Cita en Mojácar
En Mojácar ella envuelve en algodón los geranios.
Da de cantar al mirlo.
Desde que ella llegó
el desorden del paisaje quedó planificado.
Otro génesis.
El día no es el revés del naipe de la noche.
Ella llegó con la única misión
de fijar a Canopus en el cielomundi.
Tras el mirador donde revientan las lilas,
ella recuerda sus mapas terrestres:
inscripciones sánscritas en Anacapri,
su evangelio etrusco a los esquimales,
una religión en la isla de Pascua.
Ella encontró y perdió a Cristo varias veces.
Durante una década su sonrisa se estampó en vestiduras,
paraguas, capelinas, pañuelitos, arcones diminutos.
Su sonrisa evitó la tercera guerra mundial.
Hizo lo que pudo.
Ahora se desvela sobre una lente traída del Japón.
En algún lugar del lechoso archipiélago
está Canopus, árbol de luz que cae
furtivamente, como asombro y lluvia
sin dañarle un átomo a la eternidad.
Moviendo arenosos dedos nefertitis
no es casual que ella tenga un temblor en Mojácar.
Que su memoria y el cinturón de estrellas se confundan.
Pienso en la navaja cayendo sobre la mariposa,
en Canopus encapsulado para siempre.
Y en este informe que haré llegar
a los círculos más íntimos
de la Astronomía.
Fuente: Instrucciones al pavo real, Esteban
Peicovich, El Archibrazo Editor, Buenos Aires, 1993.
El telegrama
El encuentro en Verona
obliga a considerar como inevitable
que también viaje el ruiseñor.
Es asunto de tres.
Fuente: Instrucciones al pavo real, Esteban
Peicovich, El Archibrazo Editor, Buenos Aires, 1993.
Europa
Grandes señoras, las gaviotas desayunan, soberbias
en los bordes morados del mar de Amsterdam.
Cuando el primer Vermeer alumbra el horizonte
ellas untan sus patas en petróleo
y picotean lo que llega del mundo.
Las grandes señoras están ciegas.
Confunden el velero, se posan torpemente
en el mástil de los semáforos de la Wilhelmstraat
y allí se quedan, redondas y blancas,
sin saber cómo morir.
En ninguna se ve ese relámpago que hace volar
a sus famélicas hermanas del Mediterráneo.
Ninguna insinúa perderse en el mar
o aligerarse
más allá del plomo de sus alas.
No hay una sola con forma de mujer italiana
o de guitarra griega.
A ninguna le ha quedado en la estría del ojo
el refucilo último del color de Van Gogh.
Debajo de sus plumas, las gaviotas de Amsterdam
han perdido la estructura del vuelo,
el pájaro que eran.
Grandes señoras, las gaviotas de Amsterdam
ya no son ni de la tierra ni del mar.
Fuente: Instrucciones al pavo real, Esteban
Peicovich, El Archibrazo Editor, Buenos Aires, 1993.
Ejercicio de oratoria
En la fiesta del lenguaje hay palabras espejo
como picaflorear y colibrear.
Ambas viven su gemelo silencio en la garganta
y cuando una flor las llama liberan sinonimia.
Una se dirige hacia el polen con aguja.
Otra sobrevuela los pétalos y espera.
Un picaflor es asesino a cara descubierta.
Un colibrí el eufemismo en cómplice saqueo.
Esto es lo que hacen las palabras
con sus pájaros de azogue en la garganta.
Y tal vez sea así
cómo funciona el aparato locutor de la belleza.
Fuente: La bañera azul, Esteban
Peicovich, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994.
La bañera azul
El mejor poema
escrito esta semana
son los doce tomates
hechos crecer
en la buena tierra
de la bañera azul
que se buscó otro
oficio en la terraza.
Como yo, están
verdes todavía. Y como yo
esperan cada tarde
la lluvia y el sosiego.
Busco entablar
conversación, la mínima,
pedirles el secreto
de vegetar en gloria,
dorados por el sol y
amamantados por la noche.
Deseo esa noble
genética que los hace nacer
y morir,
irrepetibles, en sus pequeños destinos
que cruzan del
amarillo al verde humildísimo
hasta apagarse en
sucesivo rojo.
Los doce tomates que
alumbran mi azotea
han nacido también
de las manos de Dios.
Tan sólo reclamo mi
derecho a ser tratado
por él de igual
manera, con igual cuidado.
Pido que ajuste el
mecanismo de su obra
y ese argumento de
la huida: el tiempo.
Nacer en primavera,
disolverse en invierno,
desconocer la
silenciosa edad de la tortuga.
Sólo ser cada año,
una vez, ese estallido
de antiguo asombro:
la renovación exacta
del jazmín, la
locuacidad de la albahaca
y los tomates,
amándose de noche,
hasta amanecer
repentinamente soles
en la sonrisa de la
tierra.
Fuente: La bañera azul, Esteban
Peicovich, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994.
Curriculum
Nací (es un decir).
Guardo entre gasas
mi único cadáver,
aquel cordón
umbilical que ella mantuvo
en escondite de
múltiple avaricia
hasta dármelo a la
edad de mis sesenta.
Tozudo soy como una
rosa.
Y sucesivo como las
hormigas.
Lento, hasta ser
todo invierno.
Y dulce hasta mis
huesos.
Fui una sólida monja
hasta ser padre.
A mi primera hija se
la robé a su madre
un día en que el
amor andaba
de animal aturdido
dando tumbos
casi de farra loca
por la casa
y lo atrapamos.
Tengo otra hija con
la cabeza revuelta
por los pájaros.
Tres hijos del otro
lado del océano,
dos nietos que por
dudar de mi existencia
me llaman Sebastián,
y una madre que
resiste riendo
la inundación y el
tiempo.
De mis cuatro
esposas,
la primera se ahogó
en sus propios ojos,
la segunda fundó una
maternidad,
la tercera regresó a
su sitio natural
de un cuadro de
Filippo Lippi
y la cuarta me
arropa y alimenta
y con cuchillo de
azúcar
hace de mi dos
hombres que la aman.
Por mi árbol
genealógico ha descendido
tanta gente que me
hace ruido dentro.
Desde el minero
empaquetador de azúcar
que me trajo
hasta Vidriera, el
licenciado
(a pleno día se me
ve la noche.)
Por la palabra, al
artefacto que soy
le fue dada la rosa
en consideración,
el cordero en
cuidado
y el silencio de
Dios en cautiverio.
Sílaba a sílaba,
comparto el gineceo
de las palabras que
me aman.
Un mujerío que
teje/desteje como Safo
mi inconcluso
diccionario perplejo.
Se presentan, ahora,
asuntos nuevos:
del girasol se fuga
el amarillo.
Llaman a la puerta.
Es la humedad.
Ni el licor de lo
eterno, ni Sherezade,
ni la picadura
súbita del pezón más colibrí
pueden hacer que
reviva lo que olvido.
Veré de poner música
esta noche.
No vaya a ser que
tope con un golpe
de dados y mi azar
no lo sepa.
Fuente: La bañera azul, Esteban
Peicovich, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994.
El viaje
Sólo somos un leve
error
en la dirección de
vuelo
de las aves del
Paraíso.
Y ahora volvemos a
casa.
Fuente: La bañera azul, Esteban
Peicovich, Libertarias / Prodhufi, Madrid, 1994.
Esteban Peicovich
nació en Zárate, Provincia de Buenos Aires, el 22 de diciembre de 1929. Es
poeta, escritor y periodista. Cuando sólo tenía tres años, sus padres, de
origen croata, se trasladaron a Berisso, donde pasó su infancia y su juventud.
“En ese Berisso –confesó en una nota–
me doctoré: cociné puchero a los 7 años, recurrí a Dios (por miedo a los
fantasmas) a los 9, me enamoré de la Chiappe a los 10 (Dios la guarde), porté
la bandera papal al confirmarme a los 12, descubrí que una mujer es más que
Bécquer a los 14 (gracias Felisa), llegué a ser metafísico a los 15 y a ganar
mi primer sueldo como pesador de chilled beef en un frigorífico en el que entré
a los 16 y del que pude huir hacia el periodismo sólo a los 28”. Y añadió, más
adelante: “De joven, soñaba con irme al mundo. Y me fui. Mi primera París fue
La Plata. La segunda, Buenos Aires. Y así Praga, Budapest, Brujas, Delhi,
Tokio, tantas. Un viaje demasiado largo para descubrir al fin que todas ellas
estaban en Berisso”. Antes de “irse al mundo”, estudió en el colegio industrial
Albert Thomas y en la Escuela de Periodismo de La Plata. En una de sus visitas
a esta ciudad, tras muchos años de ausencia, declaró: “Los lazos que me unen a
La Plata son tan fuertes como los que me ligan a Berisso. Aquí solía recorrer
las librerías junto a Jorge Paladini... Aquí amé, sufrí, soñé y conjugué ese
verbo que, después de ‘amar’, es el más hermoso: ‘esperar’. Sin la esperanza
los hombres ya no existiríamos”. Fue precisamente en un diario platense, El Día, donde publicó sus primeros
poemas con el seudónimo Paul Montain. En 1958, cansado del frigorífico, empezó
a trabajar en diario Clarín,
convirtiéndose en redactor, columnista y crítico de cine. Su labor en dicho
medio lo hizo acreedor del Premio Nacional Kraft al mejor periodista de diarios
de 1963. Poco después, en 1964, pasó a ser secretario de redacción del diario La Razón. Ese mismo año, estando de
vacaciones en España, consiguió entrevistar al general Juan Domingo Perón, que
llevaba casi una década de mutismo. Fruto de tal encuentro es el libro Hola, Perón, publicado al año
siguiente. Simultáneamente con su actividad gráfica, ejerció por entonces el
periodismo radial y televisivo. Entre 1974 y 1987 vivió en España,
desempeñándose como corresponsal de diversos medios, lo que lo llevó a recorrer
más de cincuenta países. Luego de regresar a la Argentina en 1988, se afincó de
manera estable en Buenos Aires, condujo los programas Sin verso por canal 7 y Noche
abierta por Radio Nacional, y fue columnista del diario La Nación. Actualmente, es columnista dominical de la
edición digital del diario Perfil y
conduce el programa Los palabristas
por Radio Ciudad. Este año, además, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires lo declaró Personalidad Destacada de la Cultura. Su obra literaria
y periodística incluye, entre otros, los siguientes libros: Palabra
limpia de mí (1960), La vida continúa (1963), Hola, Perón (1965), Historia viva (1966), Introducción al camelo (1967), La poetisa analfabeta (1974), Reportaje al futuro (1974), El último Perón (1975), Borges, el palabrista (1980), Instrucciones al pavo real (1993), La bañera azul (1994), Poemas plagiados (2000), Gente bastante inquieta (2001), Así nos fue (2002), El ocaso de Perón (2007) y Nuevos poemas plagiados (2009).
Asimismo, la editorial española Alacena Roja ha comenzado a publicar en formato
digital algunos de los títulos mencionados y otros inéditos. Acerca de su
relación con la escritura, señaló no hace mucho: “Toda vida es biografía: ‘vida
a escribir’. En mi caso, bien larga ya. Soy siglo 19 por formación, 20 por
perdición y 21 por desesperación. Paisajes que me llevaron del soneto inicial
al monólogo poético, al relato, el cuento, la novela y la crónica periodística.
En todos ellos me place y alimenta permanecer en atenta cuidadosa ignorancia.
Para ello cultivo con gusto cierta infancia madura y militante. Dudo que la
realidad sea real. Al menos, parte de ella. Por eso mis filias y fobias me
aproximan más a un arrojador de botellas al mar que al típico escritor
testimonial terrero, hecho y derecho”.
Foto: Esteban Peicovich. Fuente: Revista “Noticias”,
Buenos Aires, 30 de septiembre de 2006.
Agradezco a Enrique Sureda el material literario y periodístico suministrado para confeccionar esta entrada.
ResponderEliminarDando una vuelta por internet a la búsqueda de buena poesía, concretamente hoy buscaba a Peicovich, he entrado en este espacio suyo. Le agradezco muchísimo cuanto hace en él. Un cordial abrazo desde Madrid. Enrique Gracia Trinidad
ResponderEliminarMe alegra que haya encontrado en mi blog lo que buscaba. Sin duda, Peicovich fue un gran poeta y escritor. Saludos cordiales desde La Plata.
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