Simulación
de paisaje con flores
In memoriam Delfina Gil Soria
Hay
momentos en los cuales se debería contener la respiración
para
saber de qué aguante valedero estamos hechos ante un sacrificio.
Supe
de una mujer que dominaba el acto visceral
de
engullirse todo el aire de su jardín y con esa atmósfera
enrarecida
de flores soportaba, consumiendo gran parte
de
sus reservas sentimentales.
(También
se respira cuando no se respira, dice el deseo.)
Trababa
el diafragma y en una excluyente gimnasia inhaladora
se
atascaba de tallos, brotes y los fofos verdines de las plantas.
Me
enteré de su muerte porque aquella mañana desperté
con
el cuerpo encorsetado de ronchas.
Desde
la gelatinosa imaginación de un mal dormido
corroboré
que las almas suelen mugir a su manera
y,
a falta de un emblema mayor,
la
mía acercaba esta urticante y cómica ofrenda
para
que ella no dejase de reír desde la otra orilla
viendo
algo semejante a amapolas silvestres
sobre
una carne casual.
Después de leer un poema chino
Ayer, después
de leer un poema chino que decía
que los sueños
entre las ramas de un cerezo son diferentes,
trepé al cerezo
del fondo de mi taller para ver el mundo.
El mundo era la
ropa tendida de mi vecina,
la pileta con
agua podrida del verano
y las parvas de
hojas sin juntar.
Los chinos del
siglo II antes de Cristo
no contaban con
el suburbio galo,
y menos con una
rata en el mástil de una embarcación
a la que no
salva ni la palabra cerezo.
Sobre el estilo del
emperador Lucio Séptimo Severo
Admiro el estilo desprolijo y justo, Séptimo Severo,
con que desmantelaste tu corte y construiste un corral de
gallinas.
Soy ése al que se le pega la envidia de tu ocurrencia
por bautizar a tus plumíferas criaturas con el nombre de
unos malos gobernantes.
Reverencio esa técnica de traqueotomía a la retórica
asmática
en semejante suspiro de parodia.
Me pregunto cómo hacer para copiarte esas largas
meditaciones desengañadas, haciendo siesta sobre tus
laureles.
Juro que he intentado parodiar aquel discurso que te achacan
cuando la invasión
de los bárbaros era un
hecho.
Si los bárbaros admiran tanto nuestros automóviles, tanto
desean a nuestras
mujeres siliconadas y tanto
babean por nuestro confort,
¿hasta dónde puede decirse que sean bárbaros?
(Les hemos inoculado la peste más exquisita: la
civilización.)
Celebro tu desvergüenza, Séptimo Severo,
cuando calmaste a tu séquito chillón con un ademán hueco en
el aire, ofreciendo
un banquete en un puñado de
maíz
y, sobre todo, porque
nunca negaste los orígenes:
un recogimiento desencantado entre la lucidez y la
vagancia.
Fuente: Inéditos. Gentileza de
Abel Robino.
Abel Robino nació en Pergamino, Provincia de Buenos Aires, el
7 de octubre de 1952. Es poeta y artista plástico. Estudió en la Facultad de
Bellas Artes de La Plata. En esta ciudad fundó en 1977 el Grupo Literario
Latencia. Es Master en Artes Plásticas. Desde 1982 reside en Francia. Publicó
los siguientes libros de poesía: Obsesión
(1978); Las especies de la noche
(1982); El estado de la quietud
(1986); Hiel por hiel (1997); Poemas (2004) y Burundanga (2013). Como artista plástico ha expuesto en varios
países de América, Europa y Asia, entre ellos: Argentina, Brasil, Cuba,
Francia, Bélgica, Alemania, Suecia y China (Beijing y Shangai). Su poesía es
reveladora de la más cruda realidad y se halla atravesada por el doble exilio
que implica estar en el mundo y vivir lejos del país de origen. El desarraigo y
la orfandad, derivados de esa situación, constituyen el trasfondo de su
creación más reciente. Robino mira el mundo y se mira a sí mismo de manera
irónica y descarnada, sin piedad ni autoconmiseración, pero también sin
reproches. Para Osvaldo Picardo, la suya es “una voz bestial que se sabe
traicionada por su propia sombra proyectada sobre la hoja de la poesía”.
Foto: Abel Robino (perteneciente a una serie realizada por Delfina Gil Soria en 2012 a partir de objetos
reflejantes, como espejos, ventanas, televisores apagados, etc.). Fuente:
Gentileza de Abel Robino.