jueves, 13 de diciembre de 2018

Esteban Peicovich


04 /

El hombre se vació. Perdió su interior. Es un animal foráneo de sí. Homo cascarudo. Se desconectó del árbol, del arco iris, del caballo. Usa perfumes robados a la flor, cruza perros, deforma vacas, mezcla reinos. Dejó de caminar. Perdió el latido del corazón. Se desactivó de sí. No diferencia nuevo de viejo. No produce experiencia. No hace historia. No decide nada de lo que hace. Come, viste, fornica, piensa según impulsos de mercado. Es el pelele que ignora que lo es. No imagina. Se mueve por pulsiones. A diferencia del refinado homo sapiens le da lo mismo amanecer que anochecer. No percibe la lluvia, salvo para quejarse. Es el anti-Hamlet. ¿No ser o no ser? Tal es su dilema. Pero lo desconoce.


14 /

Así como los asesinos necesitan volver al sitio del crimen, los que se van del lugar de su infancia un día regresan para ver cómo fue que allí sucedió otro crimen.


19 /

Si bien uno no es medieval, no es difícil suponer que las brujas, cuando veían al diablo, lo primero que hacían era apretar con más fuerza su palo de escoba entre las piernas.


32 /

Partí de Berisso. Recorrí la Tierra. Llegué a la luna. Ya no puedo bajar. Estoy cansado.


37 /

Porque creo en el Eclesiastés, creo que llegará el día en que los negros cultiven tulipanes y los ingleses porten grilletes en sus rosados pies.


60 /

Habría que acordar un largo silencio hospitalario. Cerrar el pico. Apagar los televisores. Poner las cosas del mundo a la altura de los ojos campesinos. Sumar el largo haber de piedras tropezadas. Darle un vaso de agua  a Sísifo. Poner de nuevo el numerador en año cero. Ver de no caer otra vez en este o aquel siglo. Llamarlo Génesis.


65 /

Todos los días uno se encuentra con gente sorprendente en el espejo.


83 /

Cierta vez, yendo por la calle Trípoli de Berisso, me detuve ante un escaparate donde había un espejo. Me acerqué y, desde la calle, a través de la vidriera, vi mi rostro más de otro que nunca. Es posible que haya sido entonces cuando empecé a enloquecer. Ese que apareció suplantándome frente a mi propia cara me hizo otro.


88 /

La poesía es el viaje maravilloso que hacemos al partir del musgoso, antiguo puerto del significado literal y obvio de las palabras, para ir al encuentro de los significados metafóricos y asombrosos que nos aguardan a los costados, en los lindes, en los pliegues de esas mismas palabras maltratadas por el sentir y el pensar ociosos.


91 /

Lejos, hace muchos años, yo era mirado como un bello joven sentado en un tren que marchaba hacia el futuro, de igual modo que ahora miro yo desde unos ojos antiguos que insisten en continuar perpetuando la imagen del tren con un joven que podría ser mi doble en el tiempo.


95 /

Si antes de nacer desconocía que iba a ser quien soy, ¿por qué debería ahora saber quién seré después de morir? Las opciones son múltiples y de variado reino. Crisantemo, cerdo, nogal, río... Puede que sea un río
Y me cae bien. Un río de provincia. Un río menor, no registrado por la cartografía. Un río infantil.


106 /

Ante un alrededor hosco, soy hosco. Ante un entorno dulce, soy dulce. Mi yo es una pajarita de papel.


133 /

Con el arribo de la ancianidad, la experiencia se ocupa de desmontar poco a poco al ego hasta dejarlo con fecha vencida y confirmar así la sospecha de que uno no era más que un hombre común.


143 /

Hay un animal que necesita ser querido más que el resto de los animales. Por eso es el más triste.


154 /

La historia de mi padre es la biografía de Europa. Nació en una aldea, peleó en una guerra civil (toda guerra europea lo es), se hundió en un barco de guerra en el Adriático, se hizo a la vela en el Mediterráneo, cayó preso en Estambul (seis días), recibió un permiso de los reyes belgas para cruzar el territorio en busca de trabajo, empaquetó azúcar en Lille, hurgó carbón en Amberes, y tras escuchar una moderna versión de la leyenda de El Dorado, duda entre Uruguay y Nueva Zelanda. Alguien en Montevideo le señala la orilla de enfrente y es allí donde recomienza otro juego de azar. Aquí una mujer imagina su rostro y lo espera. De allí en más, planificado por el misterio, su destino se hará cotidiano. Lo cual no excluye el milagro. Como se sabe desde Breton, “algo realmente extraordinario no dejará de suceder”. Y a esa mujer y a él les sucedo yo.

155 /

El tiempo no es más que nuestra incapacidad, cada vez mayor, de permanecer vivos.


165 /

Es seguro que si ella fuese africana andaría en lo suyo más cómoda culturalmente. Pero verla conversar de manera animada con ollas, retar a frascos que se caen, gritar a la tetera por el zumbido del hervor o ensañarse con los tomates cuando llegan verdes es una condición que la aleja de las formalidades y usos verbales de la fauna urbana. Tiene, a su vez, una particular inclinación por los árboles de las plazas, a los que abraza con plenitud que deseo para mí.


166 /

El hombre siempre fue más moderno para el mal que para el bien. Todos sus cambios de tecnología tuvieron inicialmente un destino más inclinado a hacer penar al prójimo que a cobijarlo.


184 /

La palabra está antes y espera la llegada del cuerpo. La palabra continúa después, cuando el cuerpo ya se fue, a la espera de otro cuerpo que la despierte. Cada época abre una nueva boca a la poesía. Lo nuevo debe ser nombrado y lo viejo debe cambiar otra vez a nuevo.


210 /

Les tengo miedo a los barcos porque no sé nadar. No me asustan los aviones pues lo mío es volar.


215 /

Alguien me amenaza informándome haber descubierto en mis textos un ominoso pasado animal. Insiste en que soy un animista de cabo a rabo. Le agradezco el diagnóstico, pues me resulta un acto de justicia. Soy bípedo, implume, familiar y fragilísimo si se me suelta en la calle. Me aterra lo público. Como mono latente, no encuentro nada más peligroso que un hombre navaja en mano.


223 /

Si se aceptan las leyes del mercado, se debería aceptar que, económicamente, yo (o cualquiera) valgo mucho. No abundo. Soy uno solo. Luego, mi precio debería estar por las nubes.


227 /

Misa a orillas del mar. Bañistas que se acuestan para ver hundirse el sol. Formación Magritte de nubes que viajan hacia el Este. Última luz.


272 /

El hombre sueña, viaja, piensa y ama con el único fin de no estar en sí mismo. Esa perdida estación que es su persona le resulta, en principio, inútil y falta de sentido. En compensación, inventa artilugios (arte, turismo, el otro) para mudar de paisaje.


284 /

Un cura produce oraciones. Un amante, temblor. Un equilibrista, angustia. Un poeta, sueños. Producción altamente inflamable y sin valor en el mercado.


289 /

La prueba de que la vida tiene un propósito estético es que (dándole tiempo) el dinosaurio se convierte en ruiseñor.


297 /

La muerte no es más que un problema de vivienda. No tener datos previos del domicilio que tocará. El cementerio tiene toda la traza del campamento de paso, de sala de espera, con muy poca actividad, al menos de día.


334 /

La única condición que me distingue es la de haber recorrido la vida sin dejar morir al niño de los inicios.  Hoy, a los ochenta, lo soy. Las células jadean, los huesos chirrían, se deforma el muñeco carnal, pero el infante lozano lo asiste en su andadura por el jardín de los asombros. Ignoro qué, quién, dispuso que el tiempo me distinguiera así. Lo considero una gracia. De tal índole que la muerte deberá dejarle paso a este niño soberano, independiente de mí, cuando el hombre acabe. Cuando suceda, saltará hacia el nuevo asombro. Pino, pez, jazmín, ornitorrinco. La fiesta continúa.


354 /

Tuve una infancia dura. Tengo una vejez tierna. Mis extremos no se tocan.


365 /

Yo no soy yo. Soy mi padre que quiso que yo fuera lo que él no fue.         

Fuente: Soliloquio, Esteban Peicovich, Ed. M14E, Rosario, 2018.

Esteban Peicovich nació en Zárate el 22 de diciembre de 1929 y falleció en Buenos Aires el 28 de junio de 2018. Fue poeta, escritor y periodista. Cuando sólo tenía tres años, sus padres, de origen croata, se trasladaron a Berisso, donde pasó su infancia y su juventud. “En ese Berisso –confesó en una nota– me doctoré: cociné puchero a los 7 años, recurrí a Dios (por miedo a los fantasmas) a los 9, me enamoré de la Chiappe a los 10 (Dios la guarde), porté la bandera papal al confirmarme a los 12, descubrí que una mujer es más que Bécquer a los 14 (gracias Felisa), llegué a ser metafísico a los 15 y a ganar mi primer sueldo como pesador de chilled beef en un frigorífico en el que entré a los 16 y del que pude huir hacia el periodismo sólo a los 28”. Y añadió, más adelante: “De joven, soñaba con irme al mundo. Y me fui. Mi primera París fue La Plata. La segunda, Buenos Aires. Y así Praga, Budapest, Brujas, Delhi, Tokio, tantas. Un viaje demasiado largo para descubrir al fin que todas ellas estaban en Berisso”. Antes de “irse al mundo”, estudió en el colegio industrial Albert Thomas y en la Escuela de Periodismo de La Plata. En una de sus visitas a esta ciudad, tras muchos años de ausencia, declaró: “Los lazos que me unen a La Plata son tan fuertes como los que me ligan a Berisso. Aquí solía recorrer las librerías junto a Jorge Paladini... Aquí amé, sufrí, soñé y conjugué ese verbo que, después de ‘amar’, es el más hermoso: ‘esperar’. Sin la esperanza los hombres ya no existiríamos”. Fue precisamente en un diario platense, El Día, donde publicó sus primeros poemas con el seudónimo Paul Montain. En 1958, cansado del frigorífico, empezó a trabajar en diario Clarín, convirtiéndose en redactor, columnista y crítico de cine. Su labor en dicho medio lo hizo acreedor del Premio Nacional Kraft al mejor periodista de diarios de 1963. Poco después, en 1964, pasó a ser secretario de redacción del diario La Razón. Ese mismo año, estando de vacaciones en España, consiguió entrevistar al general Juan Domingo Perón, que llevaba casi una década de mutismo. Fruto de tal encuentro es el libro Hola, Perón, publicado al año siguiente. Simultáneamente con su actividad gráfica, ejerció por entonces el periodismo radial y televisivo. Entre 1974 y 1987 vivió en España, desempeñándose como corresponsal de diversos medios, lo que lo llevó a recorrer más de cincuenta países. Luego de regresar a la Argentina en 1988, se afincó de manera estable en Buenos Aires, condujo los programas Sin verso por canal 7, Noche abierta por Radio Nacional y Los palabristas por Radio Ciudad. Asimismo, fue columnista del diario La Nación y columnista dominical de la edición digital del diario Perfil. En 2014, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires lo declaró Personalidad Destacada de la Cultura. Su obra literaria y periodística incluye, entre otros, los siguientes libros: Palabra limpia de mí (1960), La vida continúa (1963), Hola, Perón (1965), Historia viva (1966), Introducción al camelo (1967), La poetisa analfabeta (1974), Reportaje al futuro (1974), El último Perón (1975), Borges, el palabrista (1980), Instrucciones al pavo real (1993), La bañera azul (1994), Poemas plagiados (2000), Gente bastante inquieta (2001), Así nos fue (2002), El ocaso de Perón (2007), Nuevos poemas plagiados (2009) y Soliloquio (2018). Este último, publicado póstumamente, recoge 365 fragmentos de distinto tenor escritos a lo largo de varios años. Acerca de su relación con la escritura, señaló no hace mucho: “Toda vida es biografía: ‘vida a escribir’. En mi caso, bien larga ya. Soy siglo 19 por formación, 20 por perdición y 21 por desesperación. Paisajes que me llevaron del soneto inicial al monólogo poético, al relato, el cuento, la novela y la crónica periodística. En todos ellos me place y alimenta permanecer en atenta cuidadosa ignorancia. Para ello cultivo con gusto cierta infancia madura y militante. Dudo que la realidad sea real. Al menos, parte de ella. Por eso mis filias y fobias me aproximan más a un arrojador de botellas al mar que al típico escritor testimonial terrero, hecho y derecho”.

Foto: Esteban Peicovich. Fuente: Wikipedia.

2 comentarios:

  1. Joyas de Esteban. Tesoros que se van descubriendo y él plasmó en valiosas palabras. Gracias César por permitirnos conocerlas.

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