Poema inconcluso para Luisa Pazos
I
El día de mi
muerte sabré,
con la certeza de
lo irreversible,
que ya no pasará
por mi puerta
el río que nunca
pasó. Que dejaré
de soñar el
jeroglífico que fue
mi vida. Y sin
embargo, no sentiré
pena. Porque ese
día se irá el peso
invisible que
dobla mi espalda, la
enfermedad
incurable del amor,
tantos y tantos
arrepentimientos.
Se irá la
incertidumbre del terrible
futuro, y la
decepción de no haber
llegado a ninguna
parte. Se irá la
tentación de la
esperanza y este
sentimiento de
vacío que convirtió
en abismo cada
uno de mis caminos.
El día de mi
muerte seré feliz por
primera vez
porque ese día, madre,
se irá la
nostalgia de tu ausencia.
II
Con la terquedad
de los que aman
no acepté tu
muerte. ¿Cómo ibas a
morir antes que
yo? Se suponía que
ibas a estar ahí,
siempre, para
protegerme del
mundo. No fue así.
Arrojado a la
intemperie vi como la
Tierra dejó de
ser redonda, como me
habían enseñado y
yo creía,
para adquirir la
forma de la pena. Y
algo pasó, madre,
algo tan poderoso,
que nunca más
volvió a tener su
forma original.
III
Jamás sabré cuál
era mi destino
y ya es tarde
para elegir uno.
Tu partida
decidió que fuera un
peregrino. Mi
camino nació al
borde de tu
muerte. A diferencia
del resto viajé
sin báculo y sin
templo. Nunca
tuve dónde
apoyarme y nunca
supe adónde
iba. Ya no
recuerdo el nombre de
los reinos que
atravesé. Creo que
alguna vez fui
amado. Creo que amé
alguna vez. Pero
no estoy seguro de
que así haya
sido. Es probable que en
algún lugar esté
registrado mi nombre.
¿Tal vez en la
ciudad que devoró un
volcán? ¿O
aquélla en la que adoraban
a un Cristo
africano? No lo sé y no me
importa.
Recuerdo, sí, que escribí en el
agua y dibujé en
el viento. Si no te pude
retener ¿por qué
iba a querer retener
cualquier otra
cosa? Hoy, que el camino
ha terminado,
comprendo el sentido del
viaje. Caminé
toda mi vida para llegar al
lugar de donde
había partido.
IV
Recorrí el mundo
para contártelo.
En Aracataca me
dijeron que el río
estaba hecho de
lágrimas. Me arrojé
a sus aguas para
saber si estaban las
que había
derramado por ti. Y qué
sorpresa, madre,
todas me pertenecían.
En Azemú la
Santa, un sabio me dijo
que el tiempo no
existía. Yo le respondí
que la medida del
tiempo era lo que
faltaba para
volver a verte. En Balde
de Leyes no pude
explicarle a una
adolescente lo
que era el cine. Y bueno,
cuando yo era
adolescente nadie supo
explicarme por
qué te habías muerto.
En el Atlántico
Sur, rumbo a Puerto Español,
me extravié en un
temporal casi tan
devastador como
el de la mañana de tu
muerte. Lo
atravesé atado al timón para
verle la cara a
la que te había llevado. En
Belén do Pará, al
bajar de un avión, una
desconocida me
dijo que me amaba.
Por supuesto, era
mentira. Pero yo se
lo agradecí toda
mi vida. Hacía tanto
tiempo que no me
lo decías... Por eso,
no estés triste
si a veces me ves llorando
sin motivo. Estoy
contento porque cada
día que pasa
estamos más cerca.
V
Tu muerte me
enseñó que
la felicidad no
es el sentido
de la vida:
apenas una excusa
para seguir
viviendo. Que el coraje
es la capacidad
de un hombre para
soportar la
ausencia del amor. Que
el amor es
perderlo todo. Incluso lo
que nunca se
tuvo. Que todo viaje
es volver al
punto de partida.
(El viaje más
largo de mi vida fue
atravesar el
cuarto donde te vi
morir.) Que el
tiempo no cura
porque la memoria
no tiene remedio.
Que no debo
temerle al mundo
porque desde el
día que te fuiste el
mundo es sólo una
apariencia.
VI
El dolor se fue.
La pena,
a medias. La
nostalgia quedó.
La soledad
creció. Tanto, que ya
no es parte mía.
Yo soy parte
de ella. La
cuenta, cuarenta y
cuatro años
después, es la misma:
el día que te
perdí lo perdí todo.
VII
No pude detener
el viento.
¿Podía alguien
detenerlo?
No pude evitar
que se lo
llevara todo. Mi
juventud
y la casa. Tan
frágiles las dos
que casi no
opusieron resistencia
Le costó un poco
más –no demasiado–
llevarse mi
última esperanza. ¿Qué
podía esperar un
desesperado? Cuando
la tierra se
abrió bajo mis pies porque
el viento se
había llevado el futuro,
supe que sólo
quedaba lo que me
habías dado: un
cuerpo maltratado
por la pena y la
intemperie. Hoy, que soy
arrastrado como
una hoja en la tormenta,
sé que hay algo
que ningún vendaval podrá
arrancar: el
instante de vida que
compartimos.
VIII
Cada noche desde
que te
fuiste me duermo
llorando.
Como cuando vivía
en tus
brazos y el mundo
no existía.
Cada mañana
cuando me
despierto me
niego a abrir los
ojos. No quiero
ver el vacío
de tu ausencia.
Un abismo tan
profundo y
tenebroso, madre,
que la noche cabe
el él.
IX
No te lloro,
madre, porque
tengo miedo de
que mis
lágrimas se
conviertan en el
mar donde me
ahogue. No
le tengo miedo a
la muerte.
Le tengo miedo a
no poder
pensarte. A no
seguir
buscándote. A no
reconstruirte
cada noche
con la materia
del insomnio.
No le tengo miedo
a la
muerte. Le temo a
nuestra
separación
definitiva.
X
El día que vi
arrugas en mi
cara. Que hacer
el amor
no me dio placer
sino
cansancio. Que
caminar
no me llevó a
ninguna
parte. Que mi
piel no
pudo evitar ser
lastimada
por el frío. Que
comencé
a olvidar lo que
siempre
había sabido. Que
me
importó más
dormir que
mirar al mundo.
El día que
vivir dejó de ser
un desafío,
no sentí pena de
mí mismo
como siempre lo
había creído.
Supe,
simplemente, que
había vuelto a
casa.
XI
Estoy tan triste,
madre,
que no muero de
tristeza
en este mismo
instante
por la necesidad
desesperada
de seguir
pensándote.
A lo mejor no es
cierto
lo que me contaron
de niño.
Pero a lo mejor
sí es cierto
y la muerte no es
el fin de la
vida sino el
oscuro
comienzo de otra.
A lo
mejor existe la
resurrección
de los cuerpos y
volvemos
a vernos aunque
tu lugar
va a ser uno y el
mío otro.
Muero en vida
esperando
el reencuentro.
XII
El día que me
juzgues,
Señor, no pediré
perdón
porque de nada me
arrepiento. Soy
responsable de
todos
mis actos. Los
que
cometí contra las
leyes
y los que cometí
contra tu
ley. Sólo te pido
que antes
de mostrarme tu
rostro y
condenarme a tu
ausencia
(¿qué otra cosa
es el infierno?)
me permitas verla
por última vez.
Sabrás que es mi
madre
porque te
recordará a la
tuya. Te cambio, Señor,
la eternidad por
un
instante.
XIII
Al pie de tu
tumba,
donde nunca volví
desde el día que moriste,
llego para
despedirme.
Que esté leyendo
tu nombre
escrito en una
lápida
significa que
acepté lo inaceptable:
ya no estás en el
mundo.
El día del juicio
final,
donde tú serás
bendecida
y yo juzgado, el
anciano
que se arroje a
tus pies
bañado en lágrimas
seré yo, tu hijo.
Este hijo al que
tu muerte le
enseñó
que el amor es la
respuesta
a todas las
preguntas
y el punto de
llegada
de todas las
partidas.
Hasta luego,
madre.
Fuente: Poema inconcluso para Luisa Pazos, Luis Pazos, edición independiente, La Plata, 2016.
Luis Pazos nació en La Plata el 5 de agosto de 1940. Viajero incansable, reside actualmente en su
ciudad natal. Es poeta, artista conceptual y periodista. En 1971, un jurado
compuesto por Alberto Girri, Carlos Mastronardi y César Magrini le otorgó el
premio del Fondo Nacional de las Artes por El
cazador metafísico, obra publicada al año siguiente por Editorial Noé. Escribió, entre 1971 y
2006, doce libros que son, según sus propias palabras, “producto de la
desesperación”. Los cuatro primeros fueron dados a conocer en un solo volumen
por Libros de la talita dorada en
2011 con el título El cazador
metafísico. Poesía reunida I. Poco después, publicó Señor de la alucinación
(Cuadrícula Ediciones, 2013) y Poema inconcluso para Luisa Pazos
(edición independiente, 2016). Esta última publicación incluye un CD con el
poema leído por el autor, cuya edición estuvo a cargo de Julio César Otero
Mancini. Como artista conceptual, integró, entre otros, los siguientes grupos:
EL Esmilodonte, Diagonal Cero (liderado por Edgardo Antonio Vigo), Grupo de los
13 (organizado por el crítico Jorge Glusberg) y Escombros (del cual fue
cofundador). Siendo integrante de Diagonal Cero, publicó en 1967 dos
libros-objetos: El dios del laberinto
y La corneta. El primero es una
botella tapada con un corcho, a la manera del mensaje de un náufrago; el
segundo consiste en diez poemas fónicos enrollados en el interior de una
corneta de plástico. A éstos, deben sumárseles dos libros de poesía visual
compartidos con Claudio Mangifesta, publicados en los últimos años: Letra suelta (Tiempo Sur Ediciones, 2015) y Del
silencio como mirada (Tiempo Sur
Ediciones, 2016). De su vida y su obra se ocupó Fernando Davis en el libro Luis Pazos. El fabricante de modos de vida.
Acciones, cuerpo, poesía (Document-Art,
2013). Participó, asimismo, en numerosas exposiciones en diversas ciudades del
mundo. Su primera muestra retrospectiva tuvo lugar en el MACLA (Museo de Arte
Contemporáneo Latinoamericano) en 2013. Pazos –para quien el arte es “un acto
de libertad” y una herramienta de crítica y denuncia social– fue, en la
Argentina, uno de los primeros impulsores del arte de acción y del arte de
intervención en espacios públicos y lugares no convencionales, como
supermercados y discotecas. Recientemente, algunas de sus obras (“La
cultura de la felicidad”, “Monumento al prisionero político desaparecido,
“Proyecto de solución para el problema del hambre en los países
sub-desarrollados según las grandes potencias” y “La realidad subterránea”) fueron incorporadas al patrimonio del
Museo Reina Sofía de España. En su carácter de periodista, trabajó para varios
diarios y revistas (Diario Popular, Somos, Perfil, El Día, Gente, Clarín) y publicó los libros No
llores por mí, Catamarca (con Alejandra Rey, Sudamericana, 1991), Así se hace periodismo (con Sibila
Camps, Beas Ediciones, 1994), Ladran,
Chacho (con Sibila Camps, Sudamericana, 1995), Graciela, esa mujer (Perfil Libros, 1997) y Justicia y televisión. La sociedad dicta sentencia (con Sibila Camps,
Perfil Libros, 1999). El Poema
inconcluso para Luisa Pazos, transcripto íntegramente en esta página, es un
homenaje a su madre, fallecida cuando el autor tenía apenas 14 años, y fue
escrito a lo largo de casi seis decenios.
Foto: Luis Pazos con la máscara
de “La cultura de la felicidad”. Fuente: diario El Día, La Plata, domingo 16 de
abril de 2017.
LUISITO, TRANSITAMOS LA NIÑEZ Y LA ADOLESCENCIA , MUY DE CERCA. CONOCÍ TU DOLOR, Y TU DESTROZADO CORAZÓN POR ESE DESTINO ESQUIVO QUE TE LA LLEVÓ. VEO SU SONRISA Y SU SENCILLEZ, AUN HOY. VA MI ABRAZO, MI QUERIDO LUIS. Laura Beatriz Chiesa.
ResponderEliminarGracias Luis Pazos y gracias César. Poemas implacables para quienes quedamos a la intemperie tan jóvenes. lavale.
ResponderEliminarPocas veces se puede decir de forma contundente "pude acercarme con palabras lo más posible" y siento que estos versos lo han logrado.
ResponderEliminarsaludos a Luis Pazos, y abrazo César
Buenas. Acabo de encontrarme con estas palabras. Hace unos días falleció mi viejita. La vida es implacable no la muerte. Gracias.
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