamoradas. Inmensas y terrestres siestas al sol con
pajaritos a sus anchas y a sus patas. Una hermosa vida de perro. Y no quise
salir, pensando que sus sueños eran mejores que los míos.
Fuente: El flautista de City Bell, José María
Pallaoro, Libros de la talita dorada, Buenos Aires, 2015.
José María Pallaoro
nació en La Plata en 1959. Dirigió la revista de poesía El Espiniyo. Publicó plaquetas, cuadernos y una decena de libros de
poemas. Sus últimos títulos editados son: Basuritas
(2010), Setenta y 4 (2011), 33 papelitos y una mora horizontal (2012), Una medida adecuada a todo (2012), Son dos los que danzan (primera
edición, 2005; reedición ampliada, 2012), Una
piedra haciendo patito (2013) y El
flautista de City Bell (2015). Son
dos los que danzan fue traducido al italiano por Ana Cecilia Prenz Kopusar
y al esloveno por la misma traductora en colaboración con Markos Kravos y
publicado en edición bilingüe con el título Sono due quelli che danzano / Ples v dvoje (Mediterránea, Centro di
Studi Interculturali, Dipartamento di Studi Umanistici, Universitá di Trieste,
Italia, 2013). En la actualidad, escribe para medios gráficos y virtuales y
administra varios blogs, entre ellos: Poesía
La Plata, Aromito y Los ojos. Reside en City Bell, Partido
de La Plata, donde coordina el Espacio
Cultural La poesía y un taller de escritura. Acerca de El flautista de City Bell, apunta Fernando Alfón en la contratapa
del libro: “¿Qué nombre les pondríamos a estos poemas? El de poemas no está
mal, pero es tan general para el caso que se pierde lo distintivo. Otros poetas
han tramado textos de la misma naturaleza, advertido el mismo problema y
bautizado de distintas maneras. Baudelaire los llamó Le spleen de Paris. Ramos Sucre los llamó Trizas de papel. Severo Sarduy dio con un nombre que aludiera al
modo en que surgían: epifanías. Esta
diversidad, que apenas ventilo, quizá nos hable de sus virtudes. No se ha
escrito, aún, un texto que encaje perfectamente en un género. Los géneros son
abstracciones, arquetipos ajenos a las obras concretas. Ésta que laboró José
María es, además, de las obras que menos se ajustan a alguno de ellos. Llamarlos
poesía en prosa, cuentos poéticos, narrativa hiperbreve, revela más un
requisito editorial que un menester de lectura”. Para Miriam Cairo, por su
parte, “Las imágenes poéticas y la condensación semántica llevan de la emoción
a la denuncia, de la denuncia al humor, del humor a la melancolía... es un
arcoíris de sensaciones, un recorrido de lectura que se semeja a la navegación
sobre aguas serenas. El intertexto dialoga con el cine, con la música, con la
literatura, con los medios masivos de comunicación y, además, el ritmo de la
vida: de lo trascendente a lo cotidiano, de lo social a lo íntimo, de lo
metafísico al estómago”.
Foto: José María Pallaoro. Fuente:
Gentileza de José María Pallaoro.
Gracias, César, por compartir estos textos de El flautista... en Los poetas no van al cielo. Mi abrazo para vos. jm
ResponderEliminarMuy sugerente. Un placer leerte
ResponderEliminarUn abrazo
Muy interesante. Un placer leerte
ResponderEliminarUn abrazo
Gracias, Gustavo, un abrazo !
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