jueves, 11 de mayo de 2017

Luis Pazos


Poema inconcluso para Luisa Pazos
  
I

El día de mi muerte sabré,
con la certeza de lo irreversible,
que ya no pasará por mi puerta
el río que nunca pasó. Que dejaré
de soñar el jeroglífico que fue
mi vida. Y sin embargo, no sentiré
pena. Porque ese día se irá el peso
invisible que dobla mi espalda, la
enfermedad incurable del amor,
tantos y tantos arrepentimientos.
Se irá la incertidumbre del terrible
futuro, y la decepción de no haber
llegado a ninguna parte. Se irá la
tentación de la esperanza y este
sentimiento de vacío que convirtió
en abismo cada uno de mis caminos.
El día de mi muerte seré feliz por
primera vez porque ese día, madre,
se irá la nostalgia de tu ausencia.


II

Con la terquedad de los que aman
no acepté tu muerte. ¿Cómo ibas a
morir antes que yo? Se suponía que
ibas a estar ahí, siempre, para
protegerme del mundo. No fue así.
Arrojado a la intemperie vi como la
Tierra dejó de ser redonda, como me
habían enseñado y yo creía,
para adquirir la forma de la pena. Y
algo pasó, madre, algo tan poderoso,
que nunca más volvió a tener su
forma original.


III

Jamás sabré cuál era mi destino
y ya es tarde para elegir uno.
Tu partida decidió que fuera un
peregrino. Mi camino nació al
borde de tu muerte. A diferencia
del resto viajé sin báculo y sin
templo. Nunca tuve dónde
apoyarme y nunca supe adónde
iba. Ya no recuerdo el nombre de
los reinos que atravesé. Creo que
alguna vez fui amado. Creo que amé
alguna vez. Pero no estoy seguro de
que así haya sido. Es probable que en
algún lugar esté registrado mi nombre.
¿Tal vez en la ciudad que devoró un
volcán? ¿O aquélla en la que adoraban
a un Cristo africano? No lo sé y no me
importa. Recuerdo, sí, que escribí en el
agua y dibujé en el viento. Si no te pude
retener ¿por qué iba a querer retener
cualquier otra cosa? Hoy, que el camino
ha terminado, comprendo el sentido del
viaje. Caminé toda mi vida para llegar al
lugar de donde había partido.


IV

Recorrí el mundo para contártelo.
En Aracataca me dijeron que el río
estaba hecho de lágrimas. Me arrojé
a sus aguas para saber si estaban las
que había derramado por ti. Y qué
sorpresa, madre, todas me pertenecían.
En Azemú la Santa, un sabio me dijo
que el tiempo no existía. Yo le respondí
que la medida del tiempo era lo que
faltaba para volver a verte. En Balde
de Leyes no pude explicarle a una
adolescente lo que era el cine. Y bueno,
cuando yo era adolescente nadie supo
explicarme por qué te habías muerto.
En el Atlántico Sur, rumbo a Puerto Español,
me extravié en un temporal casi tan
devastador como el de la mañana de tu
muerte. Lo atravesé atado al timón para
verle la cara a la que te había llevado. En
Belén do Pará, al bajar de un avión, una
desconocida me dijo que me amaba.
Por supuesto, era mentira. Pero yo se
lo agradecí toda mi vida. Hacía tanto
tiempo que no me lo decías... Por eso,
no estés triste si a veces me ves llorando
sin motivo. Estoy contento porque cada
día que pasa estamos más cerca.


V

Tu muerte me enseñó que
la felicidad no es el sentido
de la vida: apenas una excusa
para seguir viviendo. Que el coraje
es la capacidad de un hombre para
soportar la ausencia del amor. Que
el amor es perderlo todo. Incluso lo
que nunca se tuvo. Que todo viaje
es volver al punto de partida.
(El viaje más largo de mi vida fue
atravesar el cuarto donde te vi
morir.) Que el tiempo no cura
porque la memoria no tiene remedio.
Que no debo temerle al mundo
porque desde el día que te fuiste el
mundo es sólo una apariencia.


VI

El dolor se fue. La pena,
a medias. La nostalgia quedó.
La soledad creció. Tanto, que ya
no es parte mía. Yo soy parte
de ella. La cuenta, cuarenta y
cuatro años después, es la misma:
el día que te perdí lo perdí todo.


VII

No pude detener el viento.
¿Podía alguien detenerlo?
No pude evitar que se lo
llevara todo. Mi juventud
y la casa. Tan frágiles las dos
que casi no opusieron resistencia
Le costó un poco más –no demasiado–
llevarse mi última esperanza. ¿Qué
podía esperar un desesperado? Cuando
la tierra se abrió bajo mis pies porque
el viento se había llevado el futuro,
supe que sólo quedaba lo que me
habías dado: un cuerpo maltratado
por la pena y la intemperie. Hoy, que soy
arrastrado como una hoja en la tormenta,
sé que hay algo que ningún vendaval podrá
arrancar: el instante de vida que
compartimos.


VIII

Cada noche desde que te
fuiste me duermo llorando.
Como cuando vivía en tus
brazos y el mundo no existía.
Cada mañana cuando me
despierto me niego a abrir los
ojos. No quiero ver el vacío
de tu ausencia. Un abismo tan
profundo y tenebroso, madre,
que la noche cabe el él.


IX

No te lloro, madre, porque
tengo miedo de que mis
lágrimas se conviertan en el
mar donde me ahogue. No
le tengo miedo a la muerte.
Le tengo miedo a no poder
pensarte. A no seguir
buscándote. A no
reconstruirte cada noche
con la materia del insomnio.
No le tengo miedo a la
muerte. Le temo a
nuestra separación
definitiva.


X

El día que vi arrugas en mi
cara. Que hacer el amor
no me dio placer sino
cansancio. Que caminar
no me llevó a ninguna
parte. Que mi piel no
pudo evitar ser lastimada
por el frío. Que comencé
a olvidar lo que siempre
había sabido. Que me
importó más dormir que
mirar al mundo. El día que
vivir dejó de ser un desafío,
no sentí pena de mí mismo
como siempre lo había creído.
Supe, simplemente, que
había vuelto a casa.


XI

Estoy tan triste, madre,
que no muero de tristeza
en este mismo instante
por la necesidad desesperada
de seguir pensándote.
A lo mejor no es cierto
lo que me contaron de niño.
Pero a lo mejor sí es cierto
y la muerte no es el fin de la
vida sino el oscuro
comienzo de otra. A lo
mejor existe la resurrección
de los cuerpos y volvemos
a vernos aunque tu lugar
va a ser uno y el mío otro.
Muero en vida esperando
el reencuentro.


XII

El día que me juzgues,
Señor, no pediré perdón
porque de nada me
arrepiento. Soy
responsable de todos
mis actos. Los que
cometí contra las leyes
y los que cometí contra tu
ley. Sólo te pido que antes
de mostrarme tu rostro y
condenarme a tu ausencia
(¿qué otra cosa es el infierno?)
me permitas verla por última vez.
Sabrás que es mi madre
porque te recordará a la
tuya. Te cambio, Señor,
la eternidad por un
instante.


XIII

Al pie de tu tumba,
donde nunca volví
desde el día que moriste,
llego para despedirme.
Que esté leyendo tu nombre
escrito en una lápida
significa que acepté lo inaceptable:
ya no estás en el mundo.
El día del juicio final,
donde tú serás bendecida
y yo juzgado, el anciano
que se arroje a tus pies
bañado en lágrimas
seré yo, tu hijo.
Este hijo al que
tu muerte le enseñó
que el amor es la respuesta
a todas las preguntas
y el punto de llegada
de todas las partidas.
Hasta luego, madre.

Fuente: Poema inconcluso para Luisa Pazos, Luis Pazos, edición independiente, La Plata, 2016.

Luis Pazos nació en La Plata el 5 de agosto de 1940.  Viajero incansable, reside actualmente en su ciudad natal. Es poeta, artista conceptual y periodista. En 1971, un jurado compuesto por Alberto Girri, Carlos Mastronardi y César Magrini le otorgó el premio del Fondo Nacional de las Artes por El cazador metafísico, obra publicada al año siguiente por Editorial Noé. Escribió, entre 1971 y 2006, doce libros que son, según sus propias palabras, “producto de la desesperación”. Los cuatro primeros fueron dados a conocer en un solo volumen por Libros de la talita dorada en 2011 con el título El cazador metafísico. Poesía reunida I. Poco después, publicó Señor de la alucinación (Cuadrícula Ediciones, 2013) y Poema inconcluso para Luisa Pazos (edición independiente, 2016). Esta última publicación incluye un CD con el poema leído por el autor, cuya edición estuvo a cargo de Julio César Otero Mancini. Como artista conceptual, integró, entre otros, los siguientes grupos: EL Esmilodonte, Diagonal Cero (liderado por Edgardo Antonio Vigo), Grupo de los 13 (organizado por el crítico Jorge Glusberg) y Escombros (del cual fue cofundador). Siendo integrante de Diagonal Cero, publicó en 1967 dos libros-objetos: El dios del laberinto y La corneta. El primero es una botella tapada con un corcho, a la manera del mensaje de un náufrago; el segundo consiste en diez poemas fónicos enrollados en el interior de una corneta de plástico. A éstos, deben sumárseles dos libros de poesía visual compartidos con Claudio Mangifesta, publicados en los últimos años: Letra suelta (Tiempo Sur Ediciones, 2015) y Del silencio como mirada (Tiempo Sur Ediciones, 2016). De su vida y su obra se ocupó Fernando Davis en el libro Luis Pazos. El fabricante de modos de vida. Acciones, cuerpo, poesía (Document-Art, 2013). Participó, asimismo, en numerosas exposiciones en diversas ciudades del mundo. Su primera muestra retrospectiva tuvo lugar en el MACLA (Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano) en 2013. Pazos –para quien el arte es “un acto de libertad” y una herramienta de crítica y denuncia social– fue, en la Argentina, uno de los primeros impulsores del arte de acción y del arte de intervención en espacios públicos y lugares no convencionales, como supermercados y discotecas. Recientemente, algunas de sus obras (“La cultura de la felicidad”, “Monumento al prisionero político desaparecido, “Proyecto de solución para el problema del hambre en los países sub-desarrollados según las grandes potencias” y “La realidad subterránea”) fueron incorporadas al patrimonio del Museo Reina Sofía de España. En su carácter de periodista, trabajó para varios diarios y revistas (Diario Popular, Somos, Perfil, El Día, Gente, Clarín) y publicó los libros No llores por mí, Catamarca (con Alejandra Rey, Sudamericana, 1991), Así se hace periodismo (con Sibila Camps, Beas Ediciones, 1994), Ladran, Chacho (con Sibila Camps, Sudamericana, 1995), Graciela, esa mujer (Perfil Libros, 1997) y Justicia y televisión. La sociedad dicta sentencia (con Sibila Camps, Perfil Libros, 1999). El Poema inconcluso para Luisa Pazos, transcripto íntegramente en esta página, es un homenaje a su madre, fallecida cuando el autor tenía apenas 14 años, y fue escrito a lo largo de casi seis decenios.

Foto: Luis Pazos con la máscara de “La cultura de la felicidad”. Fuente: diario El Día, La Plata, domingo 16 de abril de 2017.

4 comentarios:

  1. LUISITO, TRANSITAMOS LA NIÑEZ Y LA ADOLESCENCIA , MUY DE CERCA. CONOCÍ TU DOLOR, Y TU DESTROZADO CORAZÓN POR ESE DESTINO ESQUIVO QUE TE LA LLEVÓ. VEO SU SONRISA Y SU SENCILLEZ, AUN HOY. VA MI ABRAZO, MI QUERIDO LUIS. Laura Beatriz Chiesa.

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  2. Gracias Luis Pazos y gracias César. Poemas implacables para quienes quedamos a la intemperie tan jóvenes. lavale.

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  3. Pocas veces se puede decir de forma contundente "pude acercarme con palabras lo más posible" y siento que estos versos lo han logrado.

    saludos a Luis Pazos, y abrazo César

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  4. Buenas. Acabo de encontrarme con estas palabras. Hace unos días falleció mi viejita. La vida es implacable no la muerte. Gracias.

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