martes, 27 de febrero de 2018

Jorge Anagnostópulos


En una ciudad

En una ciudad cosmopolita, obrera, prostibularia, como una lejana
y joven y abigarrada Alejandría, nacía yo, un hijo auténtico de Berisso.
Ni griego, ni italiano, ni español, ni armenio, ni hebreo.
Sino heterogéneo, exuberante, de natural ensambladura. Universal.


Una casa

Entre el río y el monte amasó la casa, en una extensión de lirios y sauces que
lloraban.
Vi la tarde candente caer sobre el huerto, vi las cañas entrelazadas de hortalizas,
vi en la sombra de la galería un recuerdo de familia, vi el reloj de mi padre con el
tiempo detenido.
Una casa es arena en el alba, que se transforma por la tarde en vagos recuerdos.


Dos obras originales y tres serigrafías colgadas en la pared de la casa vieja

Un paisaje marino del puerto de Rotterdam, dibujo, hecho a lápiz, por un pintor
holandés.
Una isla verde y tres líneas rojas en vuelo, que encarnan a Dios.
La serie erótica de Picasso.
El escorzo de la danza del carnaval, que Soldi imaginó para la cúpula del Teatro
Colón.
Un balde de zinc sobre el suelo rojo de cerámica.
Completan el ámbito privado de la casa: la humanidad del gato, el íntimo amor.


Las uvas del placer

Los dientes muerden las uvas suavemente.
Suavemente los labios húmedos se cierran.
La vigorosa lengua juega con la esfera púrpura dentro de la boca.
Los dientes muerden con ímpetu la uva inerme.
La vuelven néctar para la garganta, para todos los órganos del cuerpo.
Las uvas del paraíso consienten el placer.
La serpiente mira, siembra la duda.


Una mañana de Atenas

Al término de las Guerras Médicas,
mientras las ciudades duermen, Atenas sueña el Partenón.
No lo han impedido el fuego ni el asedio de los bárbaros,
que oyen una lengua extranjera y no pueden comprender.
Menos que una mañana de Atenas duraron los ejércitos.


Una bailarina rusa

A Susy Shimko, en el mundo invisible

El ser que arde mientras tu cuerpo huye,
se pierde o se transforma.
El tiempo ha hecho su trabajo.
Pero esto que veo no es real.
No es completamente verdadero.
Hay algo que permanece intacto: la respiración.
Esa sinfonía de la existencia, ese ritmo.
Y el hermoso ritmo de tu caminar, sin prisa, leve.
Como una bailarina rusa.


Solo

Una noche de verano en la ciudad.
Puertas y ventanas abiertas al frescor de la noche.
En el interior de las viviendas y en las calles,
los jóvenes beben y ríen; les brillan los ojos, los labios y los dientes.
Todo a estrenar.
La juventud avanza de a cinco, de a nueve, de a once.
El amor, salvo rarezas, avanza de a dos.
Se ama de dos en dos, se odia de mil en mil.
El autoconocimiento (no los años) concede el saber.
Entonces se avanza solo.
A veces, no siempre, se comparte el camino, un instante con otros.


Las danza sin nombre

La ciencia no sabe de Dios.
Sin embargo, Einstein se postró ante la luz del átomo.
Los ateos, y algunos creyentes, no saben de Dios.
Aman, procrean, construyen templos, se persignan.
Veneran la página sagrada, pero no saben de Dios.
Saciados de sopa, desechan el postre.
Debajo de la nariz sucede otra realidad:
en silencio el aliento entra, bendice y se retira;
vuelve a entrar, bendice y se retira;
vuelve a entrar, bendice
y en silencio la delicadeza se retira.

¿Qué nombre le damos a esta danza?


Las cosas que sabe un poeta

La persistente gota de agua creó los grandes acantilados.
De igual modo se construye un poema.
En el temblor del corazón y en la grandilocuente sinfonía del cerebro.
En el encanto de entretejer palabras y en las preguntas del escriba:
¿Dónde quedó el tejido de Penélope? ¿Qué le dijeron las sirenas a Odiseo?
Oigo la exhortación de los dioses:
Nadie está privado de los tesoros humanos; saber lo que tienes hace la diferencia.
Sé que el ahora es mi regalo, que escribir es la más bella soledad.
Que el vino y el amor –una sola divinidad– son la más alta poesía.
¿Qué otras cosas habría de saber?


El tambor cesará su ritmo

El tambor cesará su ritmo; mi casa quedará vacía;
mi hogar, mi gato, mis libros, mis plantas, mis logros,
mis dichas y mis desdichas, mi vulnerable o vigoroso yo:
todo será entregado.
Ese día aquello que te aprisiona se romperá.
Sí. La prisión de la noche.

Fuente: El tambor cesará su ritmo, Jorge Anagnostópulos, Ediciones El Mono Armado, Buenos Aires, 2017.

Jorge Anagnostópulos nació en Berisso, Provincia de Buenos Aires, el 12 de abril de 1952. Reside en su ciudad natal. Es egresado del Liceo Víctor Mercante y de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, ambas instituciones pertenecientes a la Universidad Nacional de La Plata. Experimentó la vida monacal en los Monasterios de Agion Oros (Monte Athos), Grecia, y el autoconocimiento en el Centro del Conocimiento en India y Australia. En el campo de las letras, comenzó publicando Cartas griegas (narrativa, 2010), libro que lleva prólogo de Horacio Castillo y fue declarado de interés municipal por la Secretaría de Gobierno de la Ciudad de Berisso. Luego, dio a conocer El viaje de los días (narrativa y poesía, 2012) y La moneda el Tiempo (poesía, 2014). Los tres títulos mencionados obtuvieron la Faja de Honor de la SEP (Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires). A ellos debe sumárseles El tambor cesará su ritmo (poesía, 2017). Su obra poética publicada se completa con la plaqueta Berisso, la Venecia del Sur (2015). Participó, asimismo, en el Congreso Internacional de Cultura Helénica (2012), auspiciado por la Embajada de Grecia, la Asociación Nostos de Cultura Helénica y la Universidad de Belgrano. En 2014, la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Berisso le otorgó el premio “Daniel Román” por su aporte a las letras berissenses. Acerca de El tambor cesará su ritmo, expresa Patricia Coto:

Lo primero que me impresionó es la valoración dada a la palabra y a la actividad del poeta.
(...)
Jorge le habla a la palabra, a la perduración a través de un lenguaje que, bajo su aparente claridad, tiene la suficiente fuerza para construir el mundo interior y exterior. Un lenguaje perdurable sobre el tiempo y el espacio. Esta inquietud por la palabra, esta sensación de que la palabra existe como logro de un proceso de autoconocimiento, le permite al poeta interrogarse sobre el valor de la actividad poética.
No es preguntarse la finalidad de la escritura; es una pregunta que se encuentra un poco más atrás, en el proceso de la creación, en la complejidad de un esfuerzo donde se conjugan sentimientos, vivencias, circunstancias de vida, fragmentos de la realidad y de lo que se encuentra por debajo de la realidad
(...)
El otro mérito de este libro es el crecimiento en la capacidad descriptiva. Como es lógico no se describe lo que se ve,  se describe lo que siente al percibir algunos aspectos de la realidad y esta complejidad de la descripción, donde se unen opuestos, se vuelcan estados exteriores e interiores, genera también una mayor complejidad de los textos, ya sea para escribir en verso o en prosa.
(...)
Creo que podemos concluir estas mínimas reflexiones con las palabras con las que Jorge termina su biografía: “El rasgo que mejor lo define es la soledad. Considera que a través del silencio y el reencuentro consigo mismo es posible escribir algo medianamente sobrio”. Este libro no es medianamente sobrio, es auténticamente sobrio, con la sobriedad que emana de la experiencia revivida y de la palabra perdurable.  

Foto: Jorge Anagnostópulos (by Ana Kitrilakis). Fuente: Gentileza de Jorge Anagnostópulos.