martes, 2 de diciembre de 2014

Diego Roel


El pozo

Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará; 
porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran
tempestad sobre vosotros.                             
                                              Libro de Jonás, 1: 12-13

Yo, Jonás, hijo de Amitai, pasé tres días y tres noches
en el vientre del gran Pez.
Y vi lo que nadie nombra, lo que nadie quiere ver:
la sangre oscura de la bestia, el líquido amniótico del sueño,
espejos que se duplican y reflejan la permanente fuga de las cosas.
                                                                                            
Yo, Jonás, hijo de Amitai, descendí hasta lo profundo de la tierra,              
me arrodillé en el útero del mundo,
vi lo que nadie quiere ver.




Permanezco lejos del ruido de los hombres.

Acá abajo, en el fondo del pozo,
ya no soy hombre ni mujer.

No tengo patria ni lugar de descanso.

Oscilo entre un abismo y otro abismo.




Que me tragó un monstruo con cabeza de dragón.
Eso dijeron los que conocen mi historia.
Los que juegan con palabras, los hacedores del engaño.

Eso dijeron.

Pero yo no recuerdo nada.
Sólo veo delante de mí una avenida interminable,
las luces lejanas de una fiesta,
el lento simulacro del planeta.




Cuando llegué al estómago del Pez
vi grandes bosques y montañas,
vi lo que nace debajo del suelo,
lo que late y pugna por salir, lo que respira.

Vi pájaros en pleno vuelo, animales sin cuerpo.

Cuando llegué al estómago del Pez
olvidé mi nombre y el nombre de mis padres.




Me crecieron alas, garras
y una larga cola.

Se multiplicaron mis ojos.

En mis manos apareció
la eterna cifra del Exilio.




Entonces clamé al Cielo:

Padre, Madre, corazón de la Tierra:
no te olvides de los que tienen hambre y sed,
de los perseguidos, de los que no pueden
levantar del suelo su osamenta,
de todos los que tiemblan debajo de tu cuerpo.

No te olvides de los que tiemblan debajo de tu cuerpo.




El animal me escupió sobre la orilla del planeta.

Me levanté y lavé mis ojos con vinagre.
Junté mis miembros esparcidos en la costa
y caminé lentamente hacia la luz.

Recordé mi nombre y el nombre de mis padres.




Dice Jonás:

Que los pájaros del cielo devoren mi cuerpo.
Que los párpados del día se cierren sobre mí.

Ojalá yaciera yo en el vientre de mi madre.




Pero, ¿era un río o era un mar donde caí?
¿Volvía mi cuerpo del desierto?
¿Huía yo de la Voz de mis ancestros?
¿Iba hacia Nínive a anunciar la destrucción?

¿Fue antes de que naciera el Niño?
¿O fue en el siglo de las máquinas,
en el tiempo de la Bomba y de los ángeles acéfalos?

El destino es un color que se deslíe.




Esa mañana embarqué en Jope,
en una nave fenicia.

Sobre la Colina del Manantial
el sol resplandecía.

Antes de partir alguien me habló de los cedros del Líbano,
de los barcos de Tarsis que atraviesan como una flecha el horizonte
y se pierden del otro lado del mundo.

Al atardecer, mirando las últimas luces de la costa,
tomé la piedra dorada de mi tribu
y grabé sobre mi pecho mi nombre y el nombre de mis padres.                                                            
                                                                                     



El cielo es un sudario que se despliega y cae.

Pero, ¿acaso yo soy Pedro, el pescador?
¿Soy el que vino de Lida y resucitó a Tabita?
¿Soy el que duerme en la casa de Simón, el curtidor?

Abro los ojos y veo bestias y reptiles,
animales del aire, toda clase de cuadrúpedos.

Una voz repite en mi cabeza:
mata y come, mata y come.




Me preguntaron mi nombre,
me preguntaron mi oficio y mi lugar de nacimiento.

Les respondí: “Yo soy Jonás, hijo de Amitai.
Tírenme al mar y el mar se aquietará.
Arrójenme a la boca del abismo”.

Ellos dijeron: “Jonás, hijo de Amitai,
que la tierra eche sus cerrojos sobre ti,
que el alga se enrede en tu cabeza”.

Entonces la corriente me envolvió
y todas las olas pasaron sobre mí.
Vi lo que nadie quiere ver:
ciudades tragadas por el fuego,
engullidas por el soplo de las bombas,
arrasadas por el recio viento que viene del oeste.

Yo vi lo que nadie quiere ver.

Fuente: Dice Jonás, libro inédito. Gentileza de Diego Roel.

Diego Roel nació en Temperley, Provincia de Buenos Aires, en 1980. Vive actualmente en La Plata. Tiene cinco libros de poesía publicados: Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación (Libros de Tierra Firme, 2004), Diario del insomnio (Libros de Tierra Firme, 2005), Cuaderno del desierto (Libros de Tierra Firme, 2007), Las variaciones del mundo (Ediciones El Mono Armado, 2010) y Los Jardines del Aire (Ediciones El Mono Armado, 2012). En 2013, Padre Tótem / Oscuros umbrales de revelación y Diario del insomnio fueron reeditados por Ediciones El Mono Armado y detodoslosmares, respectivamente, y, este año, la última editorial mencionada acaba de reeditar Las variaciones del mundo. Para Rafael Felipe Oteriño, Roel es “Un buscador de certezas cuyo afán es indagar lo que está más allá de la conciencia, cuyos límites están dados por el lenguaje de la poesía, y cuya energía está puesta en tocar ‘ese lugar inocente’ en pos del cual escribe, vive y sueña”. “El pozo”, publicado en esta página, es la primera parte del libro Dice Jonás, actualmente en imprenta, en el que la búsqueda de una verdad espiritual absoluta se aleja decididamente de la filosofía para entrar de lleno en el misticismo.

Foto: Diego Roel. Fuente: www.editorialdetodoslosmares.com

1 comentario:

  1. Estimados, les dejo el link de mi blog donde estoy subiendo textos y poesía de mi autoria, gracias y saludos. www.fragmentario.blogspot.es
    David Gonzalez- Viedma- Patagonia Argentina.

    ResponderEliminar