viernes, 1 de febrero de 2013

Luis Pazos



El guerrero

Sabe que muere
por un manojo de símbolos
y golpea las puertas del mundo
hasta quedar hecho un muñón.
Ya sin morada
deposita los pies en cualquier laberinto.
Un día entabla
su batalla definitiva

hacer de la propia vida
la única poesía válida.


El umbral

Cuando los dioses nacieron
decidió que debían morir.
Los dioses forjaron sus armas

mitos leyendas sueños misterios.
Los hombres las suyas

ideas conceptos teoría definiciones.
Los hombres triunfaron

la figura se impuso al caos
lo posible a lo imposible
lo común a lo excepcional
la inteligencia a la vida.
Pero tanto esfuerzo
fue apenas un ensayo.
Infinitamente más desnudos
que el primer hombre
recién comenzamos
el verdadero trabajo

vivir en un mundo
que carece de dioses.


El Mesías

Fue anunciado
por profetas pavorosos
y vestales delirantes.
En el corazón del desierto
ascetas con hogueras en los ojos
presagiaron su imperio milenario.

En el corazón de la jungla
un mono de dientes rechinantes
pronunció su nombre.
Llegó acompañado
por ejércitos
sin fin ni principio.
Su primer acto de poder
fue fijar el límite
de sus prisiones.
El horizonte fueron los barrotes.
Clausuró todo espejo de su imperio
y sembró una pesadilla en cada surco.

Tuvo dos hijos
uno varón hembra el otro.
La tierra el agua
el fuego y el aire
supieron sus nombres

Miedo y Desolación.

Una versión de la historia
dice que murió de indiferencia
como corresponde a un dios.

Otra
que murió de amor
como cualquiera de las criaturas
a las que sometió
con su implacable desamor.


La condición humana

Porque era un dios
entre los dioses
en su ilimitada arrogancia
asumió la condición humana.
Pero tan aterradora circunstancia
ni siquiera su divinidad
pudo soportarla.
Supo que toda libertad es ilusión
que la felicidad es pasajera
y que no hay remedio para la soledad.
Pronunció su última palabra divina
que fue a la vez la primera humana
y se echó a la vera de un camino
para morir como los hombres

de esperanza y desesperación.


El encuentro

Se buscó
en el desierto alucinante
y en la selva sonora.
En los mares sin orillas
y en los ríos
con forma de serpiente.
Se buscó en las cavernas sin fondo
y en las montañas
que sostienen el cielo.
Se encontró
inesperadamente
en un camino cualquiera.
Tuvo entonces
su primera y única certeza

el azar
es una de las formas
del destino.


El disfraz

Todo estaba perdido.
Lo supo
con la misma certeza
con que un día
presintió su nacimiento.
No era la muerte
era algo peor.
Algo tan intolerable
que tuvo miedo
de sí mismo.
Intentó huir 
de su propia sombra.
No pudo hacerlo.
Ninguna máscara
se adecuaba
a su rostro.


La materia de lo real

Todo a su alrededor
es límite.
Qué día o qué noche
en qué cuerpo sin forma
en qué lugar sin nombre
perdió el horizonte
ya no lo recuerda.
Tal vez nunca lo supo.

Sin poder elegir
tomó el único camino

hacia abajo.
En la caída
obtuvo el conocimiento
ilimitado.
La realidad y los sueños
están hechos de la misma materia

el vértigo.

Fuente: El cazador metafísico. Poesía reunida I, Libros de la talita dorada, La Plata, 2011.

Luis Pazos nació en La Plata el 5 de agosto de 1940.  Viajero incansable, reside actualmente en su ciudad natal, donde asegura que va a morir. Es poeta, artista plástico y periodista. Integró los grupos Diagonal Cero, Grupo de los 13 (CAYC) y Escombros, este último desde 1988.  En 1971, un jurado compuesto por Alberto Girri, Carlos Mastronardi y César Magrini le otorgó el premio del Fondo Nacional de las Artes por El cazador  metafísico, obra publicada al año siguiente por Editorial Noé. Escribió, entre 1971 y 2006, doce libros que son, según sus propias palabras, “producto de la desesperación”. Los cuatro primeros fueron dados a conocer en un solo volumen por Libros de la talita dorada en 2011, con el título El cazador metafísico. Poesía reunida I. En opinión de Néstor Mux, Pazos “parece dialogar sólo con su propia sombra”. Y agrega: “Para encarar ese diálogo (en el que le va la vida, como a todo creador de verdad) no busca atajo alguno. No se esconde bajo un techo de previsibilidad lírica. Tira la adjetivación al canasto de la ropa sucia. Deshecha todo refugio. Escapa, adrede, de la aprobación asegurada del lector condescendiente. Se presenta descarnado, desnudo, autónomo. Enhebra, en suma, una poética fundada a la intemperie”. Alguna vez, Pazos se definió como “un sobreviviente”, y eso es lo que cree ser hoy. Por lo demás, confiesa: “A pesar del precio que tuve que pagar por mis errores, no me arrepiento de nada... No voy a pedirle disculpas a Dios por mis caídas, que fueron tantas como granos de arena tiene el desierto. En la hora final, le diré, simplemente: Padre, recuerda que siempre fui tu hijo”.

Imagen: Ilustración de tapa de El cazador metafísico. Poesía reunida I, Libros de la talita dorada, La Plata, 2011. Fuente: C. C.

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