jueves, 6 de noviembre de 2014

Horacio Castillo (h)


Insurrección

En el jardín, este árbol es una insurrección,
la naturaleza ha callado sobre su genealogía, su estirpe,
su remoto origen, como si esas robustas ramas, 
ajenas al cromático concierto que se despliega en la mañana,
sólo esperaran un improbable florecimiento,
que cuelgue un cuerpo muerto,
un ánima cruda.


Niño sonriendo en una fotografía

Cada tanto volvemos sobre el viejo álbum,
confirmamos nuestros recuerdos, asentimos con las imágenes
la continuidad entre este tiempo y el otro.
La fotografía coagula en su enigmático magma de colores
un instante del que ahora, extrañamente, somos espectadores.
Aun así nos llama la atención la unidad del conjunto,
porque de esa playa, de esa arena, de ese niño corriendo,
nada recordamos, entonces viene y nos atormenta la pregunta,
porque verdaderamente, hoy, no sabríamos reproducir esa sonrisa, ese gesto,
como si nos faltara el músculo correspondiente a la felicidad
o los argumentos para rebatir el error.


La mirada de los perros

Hoy es un día apagado, las cosas carecen de su brillo habitual,
reconozco entre las sombras las señales de la devastación
y me pregunto inútilmente sobre esta subterránea oscuridad.
Tendido a mis pies, un cuerpo ennegrecido espera,
una materia simple, organizada sin turbulencias,
dirigiéndome esa mirada que siempre tienen los perros en los ojos.


Almuerzo

Ahora los vemos correr con gracia, leves,
flotando en un mundo demasiado extenso todavía.
El viento de la historia aún los sobrevuela con indiferencia
y es probable que de este almuerzo no saquen mayores conclusiones
que revolviendo la tierra en busca de lombrices, babosas o insectos mitológicos.
Pero nosotros, en la sobremesa, mientras juntamos platos y botellas vacías,  
nos preguntamos qué quedará del día de hoy, qué se extinguirá para siempre.
Tal vez quede algo sin materia, vaciado de sustancia,
un punto de extrañeza sobre el que volverán y girarán sin sentido,
durante algún almuerzo de verano,
mientras sacuden los recuerdos de los manteles.


Tarde en el arroyo

El calor era rugoso en aquel momento sin extensión,
sólo el arroyo, el juncal y el agua deteniéndose.
Los mosquitos, los jejenes y las insoportables chicharras
resolviendo arbitrariamente el tono del verano.
Entonces por aburrimiento o desesperación
arrojábamos piedras a la orilla de enfrente,
a los peces y a los pájaros entre los juncos,
a las nubes que se movían y a las nubes quietas,
a la impaciencia y más alto y más fuerte,
para ver si alguna piedra rompía los vidrios del aire, del cielo
y se caía alguna cosa, algo, no sé, un porqué.


Absolución

Esta mañana, ha de ser como todas las mañanas en el mar,
niños corriendo en la arena, la respiración jadeante de las olas en la orilla,
el tiempo detenido bajo el sol.
No habrá sobresaltos, no habrá absurdos interrogantes por responder,
ningún esclarecimiento, nada que turbe el ocio o estremezca la conciencia,
sólo el tiempo detenido, calcinándose bajo el sol.
Pero en cierto modo, hay una irrefutable orfandad en este paisaje,
algo que me excede, una claridad que roza el perfil de la verdad,
como si ante la proximidad de un final que desconozco
todo en este instante me fuera perdonado.

Fuente: Ánima cruda, libro inédito. Gentileza de Horacio Castillo (h).

Horacio Castillo (h) nació en La Plata en 1968. Es psicoanalista egresado de la Universidad Nacional de La Plata. Tiene varios libros de poesía inéditos; entre ellos, Ánima cruda, al que pertenecen los poemas publicados en esta entrada.

Foto: Horacio Castillo (h). Fuente: Gentileza de Horacio Castillo (h).

1 comentario:

  1. Horacio deberìa publicarlos. Me gusta esa conciencia de la fugacidad, esa necesidad de ponerle palabras a las cosas antes de que el tiempo las devore...

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