Kurt Cobain, el
hombre que tomó el desvío
I
El 20 de febrero de 1967 nació, en Aberdeen,
Washington, Kurt Cobain. Ese día una llaga se encendió en la boca del infinito;
el mar abierto cantó su despojo de musgo en remolinos.
Ignoro si su destino ya estaba grabado en su
primer llanto. Ignoro la primera imagen que sus ojos claros rescataron de esta
vorágine sin retorno. Ignoro si un hálito azul rozó su piel virgen. Tal vez su
madre, entre sonrisas selladas, lágrimas y caricias, acunó en sus brazos su
inevitable orfandad. Quizá su padre, con orgullo de arrecifes, ensayó frente a
él un gesto lento de mimo inexperto.
El 20 de febrero de 1967 corrió por las calles
de Aberdeen un viento mareado que desorientó las débiles luces del invierno.
Una pareja de amantes se hizo raíz y tronco. Los bares, nunca postrados,
juraron eternidad en el choque de vasos llenos. La canción por siempre fugitiva
insinuó en el puente su hora intacta.
Tal vez solo los subsuelos adivinaron la
presencia de su futuro mártir. Quizá una baldosa resquebrajada ofició de
bautismo. Quizá un charco impasible fue demasiado naufragio para su propio
vaho.
20 de febrero de 1967. Ese día la ausencia supo
de su hondura, masticó una dignidad nueva, tempestad arrebolada. Había nacido
Kurt Cobain.
XIV
El escenario está dominado por una luz
mortecina que traspasa y ausenta. Música como un delirio de jaurías. Ojos rojos
nacidos de precipicios con uñas de nácar. Bocas que liberan langostas ígneas.
Cuerpos como signos de exclamación –trance de rieles y maleza, islas
semihundidas en la cabellera de una mujer sin nombre, eco deshilachado y feroz
como soles grises del alba.
¡A cantar, a aullar la travesía mugrienta y el
destino partido! ¡A espesar el aire y a desatar la intemperie como moscas
ebrias! ¡A crear con la destrucción como ley, a escarbar en las cicatrices! ¡A
tajear la luna, a vomitar abismos como tendones!
Kurt Cobain se arroja del escenario al público,
que lo recibe con los brazos en alto –lenguaje de agonía y erupción, rompiente
de sueños coagulados, contraposición de nubes y estacas. Kurt Cobain, remoto,
se pierde en un trance bastardo.
XVII
Sumérgete,
sumérgete, sumérgete en mí.
Necesidad humana de comprensión. Rezo pagano
que se incrusta en las horas-pleamar. Cuerda sobre un abismo que une el fuego
con el fuego.
Necesidad humana de ser habitado. Como un
mausoleo y sus velas extenuadas, como una isla atravesada por la flecha del
salvajismo y del abandono, como una gruta profunda que oculta la identidad
dionisíaca del océano.
Necesidad humana de exhibir las ostras y el
barro, el cristal y la bruma, lo exacto y la deriva.
Necesidades nunca satisfechas. Piedra donde
despunta un alba dubitativa. Agua que chorrea y se pierde en un mareo de
cuervos. Cielo que decanta en un espejismo de sí mismo.
Sumérgete,
sumérgete, sumérgete en mí.
XXVII
Alta soledad de las mañanas taciturnas –voces
como piras que desconocen todo margen, mirada imposible de gato castrado, piel
en estremecimiento de espuma contra las rocas de la negación.
¿Qué pasos en qué campo virgen? ¿Qué ámbar de
qué árbol sometido? ¿Qué ancho delirio como una sed de brazos y
desprendimiento?
Alta soledad de las tardes abandonadas –luz que
se contrae en las redes del abismo, luz estacionada en el nunca de las
promesas, luz que aísla hacia franjas de ceniza en las que tiembla la certeza
de lo no-cierto.
¿Desde qué melancolía encender un rumbo? ¿Qué
religión ofrendar a las ojeras del vacío? ¿Cómo romper la costra del
desasosiego?
Alta soledad de las noches hipnóticas –símbolos
inconexos esparcidos en la conciencia desgajada: una botella a los pies de un
altar, el torso sucio de la luna, el lenguaje torpe de lo inadvertido, una
esquina verde tenue donde se rinden los axiomas de la carne.
En lo profundo, lo ignoto, hambriento, cópula y
gleba.
XXVIII
El 4 de marzo de 1994, en Roma, Kurt Cobain
sufrió una sobredosis, a raíz de la ingesta de hipnóticos y champaña.
Oye la muerte, los pasos firmes de la muerte.
Sobre las calles de tu ser, sobre las viñas de tu ser, sobre la arena leve de
tu ser. Oye la muerte, la vagabunda.
Oye la muerte, la voz perenne de la muerte. En
la hierba desordenada de tu ser, en la fuente de mármol de tu ser, en las nubes
en reposo de tu ser. Oye la muerte, la transparente.
Oye la muerte, el roce profundo de la muerte.
Donde confluyen las cascadas de tu ser, donde abrevan las lentas bestias de tu
ser, donde vacila el dios amputado de tu ser. Oye la muerte, la furtiva.
Oye la muerte, el desgarro infinito de la
muerte. Cuando arden los pájaros cautivos de tu ser, cuando se desbordan las
partituras como encías sangrantes de tu ser, cuando se escalonan hacia el magno
espacio los precipicios de tu ser. Oye la muerte, la desequilibrada.
Y sin embargo regresar, como de un bautismo
pagano, entre los muros descascarados de la confusión. Regresar para decir o
para ocultar. Altísimo privilegio de los incoherentes, de los que adivinan en
el agua constelaciones de larvas, de los que intuyen en los astros la
transgresión de toda herencia.
XXXIV
Quedan las canciones de mandíbulas apretadas,
de paradojas irresolutas que lastiman la esencia de lo permanente. Desgarro que
se bebe del azul pálido de las horas. Libertad de cicatrices. Fuga a los
escalones eternos de la apatía. Valles hacia lo hondo.
Quedan las canciones de sexo abierto, de
apetitos inéditos que rivalizan con dioses pardos. Éxtasis que hace de la
fiebre una bandera desflecada por el primer suspiro del alba. Perturbación de
islas como piras en la conciencia, de cielos arcaicos profanados por lo inmediato,
de ritos dispersos alrededor de una medalla de niebla.
Quedan las canciones de pasos erráticos, de
versos que hablan cuando lo dicho se quiebra. Lengua ávida por explorar el aire
y el polvo. Cede lo intraducible en una multiplicación de enjambres contra un
eco lábil, la lógica nauseabunda en un mareo de delfines, el despojo del chacal
nutrido por la carroña del crepúsculo.
Quedan las canciones como astas en el páramo,
como planetas revueltos en el alcohol del infinito, como ruinas erguidas de un
esfuerzo paria, como intermitencias rojas entre el follaje de piedra.
Quedan las canciones. Simplemente, totalmente,
las canciones. Trozos de pan, denso vino. Para hoy.
Este trabajo es una
aproximación a la personalidad y a la obra de Kurt Cobain. Datos biográficos y
citas de canciones sirven de apoyo para interpretaciones personales.
Pero también es un homenaje para un artista que permanece vigente, como un obelisco en la niebla, y cuya influencia, desde su prematura muerte, no ha hecho más que acrecentarse.
Aclaro que, al bucear en la vida de Kurt Cobain, me he encontrado con diferentes versiones sobre hechos puntuales que marcaron su existencia. En consecuencia, es posible que alguna información sea inexacta. Sin embargo, el objetivo de estos textos es ir más allá de los datos biográficos y capturar el pulso, errático y certero, desmesurado, de un hombre que se condenó a sí mismo y, al hacerlo, sacudió nuestras vidas. ¿Valió la pena? Estoy seguro de que valió la pena.
Pero también es un homenaje para un artista que permanece vigente, como un obelisco en la niebla, y cuya influencia, desde su prematura muerte, no ha hecho más que acrecentarse.
Aclaro que, al bucear en la vida de Kurt Cobain, me he encontrado con diferentes versiones sobre hechos puntuales que marcaron su existencia. En consecuencia, es posible que alguna información sea inexacta. Sin embargo, el objetivo de estos textos es ir más allá de los datos biográficos y capturar el pulso, errático y certero, desmesurado, de un hombre que se condenó a sí mismo y, al hacerlo, sacudió nuestras vidas. ¿Valió la pena? Estoy seguro de que valió la pena.
Foto: Leandro López. Ph by
Daniel De Bona.