En una ciudad
En una ciudad
cosmopolita, obrera, prostibularia, como una lejana
y joven y
abigarrada Alejandría, nacía yo, un hijo auténtico de Berisso.
Ni griego, ni
italiano, ni español, ni armenio, ni hebreo.
Sino heterogéneo,
exuberante, de natural ensambladura. Universal.
Una casa
Entre el río y el
monte amasó la casa, en una extensión de lirios y sauces que
lloraban.
Vi la tarde
candente caer sobre el huerto, vi las cañas entrelazadas de hortalizas,
vi en la sombra de
la galería un recuerdo de familia, vi el reloj de mi padre con el
tiempo detenido.
Una casa es arena
en el alba, que se transforma por la tarde en vagos recuerdos.
Dos obras originales y tres serigrafías colgadas
en la pared de la casa vieja
Un paisaje marino
del puerto de Rotterdam, dibujo, hecho a lápiz, por un pintor
holandés.
Una isla verde y
tres líneas rojas en vuelo, que encarnan a Dios.
La serie erótica
de Picasso.
El escorzo de la
danza del carnaval, que Soldi imaginó para la cúpula del Teatro
Colón.
Un balde de zinc
sobre el suelo rojo de cerámica.
Completan el
ámbito privado de la casa: la humanidad del gato, el íntimo amor.
Las uvas del placer
Los dientes muerden
las uvas suavemente.
Suavemente los labios húmedos se cierran.
La vigorosa
lengua juega con la esfera púrpura dentro de la boca.
Los dientes
muerden con ímpetu la uva inerme.
La vuelven néctar
para la garganta, para todos los órganos del cuerpo.
Las uvas del
paraíso consienten el placer.
La serpiente mira, siembra la duda.
Una mañana de Atenas
Al término de las Guerras Médicas,
mientras las
ciudades duermen, Atenas sueña el Partenón.
No lo han
impedido el fuego ni el asedio de los bárbaros,
que oyen una
lengua extranjera y no pueden comprender.
Menos que una
mañana de Atenas duraron los ejércitos.
Una bailarina rusa
A Susy Shimko, en el mundo invisible
El ser que arde
mientras tu cuerpo huye,
se pierde o se
transforma.
El tiempo ha hecho su trabajo.
Pero esto que veo
no es real.
No es
completamente verdadero.
Hay algo que permanece
intacto: la respiración.
Esa sinfonía de
la existencia, ese ritmo.
Y el hermoso
ritmo de tu caminar, sin prisa, leve.
Como una bailarina rusa.
Solo
Una noche de
verano en la ciudad.
Puertas y
ventanas abiertas al frescor de la noche.
En el interior de
las viviendas y en las calles,
los jóvenes beben
y ríen; les brillan los ojos, los labios y los dientes.
Todo a estrenar.
La juventud
avanza de a cinco, de a nueve, de a once.
El amor, salvo
rarezas, avanza de a dos.
Se ama de dos en
dos, se odia de mil en mil.
El
autoconocimiento (no los años) concede el saber.
Entonces se
avanza solo.
A veces, no
siempre, se comparte el camino, un instante con otros.
Las danza sin nombre
La ciencia no
sabe de Dios.
Sin embargo,
Einstein se postró ante la luz del átomo.
Los ateos, y
algunos creyentes, no saben de Dios.
Aman, procrean,
construyen templos, se persignan.
Veneran la página
sagrada, pero no saben de Dios.
Saciados de sopa,
desechan el postre.
Debajo de la
nariz sucede otra realidad:
en silencio el aliento entra, bendice y se retira;
vuelve a entrar,
bendice y se retira;
vuelve a entrar,
bendice
y en silencio la
delicadeza se retira.
¿Qué nombre le damos a esta danza?
Las cosas que sabe un poeta
La persistente
gota de agua creó los grandes acantilados.
De igual modo se
construye un poema.
En el temblor del
corazón y en la grandilocuente sinfonía del cerebro.
En el encanto de
entretejer palabras y en las preguntas del escriba:
¿Dónde quedó el
tejido de Penélope? ¿Qué le dijeron las sirenas a Odiseo?
Oigo la
exhortación de los dioses:
Nadie está
privado de los tesoros humanos; saber lo que tienes hace la diferencia.
Sé que el ahora
es mi regalo, que escribir es la más bella soledad.
Que el vino y el
amor –una sola divinidad– son la más alta poesía.
¿Qué otras cosas
habría de saber?
El tambor cesará su ritmo
El tambor cesará
su ritmo; mi casa quedará vacía;
mi hogar, mi gato, mis libros, mis plantas, mis logros,
mis dichas y mis desdichas, mi vulnerable o vigoroso yo:
todo será
entregado.
Ese día aquello
que te aprisiona se romperá.
Sí. La prisión de
la noche.
Fuente: El tambor cesará su ritmo, Jorge Anagnostópulos,
Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2017.
Jorge Anagnostópulos nació en Berisso, Provincia de Buenos Aires, el
12 de abril de 1952. Reside en su ciudad natal. Es egresado del Liceo Víctor
Mercante y de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, ambas instituciones
pertenecientes a la Universidad Nacional de La Plata. Experimentó la vida
monacal en los Monasterios de Agion Oros (Monte Athos), Grecia, y el
autoconocimiento en el Centro del Conocimiento en India y Australia. En el
campo de las letras, comenzó publicando Cartas
griegas (narrativa, 2010), libro que lleva prólogo de Horacio Castillo y
fue declarado de interés municipal por la Secretaría de Gobierno de la Ciudad
de Berisso. Luego, dio a conocer El
viaje de los días (narrativa y poesía, 2012) y La moneda el Tiempo (poesía, 2014). Los tres títulos mencionados
obtuvieron la Faja de Honor de la SEP (Sociedad de Escritores de la Provincia
de Buenos Aires). A ellos debe sumárseles El
tambor cesará su ritmo (poesía, 2017). Su obra poética publicada se
completa con la plaqueta Berisso, la
Venecia del Sur (2015). Participó,
asimismo, en el Congreso Internacional de Cultura Helénica (2012), auspiciado
por la Embajada de Grecia, la Asociación Nostos de Cultura Helénica y la
Universidad de Belgrano. En 2014, la Dirección de Cultura de la Municipalidad
de Berisso le otorgó el premio “Daniel Román” por su aporte a las letras
berissenses. Acerca de El tambor cesará
su ritmo, expresa Patricia Coto:
Lo primero que
me impresionó es la valoración dada a la palabra y a la actividad del poeta.
(...)
Jorge le habla
a la palabra, a la perduración a través de un lenguaje que, bajo su aparente
claridad, tiene la suficiente fuerza para construir el mundo interior y
exterior. Un lenguaje perdurable sobre el tiempo y el espacio. Esta inquietud
por la palabra, esta sensación de que la palabra existe como logro de un
proceso de autoconocimiento, le permite al poeta interrogarse sobre el valor de
la actividad poética.
No es
preguntarse la finalidad de la escritura; es una pregunta que se encuentra un
poco más atrás, en el proceso de la creación, en la complejidad de un esfuerzo
donde se conjugan sentimientos, vivencias, circunstancias de vida, fragmentos
de la realidad y de lo que se encuentra por debajo de la realidad
(...)
El otro mérito
de este libro es el crecimiento en la capacidad descriptiva. Como es lógico no
se describe lo que se ve, se describe lo
que siente al percibir algunos aspectos de la realidad y esta complejidad de la
descripción, donde se unen opuestos, se vuelcan estados exteriores e interiores,
genera también una mayor complejidad de los textos, ya sea para escribir en
verso o en prosa.
(...)
Creo que
podemos concluir estas mínimas reflexiones con las palabras con las que Jorge
termina su biografía: “El rasgo que mejor lo define es la soledad. Considera
que a través del silencio y el reencuentro consigo mismo es posible escribir
algo medianamente sobrio”. Este libro no es medianamente sobrio, es
auténticamente sobrio, con la sobriedad que emana de la experiencia revivida y
de la palabra perdurable.
Foto: Jorge Anagnostópulos (by Ana Kitrilakis).
Fuente: Gentileza de Jorge Anagnostópulos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario