lunes, 6 de enero de 2020

Rafael Felipe Oteriño


El sueño del paraíso

Levinas fechó en 1941 el año
en que Dios abandonó el mundo.
Yo no había nacido,
mis padres recién se unían
y el mundo era para ellos
–y para el tesoro que cuidaban para mí–
un lugar hospitalario,
de luz cercana y aguas transparentes.

Comenzando a vivir,
la orilla del mar fue mi aliento.
Cavé y cavé, encendí lámparas,
deletreé el alfabeto,
y sin carecer de pan ni de hambre
–creyéndolos dormidos–,
sentí la piedra, el árbol,
el rechinar de sombras en la ciudad.

Por eso, quiero creer
que Dios está entre nosotros:
no para concedernos el paraíso
(son tantas las estrellas
que a diario desaparecen),
sino para que el sueño del paraíso
no acabe, y sepamos,
desde el deseo, continuar su búsqueda.


Lo que llevamos dentro

2

No me cuentes
de París o de Praga,
no me anotes la calle ni el número,
no me recuerdes
el Metro para llegar.

Quiero saber
del perro llamado Argos
que te guio
por la pequeña villa
de Emporio, en Thira.

Y del burro
que se perdió calle abajo
con su montaña
de hinojo
y el cascabel en el bozal.

Valen más
que cien guías de viaje
juntas.

Quiero saber
de aquello
que empapado de adiós
te pertenece.


La palabra que huye

Sólo la palabra que huye es la verdadera,
la que se levanta de la mesa,
la que rompe las filas,
la que corre calle abajo y no se detiene.

Alucinada por el cruce de caminos,
vías férreas, trenes subterráneos,
en el límite de su significado,
como una barca a punto de estallar.

De carbón, de hojalata,
borrada innumerables veces;
regla lesbia entre lo viejo y lo nuevo,
golpea nuestra ceguera con su bastón.

Profética en el interior: ¿qué lengua habla?,
¿cuál es su oración favorita?,
¿qué recuerda de Baudelaire?,
en qué barco ebrio huye trepada?

Para saber lo que dice, interrogo a la luna,
exploro el doble fondo del mar,
me detengo a oír las cuerdas de su lira,
antes de que todo se vuelva más oscuro.


Fin de año

El fin de año
me descubre cumpliendo
una rutina: caminar.

Un pie detrás del otro,
la mirada fija
en una línea borrosa
que se aleja
a la velocidad de los pasos.

No es mucho
lo que podría decir, si hablara,
aunque sospecho
que continuar esa marcha
lo resume todo.

Una travesía
que cambia del pardo al gris,
del ruido al eco,
de los anillos del agua
al liquen y la arena.

Pocas preguntas:
algunas, en extremo
imprecisas;
otras, en atropellado
desorden.

Las señales de tránsito
son mandalas
para adivinar el futuro
donde no hay
más que agua.

A derecha e izquierda,
coches veloces,
faroles encendidos,
el erizo de la mañana
en su mejor trabajo: recomenzar.

A pocos metros
y sin tocar la orilla,
lo mejor es proseguir la marcha,
pensar en la ola
y no alcanzarla.


Domingos

Domingos en los que yo iba descendiendo,
cayendo hacia atrás, doblándome,
y a mis espaldas, como sal en la herida,
la lluvia negra sobre los techos de la ciudad,
la lluvia que aviva la sed, la que no moja.

Y domingos en los que la pluma del viento
llamaba a la puerta hasta despertarme,
y el cuerpo se abría a la dicha como un sol.
Domingos en cuarteles, en patios cerrados,
en la media verdad de lo que nunca se ha ido.

Ansiada perfección, porque al cerrar el álbum
el instante perdura, la invisibilidad decrece.
Debían odiarse y no se odiaban:
velan para que la oscuridad resplandezca,
para que la confianza en la luz no se apague.

Fuente: Y el mundo está ahí, Rafael Felipe Oteriño, Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2019.

Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata en 1945. Publicó doce libros de poesía: Altas lluvias (Cármina,1966), Campo visual (Cármina, 1976), Rara materia (Cármina, 1980), El príncipe de la fiesta (Cármina, 1983), El invierno lúcido (El Imaginero, 1987), La colina (Ediciones del Dock, 1992), Lengua madre (Grupo Editor Latinoamericano, 1995), El orden de las olas (Ediciones del Copista, 2000), Ágora (Ediciones del Copista, 2005), Todas las mañanas (Ediciones del Copista, 2010), Viento extranjero (Ediciones del Dock, 2014), Y el mundo está ahí (Libros del Zorzal, 2019). Su obra fue recogida parcialmente en Antología poética (Fondo Nacional de las Artes, 1997), Cármenes (2003), En la mesa desnuda (Ediciones al Margen, 2009) y Eolo y otros poemas (Editorial Brujas, 2016). Tiene en su haber, además, un libro de ensayos sobre poesía titulado Una conversación infinita (Ediciones del Dock, 2016). Recibió las siguientes distinciones: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966), Faja de Honor de la SADE (1967), Premio Sixto Pondal Ríos de la Fundación Odol (1979), Premio Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias (1983), Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (período 1985-1988), “Premio Konex” de Poesía (período 1989-1993), Premio Consagración de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires (1996), Premio Esteban Echeverría (2007), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009) y Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras y codirige, en Ediciones del Dock, la colección Época de ensayos sobre poesía. Reside en Mar del Plata, donde fue Magistrado y ejerció la docencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Acerca de Y el mundo está ahí, explica el autor en el prólogo del libro:

Este no es un libro confesional, aunque contiene algunas confesiones. Fue motivado por atisbos y visiones más que por certidumbres. Lecturas, una palabra retenida al azar, el devenir de un hecho, algún recuerdo que se negaba a desaparecer, operaron como desencadenantes del verso.
No lo escribí para decir algo que sabía de antemano sino para esclarecer partes (“partes” en el sentido de fragmentos y de mensajes) de lo desconocido que quería explorar. Al cabo, para crear una zona iluminada donde pudiera hacer pie.
Contiene imágenes, ritmos, figuras de luz y sombra –físicas y mentales– con las que busqué poner en acto lo indecible mediante las formas, tiempos y espacios, paisajes y representaciones familiares de lo decible.
Cualquiera de esas alusiones podría haber dado nombre al conjunto, pero, finalmente, ganó lugar la frase que define el título. Con ella quiero destacar el asombro de que todo eso esté ahí, con la interpelación y la oscuridad de su sentido.
Lengua en estado especial, lenguaje dentro del lenguaje, palabra que habla de sí misma, la poesía –y a través de ella el poeta– da cita a una realidad que no existe fuera del orden de las correspondencias y analogías.
Muestra de que un poema nunca se termina de escribir, sumé al conjunto dos piezas de libros anteriores que tenían distinta resolución y que ahora, en renovada faz, se exponen nuevamente al compromiso de la expresión.
Menciono puertas, ventanas, muros y escaleras. Son símbolos que fueron pasajes en el camino de la escritura. Tal es el horizonte de estos poemas. Un universo sujeto a desplazamientos y desgaste, en el que nada muta definitivamente si no es para volver transfigurado.

Foto: Rafael Felipe Oteriño. Fuente: Y el mundo está ahí, Rafael Felipe Oteriño, Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2019.

2 comentarios:

  1. Poemas que trasmiten serenidad, sabidurìa, escritos con gran oficio. Lo estoy empezando a leer...gracias, Cèsar!

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  2. Gracias poeta nuestro de cada día.
    Generoso y exquisito.

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