La envoltura
Voces
conocidas
llegan
desde la cocina
y
despegan tu sueño.
Despertar
de un
lado de la casa.
En el
otro, la madre.
Oír
latidos, un movimiento
acompasado,
conversaciones
que
viajan por el pasillo
y
pierden su sentido literal.
Esa
música,
papel
de seda
que te
envuelve y se rasga.
Del otro lado de la pared
Vuelves
a oír
a la
niña pequeña, de meses,
sentada
en las rodillas de la madre;
a
caballito, un suave trote y una canción.
La risa
se confunde con el llanto
y
cuesta distinguir.
Los
sonidos atraviesan la medianera
y traen
la escena que añoras
sin
recordar, sin saber siquiera
si
existió.
El cuarto propio
La que fui
escribía en la cocina:
sobre la mesa blanca
de formica
extendía los papeles
después de limpiar
los restos de la cena.
La luz de la lámpara
fijaba un círculo.
Alrededor,
la historia turbulenta
de esos años,
como un empapelado en
la pared.
Las palabras,
un altar
donde guardar la fe.
La parábola
En el
sueño
volvimos
a hacer el amor,
apurados,
a escondidas,
como
hace tiempo.
Me
inquietó
tu
cuerpo tan real
y el
mío casi ausente.
El
deseo recóndito
sigue
su parábola
sin
nosotros.
El ruido alrededor
El
llanto contenido,
guardado
en cerrazón involuntaria
no se
seca.
Aparece
y no pide
un
abrazo que sostenga
ni
testigos.
Deja
atrás
palabras
fuertes,
una
antigua fe.
Llora
sola, en la calle,
y hay
alivio, un ruido
alrededor,
ajeno,
un
viento
que le
va secando el rostro.
Aprendizaje
La niña
que miró a sus abuelos
sabía
pocas cosas.
De lo
que se gana, de lo que se pierde,
del
mundo, casi nada sabía.
Los
miraba hacer, no preguntaba
y el
silencio
se
pobló de sentidos.
Si
estuvieran ahora, intactos,
volvería
a mirarlos sin hablar,
sin tocar
esa estrella que muere,
esa
luz, por años.
A
la memoria de mis abuelos,
Jesús
Iglesias y Clarina Sachero
Mujeres de la calle
Se ríen fuerte,
sus ropas son
chillonas.
En la esquina,
sentadas
en el umbral de una
antigua carnicería,
conversan entre ellas
mientras esperan al
cliente.
Voy a comprar el
diario
y las veo en la
avenida.
Cuando vuelvo, queda
una sola
que ya no ríe.
Cruzo la calle y
pienso
en el azar, en el
destino,
el de ellas, el mío.
Fuente: La Envoltura, Raquel Sinelli, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2013.
Raquel Sinelli nació en Pergamino, Provincia
de Buenos Aires, en 1954. Desde 1974 reside en La Plata. Es poeta y periodista.
Publicó dos libros de poesía: El día
pleno (2003) y La envoltura
(2013). El año pasado, “Cuadernos orquestados”, colección de poesía dirigida
por Abel Robino, dio a conocer una recopilación de sus poemas con el título Puertas adentro. He aquí algunos
párrafos del texto de Rafael Felipe Oteriño leído en la reciente presentación
de La envoltura: “Su primer libro, El día pleno, esconde un oxímoron en la adjetivación simple del
título. Porque cuando uno lo lee advierte que nada es pleno ni definitivo en
esta poesía. Que todo tiene una cara escondida y muchos matices. Comprendemos, entonces,
que el enunciado refleja un dejo irónico: la certidumbre de que el día no es,
en verdad, pleno. Que está lleno de trasiegos. Pero decirlo así, frontalmente,
equivale a oponer una lágrima a la contundencia de lo real. Traer a la luz esa
doble cara es la tarea que ella emprende. De donde tenemos que lo que es pleno
–o plena– es su escritura exploratoria, ya que cumple con el propósito de unir
lo que está separado, de iluminar lo que se encuentra oculto, de dar vida a lo
que carece de ella. Poesía de abrazo, de juntar bordes, de suturar heridas, el
día es pleno en sus versos porque consagra un mundo conciliado con la verdad.
Sin autoindulgencia ni engaño, sin mentir ni mentirse... El título de su nuevo
libro La envoltura es, en cambio,
una metáfora: la operación por la que se dice una cosa en términos de otra.
Refiere las voces y latidos que, a la
manera de una música, nos llegan desde el otro extremo de la casa y que tienen
el poder de envolver la vida como en un papel de seda que, por su propia incontinencia,
también se rasga. Habla de la vida y de la muerte, de la aceptación y de la
dispersión, valiéndose de ausencias y presencias que han prendido en la madurez
de su lenguaje sensible... De la poesía de Raquel
me sedujo, en primer lugar, su tono confidente, su opción por el registro
moderado, el ponderado equilibrio de sus emociones. Luego, la sabiduría para
hacer del escenario de la vida familiar el motivo de la elaboración poética.
Por último, su propósito de alcanzar una síntesis en que las pérdidas se
concilien con las ganancias, en el que la vida y su colorido hagan tablas con
la nada y su sombría amenaza. Proyectada esta escritura sobre la tradición
poética platense, no dudo en afirmar que Raquel –quiéralo o no– está enrolada
en su más reconocido valor. El del tono
menor inaugurado, como un sello distintivo, por Francisco López Merino. En
ese tono menor (que no es nada menor, puesto que se trata de una conquista
prosódica y de un estilo) está escrita la mejor poesía de nuestra ciudad. Sin
esa vibración que permite ver lo elevado en lo nimio, López Merino no hubiera
escrito ‘Mis primas, los domingos’, ni Roberto Themis Speroni el soneto ‘A la
paloma que maté de niño’, ni Horacio Castillo ‘Anquises sobre los hombros’, ni
Néstor Mux, ‘Ante la radiografía del pie de nuestro hijo’. Sin la prédica del
tono menor Ballina no hubiera descubierto la unidad de la persona en la
voracidad de las culturas. Y al par de la ansiedad metafísica y del realismo
humanista, ese tono también está presente en la obra de Horacio Preler y de
César Cantoni. Estoy hablando de un canon”.
Foto: Raquel Sinelli. Fuente:
Gentileza de Raquel Sinelli.
No hay comentarios:
Publicar un comentario