Terrón de barro
La tempestad cubre el mundo y toda la
realidad.
Se traga el auditorio e incluso a los que
traman
espectáculos.
Pero Próspero tal vez no previó nada
y al libro de magia se lo llevó la corriente.
Qué asco la lujuria de lo grandioso.
Sólo podía hablar de pequeñas cosas.
Y sin embargo llegó tarde la noticia de la
tormenta.
Y tuvo un miedo gigante
por la lluvia de cuatro años en solo una
noche.
Después de la inundación
vino el recuento de lo perdido. Tu hijo está vivo.
Podés nomás ir a trabajar.
Hace siete horas se conectó al libro de las caras.
Ésa de la señora flotando en una piscina de
improviso
dentro mismo de su casa, no se la va a
olvidar.
Ni a la madre que sacó a todos sus hijos de
la casita,
uno en la espalda, otro bajo el brazo
derecho, la tercera
bajo el izquierdo, el bebé sujeto por
delante.
Se dio cuenta saliendo
a flote. El de pecho se perdió en la
corriente
que ella nunca volverá a cruzar.
El negocio del amigo quedó cubierto,
las máquinas y las ropas resistentes, todas
perdidas.
Es la ganancia del barro. Él ya no duerme,
desentierra,
esquiva los restos del temporal.
¿Un triste aniversario, día feriado, tu
compañero de trabajo
bajo plátanos, tilos o naranjos pedaleaba
cuando el agua
lo llevó a un paradero de limo?
No hay comienzo ni fin, pero hay repetición y
gobernantes
que visitan el día después de la gran inundación
las veredas cubiertas de basura y colchones
anegados.
Hasta las ranas y los escarabajos, las
cucarachas milenarias
se habrán ahogado con las campanillas
barridas con una pluma de carancho sobre el
Arroyo del Gato.
Ladran los perros guardianes por el fin de la
propiedad.
Nadie sabe cuántos paraguayos
desaparecieron de su propia vida, invisibles
para siempre del resto,
como lo fueron antes.
La tempestad misma envuelta en cuero,
vino en harapos
porque mucho antes el agua de La Plata la
había castigado.
Un tomo blando que fue un don de un ser
querido a otro,
ambos ya idos. Cada uno por su catástrofe a
destiempo.
Mi padre le regaló La tempestad a mi madre.
Escuchá un poco más. La biblioteca fue un
reino
enorme y hubiera sido pecado dudar
de la honradez de mi abuela.
Mi padre hizo llover
lágrimas y un nene provisorio nos sonrió
y salvó de la tormenta.
¿Cómo decir del agua que es dulce? ¿Cómo
ganar
la orilla?
Esas lecciones me sacaron
buena parte de la frivolidad.
Ya que debí crecer
en el hueco de un tilo,
me acostumbré
a ser invisible.
Visibilidad, comunicación, mitos barrosos.
¡Monstruos y catástrofes,
muéstrense bien! Sin siquiera la gracia
de la cresta de una ola.
Hokusai se volvía pincel al surfear.
Monstruitos, viendo todo no ven
cómo libera la reserva. Distraídos
por la repetición en el reflejo, no vieron
las piedritas ni el musgo ay
del pasaje, ni la savia ni la hormiga
en el hueco del tilo.
Una
muela de leche guardada
en un alhajero se salvó.
¿Qué ves? La suela dura y chata
de una alpargata seca, colchones destripados,
restos de sillas y maderas podridas.
Los aparatos de la conexión
incomunicados para siempre y las huellas
biodegradables de los habitantes invisibles.
Casilla y cartón. Terrón de barro.
Terror del paradero inconcluso.
Todo está cambiando
de lugar. ¿Y sin embargo qué ves?
¡Enjambres!
No son abejas, ni moscardones. Ni las moscas
de la mierda de tan real
tan alegórica.
Son chicas y chicos en escuadrillas
aleatorias que organizan el desentierro,
del residuo del temporal.
Limpian el porvenir
frágil sin embargo.
Estás viendo a tu hijo! Delegado del barrio.
Pero tus hijos no son tus hijos, sino hijos e
hijas
del amor, de las catástrofes
y de la mutación.
Revoloteos luminosos entre el paco y el
barro.
Campanillas fosforescentes salen de un tacho.
Se viene otra tormenta.
La oigo cantar en el viento. Daré una vuelta
para calmar la agitación.
Cric cric cric cric cric
luciérnagas, grillos, ranas me alegrarán.
¿Cómo están ahora? ¿Quién era tu compañero?
¿Tenía cierta edad?
Si no querés, no me digas nada. Lo que pude
leer y escuchar dejó
filtrar apenas un resto de limo secado sobre
un diario de ayer.
Nadie puede ponerse en el lugar del otro.
Cómo pudo ser una corriente sin río, adónde
iba.
En Mendoza es más fácil darse cuenta.
El deshielo carga el río y los zanjones
rebalsan,
el agua “atormentada” se lleva todo. El
terremoto
sacude y traga.
La gente convive con el suspenso como
en los alrededores de un volcán.
Pero La Plata fue privada de orillas y
montañas.
A cambio, pájaros y cigarras.
–Hay mil anécdotas terribles que trato de
filtrar, por la psicosis
que genera semejante desastre.
Esta noche se pronostica lluvia... imaginate
lo que se siente.
Este compañero iba en bici la noche de la tragedia
y se lo llevó la corriente. Profunda
tristeza.
¿Cómo te diste cuenta?
¿Una gota cayó en una cuchara y te despertó?
¿Acaso gritos en medio del sueño te llamaron
sin conocerte?
–Lo supe al otro
día,
cuando salí a la calle. La mía es
la más alta del barrio.
Un poco más allá los desagües estaban
saturados,
las cloacas desbordaban. Mucho se dijo
sobre quién se dio cuenta, quién no.
Desagotaba su casa, se ponía a salvar
muebles cuando de pronto pensó
¿alguien estará en peligro?
La boca de tormenta, la gárgola
horizontal y callejera
¿vomitaba o tragaba?
Me acuerdo bien. La lluvia que tanto quise
en el
desierto, en Tolosa no podía ser feliz.
¿Adónde fueron tu compañero en bici y las
nenas
que raptó la corriente? Pudieron gritar
en castellano, en guaraní revueltas
en una sopa de barro
espesa como la pobreza? Imaginate,
era feriado. Si hubiera sido un día hábil, la
cantidad de gente por la calle.
No hay barrio que no haya sido afectado.
Hay barro.
Han desaparecido de una manera extraña.
Esas figuras, esos gestos,
sin el auxilio de la palabra
forman un lenguaje mudo.
Mirá, mirá directamente.
No hay moluscos en estos charcos.
Pero se van cubriendo de unas redes de araña
que sobrevuelan teros y benteveos.
Escuchá, parece el chasquido de una pala.
Después de destilar
su aniversario de guerra vuelve
el sol alegremente
y las partículas de los rayos
se amotinan en cada agujero.
Belleville, 8 – 23 de abril 2013
Cumpleaños
Donde se llenaba la tierra de sapos
después de la lluvia
las ojotas se pegaban al barro
como una sopapa.
Pero podías patinar
entre los antedichos sapos para
aterrizar sobre los cardos.
Ahí escuchamos los latidos de nuestro corazón
amplificados. El tuyo próximo y agitado.
El mío, más hondo y lento. Amplitudes.
Un hombre joven estaba suspendido a unos
centímetros del piso.
Nos encontrábamos en un collage de tejidos,
de manchas luminosas,
como estampadas por el reflejo de las
piedras.
Cuarzos de todos los tamaños, concentrados de
prehistoria
con luz cristalizada.
Tu sueño
al abrigo del azar.
Las lenguas son formas de guardar los
secretos.
La emoción, el sueño y el miedo.
Algo familiar pero no demasiado familiar.
Una cabeza de mujer al ras del suelo
mirando hacia adelante y el cuerpo por
zambullirse
en el suelo –como un avión, un insecto.
Ahora voy a estar con mi hijo.
Pero el estoy
aquí va desapareciendo.
Los sentimientos, el suelo de uno, los
sentimientos
del otro.
Dos manos se tocan con fondo de partituras
enormes, planisferios.
M A P A
Ahora que respirás profundo cuando vas a
tocar,
descubrís que la semilla
se alcanza creciendo.
Nos estamos viendo
crecer.
Los movimientos se repiten
con una cadencia cambiante, suspensiva.
Como la esperanza de la desesperanza, como
la respiración, profunda y agitada.
El amor es continuo:
un reggae, dos, infinitos en círculo.
En el pasaje de la fortuna,
vas a estar a la altura del chico que fuiste.
Puerta de ensayo
La percha rosa que trajiste
para colgar un fantasma se quebró.
La cinta asomaba del tacho
el glamour ahogándose en el polietileno
y la circunstancia de morir como fetiche
después de haber colgado prendas
femeninas
en el placard donde vivimos juntos.
Una casa rosa,
una casa amarilla y la tercera roja.
La primera es del estilo falso-colonial
y parece vacía.
En el portal de la segunda
una persona mira con largavistas.
De la tercera parece salir un murmullo
que se suspende
sobre los yuyos que la separan
de aquí,
suaves y tostados
y otros de penachos blancos que se mueven
fijados al suelo en lugar de al cielo
pero bailando contra la fijeza para él.
El hombre mira a una mujer que se escapó
consigo misma.
Al principio, muy largo, tan desprovista de
casa
como un globo que flota sobre la línea de
la sombra.
Ella querría seguir riéndose.
Como una vendedora de chascos.
Como una compradora de chascos “Las
Maravillas”
en el puesto de una feria.
Convencida del poder de las acciones
físicas.
La risa provoca el humor y un abrazo
el amor de manera instantánea.
Las casas donde comienzan y terminan las
cosas,
donde cambian silenciosamente, no impiden
estar
en varios lugares al mismo tiempo.
Fuente: Gentileza de Roxana Páez.
Roxana Páez nació en La Plata. En esta ciudad estudió y ejerció la docencia hasta
el año 2000. Pasó su infancia y adolescencia en Buenos Aires y en Mendoza. Es
poeta, ensayista y traductora. En 2001, con motivo de haber recibido la Beca
Saint-Exupéry, se trasladó a París, donde obtuvo un Doctorado sobre poesía
argentina. Desde entonces, reside en la capital francesa. Tradujo, entre otros
autores, a Pierre Klossowski, Rachid Boudjedra, Michel Serres, Cornelius
Castoriadis, Henri Méchonnic, Bernard Dort, Marcel Duchamp, Georges Bataille,
Mamhoud Darwich, Geneviève Huttin, Josée Lapeyrère y Alain Lance. En Argentina,
trabajó como lectora en varias editoriales y colaboró con artículos y reseñas
en revistas y suplementos culturales (Babel,
Diario de Poesía, El Cronista Cultural, El Día). Entre 2002 y 2004 coordinó y
tradujo en París las Soirées des Ecrivains de la Sortie, encuentros bilingües
de escritores franceses y argentinos. Publicó los siguientes libros de poesía: Gran distracción animada (1994), Las vegas del porvenir (1995), La
indecisión (1999), Fogata de ramitas
y huesos (2002, reeditado en 2009), Lettera
rarissima, antología bilingüe (Marsella,
2007), Madre Ciruelo (2007), Serie de banda rumorosa (2011) y El diario de la china. Donde el diablo
perdió el poncho y el zorro y la
liebre se dan las buenas noches (2012). Algunos de sus poemas fueron
traducidos al inglés, francés, portugués y alemán y publicados en diarios,
revistas y antologías, entre ellos: Monstruos.
El sueño de la poesía. Antología de
la nueva poesía argentina (Edición y prefacio de Arturo Carrera, 2001); Antología del subte (1998); Poesía. 36 autores, (1999); Naranjos de fascinante música. Poesía contemporánea de amor en La Plata
(2003); Twenty Poets from Argentina -
Poetry of the Nineties (Edición
de D. Samoilovich y traducción de A. Graham-Yooll, 2004) y Antologie des écrivains latino-américains en France (2007). Obtuvo,
entre otras distinciones, el Primer Premio Nacional de Poesía del Concurso
Enrique Pezzoni (1993), el Segundo Premio del Concurso Nacional de Poesía
"La piedra movediza" (1994), el Primer Premio Internacional Juan L.
Ortiz al libro de poesía de la década por Fogata
de ramitas y huesos (2010) y el Segundo Premio de Ensayo del Fondo Nacional
de las Artes por Poéticas del espacio
argentino (2011), publicado por Mansalva en 2013 y presentado recientemente
en Buenos Aires. Asimismo, fue becada por la Direction du Livre del Ministerio
de Cultura francés para traducir Critique
du rythme, de Henri Méschonnic, organismo que en 2012 le otorgó una Beca de
creación por Impasse de la Baleine.
Acerca de Fogata de ramitas y huesos,
escribió Anahí Mallol en Orbis Tertius,
año VIII, número 9, 2002-2003: “No está de moda decir: este libro me emocionó.
Mal visto, mal dicho, como si se dijera al mismo tiempo: me emocionó porque es
sentimental, me emocionó porque es melodramático. Pero en este caso se trata
justamente de lo contrario. El libro de Roxana Páez (...) emociona porque
conmueve la forma precisa, detallada y fragmentaria con que trama una historia
que roza, como su núcleo mismo, como un centro de irradiación de la escritura,
lo que no puede ser dicho; no por tabú, no por sublime, sino porque siempre se
escapa hacia una nueva transformación de sí: el dolor y su doble, lo que sobre
el dolor se construye, sin dramatismo, sin grandilocuencia ni impostación
teórica. La Fogata de ramitas y huesos
de Roxana Páez logra sin duda con maestría y en una demostración de madurez
estética, hacer confluir en el hilo delgado de los versos cada cosa y su
reverso: por eso, más allá de la pena y la melancolía, incluso más allá de la
nostalgia, crea su propio punto de incandescencia, su momento de combustión en
que los elementos combinados exhalan un humo propio, con su perfume, su
persistencia, su espesor particulares”. Los poemas publicados en esta página
permanecían inéditos.
Foto: Roxana Páez. Fuente: Gentileza de Roxana
Páez.