Día para abolir la memoria
Qué
gozo el día sin dolor, el día
que se
desovilla manso y sin pena,
sin
recuerdo ni historia…
Todo lo
puede herir, todo lo puede
llenar
de oscuridad: como al enfermo
que
escucha en la mañana luminosa
la
cercanía del ruido metálico
del
tambor de curaciones. Donde abundó
la
peste del pecado nauseabunda
sobreabundó
prodigiosa la gracia. Es este
de esos
días en los que por decreto
tendrían
que irse de alta los tullidos;
día
para vaciar los calabozos
y
abolir la memoria.
Ainadamar
Hoy
brota del corazón el misterio
y la
yerba parásita: ambos surgen
como
del muro de una casa en ruinas.
Me ha
herido el agua, un olor, la palabra
“Ainadamar”.
El vendaje ocultó
esa
úlcera por años,
pero
sus contornos, bajo el apósito,
destilan
todavía ese veneno
que
hace turbia la sangre.
Hoy voy
llegando hasta Casa Bermeja
tras
haber bebido en una fuente de lágrimas:
desmenuzado
como el pan que desprecié,
como un
jirón de sábana
que un
mal viento desgarró del suburbio.
Del tamaño de un grano de mostaza
Dios ahora es apenas esta imagen
que en las noches estrujo hasta dormirme;
pero allá en el verano de mi vida,
en el tiempo inaugural de las cosas,
era Dios una mano que escribía
por mi mano, dedos que sostenían
la endeblez irremediable del mundo.
¿Cuándo
se hizo pequeño?
¿Por
qué siendo un árbol donde los pájaros
encontraban
albergue
se
volvió sin que yo lo percibiera
del
tamaño de un grano de mostaza?
¿Por
qué ahora es apenas esta bruma,
esta
niebla en la que canta un mendigo?
Patio de los naranjos
Otros
tiempos: estábamos sentados
como
leprosos contra un muro,
despiojándonos
al sol. Y marchaban
hacia
la nada nuestros días.
Un
compañero me enseñaba alegremente
a pelar
las naranjas. Parecían
todos
más sabios que yo, más ricos en vida.
—Pero
Dios ha elegido lo débil del mundo,
lo que
es despreciable, lo que no tiene precio—.
Así era
mi existencia en esa cárcel:
como la
piel de las naranjas que más tarde
habría
que recoger, igual que deshecho
de una
cosa que fue en otro momento
redonda
y luminosa.
Todos llevamos una grieta invisible
La
lluvia arranca este día las hojas
perennes,
aquellas que no debían,
al
menos en el año, perecer. También
hoy soy
la hoja que la lluvia ha arrancado,
uno más
de los que tienen su cuerpo
del
color de un niño ahogado en un charco.
Aquel
de quien la tormenta procede
es
aquel hacia el que voy arrastrado.
Y estoy
como la tinta desteñida,
que no
mancha ni impregna los cajones
con su
perfume a alcanfor. Qué fatiga
tenernos
que morir… Si yo hubiese sabido
que
todos llevamos oculta una fisura
de
nacimiento, cierta grieta invisible...
Todo con poco amor lo haría
Donde
creció como yedra el pecado
sobreabundó
prodigiosa la gracia.
Pero
¿qué puedo darte si ya me has quitado,
Señor,
lo que yo más quería? Miro
cómo se
descascaran las paredes
de Casa
Bermeja, cómo la yerbamala
quita
espacio a la buena. Yo quise agradarte
de
joven buscando santidad. Pero estaba
marcado
para mí otro destino: que todo
en
aquellos años con poco amor lo haría
y acaso
con soberbia. Te doy mi dolor
y el
odio que en momentos me provocas.
Que
suban ellos como incienso en tu presencia,
altas
mis manos como ofrenda de esta tarde.
Yo no supe encontrarte en lo pequeño
Ojalá
este vendaval barriera de mi alma
todas
las incertidumbres, todas las dudas,
y
limpiase mi historia de oprobio y pesar:
como
limpia el cielo de nubes, de humedad
la
atmósfera, y barre las hojas de los patios
de Casa
Bermeja… Porque no supe
encontrarte,
Señor, en lo pequeño,
en la
lepra o en el granito de mostaza,
por
buscarte en mi mentida pureza.
Dichoso
quien permaneció bajo la lluvia
cuando
todos buscaban madriguera.
Ojalá
el año aún fuese tierra santa,
de
zarzales ardientes, una tierra
que
nadie debe hollar, si no es descalzo…
No me dejaste exiliarme del mundo
Como un
necio no sabía escuchar
la
llamada de Dios para una vida
opaca y
de trabajo. No entendía
que
sólo son muy pocos los que Él deja
exiliarse
del mundo, buscar su calabozo,
un muro
fresco en donde emparedarse.
—A los
predestinados los llamaste
y
justificaste a los que fueron llamados—.
Yo
nunca comprendí en mi juventud
que no
estaba destinado al desierto
sino al
trajín de las ciudades populosas.
Que era
del lote humilde que se queda
—siempre
las manos ásperas—
cosechando
papiros en los ríos.
Rastreándote por perdidos senderos
De
nuevo oigo en mi corazón: “Buscad mi rostro”.
Pero tú
eres en verdad un Dios escondido:
tu
rostro perseguía y tú me lo ocultabas.
Así van
en la noche poetas y místicos
rastreándote
por perdidos senderos.
¿Estabas
en la vida miserable
del
cuartel? ¿En las gloriosas mañanas
de
Córdoba, en la Mezquita? ¿En la sombra
de un
confesionario? ¿En la podredumbre
de las
vendas y paños de un quirófano?
¿Quién
puede estar seguro de encontrarte?
Tú que
eres inmutable, ¿no podrías
dar tus
señas a los que vivimos sujetos
a la
endeblez del tiempo y de las horas?
Fue en Granada, por mayo
¿Te he
visto alguna vez? Fue en Granada, por mayo,
y yo
había descendido del Sacromonte
hasta
el mirador de San Nicolás.
En
medio de las sombras la Alhambra flotaba
como un
enorme buque iluminado,
airosa
y altanera. Sobre el techo
de una
casa baja dos jóvenes gitanos
charlaban
bebiendo sus cervezas, de espaldas
a esa
nave de roca. Y parecía
que el
tiempo no contaba para ellos,
ni el
mundo y su belleza. Entonces te sentí:
en la
calma del Albaicín a medianoche,
en mi
deseo de quedarme allí por siempre,
en los
muchachos y su hermosa indiferencia.
Fuente: Elegías de Casabermeja, libro inédito. Gentileza de Guillermo Pilía.
Guillermo Pilía nació en La Plata en 1958. Es egresado en
Letras de la Universidad Nacional de La Plata, entidad de la que fue profesor y
en la que hoy dirige la Cátedra Libre de Cultura Andaluza. Sus trabajos
literarios (poesía, narrativa y ensayo) le reportaron premios nacionales y
también en España, Francia, EE.UU. y Ecuador. “La poesía de Guillermo Pilía
–escribió Rafael Felipe Oteriño– nace para suturar una herida: la del paso del
tiempo. Pero, asimismo y por oposición a esto último, para celebrar una labor:
la escritura. Tiene, pues, dos fuentes: la mirada de quien ve pasar seres y
cosas, la propia vida junto a ellas, y cuyo dominio es de tono elegíaco, y el alborozo
por el descubrimiento de que esos seres y cosas, el caudal entero de la
memoria, pueden ser rescatados a través del canto”. Obra poética publicada: Arsénico (Nuevas Voces, Buenos Aires,
1979), Enésimo Triunfo (Extramuros,
San Fernando, 1980), Río Nuestro
(Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, 1988), Río Nuestro / Cazadores Nocturnos (Fundación Museos Argentinos, La
Plata, 1990), Huesos de la Memoria
(Círculo de Poesía, La Plata,1996), Viento
de lobos (Sudestada, La Plata, 2000), Visitación
a las islas (Sudestada, La Plata, 2000), Caballo de Guernica (Al Margen, La Plata, 2001), Ópera flamenca (Hespérides, La Plata,
2003) Herido por el agua
(Vinciguerra, Buenos Aires, 2005), La
pierna de Rimbaud (Cuadrícula, La Plata, 2011) y Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama (Casa de Papel, Buenos
Aires, 2011).
Foto: Guillermo Pilía. Fuente:
Gentileza de Guillermo Pilía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario