Nacimientos
Un verso sigue a otro
verso,
una palabra grave a otra esdrújula,
los acentos se disparan
y forman una plegaria en las paredes del viento.
Es como una
respiración,
sólo que en ellas se libran todas las batallas:
lo dicho y lo impronunciable,
lo que no llegamos a ver
y lo que avanza a paso lento sin pisar la tierra.
Las nubes grises y los
helados inviernos
intercambian mensajes cruzados;
la caída de un muchacho con alas
es la caída de un muchacho con alas,
pero también el umbral de algo distinto.
A estos nacimientos da
lugar la poesía,
cuando llama palomas a los navíos y techo al mar.
Son caras de un país reconquistado
a impulsos de la imaginación y la alegría,
de la curiosidad y del asombro.
Los ancianos detrás de
sus lentes
y el trote de los caballos saben de qué hablo.
Deshoras
Pero qué poco, Irene,
qué poco:
el brillo del sol en el armario,
la serenidad de las tazas,
el terrón de azúcar, el mantel,
y después, tantas horas en blanco
a la espera de algo que no se cumple.
El tiempo que reposa
en las jarras,
la oleada de voces y nunca
el agua suficiente para calmar la sed;
los libros leídos más de una vez,
alineados en los estantes,
las dos únicas líneas que recordarás.
Lo próximo, lo lejano:
dos dimensiones
de la más pura contradicción;
afirman, niegan,
mientras sostienen la cuerda
que nos mantiene vivos
en su ingravidez y en su nana.
Esto no se puede
explicar con palabras,
se sabe: como la semilla
que gira en dirección al sol,
como la luna que se embosca
detrás de los árboles,
con toda la luz adentro.
El celo de un alma que
ansía
y de un cuerpo que se niega,
de lo incontable en la puerta
y del mensajero que no responde.
Ay, Irene, qué poco, qué poco y qué breve.
Un jardín casi desierto. Pero vivo.
Georgina
Solía hacerse presente
en Navidad.
Bajaba de las sierras,
donde las hojas del verano
eran más protectoras
y el cardo azul definía su lugar en el mundo.
Ahora ha vuelto sin
aviso,
como lo hacen las personas
que se preparan para su eclipse definitivo.
Regresa su sonrisa, su rostro de piel clara,
la llama alborotada de su pelo.
Existió y eso es todo
lo que puedo decir de ella.
Menuda, graciosa,
como un pequeño fantasma
que correteara por la casa sin que nadie la viera.
Su nombre no está
escrito en ningún lado.
Únicamente yo lo deletreo hasta el final,
bajo este sol de invierno
que vacila, relampaguea,
y también deja su fruto al tocar la tierra.
Hacer tablas
Ética mínima:
no vencer ni ser derrotado.
Comenzar de nuevo.
La aurora y el
poniente
en el mismo abrazo.
Hacer tablas.
Una geografía sin héroes.
Me explico:
la dulzura diaria
de mover nuevamente las piezas.
Salmo
una palabra grave a otra esdrújula,
los acentos se disparan
y forman una plegaria en las paredes del viento.
sólo que en ellas se libran todas las batallas:
lo dicho y lo impronunciable,
lo que no llegamos a ver
y lo que avanza a paso lento sin pisar la tierra.
intercambian mensajes cruzados;
la caída de un muchacho con alas
es la caída de un muchacho con alas,
pero también el umbral de algo distinto.
cuando llama palomas a los navíos y techo al mar.
Son caras de un país reconquistado
a impulsos de la imaginación y la alegría,
de la curiosidad y del asombro.
y el trote de los caballos saben de qué hablo.
el brillo del sol en el armario,
la serenidad de las tazas,
el terrón de azúcar, el mantel,
y después, tantas horas en blanco
a la espera de algo que no se cumple.
la oleada de voces y nunca
el agua suficiente para calmar la sed;
los libros leídos más de una vez,
alineados en los estantes,
las dos únicas líneas que recordarás.
de la más pura contradicción;
afirman, niegan,
mientras sostienen la cuerda
que nos mantiene vivos
en su ingravidez y en su nana.
se sabe: como la semilla
que gira en dirección al sol,
como la luna que se embosca
detrás de los árboles,
con toda la luz adentro.
y de un cuerpo que se niega,
de lo incontable en la puerta
y del mensajero que no responde.
Ay, Irene, qué poco, qué poco y qué breve.
Un jardín casi desierto. Pero vivo.
Bajaba de las sierras,
donde las hojas del verano
eran más protectoras
y el cardo azul definía su lugar en el mundo.
como lo hacen las personas
que se preparan para su eclipse definitivo.
Regresa su sonrisa, su rostro de piel clara,
la llama alborotada de su pelo.
lo que puedo decir de ella.
Menuda, graciosa,
como un pequeño fantasma
que correteara por la casa sin que nadie la viera.
Únicamente yo lo deletreo hasta el final,
bajo este sol de invierno
que vacila, relampaguea,
y también deja su fruto al tocar la tierra.
no vencer ni ser derrotado.
Comenzar de nuevo.
en el mismo abrazo.
Una geografía sin héroes.
la dulzura diaria
de mover nuevamente las piezas.
Nunca se equivocaronlos Viejos Maestros.
W. H. Auden
la piedra, el sol, el aire,
el pájaro en vuelo
y la primavera en la rama.
la memoria se encarga de recogerlos
y forma con sus semillas
el volcán y la rosa, la cantera y el sonido.
las iglesias góticas
y los campos de lavanda
nos salvan de la tristeza.
y amaban la perspectiva,
los álamos de Italia
y la sal de la tierra.
el oro brillante y la esfera celeste,
las nubes en el cielo
y el suelo bajo los pies.
que lo incontable renazca:
eso debatían en los talleres,
y en las telas abundan colinas, iglesias, árboles
Rafael Felipe Oteriño nació en La Plata en 1945. Publicó trece libros de poesía: Altas lluvias (Cármina,1966), Campo visual (Cármina, 1976), Rara materia (Cármina, 1980), El príncipe de la fiesta (Cármina, 1983), El invierno lúcido (El Imaginero, 1987), La colina (Ediciones del Dock, 1992), Lengua madre (Grupo Editor Latinoamericano, 1995), El orden de las olas (Ediciones del Copista, 2000), Ágora (Ediciones del Copista, 2005), Todas las mañanas (Ediciones del Copista, 2010), Viento extranjero (Ediciones del Dock, 2014), Y el mundo está ahí (Libros del Zorzal, 2019), Lo que puedes hacer con el fuego (Editorial Pre-textos, 2023). Su obra fue recogida parcialmente en Antología poética (Fondo Nacional de las Artes, 1997), Cármenes (Editorial Vinciguerra, 2003), En la mesa desnuda (Ediciones al Margen, 2009) y Eolo y otros poemas (Editorial Brujas, 2016). Tiene en su haber, además, dos libros de ensayo: Una conversación infinita (Ediciones del Dock, 2016) y Continuidad de la poesía (Ediciones del Dock, 2020). Recibió las siguientes distinciones: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966), Faja de Honor de la SADE (1967), Premio Sixto Pondal Ríos de la Fundación Odol (1979), Premio Coca-Cola en las Artes y en las Ciencias (1983), Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de Cultura de la Nación (período 1985-1988), “Premio Konex” de Poesía (período 1989-1993), Premio Consagración de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires (1996), Premio Esteban Echeverría (2007), Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía (2009), Rosa de Cobre de la Biblioteca Nacional (2014) y Premio Dámaso Alonso de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid (2023). Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras y codirige, en Ediciones del Dock, la colección Época de ensayos sobre poesía. Reside en Mar del Plata, donde fue Magistrado y ejerció la docencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.
Foto: Rafael Felipe Oteriño. Fuente: Facebook.
Qué gran trabajo que hace usted. Muchas gracias!!!
ResponderEliminarPor nada. Hago el trabajo gustosamente. Saludos cordiales.
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