Diálogo con O. V. de Milosz
Bajo la lluvia, más tarde,
en la terrible tarde, levantarás los ojos del
libro vacío
y yo veré las chalanas amarradas, los
barriletes, el carbón...
Ahora que ya no
grita la sirena sobre el río;
ahora puedes
desatar las preguntas.
¿Qué hacer? ¿Huir? ¿Pero dónde? ¿Y para qué?
Y ésta es la
verdad.
Así como el tiempo
repite los días,
el hombre repite
las preguntas.
Así como los días
repiten las horas,
con esa pálida
monotonía de paisaje,
el hombre deja
correr el manantial de sus preguntas
a lo largo de la
patria, en torno de los bosques,
junto a las altas
tumbas
y en la ribera
estrellada de las cunas.
¿Qué hacer? ¿Huir? ¿Pero dónde? ¿Y para qué?
El hombre, como los
pájaros que plegaron las alas,
ya no puede viajar
hacia las lágrimas.
El mar, la piedra,
el árbol: uniformes, ciegos de luz,
estancados, sujetos
a la naturaleza.
En cambio, él tiene
las pupilas despiertas y encendidas,
tiene la pasión de
la noche y el corazón ardiendo;
él es el
espectáculo del mundo,
renovado en la
estela invisible de la muerte,
renovado en el amor
y en el odio;
destruido en las
llamas implacables del tiempo,
destruido en la
soledad sin orillas del otoño.
Así es el hombre,
y así lo ven el
mar, la piedra, el árbol, por todos los caminos.
Cuando te preguntaron,
respondiste:
Mis días son como los poemas olvidados en los
armarios
que huelen a tumba.
Los días del hombre
tienen cara de olvido
y una voz sin eco,
sin color,
cansada de
llamarnos.
¡Oh, vida! ¡Oh, amor sin facciones! Toda esta
arcilla
ha sido removida, rastrillada, desmenuzada,
hasta los tejados donde el propio dolor
encuentra un sueño en una llaga.
Después, la sombra
desconsolada del llanto
nace junto a los
muros en la casa del hombre.
Es el dolor sin
peso ni medida.
Es el horizonte que
se acerca a nosotros
sin tener en cuenta
su propio destino.
Es la angustia de
saberse en la vida
como el barro en el
charco,
como la flor en la
rama de la primavera.
Es la felicidad de
saberse, también, por encima del barro,
del charco, de la
flor y de la primavera.
De saberse en el
cielo, quemado humildemente por el cielo.
De saberse hombre
iluminado de preguntas.
Fuente: Poemas para la vigilia del
hombre, Arturo Cambours Ocampo, El Ateneo, Buenos Aires, 1939.
Mar sin orillas
Estás en mi recuerdo, misteriosa,
diáfana y fugitiva como el viento.
Tengo en mi voz el estremecimiento
de tu voz, encendida y prodigiosa.
Estás en mi recuerdo, temblorosa,
con el misterio de tu triste acento.
(Este mar sin orillas que hoy invento,
va desde el corazón hasta la rosa.)
No consigue matarte mi ternura
ni logra mi pasión aborrecerte.
Eso eres tú: ausencia que perdura.
Sólo en sueños de nácar puedo verte,
mujer del alba y de la tierra pura,
como se ve la sombra de la muerte.
Fuente: Boletín del Instituto de Investigaciones
Literarias N° 4, Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires, 1949.
Arturo Cambours Ocampo nació en Buenos Aires en 1908 y murió en dicha ciudad
en 1996. Fue poeta, narrador, dramaturgo,
ensayista, crítico, docente y gran polemista. En una entrevista publicada en
1966 en el diario El Día, él mismo se
encargó de apuntar sus vínculos con La Plata: “Yo nací en Buenos Aires, pero
mis abuelos siempre vivieron en La Plata; tengo muchos parientes a los que
quiero y recuerdo permanentemente. Las vacaciones de mi niñez las pasé en esta
ciudad. Mis primeros pantalones largos los estrené en La Plata... Hice la
conscripción en el 7° de Infantería. Viajé, recorrí el mundo y volví a La Plata”.
En esta ciudad, también ejerció la docencia en establecimientos secundarios y
en la Universidad, fue Director del Instituto de Investigaciones Literarias y
del Instituto de Literatura Argentina e Iberoamericana, ambos organismos
dependientes de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, y
Director del Instituto de Literatura de la Provincia de Buenos Aires. En La
Plata, asimismo, fundó las revistas Poética,
Hipocampo (con Marcos Fingerit y
Vicente Barbieri), Movimiento (con
Marcos Fingerit) y El potro en el viento
(con Pedro José Peláez Vildósola). Publicó seis libros de poesía: El reloj de la hora bailarina (1929), Suburbio mío (1930), Mucho cielo (1931), Sur Atlántico (1932), Naufragio en la tierra (1938) y Poemas para la vigilia del hombre
(Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, 1939, reeditado en 1940 y 1966
con la inclusión de “El rostro de la patria”, poema publicado en forma
independiente por Hipocampo en 1940).
Dichos libros fueron reunidos, posteriormente, en un solo volumen: La soledad entre las manos (1949). Fue
muy difundida y comentada, además, su antología La novísima poesía argentina, aparecida en 1931. Su único libro de
relatos es Historia de la noche
(1942). Como dramaturgo, dio a conocer las siguientes obras: Max, la maravilla del mundo (1935), Rumba de muerte (1936), Paralelo 28 (1937), Una mujer vestida de silencio (1940) y El delirio del viento (1947). A partir
de la década del 50, abandonó la poesía y el teatro para abocarse
exclusivamente a la investigación literaria, convirtiéndose en un crítico
implacable y publicando interesantísimos y polémicos trabajos; entre ellos: Indagaciones sobre literatura argentina
(1952), Verdad y mentira de la
literatura argentina (1962), El problema de las generaciones literarias
(1963), Teoría y técnica de la creación literaria (1966), Lenguaje y creación (1970), Literatura y estilo (1985) y Literatura y polémica (1987). En la
solapa de este último libro, Horacio Salas lo describe como “el máximo
conocedor de literatura argentina, el mayor hurgador de movimientos literarios,
el hombre que guarda en su biblioteca los volúmenes más increíbles de las
letras nativas”. En cuanto a su obra lírica, reunida en La soledad entre las manos, escribió Ildefonso Manuel Gil el 24 de
junio de 1951 en el Heraldo de Aragón,
España: “En uno de sus poemas amorosos hay dos bellos versos, que se me antojan
clave de toda su poesía: ‘Este mar sin orillas que hoy invento/ va desde el
corazón hasta la rosa’. Desde el propio corazón, desde su entrañable intimidad,
va el poeta hacia todas las cosas. Su unión con el mundo exterior, sublimada,
es la fuente de su poesía”. Y agrega más adelante: “En los sucesivos libros, la
poesía de Arturo Cambours Ocampo va ganando una mayor amplitud; su firme raíz
porteña se universaliza, ensancha su mensaje y alcanza los mejores frutos. Y
siempre con una gran riqueza expresiva, con brillantes y originales metáforas,
con una belleza mantenida tanto en el verso libre y blanco como en los poemas
estróficos”. Cambours Ocampo perteneció a la generación del 30, también llamada
“intermedia”, y fue uno de los más acérrimos defensores de la misma cada vez
que se cuestionó su existencia.
Foto: Arturo Cambours Ocampo. Fuente: Letra viva.
Reportajes y notas sobre literatura argentina, Arturo Cambours Ocampo,
La Reja, Buenos Aires, 1969.
Poema de Arturo Cambours Ocampo.
ResponderEliminargracias por la información obtenida en general,por este medio, se amplió mi conocimiento sobre todo por la Ciudad de La Plata, que fue elegida por mis suegros, para vivir recién llegados de Italia en el año 1949.
Era buen profesor, clases interesantes
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