martes, 20 de septiembre de 2022

Horacio Preler

Árboles quebrados

La tormenta cae siempre sobre los árboles quebrados.
Junto al fuego contemplamos las ramas caídas
que modifican el sentido del viento.
Las nubes, cerradas al triunfo y a la derrota,
son pobres como nuestros sueños,
no entienden el contenido de la angustia,
no saben que las pequeñas lágrimas
han madurado con los años.
En el corazón acosado por la nostalgia
las palabras tienen secretos que sólo ellas conocen.
 
 
Desconsuelo
 
El ojo de la desdicha es la madera oculta de la lluvia
donde nacen flores de infinita tristeza.
El exilio de las horas
transforma en alegría su íntimo dolor
como el perfume de la expiación.
Una llave misteriosa abre la conciencia de los árboles
y encuentra la habitación del desconsuelo.
Es todo lo que había.
Hemos amado la verdad y nos ha hecho daño.
 
 
El huerto
 
¿Hacia dónde conduce el huerto
que hemos heredado?
Estaba allí desde hacía tiempo.
Caminamos entre los surcos
sin conocer lo que crecía,
sin entender la hoja y el tallo
ni la pequeña hierba que se arrastraba temerosa.
Un día el sol asomó de pronto
y todo el huerto recibió una nueva claridad.
 
 
Lágrimas
 
Podíamos contar historias,
inventar episodios o urdir tramas valiosas,
podíamos analizar el lenguaje
o elaborar esquemas
sobre el ritmo interior de las palabras,
podíamos destruir el asombro
o la fantasía que viene de la nada,
pero no pudimos comprender el origen de las lágrimas
que se derraman en la noche.
 
 
Paraíso
 
En la soledad tenemos nuestro templo.
Allí interpretábamos la noche sin medida
mientras las nubes viajaban hacia la oscuridad,
lacerando la tierra,
arrastrando las congojas que los días no pudieron borrar.
El agua del paraíso dormía
con siniestros mensajes de la vida,
negra, cruel, solitaria,
como el látigo de la memoria.
 
Fuente: Cuadros de una exposición, libro inédito. Gentileza de Horacio Usatorre y Feli Bellocq.

Horacio Preler nació en La Plata el 21 de septiembre de 1929 y falleció en la misma ciudad el 6 de agosto de 2015. Fue abogado y poeta. Publicó los siguientes libros de poesía: Institución de la tristeza (1966), Lo abstracto y lo concreto (1973), La Razón migratoria (1977), El ojo y la piedra (1981), Lo real, nuestra casa (1991), Oscura memoria (1992), Zona de entendimiento (1999), Silencio de hierba (2001), Casa vacía (2003), Aquello que uno ama (2006), La vida se interroga (2012) y Pájaros oscuros (2013). Poemas suyos fueron incluidos en diversas antologías poéticas y publicados en numerosos medios gráficos y electrónicos, como así también traducidos al portugués y al italiano. Obtuvo, entre otras distinciones, la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1981), el Premio Consagración de la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires (1996) y el Premio de Poesía (trienio 2001/2003) de la Academia Argentina de Letras por Silencio de hierba. Según un comentario publicado en el diario Los Andes de Mendoza el 22 de noviembre de 1981, la poesía de Preler expresa “una verdad que surge del enfrentamiento de la conciencia lúcida del autor con su mundo circundante. Si nada tiene que ver esta poesía con  la orientada por las pautas del realismo histórico y, mucho menos, con lo que ha dado en denominarse ‘poesía social’, es evidente que asume la gran circunstancia de espacio y tiempo en que le ha tocado vivir al poeta. Su voz denuncia, de modo tácito, la sombría desolación, la indigencia y la pesadumbre que vive el hombre de este ‘aquí y ahora’, proyectando sus amargas reflexiones hacia un orbe metafísico”. Los poemas transcriptos en esta página pertenecen a Cuadros de una exposición, libro inédito que el autor tenía previsto dar a conocer poco antes de su fallecimiento y que, próximamente, verá la luz de la mano de Proyecto Hybris Ediciones. Agradezco a sus hijos por permitirme publicarlos y, de manera especial, a Horacio Usatorre y Feli Bellocq –hijo mayor y nieta, respectivamente– por el material original que pusieron a mi disposición.

Foto: Horacio Preler. Gentileza de Horacio Usatorre.


lunes, 11 de julio de 2022

Leandro López

Kurt Cobain, el hombre que tomó el desvío
 
I
 
El 20 de febrero de 1967 nació, en Aberdeen, Washington, Kurt Cobain. Ese día una llaga se encendió en la boca del infinito; el mar abierto cantó su despojo de musgo en remolinos.
Ignoro si su destino ya estaba grabado en su primer llanto. Ignoro la primera imagen que sus ojos claros rescataron de esta vorágine sin retorno. Ignoro si un hálito azul rozó su piel virgen. Tal vez su madre, entre sonrisas selladas, lágrimas y caricias, acunó en sus brazos su inevitable orfandad. Quizá su padre, con orgullo de arrecifes, ensayó frente a él un gesto lento de mimo inexperto.
El 20 de febrero de 1967 corrió por las calles de Aberdeen un viento mareado que desorientó las débiles luces del invierno. Una pareja de amantes se hizo raíz y tronco. Los bares, nunca postrados, juraron eternidad en el choque de vasos llenos. La canción por siempre fugitiva insinuó en el puente su hora intacta.
Tal vez solo los subsuelos adivinaron la presencia de su futuro mártir. Quizá una baldosa resquebrajada ofició de bautismo. Quizá un charco impasible fue demasiado naufragio para su propio vaho.
20 de febrero de 1967. Ese día la ausencia supo de su hondura, masticó una dignidad nueva, tempestad arrebolada. Había nacido Kurt Cobain.
 
 
XIV
 
El escenario está dominado por una luz mortecina que traspasa y ausenta. Música como un delirio de jaurías. Ojos rojos nacidos de precipicios con uñas de nácar. Bocas que liberan langostas ígneas. Cuerpos como signos de exclamación –trance de rieles y maleza, islas semihundidas en la cabellera de una mujer sin nombre, eco deshilachado y feroz como soles grises del alba.
¡A cantar, a aullar la travesía mugrienta y el destino partido! ¡A espesar el aire y a desatar la intemperie como moscas ebrias! ¡A crear con la destrucción como ley, a escarbar en las cicatrices! ¡A tajear la luna, a vomitar abismos como tendones!
Kurt Cobain se arroja del escenario al público, que lo recibe con los brazos en alto –lenguaje de agonía y erupción, rompiente de sueños coagulados, contraposición de nubes y estacas. Kurt Cobain, remoto, se pierde en un trance bastardo.
 
 
XVII
 
Sumérgete, sumérgete, sumérgete en mí.
Necesidad humana de comprensión. Rezo pagano que se incrusta en las horas-pleamar. Cuerda sobre un abismo que une el fuego con el fuego.
Necesidad humana de ser habitado. Como un mausoleo y sus velas extenuadas, como una isla atravesada por la flecha del salvajismo y del abandono, como una gruta profunda que oculta la identidad dionisíaca del océano.
Necesidad humana de exhibir las ostras y el barro, el cristal y la bruma, lo exacto y la deriva.
Necesidades nunca satisfechas. Piedra donde despunta un alba dubitativa. Agua que chorrea y se pierde en un mareo de cuervos. Cielo que decanta en un espejismo de sí mismo.
Sumérgete, sumérgete, sumérgete en mí.
 
 
XXVII
 
Alta soledad de las mañanas taciturnas –voces como piras que desconocen todo margen, mirada imposible de gato castrado, piel en estremecimiento de espuma contra las rocas de la negación.
¿Qué pasos en qué campo virgen? ¿Qué ámbar de qué árbol sometido? ¿Qué ancho delirio como una sed de brazos y desprendimiento?
Alta soledad de las tardes abandonadas –luz que se contrae en las redes del abismo, luz estacionada en el nunca de las promesas, luz que aísla hacia franjas de ceniza en las que tiembla la certeza de lo no-cierto.
¿Desde qué melancolía encender un rumbo? ¿Qué religión ofrendar a las ojeras del vacío? ¿Cómo romper la costra del desasosiego?
Alta soledad de las noches hipnóticas –símbolos inconexos esparcidos en la conciencia desgajada: una botella a los pies de un altar, el torso sucio de la luna, el lenguaje torpe de lo inadvertido, una esquina verde tenue donde se rinden los axiomas de la carne.
En lo profundo, lo ignoto, hambriento, cópula y gleba.
 
 
XXVIII
 
El 4 de marzo de 1994, en Roma, Kurt Cobain sufrió una sobredosis, a raíz de la ingesta de hipnóticos y champaña.
Oye la muerte, los pasos firmes de la muerte. Sobre las calles de tu ser, sobre las viñas de tu ser, sobre la arena leve de tu ser. Oye la muerte, la vagabunda.
Oye la muerte, la voz perenne de la muerte. En la hierba desordenada de tu ser, en la fuente de mármol de tu ser, en las nubes en reposo de tu ser. Oye la muerte, la transparente.
Oye la muerte, el roce profundo de la muerte. Donde confluyen las cascadas de tu ser, donde abrevan las lentas bestias de tu ser, donde vacila el dios amputado de tu ser. Oye la muerte, la furtiva.
Oye la muerte, el desgarro infinito de la muerte. Cuando arden los pájaros cautivos de tu ser, cuando se desbordan las partituras como encías sangrantes de tu ser, cuando se escalonan hacia el magno espacio los precipicios de tu ser. Oye la muerte, la desequilibrada.
Y sin embargo regresar, como de un bautismo pagano, entre los muros descascarados de la confusión. Regresar para decir o para ocultar. Altísimo privilegio de los incoherentes, de los que adivinan en el agua constelaciones de larvas, de los que intuyen en los astros la transgresión de toda herencia.
 
 
XXXIV
 
Quedan las canciones de mandíbulas apretadas, de paradojas irresolutas que lastiman la esencia de lo permanente. Desgarro que se bebe del azul pálido de las horas. Libertad de cicatrices. Fuga a los escalones eternos de la apatía. Valles hacia lo hondo.
Quedan las canciones de sexo abierto, de apetitos inéditos que rivalizan con dioses pardos. Éxtasis que hace de la fiebre una bandera desflecada por el primer suspiro del alba. Perturbación de islas como piras en la conciencia, de cielos arcaicos profanados por lo inmediato, de ritos dispersos alrededor de una medalla de niebla.
Quedan las canciones de pasos erráticos, de versos que hablan cuando lo dicho se quiebra. Lengua ávida por explorar el aire y el polvo. Cede lo intraducible en una multiplicación de enjambres contra un eco lábil, la lógica nauseabunda en un mareo de delfines, el despojo del chacal nutrido por la carroña del crepúsculo.
Quedan las canciones como astas en el páramo, como planetas revueltos en el alcohol del infinito, como ruinas erguidas de un esfuerzo paria, como intermitencias rojas entre el follaje de piedra.
Quedan las canciones. Simplemente, totalmente, las canciones. Trozos de pan, denso vino. Para hoy.
 
Fuente: Kurt Cobain, el hombre que tomó el desvío, Leandro López, Proyecto Hybris Ediciones, La Plata, 2022.
 
Leandro López nació en La Plata en 1978. Es Profesor de Lengua y Literatura y corrector literario (posee la Diplomatura Internacional para Correctores de Textos). Como integrante del taller de Ana Emilia Lahitte, dio a conocer algunos de sus poemas en Hojas de Sudestada Nº 288 (2000). Actualmente, su obra poética publicada incluye Caídas sobre caídas (Sudestada, 2001), Postales anacrónicas (Hespérides, 2007), El reino paralelo (El Mono Armado, 2013), Mitología de la noche (detodoslosmares, 2018) y Kurt Cobain, el hombre que tomó el desvío (Proyecto Hybris Ediciones, 2022). Sobre este último libro, explica el autor en el prólogo:

Este trabajo es una aproximación a la personalidad y a la obra de Kurt Cobain. Datos biográficos y citas de canciones sirven de apoyo para interpretaciones personales.
Pero también es un homenaje para un artista que permanece vigente, como un obelisco en la niebla, y cuya influencia, desde su prematura muerte, no ha hecho más que acrecentarse.
Aclaro que, al bucear en la vida de Kurt Cobain, me he encontrado con diferentes versiones sobre hechos puntuales que marcaron su existencia. En consecuencia, es posible que alguna información sea inexacta. Sin embargo, el objetivo de estos textos es ir más allá de los datos biográficos y capturar el pulso, errático y certero, desmesurado, de un hombre que se condenó a sí mismo y, al hacerlo, sacudió nuestras vidas. ¿Valió la pena? Estoy seguro de que valió la pena.

Foto: Leandro López. Ph by Daniel De Bona.

miércoles, 25 de mayo de 2022

Abel Robino


Animal de compañía
 
Éste es mi animal de compañía, sin metáforas
ni comparaciones recurrentes.
De tanto en tanto, sin que algo ocurra,
ladra despavorido, entra en pánico
sin fuegos de artificio, sin tormentas eléctricas
ni estridencias.
Se atrinchera, ovilla sus partes en un rincón
del patio, tirita.
Una estética primitiva lo hace arañar el suelo.
 
Un cuadrúpedo anunciatorio de la nada
porque nada ha ocurrido, sólo su espanto dócil.
Sólo su ladrar por ladrar y las quejas de algunos vecinos.
 
Ese sobresalto canino alguna ilusión traía
después de todo
a esta monotonía de provincia.
 
 
Tigre de Hokusay
 
Bordado sobre un cubrecamas,
sin precio a la vista, el mismo felino,
repetido, mal copiado, desprolijo, en
versión hirsuta de lanas estridentes.
 
Del desquiciado color, emerge el tigre
da la sensación que estratégicamente
dejó de respirar
(es preciso no ahuyentar la presa obnubilada
de otro comprador iluso).
 
La mala copia no ha podido borrar
la instancia del ataque,
más que la de la fiera, la del pincel.
 
¡Qué bien entendió el lugar de la vacilación
el entintado zarpazo de Hokusay!
 
 
Mensaje de texto
 
a César Cantoni
 
Ayer, un erizo de mar me pinchó, con esas
agujas de piedra con que la especie se defiende,
el mismo pie que días atrás pisó descalzo
una braza mientras hacía un asado,
y del que anteriormente me quité una espina
de un zarzal seco.
Supongo que mi pie derecho no entiende
de ser pie izquierdo,
pero igual me dio señas de lo poco
que era mantenerme erguido.
 
 
Manías del golpeador
 
Puede que cada intimidad posea un ritmo propio.
 
Parece que el viejo de la otra cuadra al fin partió;
comentan que se daba la cabeza contra el muro
repitiendo: “muérete de una vez, muérete”.
La época no tuvo mejor recompensa para los que
vivieron menos.
Una fuerza mayor acrecentó esos golpes y un día
la cuenta dio para que el anciano dejase de rogar.
 
Mientras limpio mi mate con pequeños golpes
para quitarle la yerba, me asalta la idea de un estilo propio
y presiento no ir por mal camino.
 
 
Textual sobre Albert Cossery
 
Vivió casi toda su vida sin hacer nada.
La belleza de su existencia fue lo imperceptible.
63 años en un hotel de París, sólo acompañado
por un número exiguo de bienes materiales:
una cama, un televisor y una heladera.
 
El médico le diagnostica un mal en las articulaciones;
él se las arregla para acusar a la humedad del Sena,
la edad y el sin sentido de la vida mundana.
 
Jamás hubiera denunciado a su cama pétrea, su heladera vacía
y las miles de películas en blanco y negro que supo consumir.
 
Este príncipe de los holgazanes,
vertía una frase cada cinco semanas.
“Éste sí –dijo Camus–, éste sí llegó
a conocer el valor de las palabras”.
 

Fuente: inéditos. Gentileza de Abel Robino.

Abel Robino nació en Pergamino, Provincia de Buenos Aires, alrededor del 7 de octubre de 1952 (el acta de nacimiento adolece de inconsistencias). Es profesor y licenciado por la Facultad de Bellas Artes de La Plata. Como becario, revalidó su licenciatura e hizo su maestría (Máster 1 y Máster 2) en la Universidad de París VIII (Université Paris 8). Escribió textos de distinto tenor relacionados con el periodismo y la investigación universitaria y cuenta en su haber con cinco libros de poesía publicados: Obsesión (Ernesto Girard Editor, 1978), Las especies de la noche (Botella al Mar, 1982), El estado de la quietud (Libros de Tierra Firme, 1986), Hiel por hiel (Libros de Tierra Firme, 1997) y Burundanga (Ediciones Endymion, 2013, reeditado por la misma editorial en 2015 y 2021). Una selección de sus poemas fue reunida con el título Fiel pour fiel y publicada en Francia en edición bilingüe (español-francés) por Reflet de Lettres en 2017. En La Plata, fundó el Grupo Literario Latencia y cofundó el grupo de pintura El Faro. Anteriormente, había cofundado en su ciudad natal el Grupo Literario Pergamino. Desde muy joven militó políticamente. A los 14 años ingresó en la Juventud Comunista y a los 17 participó en las brigadas internacionales de alfabetización en Chile, durante la Presidencia de Salvador Allende. Asimismo, como poeta militante, intervino en lecturas de poesía en diversos países, entre ellos: Perú, Bolivia, Cuba y Panamá. En 1978 fue secuestrado por fuerzas de seguridad y permaneció transitoriamente desaparecido. Más tarde, fue sometido a Consejo de Guerra y juzgado en el Cuerpo de Ejército I con asiento en Palermo. Estuvo detenido en Devoto, en la Unidad Carcelaria N° 9 de La Plata y con prisión domiciliaria, hasta que, en 1982, la Justicia Civil resolvió liberarlo definitivamente. Ese mismo año, al desatarse la Guerra de Malvinas, fue convocado como oficial de reserva (condición que le había dejado el Servicio Militar Obligatorio), pero rehusó presentarse, razón por la cual Amnistía Internacional y el gobierno de François Mitterrand acordaron darle asilo político en Francia. Actualmente, reparte sus días entre el país galo, España y Martinica. Como artista plástico, colabora con TAC (Territorio, Arte, Creación) de Francia y es representado por la Galería y Residencia Internacional de Artistas Arteaga con sede en España. En 2010 vivió en China, “donde incurrió en la técnica de las rupturas, los cortes y desgarros de sus trabajos (cuadernos prédictives), el dibujo de un solo trazo y el disfraz del minotauro permanente” (“El minotauro guía en la gran exposición de lo actual”). Por lo demás, Robino trabaja en mancomunión con otras ramas de la creación, como el arte dramático y la música contemporánea. También realiza performances, ocupaciones de terreno, señalizaciones exprés y múltiples experiencias más. Ya en su memoria universitaria titulada “Arte y mestizaje” se perfila parte de su retórica creativa. Ejemplo de lo antedicho son sus colaboraciones con el Teatro Colón (2011 y 2015),  la Bienal de Suecia Éventa 3 y el homenaje en la tumba de Jean Genet en L’Arrache, Marruecos. Los poemas incluidos en esta página pertenecen a un libro en gestación y son, en consideración del autor, primarias anotaciones. A continuación, comparto algunos párrafos del texto leído en la presentación de la última edición de Burundanga, el 26 de marzo de 2022, en el Conservatorio de Música Gilardo Gilardi de La Plata:

La vida y la obra poética de Abel Robino se hallan atravesadas por el exilio.

(...)

Su voz, por lo tanto, es una voz nómada, trashumante... Sus palabras, como señala Luisa Futoransky, “llegan de muy lejos y sin amarras. Son palabras que vienen del desarraigo. Del infierno al que por vocación nadie está destinado”. De ahí que sus poemas –volviendo a citar a Futoransky– sean “ardientes y simples como la cal viva”.

(...)

Para situarlo en un mapa poético de fines del siglo XX, debemos decir que Robino publica “Obsesión”, su primer libro, en 1978, momento en que ya la poesía argentina había empezado a despegarse del coloquialismo sesentista y apuntaba a expresiones neorrománticas, neobarrocas y experimentales, mientras, por otro lado, algunas voces, nucleadas en torno de la revista “La Danza del Ratón”, mantenían en alto las banderas sociales. Dentro de ese contexto, dominado por propuestas grupales heterogéneas, Robino elige seguir un camino independiente, privilegiando cierta actitud reflexiva y el desarrollo de una intuición o de un concepto como motivos del poema; camino que, con diversos matices, continuará explorando en sus libros posteriores.

Aunque los encasillamientos son siempre limitativos y engendran controversias, hoy podríamos adscribir su obra a esa línea poética sustantiva que Santiago Sylvester llama “poesía de pensamiento”. Cabe aclarar que no estamos hablando, en este caso, de una corriente específica sino de algo más incluyente; vale decir: una modalidad creadora en la cual confluyen diferentes estilos e ideas de la vida, pero cuyo denominador común es la reflexión y el ansia de conocer.

(...)

Por otra parte, deliberadamente o sin proponérselo, Robino da origen con su creación poética a una rara mitología personal, que nada tiene que ver con los relatos simbólicos ya consagrados por la literatura. Se trata más bien de una mitología profana, elaborada a partir de sucesos y personajes históricos y de la vida diaria, que alcanzan, en la reencarnación verbal del poema, un sentido que los trasciende. Así, sus historias recuerdan, muy a menudo, las parábolas de Watanabe, emparentadas como están en la busca de una certeza reveladora, un saber que se halla implícito en la naturaleza de lo narrado, pero que exige la mediación de un poeta para hacerse patente.

Si aceptamos como decía Paul Klee, refiriéndose a la pintura, que “el contenido es la forma”, podemos convenir, duplicando la apuesta, que en la poesía de Robino forma y contenido hacen por igual al estilo, atentos al singular carácter de los temas expuestos, casi siempre extraños, curiosos y hasta extravagantes, surgidos, muchas veces, de peripecias personales o del propio imaginario poético, y, otras, de textos no sólo literarios sino también científicos y técnicos, lo que termina generando un mestizaje llamativo.

(...)

Por lo demás, no debemos esperar de Robino ni un lirismo acendrado ni demasiado apego a las pautas canónicas de la belleza. Su poesía nace del intelecto, pero también de las entrañas profundas del dolor; de ahí la voz lacerante que suele acompañarla. “Como los escudos de los héroes –podríamos agregar con Futoransky– tiene el color del hierro y la sangre derramada”. No hay en ella, sin embargo, ni asomo de queja ni acentos plañideros; tampoco reproches para formularle a nadie: sólo la cruda realidad, a la que expone –en opinión de Horacio Castillo– con “desolada grandeza”.

(...)

En suma, la poesía de Robino no es complaciente ni hace concesiones; su lectura implica siempre un desafío y una perturbación. Hija de la orfandad y el desarraigo propios del exilio, se quita la ropa para mostrarnos sin vergüenza los golpes vallejianos de la vida; conmueve, pero obliga a reflexionar al mismo tiempo, y, sobre todo, tiene en su esencia el poder persuasivo de la autenticidad.

César Cantoni

Foto: Abel Robino. Ph by Ángela Gentile.


miércoles, 6 de abril de 2022

Guillermo Pilía

 

 
La vida y las letras
 
Perdidas mis memorias de viajes,
el olor de las casas que habité:
perdidas o robadas tantas cosas...
 
Tantas que no me hubiese extrañado
que en aquella alborada la perdiese:
que la tristeza de un fado la llevase.
 
La vida y las letras pocas veces
caminan de la mano: van pendientes
de lo que pueden robarse una de otra.
 
 
Cómo es dormir con el cuerpo cribado
 
¿Cuál es el sitio
la tierra, la parcela? ¿Quién reposa
silente a cada lado?
 
¿Cómo es tu sueño, amigo de la escuela
a quien nunca más vi, mujer que hiciste
junto a mí un largo viaje?
 
¿Cómo es dormir con el cuerpo cribado,
inerte a los reclamos del amor,
sin nombre y sin justicia?
 
 
Piedad del moribundo
 
¿Está en la sala, en el cuarto
que alguna vez tuvo huéspedes,
en la habitación donde solíamos amarnos?
 
Con niebla y frío otro otoño llegaba,
cuando temía que esta escarcha trepase
también hasta su techo.
 
¿Dónde se fue sin sufrir otro invierno,
sin agregar ya trabajos, rebosante
de piedad por quien la amaba?
 
 
Pecado de omisión, el más artero
 
Cómo expresar la santidad
de los cuerpos desnudos... La vida
y las letras no van siempre de la mano.
 
Pecado de omisión, el más artero:
callar lo que es sagrado... De qué forma
decirlo ahora que no estás...
 
Cómo decir ese viento de tilos,
que a lo largo de toda una noche
nos había limpiado de tormentas...
 
 
Nacencia
 
Nace una hoja: sin pausa
ni prisa se la ve desarrollarse
como ilusorio insecto verdeclaro.
 
Mañana crecerá sin ataduras
y a su sombra parirán quizás un día
las yeguas preñadas por el viento.
 
Así mi forma de amar, desmesurada:
también ella, al cuerpo en el que anida,
lo expande y reverdece.
 
 
Con piedra blanca
 
Conservar, que no se pierdan
tus mínimos gestos, tus miradas,
tu leyenda que va de boca en boca.
 
Como se marcan en rojo las fiestas,
como se atesora en el tiempo de Pascua
desecado el olivo bendito.
 
Así como marcaban, según cuentan,
con piedra blanca los antiguos
el fasto de los días.
 
 
En duermevela
 
Dormir poco los dos,
el alma y uno,
por velar un sueño ajeno.
 
Junto a un cuerpo encendido
en el crepúsculo del alba, pregonero
de la mañana prepotente que golpea.
 
En el preludio, en el presagio
de otra unión: mientras penetra
la gloria de un domingo a borbollones.
 
 
Leopardi en el Cauca
 
Esa extraña alegría de aceptar
lo precario de todo cuanto existe,
mientras leo a Leopardi en el Cauca.
 
Y a medida que se hace en las montañas
más profunda la noche, suena un silbo
de carrero o mendigo que se aleja.
 
Un son que poco a poco va muriendo
así como se muere con la muerte
de lo que alguna vez se quiso.
 
 
Valparaíso
 
Con poco hilo se borda la alegría:
con ese ventanal que mira al puerto
bostezando sus maestranzas nocturnas.
 
Y el amor con un fondo de dársenas,
el café cara al mar, los bodegones
con sus vinos y la pesca del día.
 
Amanece otra vez Valparaíso
y resulta milagro que de pronto
atraviese la luz por tanta herida.
 

Fuente: Fatiga de los metales, Guillermo Pilía, Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2021.

Guillermo Pilía nació en La Plata el 29 de octubre de 1958. Es Profesor en Letras (UNLP), ensayista, narrador y poeta. Entre sus libros de poesía publicados cabe mencionar: Arsénico (Nuevas Voces, Buenos Aires, 1979), Enésimo Triunfo (Extramuros, San Fernando, 1980), Río Nuestro (Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, 1988), Río Nuestro / Cazadores Nocturnos (Fundación Museos Argentinos, La Plata, 1990), Huesos de la Memoria (Círculo de Poesía, La Plata,1996), Caballo de Guernica (Al Margen, La Plata, 2001), Ópera flamenca (Hespérides, La Plata, 2003) Herido por el agua (Vinciguerra, Buenos Aires, 2005), Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama (Casa de Papel, Buenos Aires, 2011), Ainadamar (Vinciguerra, Buenos Aires, 2016), Sobre la cuerda y sin la red (Editorial Vinciguerra, Buenos, Aires, 2016), Casamundo (Héspérides, La Plata, 2019), Como el dios que gestaba en su muslo (Proyecto Hybris Ediciones, La Plata, 2020; reeditado en París como La jambe de Rimbaud por L'Harmattan en 2021) y Fatiga de los metales (Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2021). Publicó, además, el cuadernillo La pierna de Rimbaud (Cuadrícula Ediciones, La Plata, 2011) y las plaquetas Viento de lobos (Sudestada, La Plata, 2000) y Visitación a las islas (Sudestada, La Plata, 2000). Obtuvo numerosos premios nacionales e internacionales y fue traducido al inglés, francés, portugués, italiano, catalán y griego. Actualmente, es presidente de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid, académico correspondiente de la Academia de Buenas Letras de Granada, secretario general de la Sociedad Argentina de Escritores y consejero de la Fundación El Libro. En 2016, el Concejo Deliberante de La Plata lo declaró Ciudadano Ilustre. Acerca de Fatiga de los metales, escribe Ana Guillot en las “Palabras iniciales” del libro: 

La luz como lanzazo o transparencia. La luz reptando entre aristas: rupturas de lo humano o amaneceres. Ambivalencias que el autor hace crecer en medio de la nostalgia y la ausencia (de amores, de muertes, de fados y fandangos; hiatos entre antes y ahora, la pura evocación, el lábil “murmullo de los muertos”); en medio del recuerdo y del recuerdo del recuerdo y hasta de la obstinación por saber si ella, la recordada (¿quién?), lo recuerda también, si acaso lo recuerda (“si mi contorno en su mente es real”). El libro adquiere, va adquiriendo la arquitectura de una evocación finísima, que oculta y que a la vez trasluce: la imposibilidad del reencuentro o de volver el tiempo atrás, lo inasible (aunque siempre intuido y anhelado), “lo precario de todo cuanto existe. Hay un “orfanato en el cuerpo”, “alguien que ha perdido su adultez”, una enorme desolación que, al mismo tiempo, busca y espera ser iluminada. Ambivalencias nuevamente. Y también entre la vida y las letras, el objeto y el nombre, el deseo y las ansias. Atraviesa el libro lo inefable, al modo del Sturm und Drang: un fervoroso relámpago en medio de la incertidumbre (¿un puñal?). Después, la lluvia y su impermanencia y los cuerpos cribados, lacerados (¿por quién, en dónde?) Guillermo Pilía no aclara, pero nos habita con sus versos, sus ritmos, imágenes, remates, reflexiones. En cada una de las tres secciones la temática torna y se amplía, retorna y vuelve a ampliarse, como si de un vórtice se tratara. Imposible permanecer indiferente ante esta vitalidad a veces dolorosa pero siempre sólida y eficiente. Luego, sobre el final, la luz como un lanzazo, una “hebra de sol” entre bordes y huecos. Carpe diem nos dice entonces. Como para aseverar que los metales tal vez sí, definitivamente se fatigan y es entonces cuando el sol atraviesa, puede atravesar, la herida. Como un milagro.

Foto: Guillermo Pilía. Fuente: gentileza de Guillermo Pilía.


miércoles, 2 de febrero de 2022

Horacio Castillo (h)

HC
 
En la intimidad de mí mismo soy un caso perdido,
un yo destartalado, sin repuestos ni mecánica que lo arregle.
Sufro de vicios líricos y lugares comunes,
cierta pátina de la derrota puede llegar a hacerse notoria,
pero aun así, tengo algunos gramos de confianza
y me sumerjo en la playa del mundo
como si se tratara de una purificación.
Si esto es algo loable, no estoy muy seguro,
se me impone más allá de mi voluntad,
no soy yo quien comanda la nave.
Sólo es una fe en liquidación,
un malentendido.
 
 
Diagnóstico: lirismo
 
Últimamente he notado ciertos disturbios en mis pensamientos:
no logro entender mi yo, es refractario a la comprensión.
El soma ha enviado discretas señales de inestabilidad
frente a las cuales armé un compacto dispositivo
de premisas metafísicas y religiosas,
pero se cayeron a pedazos con la primera sudestada.
¿Qué debo hacer en esta encrucijada de la mente?
No puedo escapar de mí mismo,
ni abandonar este cuerpo para unirme a una bandada de pájaros
que migran hacia un horizonte incierto.
Tampoco puedo abandonar esta conciencia aturdida,
camino a la metástasis de la fe en algo,
ni sepultarla en el terreno baldío de la esquina.
El mundo está demasiado sólido
para los ecos de esta mente en retroceso.
 
 
A nivel del lenguaje
 
Confieso que no he podido atravesar las barreras del lenguaje
y desde la estación veo alejarse las vanguardias a toda velocidad.
Mi reloj poético atrasa
y no acierto con el pulso de este tiempo,
además, tengo problemas cervicales,
marcadores oncológicos que controlar
y deudas impagables con el cosmos y el Estado.
Disculpen, se me escapa la realidad poética.
Estoy limitado a pequeñas cosas,
asuntos de baja intensidad,
escaramuzas de la mente.
 
 
Debe haber algo
 
¿El miedo es una premonición?
¿O sólo es el estallido de la farsa?
Soy el dueño de mi temor,
que cree en una fe en la que no cree,
que se resiste a lo obvio,
a lo impredecible, a lo predecible,
a lo que llegará de todos modos.
Algo es inminente, pero no sé qué es.
Buena suerte, cuerpo,
esperaré en la encrucijada.
 
 
Pichones

 A Pablo G.

 Cuando te vi en el patio de la escuela,
como esos pichones que la tormenta arroja
en las puertas de las casas,
quise –y te confieso que sin saberlo–
envolverte en mis manos.
Pero más que eso, era el reflejo,
el espejo de mi propio miedo:
salvándote, me salvaba.
Si eso era posible,
en ese mundo que alguna vez habitamos
y que ya no existe, no lo sé.
Pero intuyo que de algún modo
todavía seguimos siendo esos pichones
arrojados por alguna tormenta en la puerta de una casa.
 
 
Santiago
 
Desde esta ventana, como en trance, observo la cordillera azul.
Más allá, detrás, mi país, la tierra, la sangre.
Abajo, al alcance de un suicidio, el río Mapocho
con sus aguas amarronadas, sucias como el Río de la Plata,
repleto de perros agónicos y espantados.
Me doy vuelta, quizás interrumpido por un sonido o un llanto
y la muerte se aparta por un instante, derrotada.
Santiago duerme, quietito, tibio,
indiferente al pulso del tiempo.
Lo contemplo con la misma serenidad con que observo la cordillera,
como esperando si más allá de él, de mí, de las montañas,
algo hablara por nosotros y nos dijera quiénes somos, dónde estamos,
por qué.
 
 
Fishing in the Brown River
 
Hace frío y algunos corderitos rizan el agua.
El bote garetea al ritmo de la corriente
y allá lejos, un carguero entra por la boca del canal.
Las boyas flotan en la superficie opaca del río,
pero no pasa nada, ni el tiempo,
ni la desesperación de estar solo conmigo mismo.
Miro las mojarras que se oxigenan en la bolsa de plástico
mientras yo me asfixio con mis pensamientos:
Metafísica de los peces, de la pesca,
de la Nada inminente.
Nada de qué preocuparse,
sólo asuntos inconclusos, fracasos personales,
divagaciones propicias en las horas sin viento.
Hago silencio en busca de las flechas de plata
y floto con mi soledad
como esas boyitas inmóviles en la superficie del río.
 
 
Poética
 
Comprenderán que esta fuerza no puede dominarse:
como una palada de tierra arrojada a las nubes,
como lava que sale de abajo de la tierra para calcinarlo todo.
Pero estas palabras, ¿qué dicen?
¿qué quieren, maldita sea?
Quizás nunca lo sabremos
porque de donde vienen todo está perdido,
se ha prendido fuego, se ha consumido hace años,
sólo son ruidos que entran por la ventana de mi cabeza,
como ladridos de perro.
 
Fuente: Las tumbas del yo, libro inédito. Gentileza de Horacio Castillo (h).
 
Horacio Castillo (h) nació en La Plata en 1968. Es psicoanalista egresado de la Universidad Nacional de La Plata. En 2016, Ediciones El Mono Armado dio a conocer su primer libro de poesía: Ánima cruda. Actualmente, cuenta con varios poemarios inéditos; entre ellos, Las tumbas del yo, que será publicado en poco tiempo más.
 
Foto: Horacio Castillo (h). Fuente: gentileza de Horacio Castillo (h).


sábado, 15 de enero de 2022

Azucena Salpeter


Calamares en su tinta
 
Nosotros a contramano
los del bosque azul marino
nos alimentamos con bayas transparentes
nos llamamos a voz de sahumar
y acudimos en bandadas
como patos entre jacarandás
somos felices cuando escribimos
más felices cuando no escribimos
y deseamos
deseamos tanto
que volvemos a cruzar el Mar Rojo
nos perdemos, por supuesto
uno en la oreja del otro
nos besamos los veinte dedos
encontramos la sombra hembra
la sombra macho
olfateamos la sal
la corriente eléctrica
de las plumas
y todo es otra cosa
la nueva era es una nuez
en las tinieblas
nosotros
los poetas menores
nunca escribimos
en el riacho de oro del poema.
 
 
Sakura no conoce los cerezos en flor
 
Sakura quería ser monja
yo rabina
buscamos en los templos
el fogonazo cegador
nunca encontramos
las flores sagradas que devoramos
de una sola vez
bajo el agua
después compartimos el ritual
del pan
la bondad
guardamos arena en los bolsillos
hicimos con nuestros cuerpos
una nueva versión del Cantar de los Cantares.
 
 
El día que fuimos de fiesta
 
Por los años 60
mi primer voto fue para Alfredo Palacios
no entendíamos el mundo, menos los noticieros
ahora tampoco, querida
hacía mucho frío para estudiar
con un jazmincito revolucionario en el pecho
no teníamos calefón ni medias de lana
mamá me hizo pantalones a cuadros
con los pantalones rotos de papá
los remendó con las botamangas
mi hermana se puso el gorrito con orejeras
que resguardan la felicidad
mamá los guantes blancos de las ofrendas al libertador
fuimos a ver los barcos cargados de corned beef
papá cantó edelweiss
como quien encuentra el baúl perdido en alta mar
lleno de fotos besos y respuestas
como
quien sabe qué es el lenguaje, querida
no me salen las edelweiss
ni en checo ni a la noche cuando se sueltan los aullidos de la niebla
así que no entiendo el mundo
canto para dentro
nos gritaron hippies
festejamos con sándwiches de rúcula y mortadela.
 
 
El hombre que peleó con Dios
 
De los treinta y seis justos que sostienen el mundo
mi padre
peleó con Dios
 
Todas las almas de su alma se encendieron
como piñas de pino
crujieron las palabras de la Biblia
como huesos amantes en fuego negro
crujieron los abrigos los zapatos de nieve
crepitaron las diez hectáreas de trigo a lo largo del Prut
el temblor fue un ángel negro y pesado
sobre la escuela Teodoro Hertzl
 
mi padre callaba y su voz ardía
nos curaba las rodillas y alimentaba el fuego
nos bañaba y alimentaba el fuego
nos llevaba en brazos y alimentaba el fuego
el temblor del fuego de mi padre velaba por nosotros
 
los 150 salmos del fuego del exilio de mi padre
se miran entre sí
no pueden reunirse en familia
y ya no sé padre mío si escribo de tu fuego
o del fuego de la humanidad
no sé en qué rincón del Pentateuco
se encripta el reclamo de los justos
o si debe guardarse como leña que no arde
sólo para Iamin Noraim
 
Fueron días y días de acorralar a Dios contra las púas
hasta que el fuego se volvió rojo
después azul y luego blanco
entonces
recién entonces
mi padre se entregó
 
 
Usted, no sea lacrimosa, dijo mi abuela
 
Usted
querida mía
con solo dos palomas
dos flechas de papel
puede bajar al cielo
subir a la tierra
recuérdelo
no finja
usted tiene dos brazos
dos piernas
recuérdelo
lo personal es político.
 
Fuente: Gringa formoseña, Azucena Salpeter, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2021.
 
Azucena Salpeter nació en Formosa el 9 de noviembre de 1942. Desde 1957 está radicada en La Plata. Es médica, poeta, narradora y pintora. Publicó: El pescador de sombras (poesía, 1979, Sello de Honor de la SADE), Y el cielo sonrió (poesía, 1989), Las puertas del cielo (poesía, 1996, Premio Bienal Profesor Dr. Pedro Laín Entralgo), La mitad del cielo (novela, 1998, Premio Mercosur del mismo año) y Gringa formoseña (poesía, 2021). Sobre este último libro, destaca Augusto Munaro en su reseña publicada en el diario El Día de La Plata el 11 de julio de 2021:
 

   (...) Sin falsa ingenuidad ni aniñamientos para poder decir, no son los detalles los que cuentan en Salpeter, ni los motivos del interés circunstancial, sino, acaso, la proyección simbólica del episodio. Su enunciación en apariencia espontánea y llana, se nutre de un intenso trabajo y en un complejo caleidoscopio de emociones irreductibles: “el peso de las flores / las palabras dentro de los cuerpos / en medio de tanta polvareda / gallos de fuego”. Versos que operan como puentes entre palabras e imágenes faulknerianas quizás autobiográficas (una reconstrucción casi testimonial en algunos casos). Una áspera catarsis, hecha de devoción y rebeldía, sin renunciar a la sinceridad más honda ni al cariño más leal. El efecto transformador que generan sus poemas es notable. Las coordenadas de enunciación se exponen así, a través de una ética, que no difiere en absoluto de la idea arrolladora de lo bello.

   Gringa formoseña se encuentra dividido en tres secciones (“Qué dice la poesía”, “La muerte no es hoy” y “Celebrar todo”), es el corolario de un rescate conjunto realizado por los poetas Jorge Aulicino y Javier Cófreces, éste último, responsable del sello editorial. Así, el material no se presenta ordenado cronológicamente, sino por criterios propios: el concepto de Dios, o la atención hacia lo diminuto y familiar, la memoria de sus padres, en especial su papá, paisajes, nostalgias (por momentos presencia y recuerdo parecen indivisibles en la mirada de Salpeter), cierto vago panteísmo; etc. Cada pieza es un espacio donde ella fue cuestionando la lírica “como quien invita a un desconocido / a volverse dentro de sí”. El resultado es un despliegue muy lúcido e íntimo. Todo en esta poeta parece apuntar hacia el centro de la individuación. Los mismos poemas (todos y cada uno de ellos), están centrados en el medio de la página. “En la noche soy el centro / dice / que caiga en trampa de palabras / la poesía son unos cuantos / que se bañan desnudos / en un río de oro”. Es contundente, en parte, porque no coquetea con ninguna abstracción.

   Desde luego, y a raíz de esta operación, algunos poemas resultan más herméticos que otros, “Mendelssohn votaba mil veces en mil soles / Szymborska votaba cada copo de nieve por segundo / mi abuelo votaba cada grano de trigo / cada niebla de la madrugada / yo también” (“La bandita provinciana va a las urnas”). Pero inclusive en estas piezas, Salpeter nos revela, bajo una luz precisa, la capacidad sugestiva de las palabras. Sin disimulo ni pudor, sus mejores poemas son, tal vez, aquellos de respiración celebratoria.

   Quien sepa leer estas páginas, quien agradecido a ellas pueda habitarlas, podrá también escuchar a una mujer que siente, como poeta, y oscila al vaivén de pesares y alegrías, de júbilos y de penas que son, en buena medida, los de todos. Poesía que une la experiencia con la exploración a través de una gramática sui géneris. Un libro, a la vez, delicado y potente. 

 Foto: Azucena Salpeter. Fuente: Facebook.