Albergue
Fui al cementerio,
trotando.
Desde la reja del
curioso
albergue, la oscuridad
dejo ver
un juego de luces, un
ritmo
sugestivo, figuras
erizadas.
Salí disparado, claro,
pero
retomé el paso
deportivo
cuando entendí que se
trataba
de una movida
electrónica.
Tal vez el festejo de
fin de curso
de un seminario
de antropología
forense.
Esquela
a Silvia
Montenegro
El problema era el
miedo
al tráfico de órganos.
Por eso no hablé
más de cinco minutos
con la primera
en Mar del Plata.
Ni con la segunda, en
Morón.
Tampoco con las
siguientes,
casi siempre en La
Feliz.
Cuando se presentaba
la oportunidad
no podía dejar de
pensar
en la opción del
vaciamiento.
Despertar en un
descampado
con una sutura muy
desprolija
y morada. Despertar en
ese descampado
con una esquela en la
panza
sujetada con cinta
para gasa
que diga: ¿qué esperás? andá
al hospital más cercano, me gustaste,
no hagas movimientos bruscos.
Gómez y la poesía
a Horacio
Fiebelkorn
El señor Gómez
frecuenta el buffet
de la Cámara
Argentina.
Tiene lancha,
caña de pescar.
Contactos.
Conoce los pasillos
del Ministerio
como su palma.
Se hizo de abajo.
Ama a su país.
Usa reloj grande.
Nació tullido
y fue amado
por las mujeres
de los otros
y admirado
por los hombres
de esas mujeres
y de sus hermanas.
Legó una tesina.
Conoce la palabra
hinduismo.
Cultura general tiene.
Eso sí, no lee poesía.
Por principios.
Lo cual no importa
para nada
porque no es el caso.
Perdón, ojeó poemas
de René Karl Whilhelm
Johann Josef Maria Rilke
que le regalara
el Señor Ministro
a instancias
de su bella esposa,
que en paz descanse.
Doctos
a Eduardo
Rezzano
Olemos como ratas.
Somos doctos también
como ratas:
distinguimos lo fétido
de lo no fétido.
Anclados en los
sentimientos
más toscos, declaramos
la paz mundial como
ratas.
Hay quienes ven
en el avance de la
Descomposición
el triunfo de la
industria
de la heladera.
Por lo demás, los
poemas
son mejores o peores.
Cinta
Me da la espalda
un poeta al que le
asoma
una incipiente joroba.
Una especie de muñón.
Sustancia comprimida
a punto de estallar
y empapar el
escenario.
El hecho de que este
poeta
sea muy comedido
abona la hipótesis:
de un momento a otro
soltará lo Guardado.
Dos puntos, caos.
Cuando agudizo la mirada
como Saint-Exupéry,
noto que no se trata
de una malformación
sino de una piedra
cuidadosamente
sujetada
con cinta
empaquetadora.
A fin de cuentas
todo poeta tiene
derecho a cargar
su piedra preciosa
como le plazca.
Niño
El cíclope está a mi
lado.
El poema está a mi
lado.
El niño está a mi
lado.
El renacuajo está a mi
lado.
El grano de arena está
a mi lado.
El viento está a mi
lado, por
lo que el grano de
arena
vuela hacia el ojo de
la bestia
que tropieza con el
poema
y aplasta al niño,
mientras suelto al
renacuajo
en una palangana con
agua estancada
para ponerlo a salvo.
Wislawa Szymborska
No era un zorro
lo que aplastaste en
la ruta.
O al modo de Wislawa:
era un no zorro.
Insisto, podrás
dormir,
al menos en unos días;
de máxima, era un no
ser vivo.
De hecho, tenía algo
de plástico.
Con forma de ser vivo
y de no ser vivo, es
cierto.
Pongamos que lo que
aplastaste
era un plástico de
carne
con forma de no
plástico.
No soy rebuscado,
querida,
y sé que el asunto te
pone mal.
¿Pero tendrías la
amabilidad
de frenar y sacarme
de abajo del no auto?
Tropos
No tolero los poemas
plagados
de metonimias,
hipérboles,
oxímoron u oximorones
u oxímoros,
condensaciones,
metáforas,
desplazamientos,
epítetos
sinécdoques,
paradojas, personificaciones
y todos esos tropos.
Menos aún, el poema
que los menciona
como una suerte
de patética
justificación.
Pero me gusta la
poesía.
Fuente: Antón Pávlovich, Andrés Szychowski, Pixel
Editora, La Plata, 2018.
Andrés Szychowski nació en La Plata en 1976. Es poeta y
Licenciado en Psicología. Ejerce la investigación y la docencia en la
Universidad Nacional de La Plata. Publicó cuatro libros de poesía: 17 discos de música africana (La
Terminal Gráfica, 2009), La redundancia
(La Terminal Gráfica, 2011), Poezja
(Zindo & Gafuri, 2015) y Antón
Pávlovich (Pixel Editora, 2018). Fue incluido, además, en la antología de
jóvenes poetas argentinos Si Hamlet duda
le daremos muerte (De la talita dorada, colección Los detectives salvajes,
2010). Con referencia a Antón Pávlovich,
apunta Gustavo Caso Rosendi en la contratapa del libro:
Mientras escribo lo que usted lee en este preciso instante, algo
molesto comienza a sobrevolar entre mi cabeza y la lámpara. Levanto la vista:
es un insecto raro, como salido de un pensamiento. Quizá sea el espíritu de
Antón Pávlovich, o de Platón, o de Szychowski.
El autor nos dice: “Es posible pensar que nunca/ se
estuvo en la tierra,/ que la tierra sea un reflejo/ en la caverna, que la
caverna/ ocupe el lugar de una idea/ y que ésta sea un frasco de cal (…)”.
Estos poemas son justamente eso: cavernas con sus
respectivas representaciones, que sólo tienen salida hacia otra caverna. Y a
otra, y a otra; y así, infinitamente. Un lenguaje que surge de la necesidad de
liberarse de su exoesqueleto ontológico; que intenta expresar el instante de la
muda y la forma del vacío que se va dejando atrás.
Mientras, el bicho sigue zumbando –sospecho que en algún
momento va a picarme–. Agarro el libro como a una paleta de ping-pong. Calculo,
y le asesto un certero passing shot.
Y pensar que algunos dicen que la poesía no sirve para
nada...
Foto: Andrés Szychowski (by Dieguillo Fotografió).
Fuente: Antón Pávlovich, Andrés Szychowski, Pixel Editora, La Plata, 2018.
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