y caían sobre nuestras cabezas como
palabras.
nuestras sombras.
donde el rocío y las cenizas son el
palabras en tamil, la lengua que une
como pez hasta su resistencia
nombre caían en idioma drávico
aguardar el nacimiento de un jazmín.
los suburbios de su antigua belleza.
fuese mi tiempo. La geografía ya había trazado los
trópicos y diseñado sus guijarros y sus costas. Excusas
para hablar de nuestra isla y de todas las que le sucederían.
nocturnidades, exilios de una lengua desconocida.
mundo, aquel lugar de la costa de Bengala donde los
dedos de los pescadores desgranaban plegarias; tierra de
rostros agrietados de café y canela, donde escribir era
descender por la columna de un ángel sin nombre.
dioses vencidos y de senderos que
comenzaba a escribirse.
que quien siembre dos veces
mar y de los astros.
nacían lilas de la tierra muerta.
Índico y encontrar la corriente que ya no
(...)
“A esta autora –escribió Luis Toledo Sande– no podrá recriminársele el
incumplimiento de un requisito que Gabriela Mistral consideraba fundamental en
la formación de un poeta, de un escritor: el haber comido ‘del tuétano de buey
de los clásicos’, que para la chilena era ‘alimento formador de la entraña’, ni
punto menos”. De allí que toda su poesía esté llena de referencias veladas o
explícitas al mundo antiguo (...) Pero el de Ángela Gentile es un mundo antiguo
difícil de identificar: su Etruria y su Constantinopla de libros anteriores o
su Madrás de los poemas que ahora intento comentar, no son los de los mapas o las
historias (...) Lo antiguo se remoza en el presente, no es mera arqueología ni
reliquia: es la palabra la que debe operar el milagro. Todo vive en el hoy, en
una suerte de promiscuidad poética, en la que el hombre y el mar y los astros
son la misma cosa y quebrar esa ley produce una cosecha estéril, la nada misma.
(...)
La voz de Ángela Gentile es una voz extraña. La voz de su persona y su voz de
poeta (...) Hicimos juntos muchos viajes literarios de los que me quedó, entre
otros recuerdos, el de su voz hablándome desde la oscuridad. Así parece ser
también su poesía: una voz que habla desde la sombra, sin exaltaciones, pero
siempre con algo de sobrenatural y misterioso (...) Creo que es acertado, y
coincidente con esto que he escrito, el comentario que le hiciera Guillermo
Ara: “Su poesía es una voz cercana a la que supongo que usó el hombre del
primer vagido para nombrar un mundo todavía caótico y acechante”.
(...)
Ángela Gentile escribe poco, apenas cuando llegan esas “ocasiones” de las que
hablaba Montale, como si su deseo profundo fuera habitar en el silencio.
(...) Y sin embargo, hay en Ángela Gentile una necesidad de nombrar, como en todo poeta, aunque las palabras atravesadas de luz sean muy pocas, los poemas ahítos de silencio, de cosas no explícitas, sino apenas sugeridas. La suya es una voz extraña dentro de la generación del 70, a la que ambos pertenecemos. Alguna vez dije, y ahora lo reitero con especial intención en los lectores franceses, que Ángela Gentile escribe con la libertad de quien sabe que no está en juego la trascendencia en cada palabra, que si un día a la derecha se sienta la fama, o la belleza en sus rodillas, usando la expresión de Rimbaud, será por puro azar.
Foto: Ángela Gentile. Fuente: gentileza de Ángela Gentile.