jueves, 15 de noviembre de 2018

Horacio Preler


Símbolos

Un extranjero recorre las calles
de una ciudad desconocida.
El misterio se encierra
en los extraños laberintos.
Los hombres pasan unos junto a otros,
sólo los viejos conocidos se saludan
con las ceremonias de costumbre.
Nos entendemos pobremente,
apenas delineamos los contornos del gesto
articulando símbolos heroicos
para superar el desamparo.

Fuente: Lo abstracto y lo concreto, Horacio Preler, Ediciones Dead Weight, Buenos Aires, 1973.


Mediocridad

La natural mediocridad a todos nos concierne,
nos acompaña en las extrañas actitudes
con que desarrollamos una idea.
Es el atuendo insospechado del concepto,
la libertad del incipiente ser
que elude su propio fundamento.
Es más aún,
la posibilidad de morir sin estridencias.

Fuente: Lo abstracto y lo concreto, Horacio Preler, Ediciones Dead Weight, Buenos Aires, 1973.


La muerte de un poeta

Un poeta muere como cualquier hombre.
Se desploma de pronto
o padece una larga enfermedad.
Abandona entonces a sus hijos,
sus afectos y sus pequeños lujos:
su infancia,
la carta de un amigo
y algunos libros que lo encallecieron.
Además,
los poemas que nadie escribirá por él.

Fuente: La razón migratoria, Horacio Preler, Editorial Cuarto Poder, 1977.


El señor Gianni

Todas las tardes junta las hojas
que el viento ha volteado
y las mete en un hoyo.
Enciende una fogata y espera.
Después riega las plantas,
va de aquí para allá
atento a cada extraño brote,
cuidando que todo crezca en orden,
que nada perturbe su labor,
como un dios que no ha perdido la esperanza.

Fuente: La razón migratoria, Horacio Preler, Editorial Cuarto Poder, 1977.


Casa vacía

Alguien alguna vez hará el inventario de las cosas,
levantará papeles, abrirá los cajones de un escritorio
antiguo, revisará bibliotecas, estanterías,
muebles, aparatos usados, buscando explicación
a tanta fantasía.
Nada perdurará para dar testimonio.
Uno se lleva todo. Sus historias,
la clave de sus miedos, la lóbrega codicia,
la indiferencia, el odio,
los almanaques viejos.
Entonces encontrarán escobas en todos los rincones,
trapos de piso, humedad,
los restos de comida que han quedado en el plato.

Fuente: Lo real, nuestra casa, Horacio Preler, edición del autor, 1991.


Los sueños

Los sueños son los animales de la noche.
No hay forma de apaciguar su hambre.
A veces crecen con la nostalgia
y se oye la voz de la conciencia
descendiendo lentamente por la oscuridad
de la carne.

Fuente: Cinco poetas capitales, Ana Emilia Lahitte, Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1996.


El edificio de la duda

Levantamos el edificio de la duda
con los cimientos de la infancia.
El viejo teorema de la palabra
equilibra el péndulo de la locura
y fija el fin de la mentira.
Las antiguas paredes son asediadas
por los constructores del futuro.
Una sencilla máquina quiere descifrar
el enigma de la cruz
y la eterna condición humana.
Cuando el viento de la razón lo azote,
el edificio resistirá.

Fuente: Cinco poetas capitales, Ana Emilia Lahitte, Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1996.


Las llaves

La tarde resta a la vida
semanas de silencios.
La niebla confunde al viajero
en la vía muerta de una ciudad cercada.
Es poco para un desconocido que ve la aurora
desde la morada del llanto.
Las preguntas apuran al desprevenido,
casi sin equipaje,
casi al borde de la muerte,
empeñado en abrir puertas
y buscar las llaves sin retorno
de la sabiduría absoluta,
llaves que el viajero había perdido,
sin saberlo,
en el momento de partir.

Fuente: Zona de entendimiento, Horacio Preler, Ediciones del Copista, 1999.


Rostros

Su madre suele repetir palabras incoherentes
y se confunde con los nombres y los días.
Los años vividos están clavados en sus manos
de gruesas nervaduras,
en sus pequeños huesos
que avanzan despiadados
y amenazan quedarse con su cuerpo.
Su alma se sostiene
apenas apoyada en un hilo de luz.

Cuando regresa a su casa, recorre su soledad,
enciende una pequeña lámpara
y envuelve en una vieja tela todos los recuerdos.
El tiempo dibuja patios antiguos,
calles arboladas,
paredes descoloridas,
disfraces que aprendió a querer,
rostros que abandonaron el rencor,
rostros de la primavera,
y el sol, que no cesaba de brillar.

Fuente: Zona de entendimiento, Horacio Preler, Ediciones del Copista, 1999.


Zona de entendimiento

A veces pensamos que la soledad
es una cosa que podemos manejar
como si fuera una materia inerte.
Vemos la claridad desde la ventana
mientras la brisa mueve las cortinas.
El perro duerme debajo de la silla
y las horas pasan
como un ciego tanteando las baldosas.
En la mesa se amontonan libros y papeles.
Entonces nos acomodamos en un rincón
y buscamos imágenes de un paisaje ignorado.
Todo el silencio regresa de la calle
y se sitúa en la casa.
Nada se mueve, nadie habla.
La tarde es un atajo,
una zona de entendimiento
que nos mira desde la eternidad.

Fuente: Zona de entendimiento, Horacio Preler, Ediciones del Copista, 1999.


Intrusión

Una palabra desconocida andaba por la casa.
Poseía un poder absoluto sobre las cosas:
podía romper espejos
y destruir la ventana opaca de la materia.
Hablaba de piedras de percepción
y discurría hasta el amanecer
en una lengua primitiva.
Descubrió paisajes delineados en la oscuridad
y tomó apuntes de una realidad innecesaria.
Finalmente encontró
el principio elemental de lo desconocido,
aquello que escapaba al límite de la razón.

Fuente: Silencio de Hierba, Horacio Preler, Ediciones del Copista, Córdoba, 2001.


Soledad

El invierno llega
para instalarse en la mueca de los días.
La impaciencia del olvido
se arrastra por la memoria
y el corazón de un viejo, herido de muerte,
golpea a las puertas de las casas vacías.
Un escarabajo destruye
el regocijo del amanecer
y las raíces de los árboles
sienten el dolor del parque abandonado.
Las baldosas sueltas de la calle
miden el paso de los que se detuvieron sin llamar.
El frío nos cala hasta los huesos,
entonces, la soledad se dispersa en el viento
como el celo de una mariposa.

Fuente: La vida se interroga, Horacio Preler, Ediciones Al Margen, La Plata, 2012.

Horacio Preler nació en La Plata el 21 de septiembre de 1929 y falleció en la misma ciudad el 6 de agosto de 2015. Fue abogado y poeta. Publicó los siguientes libros de poesía: Institución de la tristeza (1966), Lo abstracto y lo concreto (1973), La Razón migratoria (1977), El ojo y la piedra (1981), Lo real, nuestra casa (1991), Oscura memoria (1992), Zona de entendimiento (1999), Silencio de hierba (2001), Casa vacía (2003), Aquello que uno ama (2006), La vida se interroga (2012) y Pájaros oscuros (2013). Poemas suyos fueron incluidos en diversas antologías poéticas y publicados en numerosos medios gráficos y electrónicos, como así también traducidos al portugués y al italiano. Obtuvo, entre otras distinciones, la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1981), el Premio Consagración de la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires (1996) y el Premio de Poesía (trienio 2001/2003) de la Academia Argentina de Letras por Silencio de hierba. Según un comentario publicado en el diario Los Andes de Mendoza el 22 de noviembre de 1981, la poesía de Preler expresa “una verdad que surge del enfrentamiento de la conciencia lúcida del autor con su mundo circundante. Si nada tiene que ver esta poesía con  la orientada por las pautas del realismo histórico y, mucho menos, con lo que ha dado en denominarse ‘poesía social’, es evidente que asume la gran circunstancia de espacio y tiempo en que le ha tocado vivir al poeta.  Su voz denuncia, de modo tácito, la sombría desolación, la indigencia y la pesadumbre que vive el hombre de este ‘aquí y ahora’, proyectando sus amargas reflexiones hacia un orbe metafísico”.

Foto: Horacio Preler. Fuente: C. C.