sábado, 18 de mayo de 2013

Raquel Sinelli




















La envoltura

Voces conocidas
llegan desde la cocina
y despegan tu sueño.
Despertar
de un lado de la casa.
En el otro, la madre.
Oír latidos, un movimiento
acompasado,
conversaciones
que viajan por el pasillo
y pierden su sentido literal.
Esa música,
papel de seda
que te envuelve y se rasga.


Del otro lado de la pared

Vuelves a oír
a la niña pequeña, de meses,
sentada en las rodillas de la madre;
a caballito, un suave trote y una canción.
La risa se confunde con el llanto
y cuesta distinguir.
Los sonidos atraviesan la medianera
y traen la escena que añoras
sin recordar, sin saber siquiera
si existió.


El cuarto propio

La que fui
escribía en la cocina:

sobre la mesa blanca de formica
extendía los papeles
después de limpiar
los restos de la cena.

La luz de la lámpara
fijaba un círculo.

Alrededor,
la historia turbulenta de esos años,
como un empapelado en la pared.

Las palabras,
un altar
donde guardar la fe.


La parábola

En el sueño
volvimos a hacer el amor,
apurados, a escondidas,
como hace tiempo.
Me inquietó 
tu cuerpo tan real
y el mío casi ausente.
El deseo recóndito
sigue su parábola
sin nosotros.


El ruido alrededor

El llanto contenido,
guardado en cerrazón involuntaria
no se seca.
Aparece y no pide
un abrazo que sostenga
ni testigos.
Deja atrás
palabras fuertes,
una antigua fe.
Llora sola, en la calle,
y hay alivio, un ruido
alrededor, ajeno,
un viento
que le va secando el rostro.


Aprendizaje

La niña que miró a sus abuelos
sabía pocas cosas.
De lo que se gana, de lo que se pierde,
del mundo, casi nada sabía.
Los miraba hacer, no preguntaba
y el silencio
se pobló de sentidos.

Si estuvieran ahora, intactos,
volvería a mirarlos sin hablar,
sin tocar esa estrella que muere,
esa luz, por años.
         
A la  memoria de mis abuelos,
Jesús Iglesias y Clarina Sachero


Mujeres de la calle

Se ríen fuerte,
sus ropas son chillonas.

En la esquina, sentadas
en el umbral de una antigua carnicería,
conversan entre ellas
mientras esperan al cliente.

Voy a comprar el diario
y las veo en la avenida.

Cuando vuelvo, queda una sola
que ya no ríe.

Cruzo la calle y pienso
en el azar, en el destino,
el de ellas, el mío.

Fuente: La Envoltura, Raquel Sinelli, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2013.

Raquel Sinelli nació en Pergamino, Provincia de Buenos Aires, en 1954. Desde 1974 reside en La Plata. Es poeta y periodista. Publicó dos libros de poesía: El día pleno (2003) y La envoltura (2013). El año pasado, “Cuadernos orquestados”, colección de poesía dirigida por Abel Robino, dio a conocer una recopilación de sus poemas con el título Puertas adentro. He aquí algunos párrafos del texto de Rafael Felipe Oteriño leído en la reciente presentación de La envoltura: “Su primer libro, El día pleno, esconde un oxímoron en la adjetivación simple del título. Porque cuando uno lo lee advierte que nada es pleno ni definitivo en esta poesía. Que todo tiene una cara escondida y muchos matices. Comprendemos, entonces, que el enunciado refleja un dejo irónico: la certidumbre de que el día no es, en verdad, pleno. Que está lleno de trasiegos. Pero decirlo así, frontalmente, equivale a oponer una lágrima a la contundencia de lo real. Traer a la luz esa doble cara es la tarea que ella emprende. De donde tenemos que lo que es pleno –o plena– es su escritura exploratoria, ya que cumple con el propósito de unir lo que está separado, de iluminar lo que se encuentra oculto, de dar vida a lo que carece de ella. Poesía de abrazo, de juntar bordes, de suturar heridas, el día es pleno en sus versos porque consagra un mundo conciliado con la verdad. Sin autoindulgencia ni engaño, sin mentir ni mentirse... El título de su nuevo libro La envoltura es, en cambio, una metáfora: la operación por la que se dice una cosa en términos de otra. Refiere las voces y  latidos que, a la manera de una música, nos llegan desde el otro extremo de la casa y que tienen el poder de envolver la vida como en un papel de seda que, por su propia incontinencia, también se rasga. Habla de la vida y de la muerte, de la aceptación y de la dispersión, valiéndose de ausencias y presencias que han prendido en la madurez de su lenguaje sensible... De la poesía de Raquel me sedujo, en primer lugar, su tono confidente, su opción por el registro moderado, el ponderado equilibrio de sus emociones. Luego, la sabiduría para hacer del escenario de la vida familiar el motivo de la elaboración poética. Por último, su propósito de alcanzar una síntesis en que las pérdidas se concilien con las ganancias, en el que la vida y su colorido hagan tablas con la nada y su sombría amenaza. Proyectada esta escritura sobre la tradición poética platense, no dudo en afirmar que Raquel –quiéralo o no– está enrolada en su más reconocido valor. El del tono menor inaugurado, como un sello distintivo, por Francisco López Merino. En ese tono menor (que no es nada menor, puesto que se trata de una conquista prosódica y de un estilo) está escrita la mejor poesía de nuestra ciudad. Sin esa vibración que permite ver lo elevado en lo nimio, López Merino no hubiera escrito ‘Mis primas, los domingos’, ni Roberto Themis Speroni el soneto ‘A la paloma que maté de niño’, ni Horacio Castillo ‘Anquises sobre los hombros’, ni Néstor Mux, ‘Ante la radiografía del pie de nuestro hijo’. Sin la prédica del tono menor Ballina no hubiera descubierto la unidad de la persona en la voracidad de las culturas. Y al par de la ansiedad metafísica y del realismo humanista, ese tono también está presente en la obra de Horacio Preler y de César Cantoni. Estoy hablando de un canon”.
                      
Foto: Raquel Sinelli. Fuente: Gentileza de Raquel Sinelli.

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