Generación
Animales de carne y hueso, con un poco de luz
irremediable en los ojos,
a veces nos creíamos criaturas heroicas
y corríamos a las plazas. Escuchábamos
bellísimas palabras, las voces se otorgaban
idéntico calor
y sentíamos el placer de la acción.
Pero luego, entre ruinas, comiendo el pan del
sobreviviente,
comprendíamos. Y al salir el sol,
mientras los escarabajos emergían de las
piedras,
avivábamos el fuego para ahuyentar la peste
y llorábamos por la siguiente generación.
Fuente: Materia acre,
Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1974.
Al pie
de la letra
Ciudadanos: he sido probo. Escrupulosamente
hice
lo que la ley no prohíbe y no hice lo que
prohíbe,
de tal manera que podéis considerarme un hijo
dilecto,
uno más de los que cerraron su oído al motín,
el corazón a la aventura.
Cada vez que la ciudad dijo sí, dijeron sí mis
labios,
y dije no cada vez que la ciudad dijo no.
¿Quién me ha visto discrepando en las
asambleas?
¿Quién conoce la naturaleza de mi causa?
¿Quién se agravia del pro o el contra?
Nadie puede levantar un dedo contra mí,
nadie ofrecer prueba, dar testimonio, torcer
hechos, proferir injuria,
y quien lo hiciere atraería sobre su temeridad
unánime sanción,
porque nadie, ciudadanos, me conoce como
vosotros,
y nadie como vosotros sabe que he cumplido al
pie de la letra
ahorrando a la ciudad un verdugo, al porvenir
un héroe.
Fuente: Tuerto rey,
Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1982.
Para
ser recitado en la barca de Caronte
El paisaje es más hermoso de lo que habíamos
imaginado:
estas murallas que caen a pico sobre nosotros,
aquel sol negro descendiendo sobre la laguna,
allá, a estribor, un arco iris que refracta la
niebla.
Pero esta moneda de hierro entre los dientes,
este óbolo que debemos morder hasta el término
del viaje,
cierra la boca que desea cantar.
Cantar para estas almas tristes sentadas en el
banco,
mientras el cómitre marca con el látigo el
compás,
mientras ordena remar sin interrupción,
cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más
lejos de la luz.
Fuente: Tuerto rey,
Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1982.
Croar
del alma
Cuando mi alma, como una rana, salte a la
nada,
la oirán croar, croar toda la noche,
croar arriba y abajo, al este y al oeste,
hasta que el ojo monótono de la luna llore en
los pantanos,
hasta que cese el espanto y empiece la
eternidad.
Fuente: Tuerto rey,
Horacio Castillo, Carmina, Buenos Aires, 1982.
Dice
Eurídice
La ansiedad me dominó, y luego la inquietud,
cuando supe que venías:
horror de que me vieras así, con este tocado
de sombra,
el pelo sin brillo –el pelo, que el sol no se
cansaba de dorar.
Terror también de que no fueras el mismo –el
que permanecía en mi memoria–
y al mismo tiempo curiosidad por ver de nuevo
un ser vivo.
Hace tanto que nadie venía por aquí,
tanto que nadie se llevaba un alma o un perro,
que cuando oí tus pasos y tu voz llamándome,
cuando por fin te estreché, más que a ti estaba
abrazando a la vida.
Después tu calor me condensó, me secó como una
vasija,
y caminé por el sombrío corredor
otra vez con aquella máquina atronadora dentro
del pecho
y un carbón encendido en medio de las piernas.
Caminé de tu brazo, imaginando ya la luz,
los árboles junto a los cuales caminábamos,
aquella habitación llena de espejos
donde flotábamos como dos ahogados.
Hasta que de pronto tu paso se hizo nervioso,
tu pensamiento se espantó como un caballo,
y vi que tratabas de desprenderte de mí,
de librarte de la trampa de la materia mortal.
"No te vayas –supliqué– no me dejes aquí,
déjame ver de nuevo las nubes y el sol,
suéltame por el mundo como una potranca
tracia."
Pero tú ya corrías hacia la salida,
y durante siete días y siete noches oí cómo llorabas,
cómo cantabas en la ribera del río infernal
nuestra vieja canción: "Lo lejano, sólo
lo más lejano perdura."
Fuente: Alaska,
Horacio Castillo, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993.
Visita
al maestro
Llueve sobre colinas y jardines.
Allá, junto a la ventana, está el fuego.
Hablar o callar ¿qué es lo mejor?
Preguntar o responder ¿qué es lo peor?
Llueve sobre colinas y jardines,
el agua salmodia en la penumbra.
¿También el callar es un hablar?
¿También el hablar es un callar?
Llueve sobre colinas y jardines.
Un caballo negro viene como volando.
¿La respuesta es entonces la pregunta?
¿La pregunta es entonces la respuesta?
Llueve sobre colinas y jardines.
El silencio del cuarto es el silencio del
mundo.
Fuente: Alaska,
Horacio Castillo, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993.
La
ciudad del sol
Expulsados de la ciudad bajo el cargo de
fabuladores,
vamos de un lado al otro, durmiendo ya en
cuevas,
ya a la intemperie, y alimentándonos de
hierbas y raíces
o con la miel de algún panal hallado fortuitamente.
Han venido con nosotros las mujeres y los
niños,
y cuando nos reunimos junto al fuego del
atardecer,
sus ojos se vuelven una y otra vez hacia las
murallas:
después de todo, allí pasamos parte de nuestra
vida.
Pero lo exigía la razón. ¿Cómo podían soportar
que llamáramos a la piedra río, al árbol
estrella?
¿Cómo podían soportar que llamáramos al pájaro
magnolia?
Lo exigía la razón. Y ahora, desde aquí,
vemos con tristeza las anchas puertas de
bronce,
las altísimas torres doradas por el sol;
y cuando entran o salen las caravanas
los mercaderes describen las mesas y vasos de
oro,
los magníficos altares cubiertos de ofrendas,
las armas que colman todos los recintos
y que en el próximo milenio, dicen,
incendiarán el cielo.
Lo exigía la razón. Y ahora, como una horda,
vamos de un lado al otro balbuceando nuestra
lengua,
hablando el dialecto de una ciudad perdida
que ya nadie comprende. ¿Cómo podían soportar
que llamáramos al fuego pez, al agua paloma?
¿Cómo podían soportar que llamáramos a la rosa
destino,
ellos, los que creen que las bellotas son
bellotas?
Fuente: Alaska,
Horacio Castillo, Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1993.
Los
gatos de la Acrópolis
Cómo tiembla la rama de laurel, cómo tiembla
toda la morada.
Pero al pie de la columna, a la sombra del
mármol,
ellos vigilan. ¿Duermen o sueñan? ¿Están vivos
o muertos?
Lejos todo lo miserable: el gran Roedor,
el poder que desgasta la materia del mundo,
lejos lo que quita el sueño, la peste de lo
que es.
Cómo tiembla la rama de laurel, cómo tiembla
toda la morada.
Pero estáticos, perpendiculares al día,
ellos vigilan. ¿Son momias o espectros?
¿Dioses o demonios?
Y eras tú, Matador de Ratas, siempre bello y
siempre joven,
tú que sólo te muestras al que es bueno.
Y eras tú, Matador de Ratas, pero no te
veíamos,
tú que sólo te muestras al que es puro.
Lejos todo lo miserable, lejos
la alimaña del corazón, la degradación de la
belleza,
lejos el diente de la nada, el embrión de lo
que no es.
Tiembla nuevamente la rama de laurel, se
estremece toda la morada.
Pero ellos vigilan. Y se detiene el proceso de
corrupción.
Te veremos, Matador de Ratas, te veremos y no
seremos despreciados.
Fuente: Los gatos de la Acrópolis,
Horacio Castillo, Ediciones del Copista, Córdoba, 1998.
Epitafio
Ni la rosa perfecta ni el laurel público:
nardo y albahaca, anís, lavanda, nuez moscada,
y que el aire del alba esparciendo su aroma
avise al peregrino: Éste vivió.
Fuente: Los gatos de la Acrópolis,
Horacio Castillo, Ediciones del Copista, Córdoba, 1998.
Horacio Castillo nació en Ensenada, Provincia de Buenos Aires, el 28
de mayo de 1934. Desde muy joven se radicó en La Plata, ciudad donde falleció
el 5 de julio de 2010. Fue poeta, crítico, ensayista, traductor, abogado,
periodista y miembro de número de la Academia Argentina de Letras y
correspondiente de la Real Academia Española. Publicó los siguientes libros de
poesía: Descripción (1971); Materia acre (1974); Tuerto rey (1982); Alaska (1993); Los gatos de
la Acrópolis (1998); Cendra
(2000); Música de la víctima y otros
poemas (2003) y Mandala (2005).
Su obra poética fue reunida, además, en varios volúmenes, entre ellos: La casa del ahorcado/ 1974-1999 (1999) y Por un poco más de luz/ 1974-2005 (2005). Como traductor de poesía
griega publicó: Epigramas de Calímaco
(1979); Poemas de Odysseas Elytis (1982); María la Nube de Odysseas Elytis, en
colaboración con Nina Alghelidis (1986); Romiosini y otros poemas, de Yannis Ritsos (1988); Poesía
griega moderna (1997); Elegías de Oxópetra de Odysseas Elytis,
en colaboración con Nina Anghelidis (1999); Seis poetas griegos
(2000); Poesía de Takis Varvitsiotis
(2001) y Raíces en el tiempo, de Spiros Vergos (2001). Algunos de
sus ensayos publicados son: Darío y
Rojas / Una relación fraternal
(2002), La luz cicládica y otros temas
griegos (2004) y Sarmiento poeta
(2007). Casi en coincidencia con su muerte, apareció Colectánea (2010), libro que reúne textos de diversa índole. Entre
los premios nacionales recibidos figuran: Premio de la Subsecretaría de Cultura
de la Nación (1972); Premio Nacional
–Región Buenos Aires– (1978); Primer Premio Fondo Nacional de las Artes
por traducción literaria (1988); Premio Konex - Diploma al Mérito (1993) y
Premio Municipal de la Municipalidad de La Plata (1995). En 2001 fue designado
Ciudadano Ilustre de la Ciudad de La Plata. La poesía de Horacio Castillo ha
sido objeto de valiosos estudios y ha recibido unánimes elogios de la crítica.
Así, para Mario Goloboff, el autor es “uno de los más grandes poetas que han
dado nuestras letras”, mientras que Sandra Cornejo no vacila en afirmar que se
trata del “máximo exponente de la poesía hispanoamericana actual”.
Foto: Vicente Aleixandre y Horacio Castillo en Madrid,
1959. Fuente: Colectánea, Horacio Castillo, Ediciones Al
Margen, La Plata, 2010.
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