BUTALÓ
I
El médano
que mi madre
había
guardado para después
hierve al
borde de los labios
junto a la
sémola.
Soplamos y
vuelvo del destierro
a la casa azul.
IV
Sufríamos la
ictericia de los focos
y el miedo de caer
en la boca
estrellada y fría de la loba.
Las luces de las
calles
pintaban de
lavandina
nuestros
caparazones.
Entre los postes
de luz
bandada de
bichitos grises
de fulgores
prestados.
VII
Mis cementerios
infantiles
tienen crucecitas
de palo.
y montoncitos de hojas
para cubrir a los
recién caídos.
Una comunidad de
hormigas
trabaja en la
siesta del campito,
oxidadas y grises
como las camisas
de las fábricas.
IX
Cuando todo duerme
sólo tu paladar es
luminoso
tu lengua de
cuatro caras
tu hambre cetácea.
Allende, la
molicie de un rincón
tu aliento me enhiesta
el desamparo y el
olvido,
esos nervios
nadadores.
En este ínfimo
cuarto de playa,
donde soñamos con
crímenes y con ángeles
me duermo cerca de
tu hocico húmedo:
el yodo de tu
lengua torna a una niña paloma.
XV
A Mahún
Desde hoy
con un árbol
plantado
en el centro de
mi cuarto
o aurícula
izquierda,
no tendré más
que mariposas
deletreándome
armonías.
Más que
mariposas
para encontrarme
en el espejo.
No sanaré de
este árbol plantado
en el centro de mi
cuarto
ni de las
pinturitas en sus alas
para atraer la
luz.
MAQUINALES
A mi madre
I
Le crecían nuevos los cabellos
a la
niña
a la intemperie.
Le
crecían duros y puros
sobre
las latas del invierno.
La
comida de los pájaros
el
maíz de su canto
su piel
nueva y tiznada,
le
crecía
en la muda boca de su taza.
II
¿Qué acechaba aún de tu animal
de ese animal original
de ese animal abundante
de tu sonrisa y melena?
¿Qué hiciste para dejarlo tibio y manso
justo antes de la fotografía,
la emancipada fotografía de alguien
feliz
y domesticado?
V
Fui
ilesa de la luz
y de tu miedo al bisturí.
De la rotura de tu fuente
comencé a beberme la luz
y tus secretos.
Limpiaron todo antes de mí,
pero
quedaron pedacitos.
IX
Mis hermanos y yo
usamos el tambor animal
que nos legaste.
Tocamos sin ritmo
este animal
este regalo de los dioses
esta maldición de origen.
Aullamos,
pero ya no, desolados.
El animal que nos legaste
se estremece.
XI
SONÁMBULA
Esa noche te dejó
la falda y los puños húmedos
una limpieza que olía a miedo
un sol moribundo a los pies de la cama
igual de amarillo y muerto
como la yema de tu secreto.
Un estertor de aguja y durmiente
cada vez que sobrevino el sueño.
Un tren de repliegue
con su lluvia de piedrecitas
derredor de los ojos.
Años más tarde,
me dibujabas una cunita
tapabas mi muñeco con un trapo.
Para cada una de tus madrecitas rotas
canturreo una nana
para esos bebés de mentira,
disuelta la yema de tu día.
INTEMPÉRICA
II
Mi
padre proyecta
la
resina de su pipa
su
humo sucio
en las
manchas de mi cuerpo.
Este
animal rechina.
Este
animal rechina
y va
muriendo.
Este
animal como una estrella
está
ya, muerto
en las
manchas de mi cuerpo.
III
Que ninguna mañana se
demore con la muerte de mi madre.
Que la triste noticia de
un frío supremo sobre el mundo
me
quite de la habitación a oscuras.
V
Nunca emprendí un viaje,
así.
A escondida del buen
tiempo
distraída de presagios y
estrellas.
Dentro de un limbo
helicoidal
de cajas y bolsas
y palita para las
cenizas.
La ilusión puede ser
tan práctica y doméstica
como un carbón apagado.
En cualquier palma o
destino
puede reanudar su
invierno.
VII
Venís del sur,
llenás mis ojos de
arena.
Ahora, dibujás
círculos en mi espalda.
Nadie te dijo
que eras un zorro
que desenterrabas
huesos, por gusto nomás.
Por desparramarlos
como mojones en el
desierto
montoncitos centellantes
para perderme en la
búsqueda.
VIII
Cuando
vuelva a casa
será
hacia mí
y de
noche.
Cuando
vuelva a casa
será
de noche,
tendré
por luna
la
arena encendida
el
silencio de la arena.
Y su
salitre
una
sed de luz rasgada.
XIII
Me
alcanzan los ladridos
de tu
rencor por la espalda.
Qué
manera de ser fiel y valiente
de
mezclarte en la madrugada
y
amedrentarme.
Qué
manera de mostrar los dientes
cuando
todo ya es ido
lastimado
y en el suelo.
Estás
atado a una correa corta.
Tenés
hambre.
XX
El
mundo es un animal caído.
Sobre
el arco de su carroña,
veo,
dibujo armonías.
A la
luz de sus huesos
me
abandono.
La
muerte vendrá.
Intempérica,
me beberá el agua.
Fuente: gentileza de Natalia Geringer.
Natalia Geringer nació en Santa Rosa,
Provincia de La Pampa, el 29 de diciembre de 1981. Reside en Ignacio Correas,
pequeña localidad rural situada en la zona sur del Partido de La Plata. Es
poeta y profesora de Letras. Entre otras actividades, intervino en los ciclos de
lectura realizados en la casa natal de la poeta Olga Orozco, en la ciudad de
Toay, en 2015 y 2016, y dio a conocer una ponencia sobre la obra de dicha poeta
en la Universidad Nacional del Comahue y la Escuela de Artes Alcides Biagetti,
en la ciudad de Viedma, durante octubre de 2015. Participó, asimismo, en el Festival Itinerante de
Poesía El Rallador, en las jornadas
llevadas a cabo en las ciudades de San Juan y Santa Rosa, en julio y septiembre
de 2016, respectivamente. En la actualidad, coordina El mordisco, taller literario que recorre las distintas estéticas y
poéticas del siglo XX y sus correlatos clásicos. Publicó: Miniturios,
antología poética (Nada Ediciones, Santa Rosa, 2016), y Pedernal alado, en coautoría con Martín
Raninqueo (Ediciones Hybris, La Plata, 2018). Los poemas incluidos en esta página fueron tomados de
tres libros inéditos: Vitriada fosa,
Maquinales e Intempérica.
Foto: Natalia Geringer. Fuente: gentileza de Natalia
Geringer.
Excelente persona, gran poeta. Toda la cultura ranquel-mapuche, como legado y misión. Notable poeta y maestra de poesía. Patricia Coto
ResponderEliminarMuy hermosos poemas
ResponderEliminarQue seamos fieles y sigamos gentiles. Te abrazo, Patricia.
ResponderEliminarGracias.
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