lunes, 19 de enero de 2015

Fernanda Castell


Día 5

En estos días las estalactitas pendulan multiplicadas en nuestras cabezas cariadas. Camino en un laberinto de ideas. Variables azarosas. Una placa tectónica se lleva lejos en inflamable deriva los días de familia. Se los lleva lejos. No puedo recordar las canciones de mi madre. Ni el día de los muertos en el que el picor de los claveles me inflamaba la nariz. No recuerdo los castillos de arena en la playa ni los baños en las huellas de megaterios. En esta deriva que acabo de mencionar, mi pequeña familia come pan duro y toma agua de pozo y las otras familias en sus placas flotantes derivan río arriba como en ascenso hacia el cielo, sí, ese puto cielo católico que nos cavó una caverna en el entendimiento.


Día 222

Ya somos tres. Llevamos lo necesario para el inicio del otoño. Los bulbos laten entre terrones de humus y los escarabajos depositan quitina en la cuna de los bulbos que engendran las palabras de la futura primavera.
Tenemos algunas latas de miel y en el sótano el cadáver de un jabalí. Haremos lonjas a la sal en grano y licor de naranjas. Hoy he fileteado ajo para condimentar y me he rebanado la yema del dedo anular, en el que no he querido ponerme una alianza. ¿Para qué? Si ya estamos unidos hasta la muerte. Tenemos una hija que nos está alfabetizando en esto de la humanidad, claro, a mí me cuesta más que a vos porque yo tengo la cabeza llena de voces que me deletrean enigmas, me destrozan lo que soy y me reprochan lo que pude haber sido.


Día 480

La velocidad de pensamiento mi amor es como la luz y filosas las ideas penden de tu aorta que bombea aguas salobres y nos inunda de calma cuando hay que contar cuentos para hacer que estamos en paz y nos queremos. Un animalejo carnívoro nos hociquea los muslos y libera la feromona que te enloquece. Te digo que es invierno que el frío no da ganas pero nos succionamos el lomo, las mamas, los dientes como paletas dulces. Y el pensamiento mi amor que es veloz como la luz nos deja a oscuras, la necesaria para recuperar el viejo juego del orgasmo.

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Nunca me interesé por definir el amor. Es tan cliché pero llegó la hora de hablar de eso. Quiero ser tu río y llevarte en mi caudal. Quiero que seas mi río y me lleves lejos en tu lecho. Ser una piedra y pulirme por arrastre. La geología es un buen modelo para hacer una física del amor. El territorio erosionado muestra las capas más arcaicas en donde se asentaron las nuevas capas que dieron cobijo a nuevos habitantes.

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El follaje captura la luz y elabora un registro estenopeico de la genealogía familiar. La luz escolar. La luz navideña. La luz de la partida.

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En verdad no estará llorando por los rincones. Ni por las esquinas porque no es su estilo. Por ahí se excederá en los ansiolíticos. Esas pastillas que vuelven de piedra... Ya no está respirando su atmósfera. Un espacio para vivir con oxígeno no es mucho pedir.

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Dicen que los humanos nos juntamos para reproducirnos. Y hacemos todo lo posible para sostener la ilusión de que la unión hace la fuerza. Pujamos hijos y esperamos resultados. Estamos la mitad del tiempo de la estadía esperando que el otro sea otra persona. Y cuando nos anoticiamos de que es un despropósito, simplemente, decimos chau.

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La piedra es la sustancia más maravillosa de la fábrica geológica. Tengo enfrente un árbol hecho piedra. Llegó a mí porque alguien se tomó el trabajo de extraerlo de su nicho y ahora es un árbol petrificado urbano. Ha mirado Patagonia de tempestades y volcanes. Hoy le devolví un libro que se llama El amante del volcán. Estaba dedicado. Y sufrí. Las letras siempre jugaron conmigo. En un libro encontré un te amo y me acordé del dueño del dibujo de esa letra.

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Sacar las cosas a la luz. Dar a luz. Poner más luz. La luz en el viaje del tiempo a los ojos. Y la sustanciación del espacio en la mirada. En la tierra hay muchos tiempos. Como espejos para cruzar. No son las puertas del alma. Los ojos son las manos del cerebro.

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Amor de mi vida te digo chau porque no se puede estar toda una vida tratando de que pierdas tu sustancia para convertirte en la escultura que mis ojos acarician cuando te miran a lo lejos. Ya no hay más desayunos ni cenas. He perdido la costumbre de hacer fuegos y sentarme con otros a la mesa. Se llama libertad.

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El miedo no es zonzo. O no viaja en burro. El carácter del miedo es adaptativo. Sabemos cuándo retirarnos por esa señal inequívoca de extinción. Saltamos o morimos como la rana cocinada a fuego lento. Por suerte me contaron el cuento de la rana a tiempo.

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La niebla ablanda los bordes. Todo es aéreo. Canales en la niebla. Túneles en la niebla. Cuando despierto en medio de una nube digo que esto todavía es un sueño. La muerte esa mala noticia que llega no da tiempo para despedirse. La gente odia las despedidas. Pero en particular si pudiera irme de al lado de la gente querida de manera tierna dejaría seguramente un mejor recuerdo. Lo compartido se transformaría en un rito de pasaje y nos quedaríamos tranquilos de haber intentado conocernos.

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La ternura es un sentimiento que hace cabalgar por las baldosas. Para llegar más rápido y abrazar al ser querido. Es la ligadura eterna. La bondad, la alegría de verse.

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Intentos son intentos

El amor es un misterio. Es un largo argumento para sostener acciones en una dirección y no en otra. Te dice: yo te amo. Y si esto es creído comienza a rodar la película. Todo es imagen. En esa película los cuerpos se mezclan. Uno se convierte en el hueso del otro y el hueso del otro es también el hueso para el otro. Mixtura rígida cuando un esqueleto de dos comparte médula. Amor te quiero hasta la médula. O quiero estar ahí: en el pliegue de tu antebrazo. Esas cosas no se dicen muy seguido porque hacen a lo intangible del amor. Cuando la amante se quiere meter adentro del amado, el circuito se ha completado. La mezcla de vidas hace a la mezcla de pensamientos. Uno no puede pensarse sin el otro.

Fuente: De la migración, Fernanda Castell, Trópico Sur Editor, Maldonado, Uruguay, 2014.

Fernanda Castell nació en Coronel Dorrego, Provincia de Buenos Aires, en 1965. Reside en La Plata. Es antropóloga egresada de la UNLP. Fue docente universitaria y, actualmente, coordina talleres de creatividad en el Departamento de Psiquiatría de Cemic, en Buenos Aires. Publicó cuatro libros de poesía: En el Abras (Siesta, 2003), Peces de agua (Tema, 2004), La construcción de lo desagradable (Al Margen, 2010, reeditado el año pasado por Vela al Viento Ediciones Patagónicas) y De la migración (Trópico Sur Editor, 2014). A estos debe sumárseles la novela La pena de A (Editorial Expreso Nova, 2014). Con referencia a De la migración, expresa León Félix Batista en el prólogo del libro: “El título, de golpe, nos inserta en pleno cráter del decir actual, como epicentro: casi Tratado, De la migración nos conduce, en su fragmentariedad compuesta, a un contenido ajeno –extraño, por lo menos– al orden propio de los que se llaman discursos integrales. De entrada, pues, una infracción, una contravención, un descolocamiento del lector quien, páginas adentro, habrá de medrar en aguas turbulentas, aferrándose a las rocas de sentido en estos rápidos. El método –si alguno– en este libro es el de la composición caótica en patchwork, sin instrucciones de armado y con todas las piezas del puzle, aunque descolocadas. Apuntes, notas, fragmentos de diario bajo fechas dislocadas y poemas “en toda regla” expuestos nueva vez (como en libros anteriores) ‘a través de fraseos desestructurantes y desestructuradores’. Lo claro –si es que hay algo claro aquí– es que Castell compagina una explosión acumulando esquirlas de lenguaje. Es éste el segundo síntoma de total actualidad presente en ella: un proceder que la coloca al margen, bordeando lo indecible, tal y como demanda la poesía de hoy como posibilidad: signo y síndrome de la complejidad poética, de la factualidad latinoamericana contemporánea a ella”.”

Foto: Fernanda Castell. Fuente: Aquí La Plata N° 39, julio / agosto 2011.

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